Resulta interesante buscar las razones para tales calificativos:
- Si ha sido «inesperada», es de suponer que desde su «derrota» en 2019, a pesar de la permanencia de algunos grupos armados en el territorio del califato, se consideró que el Estado Islámico fue derrotado, al menos militarmente, totalmente. En ese caso los servicios de inteligencia, lógicamente no esperaban tal acción.
- Lo que, por inesperada, su aparición en el tablero iraquí, hizo saltar todas las alarmas al considerar posible la opción de que el Estado Islámico no fue derrotado tan definitivamente como se creía y que, con tal acción, bajo su iniciativa, ha comenzado a renacer. Una alarma que algunos minimizan, no sin razón, en cuanto a que al Estado Islámico le será muy difícil volver a establecer el califato (inicial) en los territorios de Siria/Irak.
Así, desde la visión puramente militar, militarista, promulgada por los EEUU tras el 11-S, todo encaja, sin embargo, la situación es mas compleja en atención a los siguientes elementos esenciales:
- El combate contra el terrorismo yihadista abarca no solo el enfrentamiento en un frente militar (contra su brazo miliciano armado allí donde se establece), sino que ha de contar con la lucha en el frente de las ideas, el ideológico, así como aquella en el frente estructural, aquel en el que el yihadismo encuentra vulnerabilidades que aprovechar a su favor.
- La convicción yihadista de que aquella derrota, al no haber sido combatidas sus ideas, es una prueba de Alá de la que saldrán más fuertes. Razón por la que, según sus líderes, no hay que cejar, y así lo manifiestan en su propaganda y amenazas, en su yihad. Una yihad que, sin intención de retroceder, seguirá, según su concepción, a lo largo de los tiempos, generación tras generación, hasta alcanzar el califato global.
- La idea, propia de los terroristas del Estado Islámico, de establecer un califato desde un territorio inicial, aquel establecido en territorio de Siria/Irak, territorio desde el que se habría de expandir posteriormente por el mundo. Idea que no era y no es solo un planteamiento físico, sino que se ha de enmarcar en la general de una «colonización» religiosa expansiva (idea que también, aunque de otra forma, defiende Al Qaeda).
- La actividad terrorista (tanto miliciana como terrorista en sentido estricto), tras la derrota aludida, que ha continuado en otros lugares del mundo en donde ha establecido nuevas wilayas (franquicias); véase Afganistán, Libia, el Sahel, y otros países africanos…, en pugna con Al Qaeda por el liderazgo mundial yihadista.
- La existencia de recientes llamamientos a la acción por parte de sus seguidores en Occidente con el objetivo de hacer ver que siguen vivos en la actualidad. Entre ellos aquel que anuncia que va a utilizar niños soldados para cometer atentados en España.
- El crecimiento de la idea de venganza incorporada a su yihad, no solo por la derrota señalada, sino por la muerte «en el martirio» de sus lideres (ya tres: Osama ben Ladem, Abubaker al Bagdadi y Abu Ibrahim al Hachemi al Quraishi, este último el 3 de febrero, a los que se acusa de cobardía) por las fuerzas de operaciones especiales estadounidenses, así como otros por las fuerzas francesas en el Sahel. En este terreno no se discute que la acción directa sobre los líderes yihadistas no sea importante en la lucha contra su terrorismo, sino que, para que lo sea efectivamente, se precisan otras medidas complementarias, medidas que no solo han de ser militares, operativas, de seguridad, sino activas en el terreno ideológico (aquellas que echaron en falta algunos militares norteamericanos en su acción contra el califato) y, asimismo, en el estructural, caso necesario.
- Es decir, que, a la vista de lo expuesto, el Estado Islámico no murió con su fracaso ante las fuerzas norteamericanas y aliadas, y no murió, porque no se contempla, ni se va a contemplar como tal, como derrotado…
Así no extraña que el ataque del Estado Islámico a la prisión de Hasaka, buscando dar libertad, mediante fugas masivas, a sus combatientes presos (muchos de ellos jóvenes), con los que reforzar sus estructuras, haya sorprendido al mundo occidental, a pesar de no haber alcanzado tal objetivo por la respuesta conjunta norteamericana (por tierra y aire) y kurda, por su envergadura, iniciativa, planificación y capacidad de ejecución; ataque que debía haber sido detectado, antes de realizarse, dentro de una estrategia preventiva continuada, por parte de los servicios de inteligencia occidentales.
Entonces, ¿qué hacer ahora?
En primer lugar tomar conciencia, fuera de todo «avestrucismo» (aquel que concibe que todo se acabó con la derrota del califato y que aquí, lejos de su presencia, no pasa nada) que el Estado Islámico sigue vivo y con capacidad real para hacer daño; saber, por tanto, que se está en un tiempo de terrorismo sin califato, pero que, sin perder la idea de su construcción en el futuro, es un terrorismo ciertamente más peligroso ya que los yihadistas «derrotados», sin haber sido perjudicadas sus creencias, por el contrario, exacerbadas con la idea de venganza, se han estado expandiendo por otras partes del mundo ya afectadas por el yihadismo, razón por la que no hay que descuidar su control. Un terrorismo que ha estado trasladando su acción, en evolución creciente, a otros lugares donde habita su violencia: al Sahel y a la zona oriental africana, llegando incluso al norte de Mozambique. Así nos hemos de encontrar con un Estado Islámico que actúa bajo dos formas diferentes en combinación, pero con un mismo objetivo (aquel de, en su día, instaurar el califato): atentados, suicidas o no para parte de excombatientes retornados o «lobos solitarios», y acciones de milicias armadas en aquellos lugares que permitan su asentamiento.
Y, en segundo lugar, tomar cuenta de que se han de actualizar todas las estrategias de respuesta, nacionales e internacionales mediante la acción en los tres frentes citados (militar/operativo, ideológico y estructural). Frentes todos, operativo, ideológico y estructural, los dos primeros dedicados a la seguridad y el último al desarrollo, que, para su acción eficaz:
- Han de ser aplicados específicamente para cada grupo terrorista y en cada territorio afectado por su violencia, aunque se puedan considerar en su conjunto, regionalmente, bajo una visión estratégica general (de seguridad con desarrollo).
- Han de coordinarse entre ellos habida cuenta que los mismos se relacionan entre si constantemente, ya que en uno se actúa contra lo que piensan los terroristas, en el otro contra sus actividades acordes con tal pensamiento y, en el tercero contra las debilidades/vulnerabilidades que son generalmente aprovechadas por lo grupos yihadistas para anclarse en el terreno y luego expandirse.
- Han de contar ineludiblemente, para hacer efectiva la coordinación aludida, con la acción política de cada uno de los países afectados (contando con el asesoramiento foráneo en su caso) en cuanto dirección, la de los servicios de información e inteligencia y de las fuerzas de seguridad como brazos de ejecución (en coordinación/cooperación con los apoyos que reciban), y de la sociedad, aislada o conjuntamente integrada en diversas instituciones, en cuanto apoyo social a la lucha antiterrorista.
- Han de entrar en actividad desde el primer atisbo de la presencia yihadista (razón de la importancia de una estrategia preventiva al efecto), actividad que no se ha de dejar para cuando el terrorismo ya se haya asentado; o bien abandonar alguno de los frentes en detrimento de los demás por falsas urgencias, y ello, por cuanto el yihadismo aprovechara sin dudarlo cualquier debilidad en cada uno de dichos frentes.
- Y, en todo caso, han de contar con los recursos de personal, los medios económicos y materiales necesarios para su desarrollo; en especial para el frente ideológico, el más abandonado de todos.
Frentes, que, aunque los separemos didácticamente para su exposición y tratamiento, están irremediablemente unidos al tener que atender al conjunto de la estrategia yihadista: “una mezcla de operaciones militares despiadadas y una campaña incendiaria en las redes sociales, salpicada de fotos y vídeos de ejecuciones brutales…”; estrategia, así planteada desde los inicios del yihadismo, que aprovecha siempre toda vulnerabilidad/fallo estructural del país en el que actúa; es decir, una estrategia que presenta los tres frentes sobre los que hemos de actuar. Frentes pues que han de ser en todo complementarios, completándose entre sí, con una aplicación al mismo tiempo, pero teniendo en cuenta que la acción en el frente operativo/militar es la más inmediata ante la presión constante de la violencia yihadista, mientras que aquella en el frente estructural e ideológico son de más lentos resultados; asimismo, en esa línea de complementariedad, se ha de tener en cuenta que la inoperatividad en uno de los frentes puede conllevar el derrumbe de todo lo actuado, sobre todo con el abandono del frente militar (ejemplo reciente lo encontramos en la retirada de las fuerzas estadounidenses y aliadas de Afganistán).
Actuación, en cada frente, que también ha de estar vigilante sobre los conflictos armados que se estén desarrollando, o tengan posibilidades de abrirse, dado que su presencia será aprovechada por los yihadistas para ganar poder en las zonas donde se desarrollan, influenciando a su vez sobre aquellas ya alcanzadas por su violencia.
Así pues, desde tales premisas, el camino para la solución debe acoger los planteamientos significados (acción en el frente militar, el frente ideológico y el frente estructural) de manera continuada, equilibrada, en unidad de acción: actuar pues, al mismo tiempo sobre la amenaza violenta, por un lado con medios eficaces de seguridad (militares, policiales, servicios de inteligencia…), pero con planteamientos nuevos que eviten su crecimiento, recuperando y manteniendo la iniciativa y, por otro, contra las causas subyacentes provocadoras de tal amenaza tratando de reducirlas hasta llegar a su desaparición en cuanto vulnerabilidades/debilidades explotadas por los violentos, y todo ello sin olvidar la permanente lucha ideológica.
Así es posible que se evite hablar de acciones yihadistas «inesperadas», y llegar a pensar, bajo su presión, en «alarmas» nacidas del desconocimiento.
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