Paul Mescal, Jano en Gladiator II (2024), y Russel Crow, Máximo en Gladiator (2000).

Paul Mescal, Jano en Gladiator II (2024), y Russel Crow, Máximo en Gladiator (2000).

Pero esa sensación más bien positiva dura un suspiro. Sería perdurable si Gladiator, la original, no hubiera existido. Pero es que Gladiator del allí inmenso Russell Crowe existe, y es en este contexto donde te das cuenta de que Gladiator II no es en realidad una secuela. Es casi –o sin el casi– un remake en comparación torpe, que repite una y otra vez frases, imágenes, escenas completas, la base incluso de la trama argumental, … y siempre, o casi siempre, empeorando su prototipo.

⚠️ Aviso a navegantes. Spoilers desde ya mismo⚠️

Es una película cuyos títulos iniciales invocan la nostalgia por el original, y que solo eriza los vellos de la nuca cuando, en dos o tres ocasiones intercaladas, reproduce imágenes de Crowe con compases de la emocionante y épica banda sonora original de Hans Zimmer, que la composición actual intenta rememorar, con oficio pero sin alma. Una película cuyo protagonista, Lucio Vero/Paul Mescal, el educado en Numidia Hannon (aquí Jano, sic), tiene el rostro y el carisma de un honrado granjero del medio oeste americano. El papel le viene enorme, y cualquier comparación le hace mucho daño. Y por ahí, cinematográficamente, comienza a hacer aguas la película. Por un grave error de casting.

Críticas y comentarios vienen centrándose en su verosimilitud histórica, en los «errores» o no. Pero para mí que este es un tema secundario. Esto es cine. Cierto, la trama histórica está grosera (y además innecesariamente) distorsionada. Cierto que ya en los primeros minutos esa «carga naval» (quizá vagamente inspirada en el asedio de Tiro por Alejandro) empotrando los espolones de la escuadra contra las rocas y las murallas lleva a menear la cabeza con pena. Cierto que los defensores de esa irredenta ciudad númida (en realidad para el 200 d.C todo el norte de Africa era, por supuesto, territorio romano desde hacía casi dos siglos) llevan un popurrí de equipo militar de distintas épocas equivalente a que en Salvar al soldado Ryan algunos infantes americanos llevaran tricornio, cascacón y mosquete, alguno cota de malla y alabarda, y por fin otros cascos de kevlar y fusiles anti-dron, mientras que los alemanes respondieran con cañones de 10.5 cm, piezas Griveaubal de a 12 y algún mosquete de horquilla.

A partir de aquí se puede destripar todo: que si un rinoceronte montado a caballito, que si la relación Caracalla-Geta no cuadra… que si Macrino llegó a emperador… A este que escribe le resulta particularmente irritante la obsesión casi maniática de Ridley Scott con poner muchas, luego más, y por fin aún más banderas y estandartes, de todo tipo, pelaje y cronología –tanto da, mientras sean rojos y dorados– a razón de una bandera por cada cinco o seis soldados. En eso es tan inintencionalmente cómica la escena de la (no)batalla final como su equivalente en el patético Waterloo de Napoleón. Recuerda inevitablemente al Sheldon Cooper de Big Bang Theory con su «fun with flags».

Pero es que desde mi punto de vista la cuestión no es la exactitud o al menos verosimilitud, que para muchos es relevante. Aunque su ausencia sin duda ayuda al desencanto porque no hubiera costado hacer las cosas mejor en este sentido. La cosa es discernir al menos si la película funciona, al menos, como cine, si aporta algo, si tiene imágenes memorables que quedarán para siempre en la retina de sus espectadores e incluso en la Historia del Cine. Como por ejemplo en Gladiator la mano robusta que acaricia las espigas de cereal al sol de Emerita Augusta (¡Trujillo en la versión inglesa!); o el combatiente que, agachado, toma, huele y desgrana un puñado de tierra, no solo para asegurar el buen agarre de la espada, sino simbolizando mucho más. Ambas escenas aparecen de nuevo en Gladiator II, directamente tomadas de la original, para enlazar una con otra emocional y argumentalmente. Pero también son prueba de la impotencia creativa de la nueva versión, que no ha sabido crear ninguna imagen igualmente poderosa.

Gladiator II sin duda es competente, y tiene secuencias de acción, o de diálogo, excelentes (faltaría más, con ese equipazo), pero el conjunto solo hace añorar la Gladiator original y única. Veámoslo.

¿No habíamos visto ya esto?

Se puede seguir el remake casi bloque por bloque. La película madre y maestra (a su vez inspirada en, pero no servil de, La caída del Imperio Romano) comienza por esa espectacular batalla en Germania, ahistórica y tácticamente errónea con sus flechas de fuego y cargas de caballería al galope por medio del bosque, que casi le cuesta la nariz a Russell Crowe; pero aun así gran cine épico y un gran salto sobre otras visualizaciones de batallas romanas. Su equivalente directo, buscando mayor espectacularidad (pero sin impresionar, porque ya hemos visto la vieja Ben-Hur), nos cuenta el asalto naval a la ciudad africana defendida con trebuchets medievales. E insertos en esas escenas, comparamos el espléndido discurso de Máximo, que ha dejado alguna de esas frases icónicas: «si os veis cabalgando a la luz del sol…», «lo que hacemos en vida, resuena en la eternidad…» , con la anémica arenga de Jano en el adarve de la muralla.

Russel Crow en la escena de la batalla inicial de Gladiator (2000), Pedro Pascal, Acacio, en la batalla inicial de Gladiator II (2024).

Donde en Gladiator tenemos la polvorienta ciudad –y anfiteatro secundario– de Zuchabar, ahora tenemos la igualmente polvorienta y en apariencia africana ciudad –y anfiteatro secundario– de Anzio. Las escenas del traslado de esclavos y la selección, las tomas de los carros de transporte… son casi idénticas. Pero eso sí, entre el primer y terrible combate de pares encadenados de gladiadores de la primera película, y la casi cómica aparición de esos babuinos pelones y hormonados digitales de la segunda, hay un abismo. Por cierto, que la escena en la que Crowe, como dimachairaeus, corta con doble tajo de espadas la cabeza de su rival, Scott la traslada ahora, casi idéntica, a un combate ulterior en la película.

Y desde aquí podríamos seguir en lo general y en el detalle: la batalla de Zama original deriva ahora en la naumachia de Salamina (uno de los aciertos cinematográficos de la película, con tiburones o sin ellos). El combate singular con el campeón retirado y los tigres es ahora con un rinoceronte montado… se busca y se consigue, en parte, más espectáculo, ¡más todavía!. Pero no hay ningún hallazgo realmente nuevo. Y en los detalles sutiles está el constante autoplagio: en el original Máximo se dirige a sus hombres, cuyo respeto se ha ganado, mientras esperan a un enemigo desconocido en la arena; y una voz en off responde «yo combatí contigo en Vindobona»; la misma alocución se repite ahora, torpemente, y uno de los gladiadores decide ignorar a Jano y enfrentarse solo al rinoceronte montado.

Y podemos sumar y seguir, en secuencias completas, como las visitas nocturnas de Lucila/Connie Nilssen a Graco/Derek Jacobi para conspirar, o a Máximo/Crowe al ludus gladiatorio… y en todas ellas añoramos el original. Y también en breves escenas, como el ascenso al trote del héroe por la rampa que lleva hacia la luz deslumbrante de la arena que penetra por el arco del Coliseo; o las salidas del gladiador victorioso, aclamado por sus compañeros, por las mujeres e incluso los soldados-carceleros, mucho más emotiva y mejor rodada en el original.

Tu cara me suena

Y lo mismo ocurre en elementos clave de la trama, aunque a la postre en ambas versiones sean ineficaces en el desenlace, como las tropas acantonadas en Ostia que no llegan a intervenir de verdad en ninguna; e incluso la breve alusión –en ambas– sobre si las tropas serán fieles en su golpe de estado a Máximo o Acacio. Los paralelos, en el todo y en los detalles, son tantos y tan precisos, que llega a dar pena.

De hecho, cuando el remake se aparta de su prototipo, roza a veces lo ridículo, como en el mal resuelto intento de conclusión mediante combate singular final entre Macrino y Jano/Lucio –con revolcón acuático incluido– más viejo que el TBO e increíble en su conclusión.

Si a este dejá vu constante se añaden los problemas de fuerza, de carisma de los personajes, se consuma el fracaso. En el original, Cómodo/J. Phoenix es un personaje casi tan potente como Máximo, por su rabia y pena por ser el hijo preterido, su amor por su hermana… Phoenix supo componer un personaje al que se podía comprender, incluso en cierto modo empatizar con él, aunque le odiáramos; en cambio, el tándem Geta-Caralalla no es solo una caricatura que roza lo ridículo, es que son personajes por completo planos. Solo Macrino/Denzel Washington da un contrapunto adecuado a la fuerza original de Próximo/Oliver Reed; y no desentona como entrenador/Lanista Viggo/Lior Raz, aunque cada vez que aparece se nos aparece en su papel como el agente/soldado israelí Doron en Fauda.

Lo que la secuela/remake no consigue nunca es despertar emociones entre toda la gama posible del público target –esa Lucila/Nielssen atormentada por su hijo y por su vida ante la sombra de Cómodo/Phoenix no tiene ahora ninguna subtrama ni remotamente tan angustiosa; incluso los intentos de mayor expresividad de Connie Nielsen resultan ahora menos creíbles que la contención hierática pero tremendamente eficaz de la primera película.

Joseph Quinn como Geta en Gladiator II (2024) y el perturbador Joaquin Phoenix como Cómodo en Gladiator (2000).

En cierto modo, el papel de Máximo/Crowe se desdobla ahora en dos: el general carismático, noble y valiente Acacio/Pedro Pascal es quien quiere recuperar una Roma soñada, mientras que Jano/Mescal solo busca venganza. Y esta separación de roles debilita en buena medida la complejidad de la motivación de los personajes; y desde luego Acacio/Pascal «se come» a Jano/Mescal en todas y cada una de las escenas. Echamos de menos, por fin, a un Quinto/Tomás Arana, el pretoriano superviviente nato en Gladiator, o una escena como aquella… «Me llamo Máximo Decimo Meridio, general de los ejércitos…». Por supuesto, uno de los dos –Acacio– ha de morir y el otro vivir, aunque la escena de ejecución/asesinato en la arena, uno sí y otro no, resulta risible.

En conjunto, cada una de las veces que aparece el rostro de Russell Crowe, eclipsa al reparto actual. Pero lo hace de manera tan forzada que es como si el director quisiera no solo reforzar el hilo argumental, sino sobre todo fomentar la nostalgia del espectador, en una búsqueda de captatio benevolentiae.

Gladiator es tan poco fiel a la historia, en la trama y en los detalles, como su remake disfrazado de secuela, pero se le perdona casi todo porque es una gran película, ya una de las grandes de la Historia del Cine. Gladiator tiene carácter, personajes potentes –principales y secundarios– grandes imágenes y frases… Gladiator II no tiene una sola frase memorable, «¡Fuerza y Honor!», «¡Lo que hacemos aquí tiene su eco…!» son parasitadas con descaro ante una grave sequía de nuevas ideas.

En conjunto, Gladiator II es una película tan competente como perfectamente olvidable; creo que su principal valor es que impulsa a coger el viejo DVD y volver a visionar una vez más, y van…. la película original que Ridley Scott ha autoplagiado.

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