Lo que esperaba a Alejandro era un territorio con su propia historia, sus propias características y sus propias dinámicas, que ayudaron a conformar la inquieta frontera oriental del poder macedonio y de la cultura griega. Se abrían las tierras del río Indo y un subcontinente complejo y desafiante.
La conformación de la región del Indo hasta 327 a. C.
El primer intento de urbanismo del subcontinente indio queda fuera del rango de este artículo, pero es necesario mencionar que cuando la conocida como Civilización del Indo terminó hacia la mitad del segundo milenio a. C., en la cuenca del Indo se asentarían sociedades rurales que en los siglos siguientes iniciarían un proceso de uniformización arqueológica sobre ciertas zonas que serían, en siglos posteriores y previamente a la llegada de Alejandro, el germen de las satrapías aqueménidas sobre las que se movería el ejército macedonio.
- En la zona norte se aglomeró una cultura arqueológica consistente en unos marcadores cerámicos definidos por superficies bruñidas en rojo así como “loza roja enjabonada” (soapy red ware). Estos ensamblajes aparecen en una serie de valles en torno a futuros escenarios principales del periplo alejandrino: los valles de Peshawar (anexo al Paso del Khyber, puerta al subcontinente), el Valle del Swat y los valles aledaños de Gandara hasta Taxila. Gracias a esta distribución Petrie y Magee han propuesto un área económica integrada.
- La Llanura de Bannu: río abajo y separada del norte por las estribaciones del Salt Range y la llanura de Gomal, en torno al montículo de Akra aparece una cultura arqueológica diferenciada en torno a este yacimiento que muestra un notable parecido con la cultura Yaz de Asia Central, lo que sugiere interacciones desde muy antiguo con el actual sur de Afganistán.
- Zona sur y Maka/Gedrosia: las excavaciones arqueológicas atestiguan un poblamiento escaso, disperso y esporádico, con su propia cultura arqueológica.
En algún momento a mediados del primer milenio a. C. una fuerza externa penetró en la zona y la anexionó a su esfera de influencia: el Imperio Aqueménida. Debido a los huecos que tenemos en la historia persa, no podemos decir el momento exacto en que estas tierras fueron incorporadas al proyecto imperial, y apenas contamos con un conjunto de inscripciones y registros para hacernos una idea de la organización de estos territorios.
La incorporación de algunas satrapías puede retrotraerse a la fundación del imperio, en algún momento de la vida de Ciro el Grande (559-530 a. C.). El siguiente hito fue reflejado por Darío I (522-486 a. C.) en la inscripción trilingüe de Behistun (o Bisotun), en la cual se da cuenta en persa, elamita y babilonio de la grandeza del Gran Rey, de cómo tuvo que lidiar con una rebelión, la venció y de las tierras que se hayan bajo su control en 522 a. C. Entre el listado de tierras que domina encontramos dos regiones del escenario indio de Alejandro: la primera es Paropamisadae (que en las versiones en elamita y babilonio es sustituida por Gandhara), mientras que la segunda es Thatagush. En Behistun se menciona Thatagush como una de las provincias que se rebelaron contra el Gran Rey, y que fue localización de una de las tres grandes batallas que permitieron acabar con ella.
A través del trabajo de arqueólogos, epigrafistas y académicos de múltiples disciplinas se han ido añadiendo piezas a un puzle que emerge de la descripción de las tierras, la división administrativa de estas regiones y las características que tomó el periodo aqueménida, del cual intentaré dar un cuadro coherente con las teorías más reconocidas en la actualidad.
Uno de los estudios más pormenorizados de las tierras del noroeste de Asia Meridional ocupadas por los aqueménidas está perfilado por Cameron Petrie y Peter Magee, arqueólogos que han estudiados estas tierras en el primer milenio a. C. En su esquema, los dominios imperiales se dividían en tres satrapías apoyadas en el curso del Indo, que sería la frontera estable durante el periodo. Estas satrapías, de norte a sur serían las siguientes:
- Gandhara/Gandara: Para Petrie las fronteras de esta satrapías variaron con el tiempo, pero siempre con el eje entre Charsadda (gr. Peucelaiotis/sansc. Pushkalavati a la salida del Paso del Khyber) y Taxila como poblaciones principales. Erastótenes no obstante arguye que el Indo era la frontera del Imperio, y por lo que indicaron los historiadores de Alejandro, hay indicios para pensar que Taxila quedaría en la orilla “libre” del Indo.
- Thatagush/Satagidia: se ha propuesto para esta satrapía la región del río Gomal (región de Jaiber Pastunjuá), así como el área de Multan en el Punjab. Se asocia el yacimiento a Akra, cerca de la actual Bannu como capital de la satrapía.
- Hindush/India: la satrapía más sureña y desconocida tanto documental como arqueológicamente. Ocupó el cauce bajo del Indo y posiblemente partes del actual Baluchistán, compartiendo cultura material con partes del sureste de esa provincia.
Conviene explicar que el debate académico arroja explicaciones dispares debido a la parquedad de los datos, y según la fuente las fronteras pueden moverse. Por ejemplo, mientras hemos explicado el esquema tripartito anterior de Petrie, Bruno Jacobs propuso que Satagidia correspondería a tres subunidades políticas: el área de Taxila al este del Indo, una segunda área alrededor de Cachemira hasta el río Hidaspes/Jhelum y la tercera gobernada por Poro entre el Hidaspes y el Hífasis/Sutlej, englobando en el control aqueménida todos los afluentes del Indo.
Los autores clásicos así como determinadas inscripciones nos dejan ver las relaciones que hubo entre estas satrapías entre sí y con el resto del imperio. Hace unos años Vogelsang estudió las inscripciones conservadas en la estatua de Darío en Susa, en las que aparecen los nombres de las satrapías del imperio en cartuchos egipcios. Gracias a su estudio concluyó que existían unas relaciones cercanas entre Baxtrish/Bactria y Gandhara/Gandara, así como entre Harauvatish/Aracosia y Thatagusgh/Satagidia. Bivar propuso la teoría de que las tierras del Indo fueron conquistadas en varias fases: siendo Gandara y Satagidia anexionadas contemporáneamente a la conquista de Aracosia y Bactria por Ciro el Grande entre 539 y 530 a. C. Pocos años después se produciría el reconocimiento del curso bajo del río por Escílax de Carianda hacia 517 a. C., siendo incorporada la satrapía de India aproximadamente en 515 a. C. Esto se apoya en que la inscripción de Behistun data del inicio del reinado de Darío y no nombra a India, mientras que los cartuchos reales de Susa son más tardíos en su reinado y ya la incluyen.
Más recientemente, Pierfrancesco Callieri ha expuesto una teoría de satrapías jerarquizadas en la que la cabeza regidora de estas regiones había sido Harauvatis/Aracosia, que estaría situada en el actual sur de Afganistán y sería la cabecera administrativa de diversas satrapías surorientales aqueménidas, incluyendo Zdranka/Drangiana (el actual Sistán iraní), Maka/Gedrosia (actual Baluchistán en Irán-Pakistán), y las anteriormente mencionadas satrapías “indias”: Thatagush/Satagidia, Gandara/Gandhara y Hindus/India. La capital de ésta súper satrapía se localizaría en el montículo del Viejo Kandahar, anexo a la actual ciudad afgana. Es por ello congruente que Arriano nos informe no sólo de que Barsaentes era sátrapa de los aracosios y los drangianos (Arriano, Anábasis 3.21.1), sino que además había dirigido en Gaugamela los contingentes de aracosios y de “indios de las montañas” (Arriano, Anábasis 3.8.3-4), siendo natural que huyera entre ellos en el momento en el que Alejandro le persiguió (Arriano, Anábasis 3.25.8).
Así pues, encontramos una delimitación clara en el río Indo, con satrapías vinculadas espacialmente por los sucesivos tramos del río, pero que administrativamente no tendrían relación entre sí, siendo la presencia persa leve y subordinada a la satrapía de Aracosia, centrada en la cuenca del río Helmand en el sur de Afganistán, y con su asiento en el palacio satrapal de Kandahar. Es este mundo el que Alejandro encuentra cuando desciende la cuenca del río Kabul y cruza el Paso del Khyber, verdadero cuello de botella para los ejércitos de toda época entre Asia Central y Meridional.
Campaña de Alejandro en el Indo y búsqueda arqueológica de su paso
Desde que Alexander Cunningham se alzara como el pionero de las excavaciones arqueológicas de diferentes lugares clave para la historia del Asia Meridional, el interés del público siempre se ha agudizado por la posibilidad de encontrar rastros del paso de Alejandro por esas regiones. De manera explícita numerosos exploradores y arqueólogos lo mencionaron en sus trabajos y como norma general la audiencia occidental ha buscado a Alejandro en las publicaciones que trataban el pasado de las regiones índicas.
En las últimas décadas el trabajo académico se ha desarrollado en líneas más modernas, intentando agrandar la base de nuestros conocimientos en las secuencias de cultura material, distribución de yacimientos y contextualización de objetos para darnos una imagen coherente del paisaje arqueológico del periodo del paso de Alejandro, confrontarlo con las fuentes clásicas y agrandar el escenario sobre bases científicas. A lo largo de esta exposición el lector comprobará cómo se ha intentado dilucidar la huella persa en estas tierras, cual fue la esencia de su dominio y si podemos, después de siglo y medio de investigación, señalar hallazgos concretos que señalen un cambio traumático al paso de la hueste macedónica por aquellos parajes.
El periodo aqueménida tardío ha sido objeto de debate entre los académicos pues se enfrentan a unas regiones que apenas muestran los rasgos arqueológicos distintivos de las regiones nucleares del imperio. En diversos lugares de Asia Central e Irán se han encontrado terrazas de tierra apisonada pakhsâ para la celebración de procesiones zoroastrianas, arquitectura palacial y archivos con información administrativa en tabletas de barro cocido como son los casos de Persépolis, Susa o Bactra. Sin embargo, No se ha encontrado la arquitectura monumental vinculada a la administración satrapal ni a la celebración de las grandes ceremonias religiosas zoroástricas en ningún yacimiento de las satrapías índicas.
Para esta región únicamente contamos con la colina del Viejo Kandahar, localidad al sur de Afganistán. En ella sí se encontraron una terraza de pakhsâ, imponentes fortificaciones, formas cerámicas persas y dos fragmentos de tablillas en lenguaje elamita y escritura cuneiforme comparables estilísticamente a los de la Fortaleza de Persépolis. Es por ello que hoy Callieri o Petrie identifican Kandahar con la capital de Harauvatish/Aracosia y esto es relevante ya que tenemos constancia gracias a Arriano de la neutralización por parte de Alejandro de este centro de poder en el inicio de su campaña en Bactria-Sogdiana, algo que junto con la incapacidad de mover grandes ejércitos por Maka/Gedrosia habría mermado la capacidad de reacción de los magnates persa en todo el escenario oriental.
Existen no obstante testigos arqueológicos más humildes que denotan, no una presencia institucional persa, sino una interacción entre las élites de ambos entornos. Son pequeños objetos que poco a poco van apareciendo en los niveles aqueménidas tardíos que incluyen sellos greco-persas con iconografía de inspiración índica, la aparición de las denominadas monedas a buril (punch-marked coins), que muestran la un sistema monetario rudimentario en Taxila basado en el sistema de pesos de los sigloi persas, y en un área más extendida por toda la cuenca del Indo la aparición de formas cerámicas extendidas por todo el mundo persa como los tulip bowls o los carinated bowls, cuyos originales persas son metálicos pero que son localmente emulados en cerámica en un proceso de asimilación de las élites locales.
Esta ausencia de los grandes marcadores políticos y de dominación institucional, explícitos en el corazón del Imperio, está acompañada por la aparición gradual de pequeños objetos cotidianos ha hecho plantear a los investigadores una estrategia persa de control del territorio en la que el día a día estaría gestionado por unas unidades políticas locales interpretadas por agentes como Abisares de Charsadda, quizás Taxiles en Taxila y también mecanismos que no nos han sido descritos por los historiadores de Alejandro para esas tierras tribales. La ausencia de oficiales persas para la zona del Indo refleja un control indirecto de unidades políticas preexistentes que ya se hallaban sumidas en su propio juego de rivalidades, y donde la llegada del ejército macedonio supuso un acicate para un gobernante especialmente activo: Taxiles abrió la puerta a la acción en un nuevo escenario, primero entre los afluentes del Indo y después en su bajada al mar.
Para poder explicar los factores específicos de la campaña de Alejandro en tierras índicas es necesario establecer un esquema mínimo de su campaña: Barsaentes, sátrapa de Aracosia huyó a tierras de sus subordinados orientales, pero éstos lo entregaron. Más adelante Taxiles, gobernante homónimo de Taxila más allá del Paso del Khyber, envió regalos a Alejandro como gesto de sumisión y para solicitarle ayuda contra un enemigo: el reino de Poro más allá del río Hydaspes. Tras formalizar su alianza, se enfrentó a Poro a orillas del río y tras vencerlo estableció una sorpresiva alianza basada en la buena sintonía personal, para continuar por el Uttarapatha, el Camino del Norte que desde tiempo inmemorial recorre el norte del subcontinente entre el Paso del Khyber y el Golfo de Bengala. Atravesó los afluentes del Indo enfrentando asedios, tribus y reyes en una campaña brutal hasta que el ejército, agotado a las orillas del Hifasis, último afluente antes del Ganges, se amotinó obligando a Alejandro a modificar sus planes, que creó una flota para descender el Indo y regresar a sus bases en Babilonia. Se inició una segunda campaña, más brutal y destructiva si cabe y cuyos máximas víctimas fueron los malios como comunidad y los brahmanes como grupo humano. El rey de Patala en el delta del Indo al tener noticia de las tácticas macedonias quedó tan petrificado por semejante ola de violencia que se sometió sin luchar, dándole una base a Alejandro para ordenar la vuelta a casa, en principio por la costa de Gedrosia y más tarde por el interior con un coste terrible de vidas humanas.
Esta campaña ha sido muy estudiada desde la Antigüedad y de ella sobresale en primer lugar la extraordinaria vitalidad de los reyes de la cuenca índica, quienes contando con la experiencia previa de su autonomía local y una vez desaparecido el control persa ejercido desde Aracosia, han tenido tiempo de reorganizarse, siendo tomado Alejandro como juez y parte de un laberinto de rivalidades preexistentes que el abandono persa había dejado macerar. En la zona de Swat el rey Taxiles de Taxila se alza como el gran ganador de estas rivalidades, pues anula a Abisares de Charsadda como interlocutor principal con Alejandro, y consigue que su enemigo Poro sea neutralizado. Conviene recordar que las tribus y confederaciones quedaron en general sujetas a la agresión de los ejércitos macedonios, haciendo de la condición regia una ventaja cualitativa para acceder a las audiencias de Alejandro. Los sátrapas de Alejandro quedan subsumidos en este juego posteriormente a la muerte del monarca macedonio. Como ejemplo, el sátrapa del curso superior del Indo, Eudamo, conquistó Taxila y asesinó a Poro a pesar de haber sido el monarca índico reconocido por Antípatro. En todo momento la zona ofreció un ambiente de conflicto crónico.
Destaca en esta campaña en segundo lugar la ola de violencia y el nivel de destrucción con que se llevó a cabo. Albert Brian Bosworth hizo un estudio pormenorizado en su obra Alexander in the East advirtiendo que incluso para la época y sin caer en presentismos, la campaña contra los Malavas/Malios fue excesiva, e impulsó a un estupor que sojuzgó a las tribus vecinas y al rey de Patala. Hay que entender este comportamiento de Alejandro, de sus generales y del conjunto de la tropa como el final de un proceso comenzado en el río Politimeto unos años antes. Durante la campaña de Sogdiana se vieron abocados a enfrentar una campaña en la que no existieron grandes batallas decisorias, sino una ocupación precaria y traicionera entre población hostil con aliados escitas, con frecuentes traiciones y asesinato de las guarniciones macedónicas. Esta tensión creciente puede explicar que la expedición hasta el Hífasis encontrara cada vez más reticencia al encontrar la tropa paralelismos en sus campañas contra las comunidades tribales de Gandhara y, por ello, su estado de ánimo se exacerbó hasta la parálisis y el motín al conocer que, pasado el sistema fluvial del Indo, no hacía sino esperarles aún más tierras, más pueblos y enemigos poderosos.
Este patrón de comportamiento se intensificó en la campaña de los asacenos, con los asaltos a fortalezas como Aornos y las luchas contra los cateos de Sangala. Se lucha contra los resistentes pero también, cada vez más aparecen informes de ataques a civiles y refugiados. Para cuando se emprende la campaña contra los malios, se informa de una ola de refugiados que huye a la capital pero que es atacada salvajemente por los macedonios. Cuando Alejandro fue herido asaltando la capital malia podemos comprobar que el estado de ánimo está tan deteriorado que quedó inmortalizado en la crónica de Arriano:
“Empezó a difundirse por el campamento (campamento que él abandonara al lanzarse al ataque contra los malios) un primer rumor de que había perecido a causa de las heridas recibidas. Al ir pasando de unos a otros este rumor, todo el ejército gemía por lo ocurrido; a los gemidos sucedieron el desánimo y la desesperación ante la falta de un único caudillo para el ejército (ya que eran varios los que por igual tenían categoría para ello en el futuro; valoración en la que habían coincidido Alejandro y los propios macedonios). Veían como cosa incierta el regreso a casa sanos y salvos, rodeados como se hallaban ahora por tantos pueblos belicosos que les cerraban el paso, de los cuales, unos aún no les estaban sometidos, es más, parecían dispuestos a luchar bravamente por defender su libertad; y otros, a buen seguro, en seguida se sublevarían, al desaparecer con Alejandro el miedo que éste provocaba en ellos. Aún más, creían que se hallaban ahora en medio de ríos infranqueables, y en suma, sin Alejandro todo se les hacía dificultades insolubles e irremediables” (Arr. VI.12.1-2).
Podemos ver en este testimonio a unos veteranos traumatizados. Ya no son los vencedores de Issos, Gaugamela o incluso Tiro. Para ellos la experiencia inmediata son las privaciones de Sogdiana, más la subyugación de tribus de aspasios, gureos y asacenos en las estribaciones del Himalaya, y no han podido sobreponerse al terror de adentrarse aún más en lo desconocido en el Hífasis. Soldados como éstos tienen miedo a desaparecer entre poblaciones hostiles, análogos a aquellos que se rebelarán dos veces en Bactria (una de ellas en vida de Alejandro). Este pensamiento debió permear a los mandos, pues aunque tenemos noticias de sus rencillas, la subyugación de la población local no formó parte de las mismas. El martillo que cae sobre los malios es un ejército que no duda en utilizar tácticas de terror para asegurar su supervivencia. Las tácticas refinadas en campos de batalla, la movilidad contra los escitas de la estepa y las tribus montañesas, la coordinación anfibia… Todo es utilizado contra la población malia en sus asentamientos, y contra la masa de refugiados que afluyó a la capital. La carnicería desatada en la ciudad es la liberación de un terror primario macerado durante largo tiempo que estalla en ese momento y es expresado en voz alta en la circunstancia excepcional de la convalecencia del monarca, única esperanza de retorno seguro. Esta descarga emocional constituye el verdadero fin de la campaña en tierras del Indo y refleja a un ejército que ha vencido la campaña pero en cierta manera, está quebrado por dentro.
Acabada la contienda, la Historia siguió su curso y a principios del s. XIX comenzó la exploración de la zona, con la búsqueda de las huellas de Alejandro y su impacto en el área como interés principal. Comenzó una era de exploradores y aventureros: los generales europeos al servicio de Ranjit Singh, el León del Punjab y emperador Sij amasaron grandes colecciones numismáticas de monedas griegas, y exploradores como Charles Masson o Alexander Burnes dieron a conocer sus hallazgos en los antiguos dominios de Alejandro y sus sucesores con verdadero éxito de venta. Ya en 1860 se fundó el Archaeological Survey of India y Alexander Cunningham, su director, excavó los principales yacimientos del norte del subcontinente localizando yacimientos emblemáticos como Taxila, o la capital Maurya en Pataliputra/Patna. Hoy equipos multidisciplinares y multinacionales han acumulado un acervo sobre el periodo que nos permite contestar la pregunta: ¿Dejó el ejército macedonio pruebas de su paso por estos lugares? ¿Es posible ver en algún yacimiento la destrucción de ciudades, el establecimiento de colonias griegas?
La arqueología aqueménida tardía ha permitido dilucidar una región con características propias, donde hay grandes pervivencias de cultura material preaqueménida y la irradiación difusa de materiales no monumentales. La “arqueología de Alejandro” se encaró en los primeros tiempos con una perspectiva colonialista, donde la empresa civilizadora que la flamante cultura griega impondría sobre sus nuevos súbditos griegos transformaría las ciudades locales en colonias de traza rectilínea helenística, con su arquitectura monumental y sus estatuas, sus formas cerámicas y en general una cultura material idéntica a las ciudades griegas de las riberas del Mediterráneo helenístico. La primera dificultad fue atestiguar que era muy difícil establecer el emplazamiento concreto de colonias, ciudades del periplo o batallas. El régimen de monzones, el aprovechamiento agropecuario y el ritmo erosivo de los cauces de los ríos hacen que sea complicado establecer los lugares exactos de la Batalla del Hydaspes o la localización de colonias como Nicea o Alejandría Bucéfala. A lo largo del tiempo se han propuesto diversas localizaciones posibles, pero no universalmente aceptadas.
Esto ha dejado unas pocas localizaciones del periplo alejandrino identificadas con seguridad. Diversas campañas arqueológicas han conseguido acceder a los niveles adecuados en, al menos, tres yacimientos: Charsadda en el valle de Peshawar, Taxila y Barikot en el Punjab. Son todas poblaciones muy cercanas al Paso del Khyber, al inicio de la campaña alejandrina.
Charsadda es la más cercana al Khyber y se asentaba en la confluencia de los ríos Kabul y Swat. En la tradición clásica era el asiento de poder de Astis, recibiendo el nombre sánscrito de Pushkalavati “la ciudad del Loto”, trascrita al griego como Peucelaiotis. En ella el monarca resistirá un asedio de Hefestión durante un mes hasta ser capturada. Fue excavada en los años cuarenta por Amalananda Ghosh y en los años sesenta por Mortimer Wheeler, hallando en el montículo denominada Bala Hissar (Fortín Elevado) la secuencia arqueológica de la ciudad e identificando una trinchera como parte del dispositivo de asedio de Hefestión, pero análisis recientes han datado su relleno entre los años 790 y 380 a. C., mucho antes de su llegada. La cultura material no cambió con los griegos, con los cuencos tulip bowl aqueménidas perpetuándose en el tiempo y complicando identificar cambios. Aparecieron las llamadas “damas barrocas”, formas femeninas helenizadas pero muy posteriores al periodo de la expedición.
Taxila, asentada en la orilla oriental del Indo, era asiento de poder de su principal aliado en la zona, primero el rey homónimo Taxiles, y ya iniciada la campaña, de su hijo Ambhi. Como tal, era en principio una ciudad idónea para comprobar el paso y los cambios provocados por Alejandro, y fue excavada por pesos pesados de diferentes generaciones como Alexander Cunningham en el s. XIX o Mortimer Wheeler en el s. XX. Wheeler identificó una ciudad griega de 56 hectáreas defendida por una muralla de piedra y ladrillo en la colina de Sirkap. Lamentablemente para los detectives de la ruta alejandrina, los restos hoy están firmemente datados un par de siglos después y la mayoría pertenecen al periodo Saka-Parto de los primeros siglos de la era cristiana.
Barikot, en el valle del Swat, se corresponde con Bacira (del sánscrito Vajirasthana “la fortaleza del rayo”), asaltada por Alejandro como plaza fuerte de los asacenos en el otoño del año 327 a. C. Arriano (Anábasis IV.28.4) nos indica que “amuralló la ciudad de Bacira” al ser un importante nudo económico en el valle del río Swat. Desde los años 90 ha sido excavada pormenorizadamente por equipos arqueológicos italianos dirigidos por Pierfrancesco Callieri y actualmente por Luca Maria Olivieri. Estas campañas han rebelado unos trabajos de fortificación de la polis consistentes en una estructura de tierra apisonada sobre la que se construyó la muralla defensiva griega, la cual protegía una acrópolis y una ciudad baja. Esta muralla estaba además realzada cada 100 pies áticos (28 metros) por bastiones rectangulares. A los pies de la muralla había un pequeño foso que sirvió para enterrar a una mujer joven con un perro. Todos estos elementos han podido ser datados para señalar no la época de Alejandro, sino una reordenación urbana entorno al año 150 a. C., cuando la inseguridad provocada por la pérdida de Bactria a los nómadas forzó a reyes indogriegos muy posteriores a Alejandro una masiva fortificación de Barikot para proteger el nodo comercial de Charsadda.
Para añadir sal a la herida, las fuentes originarias del subcontinente indio estuvieron concentradas en ese periodo en la caída del Imperio Nanda, asentado en la región de Magadha y situada en la cuenca media del río Ganges. En época de Alejandro este imperio sufriría un colapso que llevaría a que dos personalidades gigantes de la historia de Asia Meridional creasen el Imperio Maurya. Sería a este proceso y a estas personalidades, Chandragupta Maurya y su canciller Chanakya a quienes dedicasen toda su atención. Si las fuentes clásicas (Estrabón, Arriano, Plutarco, Justino o Apiano) dieron detalles acerca de Chandragupta, aunque fuesen contradictorios o tardíos, el silencio de las fuentes índicas es atronador. El monarca macedonio habría arañado dolorosamente la superficie del basto subcontinente pero no habría conmovido a su corazón.
Han pasado 150 años desde que las primeras excavaciones empezaron a aportar datos para confirmar o desmentir la huella del trastorno, del cataclismo que supuso en tierras del Indo el paso de los macedonios. Descartados aquellos yacimientos que generan dudas en la atribución de estaciones concretas de acontecimientos narrados en las fuentes clásicas, aquellos que ha podido ser identificados más allá de cualquier tipo de duda insisten en no ofrecer ninguna prueba contemporánea una vez sometida a un escrutinio metodológico. Como atestiguó Cameron Petrie: “Si la evidencia de ocupaciones atribuibles al periodo aqueménida no es particularmente rica […], la evidencia del paso de Alejandro es virtualmente inexistente”. Y sin embargo Pierfrancesco Callieri en un reciente artículo de 2023 nos recuerda que aún puede haber sorpresas, como cuando en 2016 fue excavada en Barikot una cerámica de lujo típica del Imperio Aqueménida, así como cerámicas índicas de lujo nunca documentadas hasta la fecha, añadiendo una pieza más a la escena.
El camino recorrido por Alejandro y sus soldados fue tortuoso y lleno de conflictos. De una manera similar, los estudiosos de su rastro enfrentan un itinerario particularmente difícil, y como antes hicieran los cronistas del monarca nos han destapado un mundo rico y complejo en sí mismo que merece la pena ser explorado. Encontrar una prueba inequívoca de su rastro les permitiría cerrar el círculo y llegar a su ansiada Babilonia.
Bibliografía básica
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Callieri, P. (2023): The Southeaster Regions of the Persian Empire on the Indo-Iranian Frontier. Arachosia, Drangiana, Gedrosia, Sattagydia, Gandhara, and India. En Radner, K., Moeller, N., Potts, D. T. (eds.): The Oxford History of the Ancient Near East. Volume V: The Age of Persia. Oxford. Oxford University Press., pp.837-886.
Fauconnier, B. (2015): Ex Occidente Imperium. Alexander the Great and the rise of the Maurya Empire. En: Histos 9, pp. 120-173.
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Sánchez Hernández, J. P. (2019): Oriente y Occidente en la Antigüedad clásica. Madrid: Síntesis.
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