Uno de los falsos franciscanos, el capitán Herman de Ruyter, muestra a De Jeude una carta de Guillermo de Orange y lo conmina a reconocerlo como estatúder de Holanda y ponerse de su lado. El gobernador de Loevestein se niega rotundamente, ante lo cual los orangistas abren fuego sobre él a quemarropa. De Jeude aún tiene fuerzas para defenderse, pero los enemigos le asestan varias estocadas.
Por primera vez desde su fracaso de 1568, los rebeldes orangistas han entrado en los Países Bajos y desafían abiertamente a Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, gobernador y capitán general de aquel Estado en nombre de Felipe II. ¿Pero quién es Herman de Ruyter y qué lo ha llevado con sus hombres a ese castillo del sur de Holanda?
Un hombre de Orange
Ruyter era oriundo de la ciudad de Bolduque, en el ducado de Brabante. Antes de exiliarse a Alemania vivía en la calle Ortenstraat, cerca del monasterio de Santa Gertrudis, y era un hombre de considerable riqueza. Se dedicaba a la compraventa de bueyes y era dueño de la posada Los tres nobles, en la calle Vuchterstraat. Como en muchas otras familias neerlandesas de la época, no todos sus parientes tenían la misma afiliación política y religiosa; su hermano Henrik fue siempre católico y leal a Felipe II.1
Para el otoño de 1566, Herman, a diferencia de su hermano, era un calvinista convencido y un opositor acérrimo a las políticas del rey en los Países Bajos. Su papel en la revuelta en Bolduque tras la furia iconoclasta fue preponderante. A principios de 1567, el consistorio calvinista le encomendó la misión de acudir a Vianen para pedir ayuda a Hendrik van Brederode, entonces el principal noble rebelde, frente a la reacción armada de las autoridades. Ruyter regresó acompañado de Anton van Bombergen, que había servido años atrás como mercenario en las filas hugonotes del príncipe de Condé durante las Guerras de Religión francesas, y fue su principal lugarteniente. El régimen de Bombergen, sin embargo, fue efímero. El éxito del ejército real en el asedio de Valenciennes, en Hainaut, junto con el bloqueo de Bolduque por las tropas de Charles de Brimeu, conde de Megen, llevó a los rebeldes a pactar la rendición sin oponer resistencia. El 11 de abril, Bombergen abandonó la ciudad seguido de sesenta o setenta arcabuceros y todos aquellos que se negaron a reconciliarse con la Iglesia católica y acatar la autoridad real. Uno de ellos era Ruyter.2
Una empresa clave
Es probable que el rebelde brabanzón se refugiase, como otros muchos exiliados de la provincia, en el vecino ducado de Cléveris. En cualquier caso, se le pierde la pista durante tres años y ocho meses hasta que reaparece en diciembre de 1570 en el castillo de Loevestein. Su empresa no fue espontánea. El propio Guillermo de Orange la urdió desde su refugio del castillo de Dillenburg, en Alemania. Cuando Ruyter cruzó la frontera con sus hombres, portaba tres documentos con el sello de Orange y fecha del 25 de noviembre de 1570: una patente, unas instrucciones y una carta abierta a los habitantes de Gorcum y Woudrichem, poblaciones que Ruyter debía tomar junto con el castillo de Loevestein.
Las órdenes del príncipe eran claras: no se debía tomar y saquear las villas como venía siendo la costumbre de los mendigos del mar que bajo su patente actuaban contra las poblaciones costeras de los Países Bajos; en esta ocasión era preciso ocuparlas y fortificarlas. Así, ordenaba al brabanzón que, una vez tomadas: “visitará inmediatamente y hará que personas que entiendan de ello vean en qué consiste la fortaleza de dichos pueblos y castillos, y personalmente y con toda diligencia los fortificará y obrará allí lo que sea conveniente para la seguridad de tales pueblos y castillos, a lo que inducirá a los habitantes y a los campesinos circunvecinos”.3
El plan de Orange era inteligente. Gorcum y Woudrichem controlaban el tránsito fluvial del río Merwede hacia el estuario Biesbosch y la ciudad de Dordrecht. A su vez, Loevestein, situado en la punta occidental de la isla de Bommel, frente a Woudrichem, se erigía en la confluencia del Mosa y el Waal –nombre que toma el ramal principal del Rin antes de su desembocadura–, que formaban el Merwede. De este modo, los rebeldes no solamente se harían con un punto fuerte en el centro de los Países Bajos y interrumpirían el comercio fluvial de Holanda y Brabante con Alemania, sino que al mismo tiempo podrían recibir auxilio con facilidad de los mendigos del mar. No se trataba de una empresa aislada: en paralelo, el príncipe y sus hombres planeaban tomar por sorpresa importantes ciudades del norte de los Países Bajos como Enkhuizen, Hoorn, Haarlem, Róterdam, Briel, Kampen, Zwolle, Groninga, Deventer, Zutphen y Nimega.4 En el caso de la empresa sobre Gorcum, Woudrichem y Loevestein, si Herman de Ruyter era quien la pondría en práctica, quien la planeó fue probablemente Adriaan Dirksz van den Hoevel, antiguo burgomaestre de Gorcum, seguidor de Orange y exiliado en Cléveris.5
Ruyter puso la empresa en marcha la noche del 9 al 10 de diciembre. Con una veintena de hombres descendió por el Waal a bordo de dos barcazas. Al llegar a las inmediaciones de Loevestein desembarcaron. El capitán brabanzón y media docena de los suyos, disfrazados de monjes, se aproximaron a la puerta y pidieron cobijo para pasar la noche. Como ya sabemos, el castellano de la fortaleza, Arnt de Jeude, cometió la imprudencia de dejarlos pasar. Muerto el gobernador delante de su esposa, Ruyter y los suyos abrieron las puertas a los que aguardaban ocultos en la oscuridad de la noche y doblegaron la escasa resistencia de la servidumbre.6 Los rebeldes no fueron precisamente amables con Marie de Boisot. Una monja del convento de Uilenburg de Bolduque, autora de una crónica sobre los acontecimientos en la ciudad y sus alrededores durante aquellos años, escribió que “obligaron a aquella noble dama a sentarse y comer con ellos, y lo que es peor, ni siquiera le permitieron llorar. Y los mendigos dijeron: «conformaos, os daremos a nuestro capitán por marido»”.7
La mañana del día siguiente, en el pueblo de Hedel, al norte de Bolduque, a orillas del Mosa, los patrones de una barcaza aguardaban a que un vecino de la ciudad que había alquilado su embarcación acudiese a bordo con su esposa e hijos para desplazarse hasta Woudrichem. Para su sorpresa, cuando el hombre se presentó no había rastro de la mujer ni de los niños, sino que venía acompañado de siete desconocidos vestidos según la moda del norte de Alemania. Intimidados, los patrones dejaron que subiesen a bordo y navegaron río abajo hacia Woudrichem. Al pasar junto a Loevestein, sin embargo, los viajeros les ordenaron que se acercasen a la orilla. En aquellos cuanto se negaron, esgrimieron espadas y pistolas; amedrantados, desviaron la barcaza hasta el muelle del castillo. Ruyter salió a recibir a los recién llegados, e incluso arrojó una corona de oro a los pies de los asustados marineros y les dejó marchar, contento de recibir refuerzos.8
Pronto se hizo evidente que algo sucedía en Loevestein. Era domingo, y el sacerdote que oficiaba misa en el castillo encontró las puertas cerradas y fue despachado con brusquedad. El lunes, una mujer acudió en busca de su marido, que trabajaba allí, y los ocupantes le negaron la entrada. Informado de que algo extraño estaba sucediendo, el schout de Woudrichem, Henrick Bentynck, tomó medidas: movilizó a la milicia, situó barcazas con hombres armados alrededor de Loevestein para que nadie pudiese entrar o salir, y se presentó en persona ante el drossaard de Gorcum para informarlo.9 Desde esta población se avisó a su vez a Zaltbommel, y también las autoridades de Tiel y Nimega fueron puestas al corriente. Los burgomaestres de Gorcum escribieron además al Consejo de Holanda, en La Haya, y al duque de Alba en Amberes.10
Entre tanto, la situación empezó a aclararse. Los hombres del schout Bentynck capturaron la barcaza que había conducido refuerzos a Loevestein desde Hedel y condujeron a los dos patrones ante su jefe, que los interrogó. Además, Herman de Ruyter hizo llegar a Woudrichem y Gorcum las cartas que le había proporcionado Orange. En palabras de la monja cronista de Bolduque, las misivas venían a decir: “«No hemos venido a este castillo como ladrones ni como rateros ni bribones, sino por orden del príncipe, estatúder de Holanda, y yo soy gobernador y capitán del príncipe», y cosas por el estilo”.11
Orange y sus hombres no tardaron más que dos días en saber de la toma del castillo por una carta que remitió uno de los espías de Adriaan Dirksz van den Hoevel en la región.12 Informado además por uno de sus hombres de confianza, el antiguo pensionario antuerpiense Jacob van Wesenbeeck, a quien Ruyter consiguió hacer llegar una misiva, Orange le ordenó que tomase medidas para auxiliar a sus hombres:
[…] considerando la importancia de conservar este castillo, haréis bien en ayudarlo en todo lo posible en lo que pueda necesitar, teniendo en cuenta que os ha escrito y señalado la falta de pólvora, dado que solo ha encontrado dos barriles. Y en cuanto a la comida, ayudaréis lo mejor que podáis haciendo algunas compras en los lugares vecinos.13
Orange veía en la toma del estratégico castillo la posibilidad de expandir rápidamente la revuelta merced a la colaboración de sus seguidores en la región –entre ellos el schout de Breda– y de los mendigos del mar, que podían remontar la desembocadura del Rin y el Mosa y acudir hasta Loevestein con sus naves. Así se lo dijo a Wesenbeeck usando nombres en clave:
[…] dado que el castillo de Hamadris [Loevestein] ha sido tomado, y estando el dios Jano [Dordrecht] bastante cerca de allí, serviría mucho tanto para poder ayudar a dicho castillo y proveerlo de alimentos y otras necesidades como también para el mayor avance de toda la causa, y yo lo deseo mucho, que con toda diligencia aviséis al schout de Breda para que se dirija allí tan pronto como sea posible, avisándome a cada hora del éxito, [tanto] más cuando mis barcos están actualmente en la isla de Texel.14
Para cuando Orange escribió esta carta, sin embargo, la situación había cambiado por completo y con rapidez.
La recuperación del castillo de Loevestein
Don Fernando Álvarez de Toledo ya estaba al corriente el 12 de diciembre de que algo sucedía en Loevestein. El día 14 recibió un informe del Consejo de Holanda y noticias más concretas desde Gorcum. Para entonces ya había trazado el plan para recobrar el castillo y sus secretarios habían escrito tres misivas dirigidas a los burgomaestres de Gorcum y Woudrichem, y al Consejo de Holanda. Los primeros debían equipar tantos buques como les fuese posible, surtirlos de hombres y artillería, y bloquear con ellos los accesos a Loevestein.15 El asalto por tierra lo llevarían a cabo efectivos del Tercio de Nápoles del maestre de campo Rodrigo de Toledo, quien estaba alojado en Bolduque con ocho compañías del tercio. Toledo destacó para ello al capitán Lorenzo Perea con doscientos arcabuceros y diez piqueros.16 La tarde del 14 estos hombres se dirigieron a Woudrichem. Según la monja cronista: “a eso de la media noche fueron al priorato del hospital y pidieron que les dijeran misa, que querían oírla antes de ir a luchar. Y cuando terminaron, cruzaron el río hasta el castillo y avanzaron a buen ritmo”.17
En efecto, los españoles embarcaron en dos naves y se aproximaron a Loevestein amparados por la noche. Perea realizó un reconocimiento a bordo de una barquilla y vio que no había centinelas en el muro exterior. El viejo complejo del siglo XIV, un wasserburg o castillo acuático con un foso alimentado por las aguas del Waal y el Mosa, había sido ampliado con varias edificaciones erigidas a su alrededor y dispuestas en dos líneas defensivas adicionales cercadas de un grueso terraplén y un foso más ancho que el primero. A pesar de la solidez del conjunto, Perea confiaba en el elemento sorpresa y en la superioridad de sus hombres, de modo que ordenó traer escalas desde Woudrichem para tomar a por sorpresa a los rebeldes. Así, “el capitán Perea arrimó las escalas con tanta presteza que antes que los de dentro lo pudiesen sentir, estaban ya nuestros soldados sobre la muralla”.18 Los rebeldes, sorprendidos, corrieron a refugiarse en el wasserburg. Tres de ellos fueron capturados y los españoles recuperaron el cuerpo sin vida de Arnt de Jeude, que ordenaron conducir a su pueblo de Hardinxveld.
Ruyter y sus hombres alzaron el puente levadizo y terraplenaron la puerta. Perea pidió artillería y consiguió que desde Zaltbommel se transportase a Loevestein un cañón con el que batió primero una tronera desde la que los rebeldes hostigaban a sus tropas con varios esmeriles y después abrió una brecha en la puerta lo bastante ancha para que un hombre pudiese entrar en la fortaleza. Entre tanto, unos y otros intercambiaron un nutrido fuego de arcabuz y mosquete. La esposa del castellano se acercó a una aspillera y, confundida con un rebelde, recibió un mosquetazo en un brazo. El asalto definitivo se produjo el 19 de diciembre. En la brecha de la puerta se combatió con intensidad pica contra pica durante un buen rato. Mientras tanto, un mosquetero español derribó al centinela rebelde que guardaba un torreón en la retaguardia. Allí arrimaron los sitiadores una escala por la que subieron doce soldados sorteando el foso y sorprendieron a los de Ruyter por detrás. Esto los hizo aflojar la defensa de la puerta. Los españoles tendieron una pasarela y, liderados por los sargentos Balcázar y Basurto, consiguieron superar a los rebeldes. Basurto quedó tendido en el suelo, alcanzado fatalmente por dos proyectiles de esmeril, pero los demás españoles se impusieron con facilidad. En total, perecieron ocho rebeldes en la lucha y diecisiete fueron hechos prisioneros.19
Ruyter no quiso rendirse. Acorralado, se retiró a una habitación en la que había esparcido pólvora por el suelo y enfrentó a los españoles blandiendo un espadón y con dos mechas encendidas anudadas en los brazos. Tras recibir varias heridas, el capitán brabanzón se arrojó sobre la pólvora, que produjo una fuerte ignición, “saliendo […] los soldados que le mataron muy desfigurados”.20 La esposa del castellano fue rescatada y curada, y vivió otros cuarenta y cuatro años, hasta 1615, pasados los ochenta. Los cuerpos de los rebeldes muertos fueron colgados en los árboles próximos al castillo. Todos los prisioneros fueron conducidos a Amberes y ejecutados.21
Alba quedó satisfecho, no solo por la victoria, sino también por la colaboración de la población y las autoridades locales. Así, escribió a Felipe II que “los de la villa de Gorcum, y todos los demás, han servido a V. M. con muy gran voluntad y enviado vituallas y todo lo que ha sido necesario para cobrar el dicho castillo”. También informó al rey de que, mientras se desarrollaba el asedio de Loevestein, el conde Williem van den Bergh, cuñado de Orange, había tratado sin éxito de tomar la importante ciudad de Deventer, situada a orillas del río IJssel, y se había apoderado de dos castillos en el condado de Zutphen: “pensaba hallar la villa de Deventer tan desproveída que pudiera ocuparla, y como les salió vano su designo (porque tengo en ella cuatro banderas de españoles), la gente que corrió al efecto hase metido en una villeta suya que llaman Berghen [Bergh] y en otro castillejo que estaba sin guarnición que llaman Hult [Ulft], ambas dos son plazas que se cobrarán en queriendo”.22
Las nevadas y las heladas invernales impidieron que Alba enviase tropas a recuperar los castillos de Bergh y Ulft hasta pasadas unas semanas. Para cuando Fernando de Toledo, maestre de campo del Tercio de Lombardía, avanzó hacia allá desde Utrecht con seis compañías, Van den Bergh y sus hombres habían abandonado ambas posiciones.23 Alba podía darse por complacido: los planes rebeldes habían fracasado y la población local había cooperado con lealtad. No obstante, la hambruna, las inundaciones, el declive del comercio y la pesca y los impopulares impuestos del Décimo y el Vigésimo pronto volverían a la población en contra del duque. El 1 de abril de 1572 los mendigos tomarían la ciudad portuaria de Briel, en Holanda, y pronto la rebelión se extendería de norte a sur de los Países Bajos.
Notas
- Rijk Acquoy, pp. 2-4.
- Rijk Acquoy, pp. 15-16.
- Instrucciones enviadas por el príncipe de Orange a Herman de Ruyter, Dillenburg, 25 de noviembre de 1570, AGS, Estado 545, f. 174; en Rijk Acquoy, p. 59.
- Vid. Guillermo de Orange a Jacques de Wesenbeke, Dillenburg, 12 de septiembre de 1570, Correspondance du Prince Guillaume d’Orange avec Jacques de Wesenbeke, I, pp. 74-79; Guillermo de Orange a Jacques de Wesenbeke, Dillenburg, 5 de noviembre de 1570, ídem, pp. 116-119; e Instrucción de Guillermo de Orange para Diederik Sonoy y Jan Basius, Dillenburg, 24 de noviembre de 1570, ídem, pp. 154-157.
- Rijk Acquoy, p. 36.
- Mendoza, Comentarios, f. 109r; Fernando Álvarez de Toledo a Felipe II, Amberes, 29 de diciembre de 1570, Epistolario, II, p. 477.
- Arblaster, p. 37.
- Rijk Acquoy, pp. 23-24.
- En las regiones de habla neerlandesa de los antiguos Países Bajos, el schout y el drossaard eran funcionarios locales y regionales, respectivamente, encargados de velar por el orden público. Su equivalente en las provincias francófonas era el bailío.
- Rijk Acquoy, pp. 26-27.
- Arblaster, p. 38.
- B. W. de Asperen a Adriaan Dirksz van den Hoevel, 13 de diciembre de 1570, Correspondance du Prince Guillaume d’Orange avec Jacques de Wesenbeke, I, pp. 190-191.
- Guillermo de Orange a Jacob van Wesenbeeck, Freudenberg, 20 de diciembre de 1570, Correspondance du Prince Guillaume d’Orange avec Jacques de Wesenbeke, I, p. 207.
- Ídem, pp. 208-209.
- Rijk Acquoy, pp. 28-29.
- Mendoza, f. 109v. Según el duque de Alba, los soldados destacados eran 110. Vid. Fernando Álvarez de Toledo a Felipe II, Amberes, 29 de diciembre de 1570, Epistolario, II, p. 477.
- Arblaster, p. 38.
- Mendoza, f. 109v.
- Rijk Acquoy, p. 32.
- Mendoza, f. 110r.
- Rijk Acquoy, p. 32.
- Fernando Álvarez de Toledo a Felipe II, Amberes, 29 de diciembre de 1570, Epistolario, II, p. 478.
- Fernando Álvarez de Toledo a Felipe II, Amberes, 22 de enero de 1571, Epistolario, II, p. 494.
Bibliografía
- Álvarez de Toledo, Fernando; Fitz-James Stuart y Falcó, Jacobo (ed.) (1952): Epistolario del III duque de Alba don Fernando Álvarez de Toledo, II. Años 1568-1571. Madrid: Diana.
- Arblaster, Paul (ed.) (2001): The Dutch Revolt: A Chronicle of the First Ten Years by a nun of ‘s-Hertogenbosch. Oxford: Davenant Press.
- Mendoza, Bernardino de (1592): Comentarios de don Bernardino de Mendoça, de lo sucedido en las guerras de los Payses baxos, desde el ano de 1567 hasta el de 1577. Madrid: Pedro Madrigal.
- Rijk Acquoy, Johannes Gerardus (1870): Herman de Ruyter. Naar uitgegeven en onuitegeven authentieke documenten. ‘S-Hertogenbosch: G. H. van der Schuyt.
- Someren, J. F. van (ed.) (1896): La correspondance du Prince Guillaume d’Orange avec Jacques de Wesenbeke, I. Utrecht y Ámsterdam: Kemink & Fils; Johannes Müller.
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