crisis climática reino visigodo

Corona de Recesvinto, que endureció las leyes de los riegos para paliar la crisis climática del reino visigodo. Museo Arqueológico Nacional (MAN). Fuente: Wikimedia Commons.

“Un mundo que se derrumba”. Así definía su época el rey visigodo Ervigio. Esas fueron sus palabras ante los nobles y obispos reunidos en Toledo en el XII Concilio del año 681. Y tenía razón. Durante mucho tiempo, la historiografía contemporánea tomó como exageraciones, construcciones literarias, justificaciones políticas o visiones apocalípticas lo que los textos de fines del siglo VII y del VIII recogían: sequías terribles y un frío agudo que convocaban hambrunas desoladoras que diezmaban a la población y traían como sombrío corolario a la peste y los conflictos sociales y políticos. El escenario de ruina y colapso que esos textos dibujaban para los días inmediatos a la invasión de los ejércitos de Tariq y Musa era tildado, una y otra vez, de exageración o, directamente, de fabulación y cuando alguien defendía que una crisis climática definida por la sequía y una bajada de las temperaturas fue un factor relevante en la caída del reino visigodo, como se hizo en las páginas de Los visigodos. Hijos de un dios furioso (Desperta Ferro Ediciones, Madrid, 2020, pp. 476-478), más de uno arrugaba la nariz.

Pues bien, el pasado 15 de septiembre de 2023 la prestigiosa revista académica Nature Comunications publicó un trabajo multidisciplinar llevado a cabo por siete investigadores españoles que incluyen expertos en paleovegetación, geoquímica, historia y arqueología, junto a una matemática finlandesa. En concreto se trata de  Jon Camuera, Francisco J. Jiménez Espejo, José Soto Chica, Gonzalo Jiménez Moreno, Antonio García Alix, María J. Ramos Román, Leena Ruha y Manuel Castro Priego, que son los autores de: «Drought as a possible contributor to the Visigothic Kingdom crisis and Islamic expansion in the Iberian Peninsula» («La sequía como posible factor que contribuyó a la crisis del reino visigodo y la expansión islámica en la Península Ibérica») un estudio en el que se integran los datos aportados por más de cien registros polínicos procedentes de toda la Península Ibérica y Marruecos en los que se constata que el pico máximo de la señal polínica de plantas adaptadas a la escasez de agua se dio precisamente en los años que giran en torno al desembarco de Tariq: 711.

Una poderosa evidencia de que el reino visigodo y el norte de África se hallaban atravesando una durísima crisis climática que, en el contexto de sociedades agrarias, aparejaba hambrunas, pandemias y desórdenes sociales y políticos. Más aún, el análisis de los datos polínicos evidencia varios picos de aridez entre los años 450 y 950, alcanzándose el peor de esos momentos, entre los años 695-725. Esto es, en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la conquista de la Hispania visigoda por parte de los ejércitos del califato omeya de Damasco. Fue precisamente en aquellos tumultuosos años, 695-725, cuando las plantas del género Artemisia, adaptadas a los ambientes áridos, alcanzaron su máxima difusión en la Península, lo que apunta a un periodo de extrema sequía. Evidencia que se ve reforzada por otras señales de aridez procedentes de registros de cuevas y por el hecho de que es también en ese mismo periodo cuando se asiste a un mínimo de la irradiación solar y un máximo de la oscilación del Atlántico Norte. Dicho de otro modo: el cúmulo de evidencias y factores concurrentes es de tal calibre y abundancia, que ya no se puede seguir poniendo en duda lo que los textos de la época advertían: la Hispania visigoda se moría de hambre cuando Tariq tomó tierra en Gibraltar. Aunque en la señal polínica siempre existe cierta influencia antrópica, en aquellos provenientes de cuevas o los relacionados con la irradiación solar la antropización se puede descartar y si además los testimonios de los autores de la época apuntan en el mismo sentido, queda claro que estamos ante una clara crisis climática marcada por la falta de precipitaciones.

crisis climática reino visigodo

Mapa de dispersión de polen. Los puntos amarillos muestran los registros de cuevas ibéricas y marroquíes citados en el estudio y utilizados para la comparación con los resultados polínicos. Elaborado por Jon Camuera. Fuente: Nature Communications.

Los visigodos, por supuesto, trataron de reaccionar: la arqueología constata que en estos años se adoptaron soluciones como construir acequias de careo destinadas a recoger el agua en las laderas montañosas para rellenar los acuíferos. Se asistió también al ensayo de nuevos sistemas de explotación agraria que trataban de sortear la falta de lluvia, cambios en los cultivos y muchos asentamientos se mudaron a las sierras en busca de agua. También se endurecieron las leyes. Así, por ejemplo, en la segunda mitad del siglo VII, el Liber Iudiciorum recoge una ley promulgada por Recesvinto: “De los que roben las aguas de los riegos.” La ley reza así:

“Muchas tierras que por su situación se ven faltas de lluvias hay que estudiar que sean favorecidas por aguas de riego. La experiencia de estas tierras demuestra que, si falta el uso acostumbrado de las aguas, desaparece el esperado fruto de la cosecha. Por eso, en las acequias más caudalosas, si alguien sustrajere furtiva y maliciosamente el agua de las acequias de los otros, que pague un sueldo por cada cuatro horas de riego. Pero allí donde las corrientes de agua de las acequias fueren menores, que pague un tercio de sueldo por las cuatro horas. Así mismo que se restituya al dueño el agua durante el mismo tiempo en que fue desviada para que pueda regar en el momento adecuado. Y si fuera un siervo el que lo hiciere por su cuenta, que reciba 100 azotes por los caudales de aguas mayores y 50 por los menores.”

¿Muchas tierras que por su situación se ven faltas de lluvias? Nótese que se remarca “Muchas tierras” y a continuación se explicita de forma clara el grave problema: “La experiencia de estas tierras demuestra que, si falta el uso acostumbrado de las aguas, desaparece el esperado fruto de la cosecha” ¿Experiencia? El término señala que el problema en cuestión no era nuevo y que venía acusándose y combatiéndose desde tiempo atrás. Algo que, como hemos visto, también apuntan los datos del estudio sobre el que aquí tratamos y que señala picos recurrentes y extremos de aridez desde mediados del siglo VI en adelante.

El artículo, que integra la labor de trabajos y equipos previos de una forma matemáticamente robusta y siguiendo una auténtica aproximación multidisciplinar, viene también a confirmar y a ampliar estudios precedentes que muestran la importancia que las crisis climáticas, relacionadas con la aridez y la bajada de temperaturas, pudo tener en el proceso de expansión musulmana de los siglos VII y VIII por Oriente Medio, el norte de África y la Península Ibérica.

La crisis climática del reino visigodo en las fuentes

Pero centrándonos en Hispania, los textos de la época, como la Crónica mozárabe de 754, abundan a su vez en entradas en las que se referencia la extrema penuria que se abatía sobre Hispania. Así, por ejemplo, al glosar el reinado de Ervigio (680-687), “Fue consagrado Ervigio en el Reino de los godos. Gobierna siete años, asolando a Hispania un hambre terrible”. (Crónica mozárabe de 754, C. 37). El cronista volverá, una y otra vez, sobre este recurrente tema: la hambruna que trae consigo la sequía. Su desesperación ante un cielo que parecía dispensar solo desgracia, se advierte en una entrada para el año 750: “Unos ángeles, enviados por Dios, causaron estragos entre todos los habitantes de Hispania con un hambre insoportable.” (Crónica mozárabe de 754, C. 92).

El leve desajuste cronológico entre los textos y los datos extraídos de la combinación de registros polínicos, etc., más/menos 15 años, está dentro del rango esperado para indicadores basados en registros naturales y es tan mínimo, que la corrección que podemos hacer con las fechas aportadas por los contemporáneos merece todo crédito y atención. Máxime cuando también los autores árabes, mucho más tardíos, apuntan en la misma dirección. Así el Ajbar Machmua, escrito en el siglo XI pero que tomaba datos de obras muy anteriores, afirma que la mitad o más de la población de Hispania murió durante las hambrunas producidas por la sequía entre 706 y 710 (Ajbar Machmua p. 22). Lo que confirman las crónicas asturianas del siglo IX y la contemporánea Crónica mozárabe: “Los godos perecieron parte por hambre, parte por la espada” nos dice la Crónica de Alfonso III en su C. 8, al tiempo que el Mozárabe escribe para 702-703 que el hambre y la peste asolaban Hispania (Crónica mozárabe de 754 C. 47), mientras que para 710-713 registra también hambrunas con palabras como estas: “Y así, con la espada, el hambre y el cautiverio devasta no solo la Hispania Ulterior, sino también la Citerior.” (Crónica Mozárabe de 754 C. 52). La crónica no solo hablaba del hambre de la guerra, el hambre ya estaba. En cierto modo los visigodos sufrieron de forma peculiar sus propios cuatro jinetes del Apocalipsis, primero el negro del hambre producido por la sequía, después el de la peste y la muerte, seguido del rojo de la guerra y finalmente el blanco de la conquista musulmana.

crisis climática reino visigodo

Yacimiento de Guarrazar (Guadamur, Toledo), donde las excavaciones del arqueólogo Juan Manuel Rojas han documentando un santuario vinculado al agua. Fuente: Wikimedia Commons.

Esta nueva visión de la Hispania de fines del siglo VII y del VIIII nos obliga también a enfocar desde una nueva y más segura perspectiva, algunas de las últimas leyes emitidas en el reino visigodo, como la recogida en el Liber Iudiciorum, IX,1,21, promulgada en Córdoba por Egica en 702 con el título siguiente: “De los siervos fugitivos y de su acogida”, en la que se dice: “El aumento de este vicio se ha visto incrementado de tal manera que con solo mucho trabajo se encontrará una villa, una aldea o una ciudad del Reino en la que no hallen siervos fugitivos.”

Ante los nuevos datos, es harto probable, en nuestra opinión, que muchos de esos siervos huidos se vieran impelidos por la hambruna: simplemente buscaban un lugar donde escapar de la inanición. En cualquier caso, estamos ante las señales inequívocas del derrumbe de las estructuras sociales y económicas provocado por las hambrunas recurrentes y generalizadas que por su gravedad y prolongación en el tiempo, debilitaron en extremo al reino visigodo e, indudablemente, facilitaron su conquista.

¿Pero acaso no afectaba la sequía a los conquistadores? Por supuesto. Pero los ejércitos árabes estaban integrados por gentes que tenían una larga relación con entornos áridos. El norte de África, el antiguo granero de Roma, también sufrió estas sequías que facilitaron la expansión de tribus de pastores y bereberes sobre las poblaciones urbanas de las provincias bizantinas basadas en el cultivo del cereal, del olivar  y el comercio. Los recién llegados ejércitos árabes tendrían disponibles a muchos hombres desesperados por la ruina que se abatía sobre sus campos y que veían en la conquista un modo de supervivencia. En última instancia, una vez concluida la expansión y establecida la nueva administración imperial, la omeya, esta se vio sometida a los mismos problemas climáticos que ya habían sufrido bizantinos, bereberes y visigodos: la endiablada espiral de sequía, hambruna, desórdenes sociales y políticos. Tensiones y desastres que estarían detrás de la gran rebelión bereber del año 740 y de otros importantes acontecimientos del siglo VIII tales como el hundimiento del emirato dependiente entre guerras civiles y el establecimiento del emirato independiente. No en vano, el Ajbar Machmua recoge el recuerdo de “Los años de Barbate” los años acontecidos a partir de 747, y en los que las gentes del recién estrenado al-Andalus lo abandonaban, desesperados, buscando alimento en las costas de Tánger y el Rif:

“Siguió apretando el hambre y la gente de Hispania salió en busca de víveres para Tánger, Arcila y el Rif, partiendo desde un río que hay en el distrito de Sidonia, llamado río Barbate, por lo cual los años referidos son llamados “Años de Barbate”. Los habitantes de al-Andalus disminuyeron de tal suerte, que hubieran sido vencidos por los cristianos de no haber estado estos preocupados también por el hambre.” (Ajbar Machmua pp. 66-67).

En suma, este estudio nos obliga a repensar el fin del reino visigodo y los inicios de al-Andalus y dar una nueva lectura a las fuentes.

José Soto Chica y Francisco J. Jiménez Espejo

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