lengua neopúnica Cartago San Agustín inscripcción Museo de Cartago

Inscripción púnica en una losa de caliza negra, siglo III a.C, Museo Nacional de Cartago, Túnez. El contenido de la losa parece referirse a una serie de instrucciones y obras públicas en la ciudad. Sin embargo, la lengua neopúnica sirvió como vehículo de interacción entre las diferentes comunidades en la Tardoantigüedad. Fuente: Wikimedia Commons/Jamie Heath

Para estudiar el fenicio-púnico, el problema al que siempre se tienen que enfrentar los historiadores es a la falta de fuentes. Es cierto que existe una cantidad considerable de inscripciones, pero que suelen ser votivas o de fines parecidos, y no ha llegado nuestros días  ninguno de los texto fenicio-púnicos escritos en soportes perecederos (Cunchillos y Zamora, 2000, p. 20), si salvamos la obra de Magón sobre temas agrarios.

El origen de la lengua neopúnica

Aunque existen diferencias entre lo que los especialistas llaman fenicio y lo que llaman púnico, generalmente se refieren a un abanico temporal, junto a un cambio en la grafía. A lo que se denomina tradicionalmente el periodo cananeo, sucede el periodo fenicio, después de la llegada de los Pueblos del Mar en el 1200 a.C. Después, se hablaría del púnico durante la hegemonía de la ciudad de Cartago en el Mediterráneo. A la caída de la ciudad, en el 146 a.n.e., aunque con matices, es cuando podríamos hablar de neopúnico. Este último suele ser más sencillo de diferenciar de los otros dos, debido a sus trazos más simples y cursivos, así como encontrarlo escrito en caracteres latinos (Zamora López, 2012, pp. 114–115).

Hemos de mencionar que no se debe confundir el término neopúnico y el de púnico tardío o tardopúnico (Jongeling y Kerr, 2005, p. 1). Aunque pueden llevar a equívoco, cuando se habla de neopúnica los especialista se suelen referir a los aspectos gráficos de la lengua, es decir, a como aparecen en las inscripciones, aunque los análisis filológicos muestran que probablemente se dieran también cambios en los fonemas y expresiones. Como le pasa a cualquier otro lenguaje hablado o escrito, “la lengua púnica habría sufrido una evolución inevitable y progresiva que, por la naturaleza conservadora de sus manifestaciones epigráficas apenas podría percibirse hasta época tardía, momento en el que aparecen grandes cambios en estas manifestaciones escritas”(Zamora López, 2012, p. 129).

Uno de esos cambios en las manifestaciones escritas se daría en la pérdida de la grafía fenicia al usarse con mayor frecuencia los caracteres latinos. Probablemente, las escuelas de escritura que enseñaban los caracteres fenicio-púnicos se perdieron con la progresiva entrada del latín y su mayor uso en las ciudades. Pese a estos cambios, las poblaciones de tradición hablada púnica mantendrían su lengua a pesar del fuerte influjo cultural romano (Zamora López, 2012, pp. 132–136).

La lengua neopúnica y el libio, dos hablas diferentes

Una de las menciones más relevantes que servía a los historiadores para argumentar que se continuaba usando la lengua púnica en tiempos de Agustín de Hipona se encuentra en una de sus cartas, en las que relata a su receptor como tuvo que buscar a un clérigo que supiese hablar la lengua púnica para crear una nueva diócesis en Fussala, cerca de Hipona (Ep. 209, 4). Por otro lado, los que sostenían que Agustín se refería al libio y no al púnico utilizaban otra mención en la que, hablando de cómo los donatistas únicamente aprobaban el uso del latín y del púnico, se refería a este último como lengua africana (Enar. In. Ep. loh. ad Parthos, II, 3.).

Bénabou nos explica que Frend y Courtois, los principales defensores de la equivocación de Agustín, tenían argumentos de suficiente peso para sostener su postura, debido a la escasez de inscripciones púnicas, y la abundancia de las libias, en los años 50 (Bénabou, 2005, pp. 473–474). Por otro lado, también argumenta que las inscripciones libias presentan problemas, pues su datación resulta complicada. Además, la mayoría de inscripciones libias aparecen alrededor de centros de cultura púnica y latina, por lo que se podría haber dado un fenómeno de imitación en la cultura epigráfica, ya que no existen tantas inscripciones libias en las zonas alejadas de estos centros. Sería entonces difícil establecer la densidad del habla libia en una zona por medio de una mayor densidad de epígrafes libios.  Además, que se hablase libio no implica que no se hablase también púnico, encontrándonos con dos lenguas que coexisten. (Bénabou, 2005, pp. 476–483) Sumado a estos argumentos encontramos el hecho de que ni Frend ni Courtois realizaron análisis filológicos profundos. Es algo con lo que sí que contaron académicos contrarios a su postura como M. Simon. (Fernández-Ardanaz, 1995, pp. 100–104)

Pero sobre todo, el argumento de que no existían suficientes inscripciones neopúnicas que sugirieran la permanencia del púnico hasta la época de Agustín se ha ido desvaneciendo con diversos hallazgos, como pueden ser varios textos neopúnicos en Mactar del siglo I a.C. y otros en el desierto de Djeffara entre los siglos II y III d.C. Y los hallazgos más importantes se dan en la región de Bir ed-Dreder (LP del 1 al 4 en Jongeling y Kerr, 2005, pp. 60–62), donde unas inscripciones se habían catalogado de latino-libias, al estar escritas en caracteres latinos, pero que han resultado ser latino-púnicas tras varios análisis filológicos (Bénabou, 2005, pp. 483–488). Por si fuera poco, se podría tener en cuenta lo que refiere Ulpiano sobre el fideocommissorum (Digeste, XXXII, I, 11) en época de Caralla, pues menciona que este documento legal se podía escribir tanto en latín como en griego, púnico, galo o cualquier otra lengua que se hablara en el imperio (Millar, 1968, p. 131). Si se tratase únicamente de un dialecto hablado y poco relevante, no se mencionaría esta posibilidad.

Resultaría extraño a su vez que Ulpiano u otros autores de la época confundieran el púnico con el libio, sobre todo teniendo en cuenta que los romanos tuvieron mucho más contacto y familiaridad con el púnico que el que tuvieron nunca con el libio o libio-bereber (Jongeling y Kerr, 2005, p. 5). Asimismo, existirían suficientes epígrafes para garantizar la continuidad del púnico en el norte de África hasta tiempos de Agustín de Hipona, además de las mencionadas por Bénabou, también otras en Zliten y Leptis Magna (Jongeling y Kerr, 2005, p. 2).

A la llegada de Roma a África tras la derrota de Cartago y la provincialización de lo que sería su hinterland, el latín adquiriría un estatus como lengua de poder, representando el cambio de manos de la autoridad en la zona, y completamente dominante a partir del siglo II d.C.(Ouachour, 2019). Obviamente, no se eliminarían el resto de lenguas automáticamente, sino que el latín dispondría de una posición asimétrica respecto a las otras lenguas (Briand-Ponsart y Hugoniot, 2005, pp. 451–460). Roma nunca llevó a cabo ninguna política lingüística coactiva, al igual que en otros territorios conquistados, por lo que sólo en algunos contextos sería necesario aprender latín para desenvolverse en la vida diaria, sin suponer un cambio brusco o radical para la población (Bénabou, 2005, p. 471).

En principio, Sznycer sostiene que en las zonas de anterior influencia cartaginesa, como Túnez, Argelia y Tripolitania, aunque parte de la población pudiera “romanizarse” profundamente con el tiempo, mantendría paralelamente muchas de  las antiguas tradiciones, tanto en la lengua como en la religión, dando lugar a una cultura sincrética romano-africana (Briquel-Chatonnet, 1996, p. 15). Visto en perspectiva, sería difícil sostener que, dada la importancia que tuvo el púnico como lengua oficial y de prestigio, incluso entre los dirigentes númidas, el púnico desapareciese sin dejar rastro. Probablemente mantendría un papel superior al del libio, que no soportó de la misma manera que el púnico la entrada del latín al panorama africano  (Balbao Lagunero, 2014, pp. 70–71).  En general se sostiene que el latín penetraría con más profundidad en las capas sociales de las elites y en las ciudades, mientras que el púnico terminaría por comportarse como una lengua vernácula, sobre todo en las zonas de surgimiento del donatismo, principalmente agrarias, en el siglo IV n. e.  (Jongeling y Kerr, 2005, p. 4).

De lo que parece que no hay duda es de que el púnico continuó siendo una lengua hablada por gran parte de la población del norte de África hasta la época de Agustín. En uno de sus textos, el obispo de Hipona le comenta a Novato, obispo de Sitifis, que no puede prescindir del diácono Lucilio, el hermano de Novato, debido a que necesita a alguien que hable la lengua del lugar (Ep. 84, 2.). En esta carta no especifica que se trate del púnico, pero debido a las comprobaciones que hemos expuesto anteriormente, es muy probable que se refiriera a esta lengua.

La lengua neopúnica como habla franca

En otro pasaje, Agustín habla de un altercado que habrían tenido unos habitantes de una zona cercana a Hipona con los donatistas. Los testigos exponen que habrían sido agredidos, verbal y físicamente, tratando de convertirlos al donatismo. Y esta exposición se habría hecho “por medio del intérprete púnico…” (Ep.108, 14.) Es decir, podemos observar que existiría la necesidad de figuras que hablasen púnico. Entendemos ahora claramente que es la lengua del lugar, para comunicarse entre los clérigos cristianos y los lugareños.

San Agustín de Hipona, donatistas, lengua neopúnica

Disputa teológica entre san Agustín de Hipona y los donatistas, de Charles-André Van Der Loo, 1753. La herejía donatista en el siglo IV, surgida en Numidia y que consolidó las ideas de san Agustín por su contraargumentación, no estuvo exenta de problemas. Los donatistas veían a los católicos como pecadores y tuvieron problemas con ellos hasta la llegada del Islam en el siglo VII. Wikimedia Commons 

En otra ocasión, en una carta que ya hemos mencionado al principio, Agustín busca a un clérigo que pueda convertirse en obispo de la nueva diócesis que quiere formar en Fussala, pues Hipona resulta una diócesis muy grande, y existían gran cantidad de donatistas en la región. Para ello, precisa de alguien que conozca la lengua púnica (Ep. 209, 2-3.). esto no tendría otra razón de ser que no fuera la necesidad de conocer la lengua del lugar, la púnica, para poder evangelizar a los lugareños en su propia lengua, pues sería complicado intentar transmitirles los mensajes de los textos sagrados en latín u en otra lengua que no fuera el púnico.

En otra ocasión, esta vez durante un sermón en Hipona, Agustín debe de estar dirigiéndose a su audiencia cuando dice: “Hay un célebre proverbio púnico, que os diré en latín, porque no todos conocéis dicha lengua. El proverbio es ya muy antiguo: «La peste busca una moneda; dale dos y que se vaya»” (Sermo, 167, 4.). Por lo que podemos extraer de lo que dice, Agustín está declarando, implícitamente, que entre los que le escuchan existe gente que sabe hablar púnico, pero que otros no saben, y que sólo conocerían el latín. Esto no solo nos habla de que el púnico se hablaba en la región donde Agustín imparte sus sermones, sino que podíamos encontrarnos con población que supiera latín, que supiera púnico, o que supiera ambos. Esto nos indica que el púnico y el latín convivían de una forma u otra entre la población del África romana.

Por último, en lo que respecta al púnico hablado, es interesante también mencionar lo que cuenta Elio Esparciano sobre el emperador Septimio Severo, que gobierna entre los años 193 y 211 d.C. Comenta que mantenía un acento africano al hablar latín, es decir, que debía de hablar otra lengua de manera fluida o nativa, que probablemente sería el púnico. Además, habla también de que una hermana suya no sabía hablar latín, por lo que probablemente sólo hablara púnico (Historia Augusta, Vita Severi I, 2; XV, 7 y XIX, 9-10).  Este testimonio añade a lo que ya sabemos que no sólo estaríamos tratando, al hablar del púnico, de una lengua que hablasen las capas bajas de la sociedad, sino que de alguna manera se mantendría también presente en la cúspide de la sociedad, llegando a ser una de las lenguas principales de uno de los emperadores de Roma.

Con todo lo dicho anteriormente, puede quedarnos más o menos acreditado que el púnico se hablaba con mucha frecuencia en tiempos de Agustín. Sin embargo, otros testimonios del mismo autor nos pueden indicar que también se mantendría el idioma en formato escrito, ya si era en caracteres latinos o fenicios, no parece que lo podamos saber.

Uno de los testimonios más claros es en el que Agustín advierte a otro clérigo, el cual parece que desprecia la lengua púnica, que no debe olvidar que, siendo los dos africanos de nacimiento y escribiendo para africanos, debe apreciar, y que no puede negar, las sabias doctrinas que se les han transmitido por medio de los libros púnicos (Ep. 17, 2.). De este extracto podemos comprender que la tradición literaria púnica, conocida por lo que sabemos de la biblioteca cartaginesa, se ha mantenido durante varios siglos, hasta mantenerse en tiempos de Agustín. Probablemente Agustín pudo consultar algunos de estos libros en púnico, de los que habla claramente.

Agustín también hace referencia en varias ocasiones a algunos términos, dando su escritura tanto en púnico como en latín y en hebreo, como es el caso de la discusión entre el lucro y la riquezas, que queda indicado en los términos mammon y mammona (Sermo 113, 2), que vuelve a referenciar en otro sermón (Sermo 359). Realiza algo parecido con los términos de salus y tria (Ep. a ad Romanos inchoata, Expositio, 13); o con el término mesías, que significa ungido, y se escribe messe en púnico, a la vez que relaciona la lengua hebraica, la púnica y la siríaca (Io. eu. Tr 15, 27).  Comenta las similitudes en púnico de los términos fe, misericordia y piedad (De magistro, 13). Estas menciones superan un análisis gramatical y lexical en el caso de que nos preguntemos, de nuevo, si Agustín se estaba refiriendo al púnico, y no a otra lengua (Fernández-Ardanaz, 1991, pp. 148–150). Comenta asimismo Agustín los abecedarios o acrósticos que se utilizan al componer los salmos en púnico y en latín (Salmo 118).

Podemos ver que no sólo se encuentra el púnico en lengua hablada, sino también en escrita, y que tendría una gran conexión con los textos religiosos cristianos, como pueden ser abecedarios, códices, salmos e incluso del Antiguo y del Nuevo Testamento (Fernández-Ardanaz, 1997, pp. 152–153).

Para acabar, me gustaría volver a la metáfora del “cadáver” de Cartago de Mommsen. Es un hecho que si dejas un cadáver a la intemperie, pueden suceder dos cosas. La primera, que los animales se alimenten de los componentes de ese cuerpo, y por tanto queden esparcido por la zona. O la segunda, y es que el cadáver termine por convertirse en abono para la vegetación, quedándose, de modo parecido al de la primera opción, partes de los componentes del cuerpo por los alrededores. En este caso, la lengua púnica en África.

Bibliografía

Fuentes Primarias

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  • Elio Esparciano. Historia Augusta, Vita Severi I, 2; XV, 7 y XIX, 9-10. Picón, V. y Cascón, A. (trads.) (1989) Historia Augusta. Madrid: Akal, pp. 242-248
  • Procopio de Cesarea De bello Vandalico Libro II, 4, 15-29. Flores Rubio, J.A. (trad.) (2006) Historia guerras. Libros III-IV. Guerra Vándala. Madrid: Editorial Gredos (Biblioteca Clásica Gredos, 282), pp. 246-248. Y también de Procopio De aedificiis, VI, 2. Periago Lorente, M. (2003) ‘“Los Edificios”: Libro VI’, Estudios orientales, (7), pp. 109–116.

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Este artículo corresponde al V Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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