Cuando hablamos de orientaciones, identidades y formas de entender la sexualidad lo primero que tenemos que tener en cuenta que no siempre se han concebido igual. Eso sí, siempre ha habido normas y transgresiones a la misma. Quizás una de las cosas que más desconcertaba a los romanos y su concepto de la sexualidad como algo jerárquico y masculino, eran las mujeres que tenían relaciones con otras mujeres. Y sí, por mucho que las fuentes pasen de puntillas o solo las mencionen para criticarlas, las había.
Los romanos usaron una palabra derivada del griego para nombrarlas (un neologismo, en realidad, pero viene de antiguo el usar idiomas extranjeros para ello) y las denominaron “tribades”, que viene a significar algo así como “frotadoras”. De hecho, Tertuliano, adaptando el vocablo al latín usó “frictrix”. Aunque fuera un neologismo no quiere decir que en la Grecia clásica no existieran estas realidades. Alcman y Safo nos hablan de amoríos femeninos, tenemos testimonios esparcidos por las fuentes y en la cerámica también podemos encontrar escenas claramente lésbicas.
Mujeres lesbianas en la Antigua Roma
Aun así, aunque hubieran creado un término, los romanos tenían serios problemas para encajar este concepto de relación sexual en igualdad o sin una parte “activa” y, por tanto, penetradora. Nunca sabremos si el personaje de Basa, de la que Marcial decía que tenía un clítoris capaz de penetrar, responde a un caso de intersexualidad o a la dificultad para concebir relaciones lésbicas sin penetración. Lo mismo pasa con Juvenal, cuando habla de “cabalgar” (equitant) en su sátira sobre dos mujeres que se ocultan en el altar del Pudor para tener relaciones antes de volver a sus respectivas casas.
El desconcierto romano se ampliaba ante la posibilidad de relaciones que no se conformaran en torno a un elemento activo y viril y otro pasivo. Así, las fuentes nos describen historias de mujeres actuando como hombres, como en el caso de Megilla y Demonassa, una historia de ficción de Luciano, en que la primera pide ser tratada en masculino y besa “como un hombre”. No deja de ser significativa la mezcla entre identidad de género y orientación, no tanto por un rechazo a las prácticas homoeróticas, sino porque estas, en concreto, se escapaban a la construcción básica de lo que debía de ser una romana… según un romano, claro. No en vano, siglos más tarde Wittig escribió que las lesbianas no eran mujeres para la sociedad de su época, porque rompían con una característica básica que se les asociaba, la relación con un hombre.
Eso sí, las preferencias tenían una explicación, humana y divina. Un tratado hipocrático explicaba que, dependiendo de la semilla que predominara, podían salir hombres viriles, mujeres femeninas… o mujeres viriles y hombres femeninos. En el Banquete, de Platón, Aristófanes explica que Zeus, celoso de unos humanos perfectos, redondos y dobles, nos separó en mitades, y que esos humanos perfectos podían ser totalmente hombres, totalmente mujeres o mitad y mitad y, dependiendo de ello, cada cual buscaría desesperadamente algo parecido a la mitad que perdió. Fedro explicaba que Prometeo creó a los humanos borracho, tras una fiesta, y que por ello asignó un poco aleatoriamente sexos y preferencias. Así, las cosas podían ponerse divertidas en torno a las identidades y orientaciones.
A veces los mitos proporcionaban finales felices, aunque no dejen de restaurar un orden en que la única sexualidad permitida para la mujer era la heterosexual dentro del matrimonio. Ifis o Leucipo, criadas como niños para evitar la exposición al nacer, se habrían enamorado de mujeres y las deidades las habrían convertido en hombres para evitar el desastre de descubrir la verdadera naturaleza de la relación en medio de sus bodas.
Mujeres que amaron mujeres en Roma
No siempre la incredulidad es la tónica, eso sí, ni siquiera la crítica mordaz. A veces se asume, como en la Vida de Apolonio de Tiana, que hay mujeres que, a la manera de Safo, viven amando a otras mujeres y escribiendo poesía. Unas pocas veces, también, vemos representaciones iconográficas que, aunque procedan de una mirada masculina, no son simplemente pornografía. En Pompeya no solo hay escenas eróticas en las termas, sino que la casa de Cecilio Iucundo nos deja lo que parecen ser dos mujeres compartiendo lecho. Es el último momento antes de separarse, cuando ya solo queda el leve rastro de un contacto en las manos, mientras una se marcha.
Pero, pese a la incredulidad romana, la atracción y complicidad entre mujeres existió en el mundo clásico e ignoraron, como ha pasado siempre, las críticas, burlas o miradas de reojo. Eso sí, solo se las ha empezado a ver cuando se las ha buscado. Más allá de la siempre conocida y citada Safo, en otros poemas femeninos asoma el amor entre mujeres. A veces descarado, como en un grafito pompeyano en que una mujer pide a su “muñequita” que se vaya con ella y que se dé cuenta de que el amor de los hombres es voluble. A veces lo vemos en parejas que continuaron juntas más allá de la muerte, como las libertas Fonteia Helena y Fonteia Eleusis, representadas con un gesto matrimonial, el de unir las manos derechas. A veces es más sutil y solo podemos adivinar tras esas mujeres, que no eran parientes, unidas en su tumba, como en caso de una tumba del Cerámico, en Atenas.
Al final, cuando se trata de la vida cotidiana, el amor y la identidad, lo que se desea y lo que se es, va más allá de cualquier norma y escapa a cualquier control que quiera imponer la sociedad. Y, en el día a día, las mujeres que vivían, se amaban y dormían juntas lo seguían haciendo, dijera lo que dijera la sociedad. Y, por mucho que se hayan empeñado siglos y autores en meterlas bajo las alfombras, aun podemos encontrarlas en las grietas.
Bibliografía
- Boehringer, S. (2014): “Female Homoeroticism” en Hubbard, T. K. (ed.) A Companion to Greek and Roman Sexualities, Blackwell Publishing Ltd, pp. 150-163
- González, P. (2021): Soror. Mujeres en Roma, Desperta Ferro.
- Hallett, J P. (1997): “Female Homoeroticism and the Denial of Roman Reality in Latin Literature.” en Hallett, J. P. y Skinne,r M.S. (eds) Roman Sexualities, New Jersey: Princeton University Press, pp. 255-273.
Comentarios recientes