Gladiator II peplum cine de romanos

Combate de gladiadores en Gladiator II de Ridley Scott, más péplum que auténtico «cine de romanos».

Desde que a los catorce años vi en un cine de mi ciudad en pantalla grande Espartaco de Stanley Kubrick mi corazón se enamoró para siempre de la antigua Roma y del cine de romanos. Desde entonces han sido innumerables las películas de este género que han contemplado mis ojos. He disfrutado con las grandes obras maestras como Ben-Hur, el ya citado Espartaco, La caída del Imperio romano e incluso la Gladiator original, a las que yo le pongo la etiqueta de verdadero “cine de romanos”, dotadas de buenos guiones, actuaciones sobresalientes y un sentido épico que aún permanece en la memoria de los espectadores a pesar de los años transcurridos desde su realización. También he visto gran parte (imposible verlas todas) de la pléyade de producciones en serie italianas de los años 60 que la crítica especializada denomina péplum, cintas destinadas al consumo de cines de barrio en sesión doble, en las que el forzudo de turno se esforzaba en derrocar a un odioso tirano que tenía al pueblo sojuzgado a menudo en lugares más fantásticos que históricos. En ellas el público gozaba con las escenas de acción, a veces no muy conseguidas según nuestros actuales parámetros, que se sucedían a lo largo de la proyección: batallas, incendios, terremotos, luchas en el anfiteatro contra animales, naumaquias de baratillo…

Al ver ahora Gladiator II compruebo con desilusión que está más cerca del péplum que de las obras maestras del “cine de romanos”. Noto la falta de aliento épico debida a un guión flojo y muy previsible, un protagonista que, en mi opinion, carece del carisma necesario para liderar una buena revuelta, una trama política elemental, un deseo de vivir de rentas de su predecesora con constantes guiños a la misma, y un tono excesivo en sus espectáculos que casi roza la parodia, con el añadido de unos villanos, los emperadores, más cercanos al tirano lunático del péplum que a la hondura psicológica de Cómodo en la cinta original. La apuesta por la fantasía en algunas luchas tampoco ayuda a ofrecer una cierta credibilidad al conjunto. Todo ello la convierte en una película sin ambiciones, pasablemente entretenida, y que no pasará al grupo de grandes cintas del cine de romanos.

Desde luego no entro a discutir las inexactitudes históricas ni que los espectáculos del anfiteatro que muestra la película no tengan prácticamente nada que ver con los que realmente tuvieron lugar en el Coliseo. Los gladiadores jamás aparecen con la tipología histórica que conocemos bien y además “están pluriempleados”: los gladiadores de la antigua Roma no luchaban contra animales (eso lo hacían los cazadores, en latín venatores), ni combatían en naumaquias (para eso estaban los prisioneros de guerra y los condenados). Todo ello puede ser asumido como licencias artísticas, aunque se haya perdido la oportunidad de mostrar una Roma algo más “histórica”. La película original estaba igualmente llena de errores históricos, como también el Espartaco de Kubrick y La caída del Imperio romano, e incluso las luchas mostradas en la arena eran más fantasía que realidad, aunque eso sí, no llegaban al exceso de la cinta que nos ocupa. Y sin embargo Gladiator es una película épica y disfrutable por su calidad cinematográfica, cosa que no puedo decir de Gladiator II.

Por otro lado, me he llevado la ¿sorpresa? de que a muchos de mis alumnos adolescentes les ha encantado y han disfrutado con los excesos de la película e incluso, y esto sí que es más preocupante, se la han creído como verdad histórica. He tenido que recordarles que una cosa es la ficción cinematográfica (que muy bien si les ha gustado la peli), pero otra muy distinta es la historia; para conocer esta última y los verdaderos entresijos políticos del momento junto con lo que realmente podía uno contemplar en la arena del Coliseo hay que leer ese objeto, a veces extraño para ellos, que es un libro de historia (y que esté bien documentado, por supuesto).

Gladiator 2 pascal batalla

Regla n.º 1 de todo buen péplum según Duccio Tessari: comienza siempre por una escena de violencia.

¿Por qué puede ser, entonces, atractiva para algunos Gladiator II? Por algo muy sencillo: ofrece espectáculo y sangre a raudales. Como dice Pedro Luis Cano en su libro El cine de romanos, los productores son una suerte de emperadores modernos que ofrecen a su público un gran espectáculo para complacerlo y divertirlo. El alma del cine de romanos es el munus, nombre técnico en latín para el espectáculo ofrecido a las masas, o más bien una sucesión de munera (plural latino de munus) que pretenden asombrar al público y encandilarlo sin darle tregua. En nuestro caso Scott, que había montado un excelente munus con la Gladiator original, se ve obligado a ir más allá y a acumular excesos, en su deseo, como los antiguos emperadores, de ofrecer cada vez algo más extraordinario e impactante que lo exhibido por sus predecesores.

El director Duccio Tessari, artesano de muchos pepla, había establecido una serie de reglas para rodar este tipo de películas. La primera era: “comienza siempre por una escena de violencia”. Gladiator II cumple este requisito presentando una espectacular batalla inicial con un asalto desde el mar a una ciudad inventada. La quinta regla parece haberla seguido Scott al pie de la letra: “no dejar al público preguntarse por qué ha sucedido algo”, es decir, enlazar espectáculo tras espectáculo, unida a la sexta: “utiliza animales salvajes: leopardos, leones, elefantes”. De acuerdo con ello contemplamos atónitos, tanto por ser inesperados y desde luego muy improbables, los siguientes munera de la cinta: una lucha con unos salvajes babuinos, el típico combate contra un adversario inicialmente superior en el contexto de un depravado banquete que no falta nunca en numerosos títulos del péplum italiano, la más que exagerada secuencia del enfrentamiento del protagonista y sus compañeros contra un gladiador montado en un rinoceronte (los gladiadores no interaccionaban en la antigua Roma con animales y los rinocerontes sí aparecieron en la arena, pero nunca para ser montados) o la apoteósica naumaquia, una de las mejores escenas de acción de la película, que jamás pudo tener lugar en el 200 d. C. puesto que el Coliseo ya contaba con subterráneos que no permitían inundar la arena. Si hubieran cambiado los tiburones por cocodrilos, que por cierto aparecen en la naumaquia de la reciente serie Those about to Die, quizá hubiera sido más creíble. Y todo ello aderezado con mucha sangre y sección de miembros y cabezas, como si Scott hubiera leído la novena regla del péplum: “usa siempre mucho humo y fuego: un brasero, una tienda en llamas, una lanza encendida valen más que cualquier diálogo”.

En definitiva, volviendo al titular de estas reflexiones, me temo que Gladiator II es más un regreso al péplum de entretenimiento instrascendente que un nuevo revival del cine de romanos. Parafraseando la sentencia más popular de la cinta: “esta película no tendrá su eco en la eternidad”.

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