En la Antigüedad, la Península Ibérica era un mosaico de pueblos diferentes a nivel étnico y lingüístico. Así como vacceos, vetones y lusitanos eran sociedades celtas del interior y del occidente de la Península; la costa este, des del río Hérault -en el sur de la actual Francia- hasta la zona oriental de lo que hoy en día es Andalucía, estaba ocupada por los iberos. Esta es una denominación genérica que utilizamos actualmente porque, desde nuestro punto de vista, formaban una unidad cultural muy evidente, pero en realidad estaban divididos en diferentes tribus. El pueblo cesetano, localizado en el territorio de Cesetania, era una de estas tribus, la cual ocupaba la parte norte de la actual provincia de Tarragona. Esta tribu presentaba algunas peculiaridades interesantes dentro del conglomerado de pueblos ibéricos, como por ejemplo haber sido uno de los primeros territorios en acuñar moneda con el lema Cese (de ahí, Cesetania), un poco antes del 218 a.C. También sería el lugar donde se fundaría más adelante una de las ciudades más importantes del occidente romano, Tarraco.
Desde el equipo de Arqueología Protohistórica, dentro del grupo MIRMED, en el ICAC, llevamos una década estudiando la formación, desarrollo y disolución de este territorio ibérico [2], la Cesetania occidental, a través de distintas intervenciones y estudios de materiales de excavaciones antiguas (Fig. 1). Como todos los antiguos pueblos ibéricos, los cesetanos son fruto de la evolución de las poblaciones indígenas de la Primera Edad del Hierro (650-550 a.C.), que a su vez tienen su origen en las sociedades del Bronce Final (1100-650 a.C.). El contacto con la civilización fenicia durante la Edad del Hierro será clave para la adopción de nuevas tecnologías como la metalurgia del hierro o la cerámica a torno, pero también por la llegada de un nuevo y exótico bien de prestigio: el vino. Al tratarse de un territorio con una importante actividad agrícola en la actualidad, sobre todo vitícola, es difícil localizar yacimientos de este período en las zonas llanas, pero una excepción es Mas Cap de Ferro (Nulles). Se trata de un campo de silos, estructuras subterráneas que en su origen se habrían creado para el almacenamiento de cereales y que, una vez utilizados para este uso, se habrían amortizado como vertedero para todo tipo de desechos. Es por este último motivo que nos está aportando información muy interesante sobre la cultura material de este periodo (inicios del siglo VII a.C.), así como sobre la actividad agrícola, ganadera y cinegética de esta comunidad. Este último apunte es importante, ya que hemos documentado, de forma excepcional, los restos de un episodio de caza que seguramente estaría relacionado con los prolegómenos de un banquete ofrecido por el jefe de la comunidad a sus allegados (Fig. 2).
El mundo de la muerte también es objeto de estudio de nuestra investigación, concretamente, la revisión de la necrópolis protohistórica de Milmanda (Vimbodí i Poblet) y sus materiales. Se trata de lo que se suele denominar un campo de urnas, una necrópolis de cremación preibérica, de transición entre el Primer Hierro y la aparición de las sociedades iberas (600-550 a.C.). Por desgracia, fue fuertemente saqueada en los años 70 del siglo pasado, pero aun así se pudieron recuperar muchos elementos de ajuar, sobre todo de bronce y también cerámicos, que nos hablan sobre cómo era esta sociedad y la aristocracia guerrera que la gobernaba. Solo una parte de la población podía acceder a este rito, que consistía en la cremación del cuerpo en una pira y en la selección posterior de una parte de los huesos quemados. Estos eran lavados, triturados y depositados dentro de una urna cerámica, que a la vez se colocaba en un hoyo excavado en el suelo, que se tapaba con una losa de piedra, que a su vez podía cubrirse de diferentes maneras, normalmente mediante un pequeño túmulo de piedra.
Como en la mayoría de los territorios ibéricos del nordeste, el origen de las primeras ciudades se encuentra en la transición entre la Primera Edad del Hierro y la aparición de la cultura ibérica (600-550 a.C.). Este es, por ejemplo, el caso de El Vilar (Valls), o el de la ciudad ibérica de Tarragona, anterior a la Tarraco romana. La revisión de materiales procedentes de antiguas intervenciones en silos de El Vilar (depositados en el Institut d’Estudis Vallencs) está aportando nuevos hallazgos como la localización de la primera punta de lanza del yacimiento (Fig. 3). También está generando más datos para defender la pervivencia del asentamiento más allá de la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.), gracias a la identificación de cerámica de esta cronología (básicamente, tapaderas de cerámica común itálica). Las sociedades ibéricas irán evolucionando paulatinamente hasta la formación, alrededor del 400 a.C., de las primeras formas estatales. Muestra de ello son, por ejemplo, la aparición de la escritura y, por consiguiente, de una incipiente administración, un claro orden de asentamientos o la aparición de moneda. En lo que se refiere a la jerarquización del poblamiento, junto a los primeros grandes núcleos urbanos se desarrolla una ocupación densa y compleja del territorio con asentamientos menores (aldeas, granjas, explotaciones mineras, hornos cerámicos, entre otros), hecho que expresa la voluntad de organizar, controlar y explotar económicamente el territorio por parte de una elite. En el escalafón más bajo de esta jerarquía habría formas de ocupación como las granjas, de las que Rabassats (Nulles) es un buen ejemplo (Fig. 3). Fundada hacia el 300 a.C. y abandonada en el 200 a.C., es clave para entender la explotación agrícola del entorno cercano de las ciudades, motivado por el crecimiento sostenido de la propia población, así como por el auge del intercambio comercial con el mundo púnico, griego e itálico. Una prueba de la complejidad y desarrollo de las redes de intercambio es la presencia minoritaria, pero no anecdótica, de importaciones de Massalia, Atenas, Ebusus o de la península itálica en este asentamiento con una superficie de tan solo 400m2. También es interesante poder comprobar que la intensa ocupación agrícola del territorio ya se produce en este momento, y no bajo la dominación romana en el siglo II a.C., como se había defendido hasta hace pocos años.
Nuestra investigación también se ha centrado en estudiar la desaparición, o más bien disolución, de la Cesetania occidental en lo que será la ciudad romana de Tarraco y su ager, que coincidirán a nivel territorial, no por casualidad sino por una continuidad histórica. En este caso la base de nuestro estudio ha sido el yacimiento de Costa de la Serra (la Secuita), una residencia fortificada excepcional por su cronología y porque nos está hablando del inicio de la organización del territorio con una primera e incipiente administración romana. Aunque estructuralmente se encuentra muy arrasada, ha aportado una cantidad ingente de cultura material que permite fechar su inicio a la par que el desarrollo de la Tarraco republicana, alrededor del 140-130 a.C. Podría haber sido, más que un puesto de vigilancia, el lugar de alojamiento de un personaje importante que tendría la misión de organizar la explotación agrícola del territorium o el cobro de los correspondientes tributos, entre otros aspectos administrativos. También ha permitido documentar una de las canteras más antiguas de la península ibérica, relacionada con la construcción de este complejo.
Nuestra investigación sigue en curso, y como suele ocurrir en estos casos, son más los interrogantes que las respuestas. Uno de los grandes enigmas es el significado de Cese en las acuñaciones de moneda de este territorio. No hay una posición unánime entre los investigadores, para los que podría tratarse del nombre de una ciudad o bien una mención genérica para definir a todos los cesetanos. Si bien guarda similitud con el término Cissa o Cissis, una ciudad mencionada en las fuentes antiguas y que parece corresponder con El Vilar (Valls), no tienen por qué ser lo mismo. También hay dudas sobre qué centro urbano sería la capital del territorio y si este papel lo ejercía únicamente Tarragona. Su importancia como puerto antiguo, sus grandes dimensiones como centro urbano y el posterior desarrollo como gran ciudad romana podían ser motivos para pensar que la capital cesetana se hallaría bajo la actual ciudad. No obstante, El Vilar también habría podido jugar un papel importante en la organización del territorio, como sugieren las recientes excavaciones del equipo dirigido por Jaume Noguera (Universidad de Barcelona).
Así pues, la investigación en la Cesetania sigue en curso y en los próximos años es seguro que nos va a mostrar más sorpresas y giros de guion.
Notas
[1] Becario predoctoral FPU (FPU21/02409, Ministerio de Universidades).
[2] Proyecto El territori de Cessetània occidental al primer mil·lenni aC: del bronze final a la romanització (CLT009/22/00012). Financiado por la Generalitat de Catalunya, Ayuntamientos de La Secuita, Nulles y Vimbodí i Poblet, Consell Comarcal de la Conca de Barberà, Institut d’Estudis Catalans, Institut Català d’Arqueologia Clàssica, Fundació Privada Mútua, Catalana y Fundación PALARQ.
BIBLIOGRAFÍA
BELARTE, M.C.; CANELA, J.; MORER, J. (2018): Rabassats (Nulles, Alt Camp): una granja a l’antiga Cessetània ibèrica. Guia arqueològica. Tarragona: Ajuntament de Nulles – Institut Català d’Arqueologia Clàssica.
BELARTE, M.C.; CANELA, J.; MORER, J.; CUSCÓ, O.; OCAÑA, M. (2020): “L’establiment rural de l’ibèric ple de Rabassats”. Tribuna d’Arqueologia, 2017-2018, p. 295-313.
CANELA, J.; CORRALES, A.; FABRA, E.; BURGUETE, S. (2022): “La sitja 3 del Vilar (Valls). Resultats preliminars de l’estudi dels materials procedents de les excavacions de 1983”. Auriga. Revista de divulgació del Món Clàssic, 114, p. 29-32.
CANELA, J.; LÓPEZ VILAR, J.; OTERO, N.; CORRALES, A.; ALONSO, L.; BELARTE, M.C. (2022): “La Costa de la Serra: un nucli fortificat romanorepublicà al Camp de Tarragona”. Butlletí Arqueològic, 44, p. 5-42.
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