En el cine bélico, los perdedores van a contemplar el episodio con dolor, y a menudo también con el deseo de que no se hubiera producido nunca. Y ese dolor u horror a menudo conduce a la reflexión, a preguntarse por las razones que motivaron aquel conflicto. ¿Por qué nos metimos en aquel desastre del que salimos tan mal parados? De resultas, suelen ser películas que atienden a la realidad de la época, a las razones políticas, históricas, culturales, en búsqueda de claves que expliquen el sinsentido de aquella guerra. Y, por lo mismo, suelen ser más realistas. Pero, sobre todo, su mayor virtud es que tienden a la reflexión, a tratar de comprender las razones que llevaron a ese terrible error, y obligan al espectador a pensar.
En el extremo opuesto hallamos las películas rodadas por vencedores, que rara vez son capaces de sustraerse de la necesidad de justificar su participación en el conflicto, de convencer al espectador de que aquel esfuerzo bélico era justo y necesario. De resultas, suceden varias cosas, a cada cual peor: en primer lugar, que se glorifica al combatiente vencedor, pues su causa es justa; es decir, se lo eleva a la categoría de héroe. Pero si la causa del héroe es justa, la del oponente necesariamente ha de ser injusta. Por efecto de esto se simplifican las razones de la guerra y se reducen a una pugna maniquea entre buenos y malos, o entre héroes y antihéroes. Pero este esquema, claro está, es completamente incompatible con el realismo o la historicidad. Así, la mentalidad de la época o las razones económicas, políticas, culturales son barridas del guión, quedan supeditadas a la necesidad de mantener ese esquema simplón de héroes/antihéroes.
Pero, con todo, que se soslaye el análisis histórico no es lo más grave. Lo peor es que este tipo de películas conducen, inexorablemente, a un razonamiento perverso; transmiten un mensaje claro, nítido y monstruoso. ¿Qué mensaje es ese? Pues, si la guerra fue justificada y los combatientes del bando vencedor son héroes, lógicamente la conclusión final no puede ser otra que “la violencia es buena”. Dicho de otro modo, el mensaje que subrepticiamente nos están transmitiendo es una apología de la guerra. Son películas pura y llanamente “belicistas”. El espectador poco avezado interiorizará neciamente este mensaje y, si a continuación su gobierno se lo exige, acudirá a filas con una sonrisa, imaginándose a sí mismo el héroe de cualquiera de estos filmes.
Cine bélico: contraste reciente de ganadores y perdedores
Si no me creen, comparen dos importantes producciones cinematográficas estrenadas en fechas relativamente recientes y dedicadas ambas a un mismo conflicto, la Primera Guerra Mundial. Me refiero a Sin novedad en el frente (estrenada en 2022) y 1917 (estrenada en 2019). La primera narra las andanzas de un grupo de soldados alemanes y se inspira –con importantes licencias– en la novela homónima de Erich Maria Remarque, veterano de esta guerra. Pero, al igual que la novela original, Sin novedad en el frente expone los horrores de la guerra y el deseo de que nunca se hubiera producido, enfatizando lo absurdo de sus razonamientos. Por ejemplo, en la terrible escena en la que el protagonista apuñala a un enemigo francés para, acto seguido, arrepentirse y tratar de salvar su vida, al reconocer en su contrincante a un ser humano con sentimientos, familia y seres queridos, quizás incluso una persona bondadosa, en todo caso alguien similar a él y con quien realmente no tiene querella alguna, dando así a entender que ambos son víctimas por igual de un antagonismo artificial, injustificado y carente de sentido.
El filme incorpora, además, facultades didácticas, como por ejemplo las escenas en las que se da cuenta de la severidad de las autoridades francesas a la hora de firmar el armisticio, lo que sirve para adelantar uno de los peores efectos secundarios de esta guerra: que con la dureza de las sanciones impuestas a su término por los vencedores sobre los vencidos (paz de Versalles) se allanó el camino al nacionalsocialismo y se plantaron las semillas de la siguiente conflagración mundial. El mensaje final es netamente antibelicista e invita al espectador a la reflexión sobre los fundamentos de la guerra.
Por su parte, 1917 carece de todo lo antedicho, es un cine bélico menor. Narra la aventura de dos soldados británicos que tratan de cumplir una misión en tierra de nadie. Los británicos son, desde el primer oficial al último soldado, seres seráficos, héroes intachables. El enemigo carece de humanidad, podrían ser tanto alemanes como orcos, en nada cambiaría el esquema general narrativo. En el momento en el que nuestros protagonistas rescatan a un piloto alemán, este no duda en traicionar el noble gesto para dar muerte a uno de sus salvadores, una escena que sólo sirve para enfatizar esa dicotomía entre héroes y villanos que, como ya hemos visto, es incompatible con cualquier aproximación mínimamente realista.
Pero es que el desprecio por la realidad histórica es tal que incluso en un momento dado se invierten los términos, y un oficial británico aparece como un padre amable, preocupado por sus hombres, que le responden con respeto y devoción, dando una impresión de confianza y camaradería entre comandantes y tropa que se contradice totalmente con lo que sabemos de esta guerra, donde la distancia entre oficiales y tropa era la tónica, así como el odio y desprecio de los unos por los otros. Léase, por ejemplo, lo que el veterano de guerra Robert Graves dice al respecto. Pero es que, además, precisamente el año 1917 fue testigo del amotinamiento más grave que sufrió el Ejército británico en toda la guerra (el motín de Étaples), inducido no por las terribles bajas en combate ni por el deseo de poner fin la guerra, sino por la indignación de la tropa por el maltrato y abusos que sufrían a manos de sus superiores, a los que además despreciaban por no exponerse como ellos lo hacían a los peligros del combate.
En otra secuencia se muestra a soldados sij y africanos luchando codo con codo con soldados británicos, cuando la realidad es que los contingentes reclutados en las colonias luchaban completamente segregados, nunca integrados en el Ejército británico. Lo que aquí sucede es que, puesto que los protagonistas son héroes, el director se ve obligado a glorificar en la misma medida el imperio al que pertenecen, aunque para ello tenga que subvertir o edulcorar la realidad histórica. En suma, un filme que no sólo no explica nada de la Gran Guerra, sino que además inculca errores.
Qué duda cabe que la premisa con la que comenzábamos este texto no se cumple en todos los casos. No todas las naciones perdedoras hacen cine bélico realista y antibelicista ni todas las vencedoras mitos heroizantes –dos ejemplos de excelentes películas antibelicistas rodadas por vencedores son, por ejemplo, Senderos de gloria (1957) y Ven y mira (1985), aunque en este último caso se explica porque los rusos, aunque vencedores de la Gran Guerra Patria, salieron de ella completamente traumatizados (y se comprende)–, pero sí creemos que en efecto existe cierta tendencia a ello.
Nótese, por ejemplo, el tratamiento tan distinto que da Hollywood a la guerra con la Alemania nazi y a la Guerra de Vietnam. El mensaje subyacente a las primeras es que la intervención americana fue muy gravosa en vidas, pero absolutamente necesaria para liberar Europa y el mundo de un régimen criminal. Tienden, por tanto, a glorificar la violencia (en tanto mal necesario) y ensalzar a sus combatientes (como héroes). Por el contrario, ese mismo cine bélico norteamericano tiende a contemplar su derrota en la Guerra de Vietnam con ojos bien distintos: las sombrías Apocalypse Now (1979), Platoon (1986) o La chaqueta metálica (1987) reflejan el trauma que produjo este episodio en el imaginario colectivo americano, plantean dudas al espectador, y difícilmente se pueden entender como apologías de la guerra. En una línea similar podemos entender las germanas Stalingrado (1993) o El hundimiento (2004).
En conclusión y por lo antedicho, en términos generales recomendaría los filmes bélicos rodados por los perdedores de aquel conflicto, aunque, como digo, no es una regla universal. Y, en el caso de la Gran Guerra, si desean ver un relato ecuánime, bastante realista, con cierta dosis didáctica al tiempo que escenas de acción trepidantes –a través de las cuales se consigue una espléndida exposición de los horrores de la guerra de trincheras– y que invita al espectador a la reflexión, les recomiendo Sin novedad en el frente. Si por el contrario prefieren una fantasía maniquea, infantil, partidista, irrespetuosa con la realidad, que glorifica la guerra y justifica la violencia, y con un guión de videojuego, opten por 1917.
Comentarios recientes