El desafío a los viejos presupuestos y lugares comunes de la historiografía en relación con la conquista romana —en buena medida heredados del tratamiento que los propios antiguos hicieron de los hechos en sus crónicas— bebe también de una importante renovación teórica en el ámbito de los estudios sobre el conflicto y la asunción de que este es una realidad compleja que trasciende los episodios armados [2]. Para calibrar su verdadero impacto en las sociedades pasadas es preciso desarrollar análisis que permitan documentar cambios y continuidades a larga duración, lo que requiere implementar múltiples enfoques analíticos.
De acuerdo con estos principios y en el marco de la iniciativa de investigación Romanarmy.eu, el proyecto Warscapes inició su andadura en 2017, con el cometido de estudiar las transformaciones experimentadas por las comunidades humanas que habitaban la pequeña comarca de Sasamón (Burgos) entre finales de la Edad del Hierro y el periodo romano (Ss. IV a. C. – IV d. C.).
Sasamón y los turmogos
Sasamón es hoy un recoleto pueblo que, desde una colina de suave pendiente, domina la amplia llanura cerealista regada por el río Brullés. Dos mil años atrás, este mismo solar lo ocupaba una pequeña ciudad romana cuyo nombre, Segisamo, nos transmiten las escasas fuentes epigráficas y documentales que a ella aluden [3]. Las evidencias arqueológicas permiten datar su fundación en las últimas décadas del siglo I a. C., durante el reinado del emperador Augusto. De los niveles más antiguos de la ciudad proceden asimismo artefactos tanto de tradición itálica —que evidencian nuevos modelos vitales— como indígena —indicativos de la procedencia local de la mayor parte de la población—.
Sin embargo, Segisamo fue un núcleo urbano de nueva planta y no se desarrolló sobre un poblado prerromano, como sí ocurre con la vecina Dessobriga (Osorno-Melgar de Fernamental) [4]. La arqueología confirma que, durante los siglos que antecedieron a la llegada de Roma, el epicentro de la actividad humana en la comarca se localizaba en el próximo Cerro Castarreño, un páramo calcáreo de 23 ha de extensión situado a unos 2 km al sur de Sasamón. Aquí se emplazó un gran castro u oppidum que evidencia el proceso de jerarquización política y centralización socioeconómica que vivieron las comunidades que habitaban el valle del Duero durante la Edad del Hierro Tardía (Siglos V-I a. C.) [5].
De acuerdo con las fuentes de que disponemos, el Cerro Castarreño fue uno de los principales asentamientos de los Turmogi, un grupo humano del que apenas sabemos nada si lo comparamos con pueblos vecinos como los celtíberos, cántabros, vacceos o astures. Los cronistas y geógrafos antiguos como Plinio el Viejo o Ptolomeo consideraron oportuna su diferenciación étnica, pero discrepan sobre su nombre —Turmogi, Turmogidi, Mubogoi— o los núcleos que lo integraban. Nada sabemos tampoco sobre los usos y costumbres de esta sociedad, salvo su aparente similitud con tribus mucho más extendidas del valle del Duero como los vacceos.
De acuerdo con el relato del historiador Floro sobre las guerras cántabro-astures (26-19 a.C.) en su Epítome de Historia Romana, turmogos, vacceos y autrigones habrían sido repetidamente violentados por sus vecinos norteños, acciones que justificarían la ofensiva romana dirigida por el emperador Augusto. Como víctimas de estas supuestas agresiones, cabe suponer implícitamente que los turmogos eran aliados o súbditos de Roma en 26 a.C. Que el emperador estableciese sus cuarteles en Segisama antes de avanzar hacia el norte se ha leído tradicionalmente en este sentido y explica por qué las primeras evidencias arqueológicas relacionables con el ejército romano en las proximidades del Cerro Castarreño se vincularon a este episodio.
La identificación estricta Segisama-Sasamón es debatible, pero no afecta a la cuestión de fondo: desconocemos cuándo y cómo se alcanzó la entente entre turmogos y romanos. Con todo, las recientes campañas de Estatilio Tauro —general de confianza de Augusto— contra los vacceos en 29 a.C. evidencian un contexto donde los aliados de hoy bien podrían haber sido enemigos ayer.
El Cerro Castarreño
La resolución de este enigma histórico pasaba en buena medida por un mejor conocimiento del oppidum de Cerro Castarreño, motivo por el que se desarrollaron en el yacimiento diversos trabajos arqueológicos entre los años 2017 y 2020. Las prospecciones geofísicas permitieron detectar algunas estructuras antiguas pese a que el laboreo agrícola en este sector ha prácticamente arrasado cualquier resto por encima del nivel geológico. Su excavación permitió recuperar valiosa información para reconstruir la secuencia de ocupación humana en el lugar.
Los trabajos se centraron fundamentalmente en una amplia zanja defensiva que delimitaba la zona norte del oppidum, cuyos orígenes pudieron datarse hacia el s. VIII a. C. Los diferentes rellenos revelaron que la estructura ya estaba en desuso durante la Edad de Hierro Tardía (Ss. V-I a. C.), cuando la presencia humana se extendió por todo el cerro. Las dataciones radiocarbónicas demuestran que el asentamiento se abandonó en un momento indeterminado entre el s. I a.C. y el s. I d.C. en relación con la expansión romana en la región. Entre los muchos artefactos desechados en los estratos más recientes del yacimiento se documentaron algunos objetos relacionados con el ejército romano —como tachuelas de calzado (clavi caligarii) o una punta de flecha trilobulada—, así como metalistería indígena datada entre los siglos II y I a.C.
Los resultados en otros sondeos arqueológicos fueron muy similares, con escasas evidencias estructurales o materiales de las últimas fases del oppidum. Con todo, se comprobó que la cerámica indígena convivía con militaria romana en basureros datados entre mediados del siglo I a.C. y mediados del siglo I d.C.
La práctica ausencia de cerámica romana refleja que el yacimiento nunca estuvo habitado en época imperial. Sin embargo, la destrucción sistemática de los niveles arqueológicos más recientes no permitió determinar si el oppidum fue destruido violentamente o se forzó su abandono por otros medios, así como cuándo pudieron ocurrir estos hechos. Tampoco se pudo determinar si la presencia de equipamiento militar romano respondía a una acción ofensiva o debía relacionarse con la ocupación militar del yacimiento tras su conquista, fenómeno ampliamente atestiguado en los escenarios de las guerras cántabro-astures[6].
La presencia del ejército romano
A inicios del siglo XXI se documentaron mediante fotografía aérea algunas estructuras arqueológicas, aparentemente inconexas, en el entorno del Cerro Castarreño que parecían corresponderse con fortificaciones romanas de campaña. En 2017 se inició el estudio sistemático de estas evidencias: el uso de drones permitió desarrollar coberturas aéreas anuales destinadas a la documentación de nuevos indicios, al tiempo que las prospecciones en superficie permitían recuperar materiales arqueológicos relacionados con las mismas.
Pudo confirmarse, así, que la mayoría de los vestigios ya identificados formaban parte de una compleja estructura de asedio romano en torno al oppidum indígena. En sus aproximadamente 6 km de extensión, se identificó con claridad una obra de circunvalación y otra de contravalación, además de varios campamentos militares que albergarían a los sitiadores. El conjunto recordaba poderosamente al despliegue de César frente a Alesia en 52 a. C. y, dada la entidad del hallazgo, entre 2021 y 2022 se llevó a cabo una campaña de excavaciones con el objetivo de documentar las fortificaciones de campaña en distintos sectores e intentar datar este desconocido episodio bélico mediante el empleo de diversos métodos científicos.
Tanto circunvalación como contravalación mostraban un esquema relativamente uniforme en la mayor parte de su trazado. Siguiendo modelos habituales en la castrametación romana, contaban al exterior con dos anchos fosos (ca. 3 x 1,5 m) de sección en V que a menudo presentaban un cajeado en su sector inferior, tal vez para la instalación de estacas u otros obstáculos hoy perdidos. Los materiales extraídos durante la excavación de estos fosos se aprovecharon para la construcción de terraplenes y parapetos de los que solo se conservan excepcionalmente algunas trazas de cimentación. De modo distintivo, en el sector oriental del cerco se emplearon grandes bloques de caliza para levantar estas estructuras defensivas. Algunos indicios permiten sospechar que esta zona habría sido terreno inundable o semipantanosa en la Antigüedad.
Las prospecciones aérea y geofísica permitieron comprobar que, en algunos sectores, estas líneas defensivas planteaban ciertas variaciones sobre el modelo general. Así, la contravalación presentaba tres fosos en el área sudoccidental, tal vez por considerarse una zona particularmente expuesta. Al norte, en la zona conocida como La Veguilla o Arroyo del Puerco, se atestiguan tres fosos dobles en lugar de los dos habituales, muestra quizá de un avance o retranqueo de las líneas de asedio.
Los campamentos identificados a tramos relativamente regulares eran de dimensiones modestas (alrededor de 3 ha) y mostraban plantas las características formas de naipe extendidas desde mediados del siglo I a. C. Por norma general, contaban con un único foso defensivo —menos ancho (ca. 2 m) y profundo (ca. 0,5-0,8 cm) que los anteriores— y un terraplén cuya factura variaba de un sector a otro. Excepcionalmente, se documentaron estructuras de otro tipo, como el pozo para la extracción de agua identificado en Villa María.
Anómalo es el caso del campamento de Carrecastrillo, pues presentaba dos líneas defensivas en su sector sureste, quizá fruto de una ampliación o reducción del espacio de acampada. La relación estructural entre recintos fortificados y líneas de cerco evidencia la existencia de varias fases constructivas. Aunque desconozcamos las causas últimas que los habrían motivado, ajustes y replanteamientos fueron frecuentes durante el asedio.
Finalmente, el campamento de Carrecastro no muestra conexión estructural evidente con el complejo de asedio. De grandes dimensiones (ca. 7,4 ha), fue una de las primeras estructuras en ser identificadas mediante fotografía aérea por su característica planta rectangular con esquinas redondeadas. La excavación de dos sondeos seccionando sus defensas evidenció la presencia de un foso en forma de V (ca. 1,8 x 0,75 m), pero sus terraplenes habrían sido arrasados tiempo atrás por la arada. Aunque se recuperaron algunas tachuelas de calzado romanas en superficie, no se identificó ningún material datable en contextos arqueológicos inalterados.
Datación del episodio
Las intervenciones arqueológicas revelaron que las estructuras de asedio han sufrido enormemente los efectos del laboreo agrícola a lo largo de los siglos, pero el desmantelamiento de los terraplenes y el relleno de los fosos se habrían producido ya en la Antigüedad, posiblemente tan pronto como dejaron de estar en uso. Las decenas de muestras orgánicas datadas por el método del carbono 14 e inorgánicas por luminiscencia ópticamente estimulada apuntan al siglo I a.C. como el momento en el que se habrían abandonado y destruido las estructuras militares que formaban parte del cerco. Sin embargo, el campamento de Carrecastro podría ser ligeramente posterior.
La mayor parte de los restos materiales recuperados en los trabajos arqueológicos provienen de niveles superficiales de los yacimientos, que se han visto muy afectados por la roturación. De los contextos arqueológicos inalterados procede apenas un puñado de objetos que son, con todo, muy expresivos. Entre los hallazgos metálicos destacan las tachuelas o clavi caligarii, puntas de flecha y glandes de plomo —proyectiles de honda— coincidentes con los encontrados no solo en el oppidum sino también en diversos contextos militares romanos europeos datados en las décadas de 50-20 a. C. Las escasas cerámicas recuperadas son poco representativas, a excepción de un fragmento de ánfora Dressel 7-11 producida en el Valle del Guadalquivir durante el siglo I a. C.
Aunque la conexión entre materialidad arqueológica y episodios históricos concretos no siempre es sencilla, el descubrimiento de un masivo escenario de asedio en torno al oppidum indígena de Cerro Castarreño —según los estándares de la época— demuestra que los turmogos se opusieron al avance romano algún tiempo antes de que se iniciasen las campañas contra cántabros y astures (26-25 a. C.). A juzgar por el abandono del asentamiento y la presencia de artefactos relacionados con el ejército romano en el mismo, padecieron también los efectos de dicha acción.
Otras evidencias permitirían afinar la cronología para tales eventos. Por un lado, las fuentes romanas mencionan, además de la campaña de Estatilio Tauro contra los vacceos en 29 a. C., una serie de triunfos ex Hispania concedidos a personajes afines al emperador Augusto durante este mismo periodo, si bien no se menciona expresamente a los pueblos derrotados [7]. Por otro, los recientes hallazgos producidos en el vecino oppidum de Dessobriga, sostienen que en este enclave en el límite entre vacceos y turmogos tuvo lugar también un episodio violento hacia los años 40-30 a.C. [8]. De este modo, suponemos que el asedio contra el Cerro Castarreño se encuadraría en una estrategia destinada a afirmar el control romano sobre la Meseta Norte como previo paso a las duras campañas militares que tendrían lugar en la Cordillera Cantábrica pocos años después.
Notas
[1] (Martín Hernández, Martínez Velasco, Díaz Alonso, Muñoz Villarejo, & Bécares Rodríguez, 2020; Menéndez Blanco et al., 2020)
[2] (González Ruibal, 2023)
[3] (García Sánchez & Costa-García, 2019)
[4] (López Noriega, 1998)
[5] (García Sánchez, 2019)
[6] (Peralta Labrador, Camino Mayor, & Torres-Martínez, 2019)
[7] (Perea Yébenes, 2017)
[8] (Torrione & Cahanier, 2014)
Sobre los autores
José Manuel Costa-García es profesor de arqueología en la Universidad de Salamanca. Especialista en el estudio del ejército romano y el uso de tecnologías digitales.
Jesús García Sánchez es Científico Titular del CSIC, destinado en la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma. Su tesis doctoral se centró en el estudio arqueológico del territorio de Segisamo.
Ambos forman parte del colectivo de investigación Romanarmy.eu
Bibliografía
- García Sánchez, J. (2019). Los Turmogos: sociedad y territorio en los confines del valle del Duero. Vaccea Anuario, 12, 52-59.
- García Sánchez, J., & Costa-García, J. M. (2019). El oppidum del Cerro de Castarreño, Olmillos de Sasamón. Historiografía y arqueología de un hábitat fortificado de la Segunda Edad del Hierro. Boletín Institución Fernán González, 97(258), 9-45.
- González Ruibal, A. (2023). Tierra Arrasada. Un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI. Barcelona: Crítica.
- López Noriega, P. (1998). Aproximación al proceso de urbanización en el norte de la península Ibérica: posibles creaciones de ciudades ex novo en el Conventus Cluniensis. Lancia: revista de prehistoria, arqueología e historia antigua del noroeste peninsular, 3, 191-204.
- Martín Hernández, E., Martínez Velasco, A., Díaz Alonso, D., Muñoz Villarejo, F. A., & Bécares Rodríguez, L. (2020). Castrametación romana en la Meseta Norte hispana: nuevas evidencias de recintos militares en la vertiente meridional de la cordillera Cantábrica (provincias de Burgos y Palencia). Zephyrus: Revista de prehistoria y arqueología, 86, 143-164. doi:https://doi.org/10.14201/zephyrus202086143164
- Menéndez Blanco, A., García Sánchez, J., Costa-García, J. M., Fonte, J., González-Álvarez, D., & Vicente García, V. (2020). Following the Roman Army between the Southern Foothills of the Cantabrian Mountains and the Northern Plains of Castile and León (North of Spain): Archaeological Applications of Remote Sensing and Geospatial Tools. Geosciences, 10(12), n. 485. doi:https://doi.org/10.3390/geosciences10120485
- Peralta Labrador, E. J., Camino Mayor, J., & Torres-Martínez, J. F. (2019). Recent research on the Cantabrian Wars: the archaeological reconstruction of a mountain war. Journal of Roman Archaeology, 32, 421-438. doi:https://doi.org/10.1017/S1047759419000217
- Perea Yébenes, S. (2017). Triumphatores ex Hispania (36-26 a.C.) según los Fasti Triumphales. Gerión. Revista de Historia Antigua, 35, 121-149. doi:10.5209/GERI.56141
- Torrione, M., & Cahanier, S. (2014). Una moneda gala en el horizonte de las Guerras Cántabras. El bronce de «Contoutos» exhumado en el yacimiento arqueológico de «Dessobriga» (Osorno, Palencia – Melgar, Burgos). Sautuola: Revista del Instituto de Prehistoria y Arqueología Sautuola, 19, 283-298.
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