Final de Mundial de fútbol de 1938 entre Francia e Italia. España no participó a causa de la Guerra Civil española

Final de Mundial de fútbol de 1938 entre Francia e Italia, en el que España no participó a causa de la Guerra Civil española. Fuente: Wikimedia Commons

Patria, poder y emoción. Es mucho más que un simple juego en el que dos equipos de once jugadores corren detrás de una pelota. El fútbol transciende las barreras del mero deporte para incluso convertirse en la más importante de las cosas menos importantes. Antes de que el balón ruede, el estadio se calla y, cuando el árbitro por fin hace sonar el pitido inicial, la grada estalla en un arrebato de júbilo. Equipo y aficionados se funden en un sonoro nosotros que se refuerza por la alteridad del rival, el otro. Precisamente, para el escritor uruguayo Eduardo Galeano “el fútbol es un ritual de sublimación de la guerra y en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos”.[1] En cada partido, el equipo local debe resistir el asedio a su fortaleza que realiza el ejército invasor, compuesto por los jugadores y la hinchada contraria. Se entonan cánticos como gritos de guerra, se viste el uniforme reglamentario de colores claramente distinguibles y, en ocasiones, se blanden pancartas y bufandas que actúan como escudos, mientras que, en el terreno de juego, los chutes son disparos de cañón que amenazan con derribar las defensas enemigas.

Tras el encuentro, normalmente el enfrentamiento queda limitado al estadio a medida que se templan las emociones. No obstante, la relación del fútbol con la guerra no se reduce únicamente al uso de un lenguaje plagado de metáforas bélicas. El fútbol es una expresión sociocultural y, como tal, se encuentra sujeto al tiempo y al espacio donde se realiza; no es ajeno a la realidad que lo rodea. Por ello, a lo largo del siglo XX no son pocos los episodios en los que el fútbol, los Mundiales o las selecciones nacionales, se ven afectadas por un contexto bélico o desempeñan un papel en su desarrollo. Para evitar que en aquellos encuentros de alto voltaje salten no solo chispas, se han llegado a prohibir determinados cruces entre países. Así, la Unión de Federaciones Europeas de Fútbol (UEFA, por sus siglas en francés), el principal organismo del fútbol a nivel europeo, ha calificado como “enfrentamientos prohibidos” los que disputan Kosovo y Serbia, Armenia y Azerbaiyán, Gibraltar y España o Ucrania y Rusia, entre otros.[2] Galeano lo tenía claro, el fútbol es “una guerra danzada”.

Guerra en Europa: los ausentes al Mundial de 1938

Si el fútbol es el deporte rey, el torneo por excelencia, el que más emociones despierta y más espectadores cautiva es el Campeonato Mundial de Fútbol que es organizado cada cuatro años por FIFA, la institución que controla el fútbol internacional. El Mundial, tal y como lo conocemos en la actualidad, surgió en 1930 bajo la égida del francés Jules Rimet, presidente de FIFA en aquel entonces. Tras las dos primeras ediciones que se celebraron en Uruguay e Italia ‒ganadas por los anfitriones‒ la siguiente sede se trasladó a Francia. A la altura de 1938, Europa era una bomba a punto de explotar. La agresiva política exterior de la Alemania nazi a punto estaba de hacer saltar por los aires la paz y el sistema de seguridad colectiva que había caracterizado el periodo de entreguerras. Si bien aún no había estallado la Segunda Guerra Mundial, los vientos de tormenta empezaron a soplar cada vez con más ímpetu.

En los años treinta, Austria contaba con una selección excepcional que maravilló al público, por lo que acabó recibiendo el sobrenombre de Wunderteam. En el Mundial de Italia de 1934 partió como una de las grandes favoritas, pero fue apeada del torneo por el propio equipo italiano. A la cita de 1938, Austria acudiría de nuevo con el cartel de favorita; nunca llegó a participar. En ambos casos, Austria tuvo que enfrentarse a un rival al que no podía vencer sobre el césped y las dos veces fue derrotada. Primero fue Mussolini. Il Duce reforzó a los azzuri gracias a la nacionalización de jugadores, se apoyó en la parcialidad arbitral y presionó a su equipo para “vencer o morir”. Después llegó Hitler. En 1938, las ambiciones expansionistas del Tercer Reich se materializaron en el Anschluss, por el cual Alemania se anexionaba a la vecina Austria. Casi de la noche a la mañana, el «equipo maravilla» desapareció para engrosar las filas unificadas de la selección alemana. Pese a ello, aún hubo tiempo para disputar un último partido, un amistoso contra la mismísima Alemania. Capitaneados por Mathias Sindelar, la estrella del Wunderteam, los austriacos se despidieron no sin antes vencer y ridiculizar a las autoridades nacionalsocialistas allí presentes.[3]

Imagen de los Juegos Olímpicos de 1936 de Múnich. La Alemania nazi, tal y como había hecho Mussolini poco antes, utilizó la organización de un evento deportivo como propaganda. Fuente: Wikimedia Commons

La otra selección que estuvo ausente en aquel Mundial fue España. Azotada por la Guerra Civil española desde 1936, el equipo nacional no pudo acudir a Francia. Sin embargo, el fútbol siguió jugándose detrás de las trincheras. El bando republicano y el sublevado organizaron campeonatos regionales en las zonas que quedaron bajo su control como forma de ocio y espectáculo con el fin de escaparse momentáneamente de un país en guerra. La República exportó su fútbol fuera de sus fronteras. La selección vasca y el F.C. Barcelona, en calidad de emisarios diplomáticos, realizaron una gira internacional por Europa y América para ganar apoyos y recaudar fondos para la causa republicana. Por su parte, las estructuras de poder de los sublevados trataron a toda costa de lograr el reconocimiento internacional de su selección y anulando de paso la republicana. El fútbol, una vez más, se erigió en vehículo legitimador de la nación. Franco, siguiendo el ejemplo de Mussolini y Hitler, se sirvió del deporte y, en especial del fútbol, como medio de propaganda. Pero había un problema: dos selecciones de fútbol nacionales en un mismo país era algo inconcebible, tal y como rezaban los propios estatutos de FIFA. Excepto si la justificación era un contexto bélico. Era una anomalía que solo el destino de la guerra podría solventar. O FIFA. Las presiones franquistas e italianas surtieron efecto y FIFA finalmente accedió a prohibir los partidos internacionales del incómodo equipo de la Euzkadi y reconocer la federación de fútbol franquista, reconocimiento posteriormente retirado. En 1937, la España franquista disputó su primer partido oficial. Fue un amistoso contra su vecino ibérico, la Portugal de Salazar.[4]

En 1939, la invasión alemana de Polonia marcó el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y sus consecuencias, como no podía ser de otro modo, también se sintieron en el plano futbolístico. Como herramienta de propaganda y diplomacia cultural, tanto en el interior como en el exterior, el fútbol debía jugar su papel. Los partidos amistosos entre selecciones continuaron. Este fue el caso de España que, tras el fin de la guerra civil, disputaría encuentros contra Alemania, Francia, Suiza o Italia. En 1942, la selección española visitó Berlín para enfrentarse a sus homólogos alemanes en un partido para honrar a la División Azul. A causa de la guerra, las dos siguiente ediciones de los Mundiales no se pudieron disputar. Aún así, el fútbol no se paró. Diez años pasaron hasta que regresara el Mundial.

La Guerra del Fútbol: Salvador-Honduras

De los muchos partidos que se caracterizan por tener una alta carga simbólica debido a su rivalidad política fuera de la cancha, destaca uno por encima de los demás. Era julio de 1969. Aquel verano, un grupo de astronautas estadounidenses se preparaba para despegar hacia la Luna. A unos dos mil kilómetros de distancia en línea recta al sur de Cabo Cañaveral, en pleno corazón de Centroamérica, se iba a producir un conflicto armado entre El Salvador y Honduras. Mientras el mundo tenía puestos sus ojos en el viaje lunar, las dos pequeñas repúblicas centroamericanas se enfrentaron en la Guerra del Fútbol. ¿El contexto? La clasificación para el Mundial de México de 1970, pero ¿fue esa la causa?

Honduras y El Salvador luchaban por un puesto en el Mundial de fútbol. En un ambiente de gran tensión política el 8 de junio de 1969 se jugó el partido de ida en Tegucigalpa, la capital de Honduras. Cuando el equipo salvadoreño llegó a la ciudad fueron recibidos con gritos y abucheos. Ni siquiera pudieron encontrar paz en el hotel por culpa del insufrible ruido al que los aficionados locales les sometieron. Al día siguiente, El Salvador con un equipo cansado y somnoliento, perdió el partido 1-0 en los últimos minutos. Cuando sonó el pitido final, una joven salvadoreña de dieciocho años, Amelia Bolaños, que tras ver como su equipo perdía, decidió quitarse la vida. Al instante, los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia. Amelia se convirtió en mártir de la patria. El partido de vuelta en San Salvador se disputó una semana de más tarde. El miedo paralizó al equipo hondureño desde su llegada al aeropuerto. Movilizados por la muerte de Amelia, por la humillación que sufrió su equipo en la ida y, sobre todo, en defensa de la nación, los salvadoreños hostigaron al rival hasta el punto que este tendría que ser escoltado por tanques en todos sus desplazamientos. En el estadio se podía palpar el odio y la sed de venganza salvadoreña. El partido, por suerte para los jugadores de Honduras, acabó con un claro 3-0 para el equipo local. Poco después, se cerró la frontera y se produjo la ruptura de relaciones entre los dos países. Era una olla a presión a punto de estallar. El último partido, el decisivo, se disputó en México a finales de junio. El Salvador se alzó con la victoria con un resultado de 3-2 y finalmente conseguiría clasificarse. El 14 de julio la olla reventó.[5]

Merced a la cobertura que dedicaron periodistas como Ryszard Kapuściński, el mundo se interesó por la situación centroamericana. La guerra también se conoció como la Guerra de las Cien Horas, aunque se popularizó como la Guerra del Fútbol por su impacto mediático. El conflicto entre El Salvador y Honduras se había labrado durante mucho tiempo. El detonante fueron aquellos partidos clasificatorios que sirvieron para movilizar a la población contra el rival encarnado en un reducido contingente de once jugadores, pero las causas venían de lejos.

guerra del futbol cien horas

Movilización del ejército salvadoreño durante la Guerra de las Cien Horas o Guerra del Fútbol que enfrentó a Honduras con El Salvador.

El Salvador ocupa un territorio pequeño en Centroamérica, arrinconada a un lado por Honduras y al otro por el océano Pacífico. Allí, la explotación de la tierra se estructuraba en torno a latifundios propiedad de la élite terrateniente. La falta de tierras y la gran densidad de población motivó la emigración de campesinos salvadoreños que se establecieron en Honduras. El régimen de tenencia en Honduras era similar, a lo que había que sumar las grandes extensiones de cultivo que pertenecían a compañías extranjeras. El temor al conflicto social obligó al presidente hondureño, el militar Oswaldo López Arellano, a impulsar una reforma agrícola. No obstante, el objetivo era desposeer de sus tierras al campesino salvadoreño ilegal para entregárselas a sus ciudadanos. Esto, a su vez, generó el retorno masivo de campesinos empobrecidos a El Salvador. Los problemas políticos internos de los dos gobiernos y la cuestión fronteriza hicieron el resto. En este contexto, los encuentros clasificatorios al Mundial de 1970 actuaron como una batalla más. El Salvador atacó primero e invadió Honduras. En el espesor de la selva, los límites fronterizos entre los dos países se desdibujaban, dificultando las operaciones militares a un lado y al otro de la frontera. La guerra duró seis días, costó la vida a cuatro mil personas y provocó 80 000 desplazados. Finalmente, el 18 de julio de 1969 la presión mediadora de la Organización de Estados Americanos logró un alto al fuego.[6]

Si bien como hemos visto, la Guerra del Fútbol tiene causas más profundas de las que su nombre indica, con estos ejemplos se hace evidente que el fútbol es más que un juego.

Bibliografía y notas

  • Alejandro Quiroga Fernández de Soto, Goles y banderas. Fútbol e identidades nacionales en España (Madrid: Marcial Pons, 2014).
  • Christian Koller y Fabian Brändle, Goal! A cultural and social history of modern football (Washington D.C.: The Catholic University of America Press, 2015).
  • Cristóbal Villalobos, Fútbol y fascismo (Madrid: Altamarea, 2020).
  • Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra (Madrid: Siglo XXI Editores, 1995).
  • Óscar García, “La Memoria de la Mal llamada Guerra del Fútbol”. Iberoamericana – Nordic Journal of Latin American and Caribbean Studies 48, nº. 1 (2019), pp. 67–76.
  • Ryszard Kapuściński, La guerra del fútbol (Barcelona: Penguin Random House, 2012).
  • UEFA, UEFA Nations League 2020/21 – league phase draw procedure, 2020.

 

[1] Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra, Madrid: Siglo XXI Editores, 1995, p. 18

[2] UEFA, UEFA Nations League 2020/21 – league phase draw procedure, 2020.

[3] Cristóbal Villalobos, Fútbol y fascismo, Madrid: Altamarea, 2020, pp. 41-54; Christian Koller y Fabian Brändle, Goal! A cultural and social history of modern football, Washington D.C.: The Catholic University of America Press, 2015, pp. 120-121

[4] Alejandro Quiroga Fernández de Soto, Goles y banderas. Fútbol e identidades nacionales en España, Madrid: Marcial Pons, 2014, p 53.

[5] Ryszard Kapuściński, La guerra del fútbol, Barcelona: Penguin Random House, 2012.

[6] Óscar García, “La Memoria de la Mal llamada Guerra del Fútbol”, Iberoamericana – Nordic Journal of Latin American and Caribbean Studies 48, nº. 1 (2019), pp. 67-69.

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