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Ciudadanos franceses participando en las distintas fiestas del Directorio en las que estaban encuadrados los eventos deportivos de las Olimpiadas del París de la Revolución, por Jean-Baptiste Lesueur (1796-1798). © Musée Carnavalet, Histoire de Paris.

Pero es que la Revolución no solo es parte de la identidad francesa, con su lema de “libertad, igualdad y fraternidad”, que se ha querido representar en la inauguración de los Juegos Olímpicos, sino que también tiene una relación especial con el olimpismo. En esa época hubo, en efecto, unas Olimpiadas en París. ¿Pero cómo? Podríamos preguntarnos, dado que la fecha de 1896 y el nombre de Pierre de Coubertin resuenan en la memoria de todos como los primeros Juegos Olímpicos modernos. Porque, en realidad, el espíritu olímpico no se había olvidado del todo, y en varios momentos de la historia se recuperó en diversos eventos deportivos. Uno de ellos fueron las Olimpiadas de la República, que se celebraron entre 1796 y 1798 en la capital francesa.

La celebración de estos juegos se comenzó a plantear en 1793. Hacía poco que se había redescubierto la ciudad de Olimpia, en 1766, aunque no se excavaría hasta 1829, y habían pasado cuatro años desde el inicio de la Revolución. Se discutía, además, cómo organizar el calendario con los años bisiestos y las menciones a César y el Mundo Clásico se repetían en la Convención, Gilbert Romme pidió llamar a estos periodos de cuatro años “Olimpiadas”. El simbolismo de los Juegos parecía emerger con fuerza, con su exaltación del mérito, el valor y la libertad. Francia buscaba nuevos referentes que celebrar y separarse de las fiestas tradicionales del periodo anterior, pero con una constante mirada a un pasado que consideraban más brillante y democrático. Se buscaba la utopía, la emancipación y la fraternidad. “Cada cuatro años, la revolución se celebrará con los Juegos Olímpicos”, llegó a titular un periódico, Annales patriotiques et littéraires de la France. En realidad, ni los juegos ni el periódico duraron mucho, y la historia de la deriva de la revolución es más que conocida. Tampoco el olimpismo duró mucho, y el concepto fue resbalando hacia referencias más genéricas al republicanismo tanto en el calendario como en los juegos.

Las Olimpiadas del París de la Revolución francesa

Los juegos se desarrollaron en el Campo de Marte y los Campos Eliseos y, como los que vendrían después, como un gran espectáculo, fuegos artificiales y referencias a los valores de la República. Las carreras a pie y a caballo (con accidentes incluidos) y las pruebas de lucha se combinaban con celebraciones, comidas, exposición de productos nacionales y de las artes y las ciencias. El deseo de renovación hizo que se introdujesen también cambios como el del uso, por primera vez, del sistema métrico internacional como elemento unificador de medida en un evento deportivo. Todo sea dicho, los contrarrevolucionarios arremetieron contra todas estas celebraciones del aniversario de la República, con acusaciones de desenfreno dionisiaco y violencia.

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Grabado que representa una de las carreras de carros que se llevaron a cabo en el Campo de Marte en 1796, durante las Olimpiadas del París de la Revolución francesa. © Girardet – Museo de la Revolución francesa, vía Wikimedia Commons.

Eso sí, no fueron concebidos como unos juegos internacionales, en que unir a los distintos pueblos, sino como una celebración local. No solo porque estaban pensados como una forma de autoexaltación patriótica, sino porque el contexto internacional, rodeados de monarquías hostiles, no parecía el mejor escenario para una tregua sagrada al estilo griego. Tampoco parece que, en el mismo momento, el pueblo los concibiera con la misma idea que las Olimpiadas, y fueron mucho más unos juegos republicanos. Algunos autores e intelectuales, como Esprit-Paul De Laffont Poulotti intentaron consolidar la nueva competición, pero no tuvo éxito y las Olimpiadas que no llegaron a ser volvieron a desaparecer hasta un siglo después en que otro francés conseguiría lo que parecía imposible.

En este éxito posterior influyeron cuestiones como el interés renovado de Europa por Grecia tras su lucha por la independencia, que se consiguió en 1829 y un contexto político más propicio. París albergaría, esta vez sí con todas las letras del nombre, unos Juegos Olímpicos en 1900 y otros en 1924, un siglo antes que los actuales. El deporte se consideraba una expresión de libertad y Jean Giraudoux llegó a decir que la Revolución no solo había liberado a los ciudadanos de la opresión política, sino que también había liberado su cuerpo. Una participación igualitaria (dentro de lo que eso suponía en la época, por supuesto), libre y sin trabas, era considerado “revolucionario” en más de un sentido.

Hay que decir que los franceses no fueron los únicos en intentar recuperar el espíritu olímpico de unión, deporte, talento y superación. En España, durante el Trienio Liberal (1820-1823), un intelectual llamado Buenaventura Carlos Aribau propuso restaurar los Juegos Olímpicos y que sustituyeran a las corridas de toros. En Inglaterra, durante el siglo XVI se celebraron unos juegos a los que se referían habitualmente como Olimpiadas y en Alemania, a finales del XVIII, el príncipe Leopoldo Federico de Anhalt-Dessau intentó restaurar otras Olimpiadas, sin demasiado éxito. También hay que decir que los griegos siguieron llamando a algunas competiciones deportivas “Olympiakoi”, por mucho que estuvieran insertos en el Imperio otomano o no se celebraran realmente Juegos Olímpicos desde época tardoantigua. De hecho, Coubertin conoció los llamados Juegos Olímpicos de Wenlock, fundados en Inglaterra por el médico William Penny Brookes, y que le sirvieron de inspiración.

Así pues, el espíritu olímpico y la llama del recuerdo de los juegos griegos siempre estuvieron vivos, mucho más allá del mundo griego y la Antigüedad. Junto con el espíritu deportivo en general, con sus valores de superación, esfuerzo, genio y fraternidad, conformaron parte de la identidad de muchos grupos y naciones. No es raro que Francia y particularmente París se sientan especialmente unida a este espíritu y relacione la libertad, la Revolución francesa y las Olimpiadas, ya que son elementos inscritos a fuego en su memoria colectiva.

Bibliografía

  • Arrechea, F.; Sánchez, A.; Molina, J.M. (2019): “El Olimpismo entre los JJOO de la Antigüedad y la Restauración coubertiniana”, Materiales para la historia del deporte, 18, pp. 105-114
  • Arvin-Bérod, A. 1996. Les enfants d’Olympie. Paris: CERF
  • Ehrard, J.; Viallaneix, P. (1977): Les Fêtes de la révolution. Paris: Société des études robespierristes.
  • Farey, H. (2014): “The Flame that failed to ignite” Journal of Olympic history, 22 (1), pp. 27-32
  • Mazeau, G. (2018) “La Révolution, les fêtes et leurs images”, Images Re-vues 6 | 2018,
  • Young, D. C. (1996): The Modern Olympics. A Struggle for Revival. Baltimore: Johns Hopkins University Press.

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