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Violencia cronificada en África. Militantes tuareg, conduciendo cerca de Tombuctú, comparten el control del norte de Malí con grupos islamistas y combatientes de Al Qaeda en 2012. Fuente: Wikimedia Commons.

Conflictos muchos de ellos superpuestos y cada vez más complejos por la participación de contendientes diversos (fuerzas regulares, irregulares, milicias, rebeldes, grupos insurgentes, terroristas de diversa factura), fuera de la visión clásica o tradicional (aunque se mantengan algunos rasgos) con el empleo de algunas armas de última generación.

Conflictos que, en su mayoría, salvo aquellos conocidos por proximidad o porque, de una forma u otra, afectan a sus economías, suelen ser desconocidos/olvidados por aquella parte de la sociedad occidental bien asentada en el mantenimiento de una paz un tanto «avestrucista» que no quiere saber e informarse sobre la existencia de tales violencias.

Es el caso de la invasión rusa de Ucrania y la posterior guerra de Israel en la franja de Gaza, enfrentamientos que han saturado, y siguen saturando, los titulares de la prensa europea (algunos un tanto partidistas), en atención a sus graves repercusiones internacionales, fundamentalmente políticas y económicas, y al miedo occidental a su extensión a otros territorios como clave para una posible guerra mundial (sin escapar, en algún momento, a una acción nuclear).

El primero, un conflicto ahora un tanto estancado, a pesar de algunas operaciones, en la base del rearme actual de las partes, sin poder dilucidar cuando acabará, a pesar de la intervención/ayuda indirecta occidental (que Ucrania teme que se reduzca o se corte); conflicto reconocido, en cuanto a intervención, en este caso, dentro del flanco o frente Este de la OTAN, tal y como se apuntó en la Cumbre de Madrid de junio de 2022.

Y el segundo, ubicado también en el Este, pero ya en el Oriente Próximo, sin saber también cual será el final de pueblo palestino, acosado por la violencia extrema militar israelí que, en sus ansias por acabar con Hamás, no respeta las leyes de la guerra, a pesar de su convicción de que está desarrollando una guerra justa y no un genocidio, a pesar de las indicaciones occidentales en su contra.

Unas guerras que no resolviéndose en los próximos meses parecen encaminarse, enquistándose, hacia unos conflictos de larga duración, lo que no presagia nada bueno sino todo lo contrario al afectar de alguna manera, cada vez más fehaciente, a la inseguridad y a la incertidumbre económica, tanto a nivel europeo como mundial.

Violencia armada que, por su alcance internacional y su proximidad a Europa, parece que, con la difusión mediática, su sociedad ha descubierto en gran parte, gracias a la insistencia de los medios de comunicación, que la guerra existe bajo nuevas formas, así como lo que son, en carne ajena, los efectos, visualizados día a día, de los horrores de aquella.

A su lado, la violencia africana, en cierta forma cronificada en el tiempo que, a pesar de la relativa distancia, ejerce, de una forma u otra, influencia negativa sobre los países europeos en cuanto a su seguridad a corto, medio y largo plazo, y a las relaciones económicas de su interés (por ejemplo, uranio, gas, oro, y hierro para Francia; gas y petróleo para Italia y EEUU) y, más aún, con el vacío creado por la marcha de las fuerzas europeas desplegadas en el continente.

Violencia en África en la base, en general, de unos Estados debilitados, fragilizados y con muchas dificultades para salir de tal situación. Estados que, según la ONU y el Fondo por la Paz (estudio que se viene realizando desde 2005), se han convertido ya en tales al estar afectados por conflictos diversos. Países, a los que, dejando de lado otros más lejanos, un tanto olvidados, han sido ubicados en el flanco o frente sur de la OTAN en el continente africano, por su anunciada peligrosidad, en cuanto posible propagación del terrorismo yihadista y del crimen organizado hacia Europa, aprovechando las vulnerabilidades (políticas, económicas, estructurales), de los países sahelianos y magrebíes.

En el listado de tales violencias se recogen, sin entrar en detalle, aquellas de los siguientes países africanos (actores enfrentados y ubicación):

Países afectados por la violencia yihadista (dentro y fuera del Sahel)

El incremento de la actividad terrorista, sobre todo en el periodo 2021-2022, con continuidad en 2023 –crecimiento reconocido por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), la Dirección de la Seguridad Nacional (DSN), el Instituto de la Economía y de la Paz con su Índice Global del Terrorismo (GTI), entre otros grupos de análisis–, ha afectado notablemente a los países del Sahel: Nigeria, Burkina Faso, Mali, Níger y Chad (en orden por el número de muertos en sus ataques de mayor a menor), así como a Mozambique, Congo, Camerún y Somalia, y a algunos países del Golfo de Guinea (Togo, Benín y Costa de Marfil) en los que los terroristas han buscado zonas de refugio o santuarios, haciéndose fuertes aprovechando la conocida porosidad de las fronteras y la escasez de medidas gubernamentales en dichas zonas, frente a la presión ejercida por las fuerzas militares locales, extranjeras ahora en desbandada ante la marcha de las francesas, y así hacerse, a su vez, con los recursos humanos y materiales que precisan para su «colonización» yihadista. Espacio que, ante el constante incremento, desde el 2015, de su actividad (ya en 2021 acogía el 48 % de las muertes a nivel mundial), se ha considerado prioritario para la seguridad europea y, por ende, para la de España.

Miliciano tuareg de Al Qaeda en el Sahel. Fuente: Wikimedia Commons.

Razón por la que se ha tomado dicha región como el «epicentro mundial del terrorismo», constituyendo un peligro, ya no tan latente, para la seguridad mundial, llegándose al tiempo a hablar del Sahel como «la mayor incubadora de terrorismo del planeta», como el «polvorín», el «avispero yihadista saheliano» o «el pudridero subsahariano». Y no sólo por lo citado, sino  porque también se ve el Sahel como una región en la que la democracia (si la tuvieron alguna vez, tal y como la pensamos los europeos) está dañada, no sólo por los permanentes conflictos locales y regionales, sino por los actuales golpes de Estado manu militari, la expulsión de las fuerzas armadas occidentales (las francesas y otras afines/aliadas) que apoyaban en la lucha contra el yihadismo, así como por la acentuación de la presencia militar rusa, sin olvidar la china; situación que, en su conjunto, se considera una amenaza al flanco sur de Europa, y más aún si llega a superar a nuestros vecinos norteafricanos. Un peligro yihadista pues, ante la posibilidad de transmitir su actividad al norte de África y que, posteriormente, una vez allí asentados, puedan dar el salto, primero hacia España/Portugal/Italia, e incluso Francia, y luego, desde dichos países, al resto de Europa; países europeos que han «descubierto» recientemente el valor geoestratégico de tal región al considerarla como la «frontera avanzada de Europa», «nueva frontera directa» o «zona en crisis» a las puertas de Europa, y menos diplomáticamente, la «trastienda de Europa».

Países afectados por violencia étnica y social

Rivalidades, presentes en muchos países del continente africano, desde atrás en el tiempo, que están siendo exacerbadas ahora por los grupos yihadistas para hacerse, no sin violencia, con los recursos humanos y materiales que necesitan, y, al tiempo, para expandirse, por la región saheliana y fuera de ella. Aparecen así unos conflictos violentos, aprovechados como vulnerabilidad, bajo las diferencias étnicas preexistentes; una «etnoviolencia», procedente, en la mayoría de los casos, de la lucha promovida por diferencias sociales entre agricultores, ganaderos/pastores y cazadores, lucha que se enmascara desde hace tiempo con otros conflictos existentes. En Mauritania, se aprovechan del tribalismo social existente, de la separación por castas sociales, de la represión social, de la esclavitud encubierta y de la discriminación de género que han provocado algunos enfrentamientos sociales; en Mali, los conflictos existentes entre agricultores y ganaderos.

En Burkina Faso, luchas tribales por el agua, tierras y recursos, con conflictos étnicos violentos; en Níger, con exceso de población, enfrentamientos tribales entre agricultores y ganaderos junto a violencia étnica; en Nigeria, también con exceso de población, con unas 400 etnias, con diversos disturbios sociales; en Chad, violencias ante injusticias sociales; en Sudán del Norte, amén de protestas y luchas sociales por el agua, luchas étnicas al Sur y en Darfur; en Etiopía, violencia en Tigray por problemas étnicos, un conflicto que, según informaciones de Amnistía Internacional y Human Rights Watch, tiene como objetivo encubierto una limpieza étnica basada en la expulsión de los ciudadanos de Tigray, mediante la aplicación de una estrategia de terror, pensada y organizada por parte de las fuerzas especiales Amhara y las milicias Fano (no descartándose la intervención del ejército etíope), a través de masacres de civiles, de hambrunas provocadas, de violaciones grupales; en Somalia, país que sufre la violencia de los «señores de la guerra» y de los yihadistas, con enfrentamientos intercomunitarios, terrorismo, partición de su territorio, hambrunas, además, en la actualidad, desde 2022, con una sequía, la peor en tiempos, que está produciendo pérdida de cultivos y muerte del ganado, con la consecuente falta de alimentos; y en Eritrea, con persecuciones religiosas.

Países afectados por enfrentamientos entre fuerzas armadas, insurgentes y bandas armadas, sin descartar aquellos entre milicias

Varios son los conflictos armados-guerras, motivados por diversas causas, que se mantienen aún en el continente africano, en algún caso con presencia yihadista. En el caso de Libia, en la actualidad, ante la situación de lucha interna, guerra civil (la segunda, iniciada en 2014) en la que han participado grupos yihadistas, entre el este y el oeste del país por el poder tras la caída de Muamar el Gadafi en 2011, país que, diez años después de la ´primavera árabe` (situación que ha contaminado a otros países cercanos como Mali con el conflicto tuareg, Níger y el Chad), se ha convertido en un Estado fallido, inmerso en una guerra civil, origen de inestabilidad en el Mediterráneo con miles de muertos, desplazados y migrantes irregulares huidos a Europa (se considera que son más de 100.000 al año); conflicto que ha fracturado el país en dos: la Cirenaica al este y la Tripolitana al oeste, dividiendo a su vez, desde 2014, el Parlamento Nacional.

En Etiopía la guerra civil (conflicto de base étnica) abierta, desde noviembre de 2021, en el norte entre las FAS del Gobierno de Addis Abeba y el Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF), grupo guerrillero separatista de carácter político-militar, del que, de momento, no se conocen relaciones con grupos terroristas sahelianos, aunque son acusados de ello por parte del gobierno etíope que teme que el TPFL alcance la independencia marcando entonces el camino de la rebelión a otras regiones etíopes.

En cuanto a Sudan del Norte, ya en 2023, en el marco de una devastadora crisis económica, del aumento de la violencia social y de su aislamiento diplomático, continuaron los enfrentamientos armados en el país, esta vez bajo los combates (ambos contendientes se acusan mutuamente de ser el origen del mismo), a partir del 15 de abril, entre el Ejército y Fuerzas de Apoyo Rápido, entre las fuerzas del general, jefe de las fuerzas armadas sudanesas (SAF), Abdell Fattah al-Burham, y el jefe de las milicias de las Fuerzas (paramilitares) de Apoyo Rápido (FAR o RSP), en su momento compañero de armas del anterior, general Mohamed Hamdan Dagalo, ambos ávidos por hacerse con el poder y las riquezas del país, razón por la que mantenían una relación débil, de desconfianza mutua, basada en el oportunismo político, que ahora ha estallado al tratar de ponerse de acuerdo, perdiendo poder, con la sociedad civil  prodemocrática para la integración en el Ejército de las Fuerzas de Apoyo Rápido, en contra de la opinión militar de su disolución dado su origen y los crímenes de guerra cometidos, en su día, en la región occidental de Darfur (la casa de los fur, con una extensión similar a Francia), región, feudo tradicional de las Fuerzas de Apoyo Rápido.

Países tensionados por posibles amenazas bélicas (en el Magreb y el Sahel)

En principio, se ha de contar con las tensiones en el Magreb de necesario conocimiento para comprender como las incertidumbres internas, y aquellas provocadas entre sus países miembros (por lo que se ha dado en llamar el avispero magrebí), tales como las mantenidas entre Marruecos y Argelia (problemas fronterizos antiguos y el Sáhara, tema éste productor de tensiones también con España, junto a los requerimientos marroquíes sobre Ceuta y Melilla, que siempre están presentes), Marruecos con el pueblo saharaui (actualmente en guerra silenciada por el gobierno marroquí), Marruecos y Túnez (tema Sáhara) y la guerra civil en Libia, que pueden facilitar las acciones de los yihadistas locales o las de aquellos, interrelacionados o no, procedentes de la región saheliana (el ya definido como el avispero saheliano). Nos encontramos pues con dos regiones, Magreb y Sahel, que, en su relación, teniendo en cuenta las situaciones más o menos problemáticas de cada una de ellas, en la base de sus países integrantes, podrían, en el caso límite de acentuación de sus debilidades/vulnerabilidades, llegar a abrir el camino del yihadismo hacia el sur de Europa desde la orilla sur del Mediterráneo.

Por otro lado, se ha de tener en cuenta las tensiones creadas bajo la amenaza de intervención militar de la CEDEAO (ECOWAS en inglés; Comunidad Económica de Estado de África Occidental) a las pocas horas del golpe de Estado en Níger (26 de julio de 2023), tras las repulsas al mismo (de la UA, la ONU, la Casa Blanca, la UE, el Gobierno francés), si no se revertía la situación cuanto antes. Amenaza manifestada, sin obviar la diplomática (de momento con el establecimiento, como presión, de duras sanciones económicas: cortes de energía, aumento de los precios de los alimentos básicos), mediante la afirmación de que sus fuerzas estaban ya preparadas para intervenir en el plazo de siete días; amenaza que no se hizo realidad de momento tras el fin del plazo citado (domingo 6 de agosto), pero que no se descartaba aún.

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Rueda de prensa de Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos, y Nana Akufo-Addo, presidente de Ghana y de CEDEAO, donde anuncian un paquete de ayudas de 100 millones de dólares para Ghana, Benin, Guinea, Costa de Marfil y Togo, para prevenir y estabilizar la seguridad en la zona. 27 de marzo de 2023. Fuente: Wikimedia Commons. 

Un conflicto que, caso de producirse, caso de avanzar (a finales del 2023, aún no se ha hecho realidad), llevaría al continente africano a una situación de caos bélico, aunque se diga que la intervención se iba a ceñir sólo a Niamey, un caos difícil de predecir y más si aumenta el número de los contendientes, africanos y/o foráneos en su caso. Sería asimismo una intervención en la que, en su momento, podrían estar presentes a su manera, para complicar aun más la situación bélica, los grupos yihadistas de la región, filiales tanto de Al-Qaeda como del Estado Islámico, aprovechando que se destrozan entre si sus enemigos y que ha de disminuir, gracias al conflicto, la presión sobre ellos. No hay que perder de vista que, en el origen de la inestabilidad/inseguridad de Níger, está presente la amenaza yihadista, justificación de toda intervención militar foránea. Y, asimismo, las tensiones creadas entre tuaregs por la liberación del Azawad (Mali), yihadistas y el ejército, capaces de reactivar nuevos enfrentamientos.

Como se puede colegir, en la totalidad de los países sahelianos, la mayoría musulmanes bajo un islam africano que se radicaliza, encontramos violencias en continuidad, política, social, étnica, y, en algún caso religiosa, del crimen común y organizado, y aquella yihadista por parte de unos 20 grupos terroristas –de entre los que destacan el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS)  y el Frente da Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), proclive a Al-Qaeda; grupos enfrentados  entre si en la búsqueda del liderazgo africano–.

Violencia en África cronificada, a veces entremezclada, a las que hay que sumar también, en algunos casos, aquellas generadas por las fuerzas que se defienden y combaten a las anteriores al extralimitarse en sus funciones.

Violencias que encontramos en unos Estados colapsados, fallidos, unos Estados corruptos, injustos e incapaces de proporcionar a su población los servicios básicos y la seguridad necesaria (caso, entre el 2020 y 2021, en situación de alerta: Etiopía, Nigeria, Eritrea, Níger y Mali; en gran alerta: Sudán y Chad; y en alerta máxima: Somalia y Sudán del Sur). Países que, ante las situaciones aludidas, conforman el vacío de poder saheliano que aprovechan los yihadistas para su expansión territorial y que, por su peligrosidad, son recomendados, por Asuntos Exteriores y la UE, a no visitar.

Países que, según Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas (a mediados de septiembre 2022), al aumentar la brecha entre el norte y el sur, entre países desarrollados y en desarrollo, por una disfunción global colonial gracias a la actual guerra ruso ucraniana (falta de cereales y fertilizantes), y a los efectos del cambio climático, si no se plantea desde ya una reforma profunda, sufrirán el aumento de los problemas estructurales señalados en el Sahel y otras regiones, provocando, a su vez, tensiones geopolíticas en el continente africano.

Países que, en su conjunto, todos los sahelianos y algunos fuera de tal región, calientan con su violencia, para los africanos especialmente, la guerra fría existente entre las potencias geopolíticas foráneas. Situación acentuada ahora con la intervención ucraniana, desvelada a primeros de febrero, contra Wagner/Rusia, en Sudán (desmentida por Kiev), siguiendo la intención del presidente Volodimir Zelenski de incrementar su presencia en África para dificultar la presencia rusa en aumento en el continente (¿nuevo escenario bélico del conflicto en Europa?); en concreto con la intervención del grupo de fuerzas especiales ´Timur`, perteneciente a los Servicios de Inteligencia del Ministerio de Defensa ucraniano (GUR).  Fuerzas ucranianas que, caso de continuar con su belicismo africano, se han de enfrentar, ya no a Wagner, sino a las del ´África Corps` bajo la dirección del Ministerio de Defensa ruso, que las sustituyen, con aumento previsible de efectivos, tras la muerte de Yevgueni Prigozhin.

Países que precisan apoyos de seguridad y económicos para resolver sus problemas al objeto de poder crear expectativas sociales positivas en la base de unos proyectos propios, no impuestos. Razón por la que las ayudas que reciban no han ser sólo, y exclusivamente militares, sino también ayudas estructurales, fuera de la dirección militar, aunque contando, en coordinación, con su necesaria implicación en materia de seguridad.

cumbre de la otan 2022

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, participa en la Cumbre de la OTAN el 28 de junio de 2022. Fuente: Wikimedia Commons.

Violencia y conflictos armados por lo que España, en la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid (28 y 29 de junio de 2022), en la que, sin aportar soluciones a la actual guerra ruso ucraniana, planteó su preocupación por reforzar el flanco Sur de la OTAN (Magreb y Sahel, amén de Oriente Próximo) y la inclusión, en referencia específica, a las actuaciones sobre el mismo en las estrategias y prioridades a seguir, dentro del nuevo concepto estratégico para los siguientes diez años (denominado «Concepto Estratégico» de Madrid), actuaciones tanto políticas como operativas (despliegue de fuerzas), de la organización atlántica.

Su objetivo: construir y dar soluciones sólidas a sus instituciones y a sus capacidades de seguridad, así como conseguir una interoperabilidad entre las fuerzas que combaten al terrorismo yihadista y a quienes emplean las migraciones irregulares como arma política, a través de la mejora de la cooperación existente y del entrenamiento de sus fuerzas (actividades todas, en definitiva, en favor del frente militar).

Cumbre en la que, ante las amenazas actuales, se planteó una seguridad de 360 grados, con mención especial al Sahel, el «avispero sur», como foco del terrorismo yihadista mundial, sin descartar la vigilancia del norte de África (sin indicación explícita a Marruecos y Argelia), la incorporación de Ceuta y Melilla bajo su «paraguas militar» y la expansión rusa por el continente africano.

Seguridad que, en relación con el terrorismo global, ha de tomar como base el conocimiento de los fracasos anteriores (Afganistán, Libia e Irak), al objeto de alcanzar respuestas eficaces al yihadismo creciente en el Sahel (respuestas que no han de cubrir sólo el frente militar prioritario en la Cumbre aludida); flanco sur que ha aumentado su peligrosidad con la retirada de fuerzas francesas y aliadas de Mali y, posteriormente, de Níger y el resto de países donde estaban establecidas, junto al desmantelamiento del G5 Sahel (organización que nunca llegó a estar plenamente operativa), teniendo en cuenta además que los efectos del cambio climático y la crisis alimentaria, pueden exacerbar los conflictos internos y la competitividad geopolítica en la región.

Parece que la seguridad del flanco sur ha quedado sólo apuntada, teorizada sobre el papel, al no ser considerada como una prioridad en la estrategia actual, más pendiente del flanco Este, además, de momento. no hay amenaza de una guerra convencional. No se ha definido pues nada en concreto en cuanto a acciones operativas, ni a corto ni a medio plazo, lo que ha sorprendido a algunos analistas y mandos militares españoles, partidarios de la presencia militar desde ya, en la consideración de no dejar pasar más tiempo a la intervención en razón a la peligrosa evolución creciente del terrorismo. Habrá pues que esperar, para supervisar la correcta aplicación de lo acordado en la pasada Cumbre y ver si la intervención en el flanco sur se hace efectiva o queda tan sólo como un compromiso de efecto disuasorio.

Así pues, para resolver la preocupación genérica europea (terrorismo e inmigraciones irregulares), de diferente calado en los países magrebíes y sahelianos, aquejados estos de problemas estructurales complejos (dentro de los ámbitos social, político y económico), no hay, de momento, una respuesta otaniana concreta y creíble, ya que solo se aporta la idea de alcanzar la estabilidad regional necesaria en base a la disuasión militar, lo que militariza de nuevo la resolución del problema teniendo en cuenta el vacío de la presencia europea creado con la marcha de las fuerzas francesas y otras aliadas, ni tampoco,  el conocimiento de como la posible solución alcanzaría al yihadismo, un yihadismo que se apoya constantemente, en las debilidades y problemas estructurales no resueltos.

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