Atrás, perdidas, quedaban tres de las cinco naos que habían zarpado –una cuarta, la San Antonio, desertó en el estrecho de Magallanes– y la mayoría de sus tripulantes: españoles, portugueses, italianos, alemanes, griegos… Uno de los hombres que llegó con Elcano, el vicentino Antonio de Pigafetta, escribió que “de los sesenta hombres que formaban la tripulación cuando partimos de las islas Molucas, no éramos más que dieciocho, y éstos en su mayor parte estaban enfermos…Otros desertaron en la isla de Timor; otros fueron condenados a muerte por delitos, y otros, en fin, perecieron de hambre”.
El viaje había sido duro y, en su mayoría, a través de aguas desconocidas. Los motines, el frío y las tormentas jalonaron la navegación por América del Sur. En el Pacífico lo hicieron el hambre y el escorbuto. La parte más dura, sin embargo, llegó una vez que, con Juan Sebastián Elcano al frente, la nao Victoria, tras separarse de la Trinidad en la isla moluqueña de Tidore, se dirigió de vuelta a casa rumbo al oeste.
Fueron 153 días de navegación sin tocar tierra hasta Cabo Verde, a través de la inmensidad del Índico hasta el Cabo de Buena Esperanza, en la franja conocida como los “Cuarenta Rugientes” por los fortísimos vientos de aquella latitud. Las condiciones fueron durísimas. Los constantes temporales exigieron el máximo de la fortaleza física y mental de unos hombres que se alimentaban solamente de arroz hervido en agua de mar. Pigaffeta escribió que “hallándose la mayor parte de la tripulación inclinada más al honor que a la vida misma, determinamos hacer cuantos esfuerzos nos fuera posible para regresar a España”.
El 9 de junio de 1522, la Victoria se vio obligada a recalar en Cabo Verde –territorio portugués– ante la falta de vituallas. Allí, según registró el piloto griego Francisco Albo, descubrieron que habían perdido un día: “este día fue miércoles y este día tienen ellos por jueves”. Tres días más tarde, al descubrir los lusos la procedencia de la Victoria, Elcano ordenó levar anclas a toda velocidad. Atrás quedaron trece cautivos, que regresarían a España en octubre.
Ya en aguas conocidas, Juan Sebastián Elcano condujo la Victoria hasta las Azores –la llamada volta do mar–, para evitar los vientos alisos del norte. El 4 de septiembre avistaron el cabo de San Vicente. La llegada a Sanlúcar de Barrameda no se demoró más que dos días. El 8 de septiembre, los supervivientes desembarcaron en Sevilla, vestidos con camisas blancas y portando cirios en procesión hasta la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria en agradecimiento por su retorno.
La Victoria llevaba en sus bodegas 520 quintales y 23 libras de clavo, la más preciada de las especias, endémica de las Molucas y que desde antiguo había fascinado a los europeos, por cuya venta se obtuvieron 8 680 551 maravedíes.
Al margen del éxito económico, la empresa del Maluco cambió la concepción europea del mundo. No solo certificó la esfericidad del orbe, algo que los cosmógrafos, cartógrafos y astrónomos daban por hecho, sino que obligó a reevaluar al alza su tamaño. América, tenida hasta entonces por la periferia de Asia –así lo recoge, por ejemplo, el globo manuscrito de Johannes Schöner de 1520– se consagró como un nuevo continente separado de aquella por el inmenso Pacífico.
Lo más importante fue el hallazgo del paso: el estrecho de Magallanes, que no solo abrió una ruta hacia las islas de las especias por el oeste, sino que demostró que los océanos –Atlántico, Pacífico e Índico– estaban conectados entre sí. Asimismo, en el curso de la expedición, se descubrieron las islas de San Lázaro –rebautizadas más adelante como Filipinas–, en las que se halló oro.
Mientras la Victoria regresaba por el oeste, la nave Trinidad, al mando de Gonzalo Gómez de Espinosa, trató de regresar por el este en lo que fue el primer intento de tornaviaje. La nao alcanzó los 42º de altura, pero un fuerte temporal la obligó a regresar a Tidore.
Las noticias de la circunnavegación volaron: en 1523 se publicó una versión impresa de la extensa carta al respecto que Maximiliano Transilvano, secretario de Carlos V, escribió al obispo de Salzburgo. Antonio Pigafetta escribió en 1524 su Relazioni in torno al primo viaggio di circumnavigazione para el gran maestre de los caballeros de San Juan, obra que se difundió también en francés y neerlandés durante el siglo XVI.
El regreso de la expedición desencadenó una verdadera carrera entre Castilla y Portugal por el dominio de las Molucas, que, a su vez, impulsó la búsqueda del que sería el otro gran logro náutico español del siglo XVI, el hallazgo del Tornaviaje, la ruta desde Asia a América.
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