En una reciente entrevista Ridley Scott, quien ya demostró en Napoleón que el rigor histórico le importa bastante poco, defendía la ya famosa escena de la naumaquia (combate gladiatorio naval) que se ve en el trailer de Gladiator II con un argumento que, tristemente, los historiadores escuchamos cada vez más, el de un supuesto “sentido común” que se reduce a “si me lo imagino, tiene que ser real”. Asimismo afirmó en unas declaraciones que si Roma tenía la capacidad tecnológica como para construir un anfiteatro, también la tendría para inundarlo, y que si pescas, puedes capturar tiburones. Quizás deberíamos empezar a considerar que es necesario contar con fuentes fiables y rigurosas para lanzar hipótesis al aire, y no solo acudir a la propia imaginación sobre una sociedad idealizada. La afirmación de que los romanos eran “superiores” tecnológicamente nos da una pista de por dónde van los tiros. Las ideas de superioridad e inferioridad en la historia, de idealización y racismo han dado pie a no pocas teorías tan estrambóticas como siniestras, algo que debería hacernos reflexionar.
Donde Scott sí admite las trampas es en la cronología, aunque solo en la línea sucesoria. Establezcamos el contexto. La película se sitúa, teóricamente, dieciséis años después del final de Gladiator I, con la muerte de Marco Aurelio (180) y Cómodo (192)… aunque la primera película, en realidad, se salta el reinado de este último en una clara licencia histórica. Los emperadores serían Caracalla y Geta, que, en la vida real habrían sucedido al emperador Septimio Severo, que salió victorioso del llamado “año de los cinco emperadores” y que inició la dinastía severa. Los hermanos cogobernaron con su padre y luego Caracalla en solitario, tras morir su padre y haber asesinado a su hermano, que expiró, según las fuentes, en brazos de su madre. Así que nos situaríamos en el 211. Ya vamos mal con las fechas. El joven emperador lograría mantenerse en el poder hasta el 217, año en que el prefecto del pretorio, Macrino, logra que se le asesine (deshonrosamente en el momento en que había, en una marcha, bajado del caballo para soltar lastre). El propio usurpador gobernaría solo un año antes de ser asesinado a su vez. Los juegos gladiatorios en que se sitúa la película en el ¿211? celebrarían un triunfo militar en el norte de África sobre una ciudad libre en la que, por casualidad, se ha criado Lucio Vero, el hijo de Lucila y nieto de Marco Aurelio, que era un niño en la primera película y que interpreta Paul Mescal. El general Marco Acacio representado por Pedro Pascal es ficticio y sirve para dar soporte a la agencia de Lucila, que, con su hijo, entronca la secuela con la película original.
⚠️ Alerta spoilers a partir de aquí ⚠️
La cronología y la trama de Gladiator II
Ahora empiezan los spoilers. Y la invención de una historia que, obviamente, no tiene nada que ver con lo que acabamos de contar. En Gladiator II el director se salta la misma existencia de los breves reinados posteriores a Cómodo y la existencia de Septimio Severo, para colocar a los hermanos como herederos directos (lo que hace aun más confusa la propia cronología interna de la película). De hecho, ese vacío no se llena en ningún momento y nos deja con más preguntas que respuestas. Además, Geta y Caracalla pasan a ser gemelos, pese a que en toda la película se insinúa que Geta es el mayor (en vez del menor). Pero no se puede pasar por alto el hecho de que reduce casi una década a tres días y mata a Geta, Caracalla y Macrino en el plazo de apenas 24 horas. Recordemos que Geta murió en el 211 asesinado por su hermano, Caracalla en el 217 y Macrino en el 218. Nos hemos comido en la película, de paso, el decreto del 212 por el que concede la ciudadanía a todos los hombres libres del imperio y con que tanto se ha bromeado sobre que, dado que no se abolió, seguimos siendo romanos. No contento con eso, Scott nos presenta una “última ciudad libre” en ¡Numidia! (cuando la zona llevaba siglos siendo parte del Imperio). Eso sí, con una sorprendente escasez de personajes no caucásicos (recordemos que los propios Geta y Caracalla eran de ascendencia púnico-bereber por parte de padre y árabe por parte de madre). Al menos Macrino, definido por las fuentes como «moro» y «oscuro», está representado por Denzel Washington, que, de hecho, es de lo mejorcito de la película.
El problema es que, pese a presentar a Macrino como uno de los villanos, no podemos dejar de sentir cierta simpatía por ese liberto con sed de venganza, gran visión política y ambición justiciera. Por el contrario, Lucio Vero, apodado Jano, parece dar bandazos entre la venganza y la indecisión, el recuerdo de Máximo y, bueno, dar vueltas en círculos sin saber muy bien que hacer, en nombre de una supuesta libertad.
El Senado también queda reducido a un pequeño salón con unos pocos senadores sin ningún tipo de individualidad, más allá de algún personaje concreto, presentado de forma ridícula. Parece que Scott pensó que si gastaba dinero en crear un Senado más digno tendría que quitarlo de mandriles y tiburones. Toda Roma, en realidad, queda como una comparsa de los protagonistas, como también los gladiadores, que aparecen casi como un decorado frente a la historia de amistad y compañerismo de la primera película.
Los juegos gladiatorios
Pero centrémonos en los juegos, que a eso hemos venido a ver a esta película. Quizás lo de la citada naumaquia sea lo más espectacular en cuanto a licencia histórica, tanto por los tiburones como por dónde se sitúa, en un Coliseo completamente inundado con naves reales navegando sin problema. En esta época el anfiteatro Flavio ya tenía una amplia red de almacenes, pasillos y celdas bajo la arena, además de otras estructuras que harían casi imposible haberlo inundado, algo que solo pudiera hacerse de forma muy puntual y a pequeña escala antes de la reforma del mismo. Era más normal, si se quería celebrar una naumaquia, construir exprofeso lagos artificiales que inundar edificios que no estaban preparados para ello. Y más barato, ya que el coste de estos espectáculos era enorme. Por un lado, es obvio el acierto estético, por otro, contribuye a perpetuar un mito extendido.
El rinoceronte, que también aparece en el trailer, en cambio, es más acertado, aunque evidentemente no se usaría como montura. Los romanos fueron bastante creativos en la captura y uso de animales en la arena, lo que esquilmó algunas zonas. Sin embargo, el problema principal está en la propia concepción de los juegos, como una lucha desorganizada que, en efecto, es más visual que la históricamente correcta, más sangrienta y espectacular. También es un recurso obvio. Los gladiadores aparecen armados de forma aleatoria, en un maremágnum en que se mezclan armas de distintas épocas y en que cada cual coge lo que tiene más cerca. Sin embargo, sabemos que la luchas de gladiadores estaba mucho más reglamentadas. Había distintos tipos de gladiadores, que competían por parejas para equilibrar la lucha y hacerla más vistosa, e importaba era más la técnica y el espectáculo que la sangre, aunque, efectivamente, muchos murieran. Era una lucha que incluso tenía árbitros, que podemos ver representados en los distintos mosaicos gladiatorios. Los animales, además, participaban (muy contra su voluntad) en los momentos de venatio (caza) o en las ejecuciones, pero no como una especie de trampa de atrezo colorida.
La ambientación, como hemos dicho, de una Roma blanca y sin pintar, mujeres desveladas y escotadísimas, de senadores con periódicos, como hemos dicho, responde más a un imaginario colectivo difícil de desterrar que a la realidad histórica. Pero es que Roma se ha convertido en un “no-lugar” en que situar nuestras fantasías de masculinidad y épica más que una realidad histórica que recrear. Aquí, lamentablemente, por pura cuestión de reconocimiento visual, hay poco que hacer. Llegado un momento solo te encoges de hombros frente a la presencia de una ballesta o una armadura “prototípica” y te dejas llevar por lo estético del asunto.
Una cuestión social más allá de Roma
Lo que podía quedar como una concesión al imaginario popular, complicado de erradicar, y a una narrativa que necesita un cierto ritmo y unas expresiones reconocibles (¿cómo explicar alternativas al pulgar en una serie o película sin meterse en una digresión absurda?), queda opacado por una ligera sensación de que, en realidad, lo que quiere Ridley Scott en Gladiator II es superponer una escena de lucha a otra y que todo lo demás es relleno. Las gladiadoras también desaparecen en esta película (frente a algunas que aparecían en la primera), tanto de la lucha como del ludus. Aunque su presencia en la arena plantea problemas historiográficos sobre cómo y cuando combatían, su total ausencia tampoco responde a esta realidad histórica. Coincide, como ya hemos dicho, con la ausencia de otras mujeres importantes del periodo y hace que la película no solo no pase el test de Bedchel sino que se acerque peligrosamente al “síndrome de Pitufina”, en películas o series masculinizadas en que solo aparece una mujer estereotipada. También es cuestionable la continuidad en una tendencia a presentar a los villanos como personajes “afeminados”, asociando locura, maldad y características LGTBIQ. Queda muy romano, en efecto, pero resulta complicado pensar que el director lo haga por este motivo, sino que entronca más con una tendencia que podemos ver desde el Nerón de Quo Vadis al Jejes de 300. Recordemos, de hecho, ese busto de Caracalla de facciones serias y pelo ensortijado, conocido por ser un militar de mal carácter, austero y poco dado a los lujos. Justo al contrario de la película, pero hacer un villano complejo que compitiera con Macrino en un juego de poder parece que ha superado a Scott, que ha tirado por el “camino fácil”.
En suma, el Gladiator II de Ridley Scott no nos muestra el anfiteatro ni la narración histórica de lo que ocurrió, sino una épica que usa el trasfondo romano como excusa. Si asumimos eso, la estética es preciosa. La película no tiene su fuerte en la trama, ni en los personajes (salvo por Macrino), pero presenta unas peleas y batallas que muchos llevaban tiempo esperando ver y un cierto camino del héroe que puede complacer a muchos. Un camino del héroe con tiburones y mandriles, con contradicciones y una palmaria traición a su familia de adopción, pero un camino del héroe al fin y al cabo.
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