Desde hace tiempo se nos ha ido dando a conocer datos sobre la existencia de una lucha, a pesar de interdependencias, entre Estados Unidos y China, tanto en el terreno comercial como en el tecnológico, lucha en la que no se apuntaba referencia alguna al ámbito militar. Sin embargo, ante los posibles apoyos de Pekín a Moscú de cara a su guerra en Ucrania todo ha cambiado, tal y como se detecta con claridad en las respectivas posiciones encontradas ante una posible paz en Ucrania, una paz que parece de momento inalcanzable por falta de acuerdo en la base de los apoyos interesados de cada parte. China mantiene su compromiso con Rusia, aunque preocupada ahora, por su manifiesta debilidad en el conflicto, de alcanzar un nuevo orden mundial mediante su expansión por África, América Latina y Oriente Próximo. Un orden que habría de superar aquel planteado por EEUU y aliados con sus intervenciones en la India, en el Pacífico (en el que también está presente la intervención china), así como a través de la UE/OTAN. Actores estos que en la pasada Cumbre de la OTAN en Madrid (28 y 29 de junio de 2022) incluyeron por primera vez a China como país a tener en cuenta en la estrategia “otaniana”. Lo que, expuesto en resumen breve, nos introduce en la comprensión de que nos encontramos ante una clara competición por la hegemonía mundial entre EEUU y China, en una nueva Guerra Fría o Guerra Fría 2.0.
Por supuesto diferente a la anterior, en la que Rusia al lado de China y la UE al de EEUU son ahora, junto a otros países, aliados de unos y otros, en contra, meros comparsas (aunque influyentes) de aquella, actuando bajo sus propios intereses en diversos tableros estratégicos, parte del tablero global. Uno de aquellos es el tablero del continente africano, actualmente relevante por el crecimiento del terrorismo yihadista y del crimen organizado en el Sahel (problemas extensivos ya a otros países africanos fuera de tal región). Problemas vistos como un peligro, sobre todo si el primero, el “avispero saheliano” supera el “avispero magrebí”; razones que han puesto al descubierto el valor geoestratégico de las regiones saheliana y magrebí, en la consideración de “frontera avanzada”, “nueva frontera directa” o “zona en crisis” para el frente sur europeo y, en consecuencia, para el mundo occidental.
Guerra Fría 2.0 en África
Se plantea así una nueva Guerra Fría de la mano de EEUU y aliados, enfrentada a China y Rusia, marcada ahora por el actual conflicto armado entre Rusia y Ucrania (Guerra Fría ya existente desde antes de esta puesta en escena por la guerra aludida), mediante el desarrollo con dinero, inversiones y refuerzos militares en el Sahel, así como en el Magreb. Todo ello con el fin de evitar que Rusia, con fuerzas armadas y mercenarios, como aquellos del Grupo Wagner, ya presente en varios países africanos (Libia, Guinea Bisao, Nigeria, Chad, Sudán, Sudán del Sur, Guinea Ecuatorial, República del Congo, Burundi, Comores, Mozambique, Batsuana, República Centroafricana y Madagascar), estrechen su amistad con los generales y juntas militares en el poder de aquellos países mediante el cambio de seguridad por licencias para explotar sus recursos naturales, y más en un momento en el que Rusia está sujeta a diversas sanciones económicas internacionales por la guerra.
Razones por las que España, en la Cumbre de la OTAN, en la que, sin aportar soluciones a la actual guerra ruso-ucraniana, planteó su preocupación por reforzar el flanco sur de la OTAN (Magreb y Sahel, amén de Oriente Próximo) y la inclusión, en referencia específica, a las actuaciones sobre el mismo en las estrategias y prioridades a seguir, dentro del nuevo concepto estratégico para los siguientes diez años (denominado “Concepto Estratégico” de Madrid). Actuaciones, tanto políticas como operativas (despliegue de fuerzas), de la organización atlántica.
Así pues, como se ha indicado, se ha abierto entonces en África, en el contexto de un yihadismo creciente, una nueva Guerra Fría denominada por algunos analistas como “Guerra Fría 2.0”, “Segunda Guerra Fría” o “Guerra Fría renacida” (una guerra en la que al margen de ideologías se enfrentan ahora las democracias liberales occidentales y los regímenes autocráticos o dictatoriales). Guerra en la que no solo se enfrentan, en una lucha geopolítica para ganar influencia en el continente, EEUU, que, en la actualidad, acusa a Rusia de explotar los recursos africanos para financiar la guerra en Ucrania, y Rusia, con sus respectivos aliados, sino que también habrá que contar con China, país que actúa más por una vía civil que militar, aunque no olvide tal posibilidad.
Más en concreto, Rusia trabaja en el ámbito geopolítico de influencia a través del ofrecimiento de seguridad, la venta de armas y la instalación de bases militares a cambio de la explotación de materias primas, amén de maniobras de entrenamiento. Por su parte, China, al margen aparente de ideologías, ha venido actuando más en el plano civil (pero sin eludir la venta de armas, además de contar con bases militares en Bata, en Guinea Ecuatorial y en el Puerto de Doraleh de Yibuti), tratando de ocupar todos los espacios del continente africano que le son favorables (en su mayoría en las costas africanas), ante una cierta indiferencia, hasta el momento, de EEUU y la observancia, en segundo plano, de la UE. Una UE que, fuera ya de intereses colonialistas anteriores, no logra captar la suficiente atención africana como para contrarrestar la influencia China dada la capacidad de este país a la hora de invertir en el mismo, ni hace realmente nada ante la presencia rusa, de forma que ha dejado de ser un referente para muchos países africanos.
De esa forma, China, con Rusia al lado (juntos, pero no revueltos en cuanto competidores y aliados) incrementando su presencia año a año, está siguiendo paso a paso, sin prisas, pero sin pausa, la estrategia, ya antigua en el tiempo, de ganar voluntades a través de la condonación de la deuda contraída por algunos países africanos (según el Foro de Cooperación China-África (FOCAC) en 2018, en 2020 y en 2022). Además, sigue la estrategia de abrir la puerta a nuevos préstamos (con sus reservas del Fondo Monetario Internacional) y seguir con su política de creación de infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, puertos –que faciliten sus movimiento comerciales–, instalaciones eléctricas, centros médicos con ayuda a la vacunación COVID, mercados, estadios deportivos, escuelas…).
Siempre con la finalidad, a través de la facilitación de proyectos de progreso e industrialización (actuación sobre el frente estructural), de obtener facilidades en contratos de explotación de materias primas (e incluso la promesa de no apoyar al régimen de Taiwán), así como, en el orden geopolítico, combatir las prácticas hegemónicas y de intimidación (abusos, en suma) por parte de otras potencias (la UE con Francia a la cabeza y EEUU) presentando a los africanos su liderazgo. Sin embargo, ante las dificultades de la economía china por la COVID y la guerra ruso-ucraniana, la orientación hacia modelos mixtos de financiación privada está haciendo decaer un tanto entre los africanos la sensación de apoyo “desinteresado” por parte china (los chinos saben que, a menos inversiones, menos popularidad). De manera que, además, y a pesar de la simpatía de la mayoría de los dirigentes africanos, hay una cierta desconfianza en sus pueblos dado que, a pesar de la aportación china, los ciudadanos no ven que el dinero llegue a sus manos.
La presencia china y rusa, al margen de sus intereses particulares, manifiesta cierta afinidad frente a EEUU, UE y OTAN, como es el establecimiento de redes de comunicación satelitales por parte de Pekín en las que se presentan noticias (traducidas a diversas lenguas africanas) procedentes del Kremlin que son contrarias a los primeros. O, también, en la participación de maniobras militares conjuntas en el continente africano, caso, por ejemplo, de las últimas navales Mosi-2 junto a Sudáfrica con el objeto de reforzar la seguridad y las actividades económicas marítimas frente a las estadounidenses.
El interés geopolítico y las tensiones con Marruecos
También hay que contar con Turquía, país que participó en la misión militar de la ONU en Mali y en la República Centroafricana, ahora prorrogada, contra el yihadismo y que sigue participando aún con tropas en Libia y en Somalia (entrenamiento al ejército somalí). En la actualidad, muestra interés en expandirse por el continente africano bajo intereses económicos, amén de sus ventas de armas, con la apertura de mercados de obra pública e intercambios comerciales; expansión que aprovecha para aquella de su neoislamismo.
Una Guerra Fría 2.0 que, también, está siendo acompañada en la actualidad por el interés iraní en el Magreb y África Occidental, aprovechando el sentimiento antioccidental creciente; interés basado en las oportunidades económicas y la creación de una base presencial. Así, en el Magreb parece definirse un nuevo eje norteafricano frente a Marruecos (próximo a EEUU e Israel) constituido por Irán con Rusia, Argelia, Túnez y Mali, eje denunciado por los sunnitas (la mayoría musulmana iraní es chiita), solidarios con Marruecos por el apoyo prestado (junto a Hezbolá) al Frente Polisario.
Una Guerra Fría 2.0 en la que, como se puede constatar, el continente africano se ha convertido en el actual foco de la lucha por el relato geopolítico surgido tras la guerra ruso-ucraniana y sus efectos, entre la UE y Rusia. Ambos pretenden ser los dueños de la verdad, así, mientras la UE acusa a Rusia de “exportar hambre”, de la creciente hambruna por la falta de cereales provenientes de Ucrania, el Kremlin afirma que la misma es debida a las sanciones occidentales a su economía (a unir las minas ucranianas en sus puertos que impiden la salida de buques). Sanciones que no han sido secundadas por los países africanos, ya que consideran (¿mediatizados por Rusia?) que el discurso de la UE no es neutral.
En ese contexto, no extraña pues que en el texto de la Delegación de la UE dirigido a la Unión Africana (UA) señale, bajo la observación de la creciente influencia de Moscú en África, que Europa “está perdiendo la batalla de los corazones y las mentes en África en lo referido en la guerra”. Un continente en el que ya algunos países rechazan la influencia francesa junto a la de otros países europeos, a los que se acusa de neocolonialistas y de no haber avanzado en la lucha contra el yihadismo.
De todas formas, Francia, a pesar de su fracaso político-militar en Mali (país ahora manifiestamente antifrancés y anti ONU tras la llegada de los mercenarios rusos de Wagner); y en Burkina Faso que, con la exigencia en enero de 2023 de retirar sus tropas ha abierto también la puerta a la intervención rusa (ambos países denuncian la falta de progresos eficaces en la lucha contra el yihadismo); mantuvo, adelantándose a la UE, la postura de no querer abandonar su presencia en el continente africano cara al juego geopolítico de influencias (por tal razón ha trasladado sus fuerzas a Níger). Tal y como manifestó indirectamente el presidente Macron a las autoridades argelinas en su visita a finales de agosto a Argelia. Así, aprovechando su problema gasístico ante la presión rusa ha buscado poner a Argelia de su lado para resolver este problema y, al tiempo, alcanzar medidas coordinadas para la lucha diplomática y militar en el Sahel. Para ello ha ofrecido relanzar las relaciones bilaterales (lo que, con seguridad, molestará a Marruecos) a través de la construcción de un diálogo político a máximo nivel, la creación de equipos para reescribir la historia en común, trabajar en el campo económico y energético, proporcionar educación científica y cultural y ayuda a la juventud.
A todo ello ha ayudado también el giro dado a las posiciones respecto al Sáhara (la autonomía como “única” salida) en favor de Marruecos, primero por EEUU con Donald Trump (2020) y Joe Biden, y luego por Alemania y España, tensando el equilibrio político en el Magreb (tensiones que apuntan al desarrollo de una batalla por el poder en la región): relaciones entre Marruecos-República Árabe Saharaui Democrática (actualmente en guerra silenciada y sin respuesta armada del lado marroquí), entre Marruecos-Argelia (permanentes desde atrás en el tiempo por problemas fronterizos y su posición a favor de los saharauis), entre Marruecos-Túnez (a finales de agosto ante su último posicionamiento a favor de los saharauis con la invitación a la RASD a la 8.ª Cumbre entre Japón y la UA), entre España con Marruecos-Argelia (en ambos casos por la nueva posición oficial española a favor de una autonomía para el Sáhara), y posiblemente entre Francia con Marruecos-Argelia (en este caso por la búsqueda de gas argelino y de apoyos para su intervención africana). La situación se muestra más favorable a Marruecos con la presencia en el asunto de Israel a través de las nuevas relaciones con Marruecos establecidas bajo la intermediación de EEUU (Acuerdos de Abraham) y la desaparición de Libia del escenario magrebí.
Conflictos bilaterales abiertos todos por un Marruecos que se presenta, empoderado por el apoyo de los EEUU y sus recientes acuerdos con Israel, diplomáticamente agresivo e intolerante respecto a toda posición sobre el Sáhara que no esté con su idea de integración en su país. En la actualidad, los problemas de los países norteafricanos y sahelianos, cada uno con sus intereses particulares, ocultos o no, pueden hacer derivar a un segundo plano los planteamientos de resolución al “desbaratar la esperanza de la diplomacia española de que la Cumbre de la OTAN ponga el énfasis en el Sahel y en el Magreb”, volcándose más en el flanco oriental que hacia aquel del sur.
La Guerra de Ucrania y su impacto en África
Además, en ese contexto de Guerra Fría 2.0, hay que tener en cuenta que, como consecuencia de la reciente guerra entre Ucrania y Rusia (desconocida para la mayoría de los africanos), las economías de algunas regiones africanas, por el desabastecimiento de algunos productos, sobre todo alimenticios (cereales y derivados) y fertilizantes, y el aumento de los precios de carburantes y energía, alimentos y materias primas, pueden sufrir hambrunas. Sobre todo aquellas del Sahel y el Cuerno de África, regiones ya afectadas por una intensa y continuada sequía, incremento de los conflictos sociales y armados, y migraciones consecuentes (principalmente hacia Europa), a los que hay que sumar el regreso de aquellos asentados en Europa a sus países de origen ante la guerra en Ucrania (de vuelta a la hambruna de la que, en su día, escaparon), provocando daños estructurales y sociales con extensión a su situación política. Así se acentúa la inestabilidad existente con la posibilidad de disturbios civiles (pudiendo alcanzar también al Magreb); elementos que también pueden condicionar las intervenciones foráneas en los frentes de acción contra el yihadismo (el estructural, el operativo y el ideológico). Regiones que han de precisar para evitar tales problemas, y el aprovechamiento de ellos por el yihadismo, de ayudas financieras foráneas de todo tipo, no sólo militares; unas ayudas ahora un tanto reducidas por el desvío de parte de ellas hacia Ucrania.
Daños, a sumar a los ya producidos por la pandemia, que se comenzaron a notar el mes de abril del año pasado, mes del Ramadán, y que previsiblemente continuarán durante el tiempo de guerra y posteriormente hasta la recuperación de los mercados afectados por la falta de grano procedente de Ucrania y Rusia. Falta de la que Rusia se justifica acusando paradójicamente a Kiev y a los países occidentales por el minado de los puertos ucranianos que impide el tráfico de los cereales. Mientras, la UE acusa a Rusia de retener el grano de Ucrania a propósito, razón por la que los EEUU consideran que Rusia está utilizando la retención como “arma de guerra”; situación que se ha tratado de resolver mediante un acuerdo entre Kiev y Moscú con la mediación de Turquía.
Por otra parte, habrá que considerar la influencia que, en su caso, dicha guerra, ante el posible debilitamiento del prestigio y ascendiente (al ser acusada de las hambrunas por falta de cereales) de la presencia rusa en el continente africano como consecuencia de tal conflicto, pueda tener en el realineamiento de posiciones en el norte de África. Esto podría hacer tambalear en parte los planteamientos en los frentes aludidos, así como elevar, como respuesta, la violencia en la región. Asunto que la diplomacia rusa trató de paliar con la gira (julio 2022) del Ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, a varios países africanos (Egipto, Etiopía, República Democrática Centroafricana y Uganda) con el objetivo de afirmar el compromiso ruso de exportar cereales suficientes para combatir la hambruna en ciernes (razón por la que Rusia ha solicitado a la ONU un levantamiento parcial de las sanciones) y combatir al mismo tiempo la presencia estadounidense en el continente africano.
También habrá que pensar en la incidencia que tal conflicto puede tener sobre la mentalidad de los yihadistas, tanto en general, al considerar que la guerra ruso-ucraniana es una guerra entre cristianos, entre “cruzados”, propiciada por Alá, en la que de ninguna manera han de intervenir para evitar que musulmanes mueran por los infieles, como por parte de los yihadistas sahelianos en particular, en la base de que tal guerra puede llegar a debilitar las intervenciones foráneas en su contra. Influencia que, en todo caso, acentuará su moral de lucha por cuanto para ellos, su realidad es debida a la intervención divina, de Alá, como castigo a Occidente (“Alabado sea Alá”, proclaman en sus redes sociales) y muestra la debilidad occidental. Una guerra que les beneficia por cuanto los yihadistas creen que con ella se debilitará la acción de algunos países europeos y, sobre todo, de Rusia, en el Sahel.
De nada vale tampoco tratar de acentuar tal debilidad con la consideración de algunos analistas contrarios a la presencia rusa en África de ver en la misma elementos facilitadores del crecimiento terrorista en el Sahel, lo que no está probado. Participación difícil puesto que ese terrorismo les afecta también a ellos como enemigos por sus ideas (han recibido amenazas del Estado Islámico), así como por alguna de sus actividades (fuera del derecho internacional humanitario), y estar al lado de los gobiernos sahelianos que luchan contra el yihadismo.
En resumen, una nueva (o no tan nueva) Guerra Fría en el tablero del continente africano en la que las potencias hostiles, estadounidense y china, amén de la rusa y de la UE/OTAN, se enfrentan, participando, no de forma favorable según algunos países africanos, en la resolución eficaz de los problemas estructurales y de falta de seguridad que les aquejan (fundamentalmente confrontación con el terrorismo yihadista y el crimen organizado).
Una confrontación que debería estar fuera de la Guerra Fría 2.0 aludida (tal vez una utopía) en beneficio del continente africano, confrontación aquella entre la evolución terrorista, que va a procurar todo lo que le sea favorable para seguir creciendo apoyándose en todas las vulnerabilidades surgidas, tanto en el seno de los países africanos, como las procedentes de esta Guerra Fría 2.0 , y la respuesta de las fuerzas, no solo militares, en su contra, fuera cual fuere su origen, buscando en ella ser los dueños de la iniciativa en todas las hipótesis que se planteen los yihadistas, las más previsibles y las más peligrosas.
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