El tratamiento que se ha dado al ámbito de la limpieza personal medieval-moderna en nuestra sociedad exhibe una serie de tópicos propios de una cultura popular robustecida por diversos epítomes que irían desde el séptimo arte hasta las más insólitas publicaciones que podemos encontrar en internet donde cualquier rigor mínimamente histórico brilla por su ausencia[1]. Lo cual ha generado una serie de dogmas en los que se nos presenta un medievo sucio y oscurantista, con una posterior Edad Moderna que apenas sobrepasa esta imaginería desgarbada y hedionda. Un buen ejemplo podría ser el ilusorio mito atribuido a Isabel la Católica, según el cual juró no cambiar su ropa hasta la toma de Granada, el cual fue difundido sin base alguna[2].
En consonancia con esto, debemos tener en cuenta las notables dificultades por las que ha de pasar la historia a la hora de estudiar los entresijos de la vida cotidiana, siendo conscientes de que gran parte de las fuentes escritas que han logrado llegar hasta nuestros días, varían extraordinariamente, ya no solo entre los diferentes grupos sociales, sino también de unas regiones y comarcas a otras. Teniendo el historiador que recurrir en muchos casos a fuentes indirectas[3], puntualidades y anécdotas, con el peligro interpretativo que ello conlleva, debiendo saber emplear todas ellas de forma cruzada[4] para intentar recomponer la realidad acaecida, al mismo tiempo que evita caer en el presentismo histórico.
El campo de la higiene es un gran ejemplo de esta problemática, ya que al mismo tiempo que se debe navegar entre una marabunta de fuentes, que en no pocos casos pueden llegar a contradecirse, también hay que lidiar con las diferentes interpretaciones de las mismas, en algunos momentos, marcadas por las intencionalidades de turno, que poco o nada tienen que ver con la historia en sí.
El aseo en la Edad Media
Buena parte de la inmunda estética del medievo occidental que nos ha llegado proviene de la dura crítica que este recibió durante la Ilustración dieciochesca, en la que no había duda alguna a la hora de realizar exageraciones e hipérboles de un periodo que se trataba de demonizar con la clara intención de diferenciarse de este a la sazón de refrendar su efervescente doctrinario[5]. Esta labor de difusión peyorativa no solo se hizo en las postrimerías de la modernidad, sino que en sociedades coetáneas podemos encontrar crónicas como las musulmanas de los siglos X y XI, con las de Ibrāhīm ibn Yaʿqūb y Abu Abdullah al-Bakri, quienes tratan de desprestigiar a sus enemigos francos y galaicos (nombre dado por estos a los cristianos de la Península Ibérica), siendo algo puramente propagandístico, tal y como hizo su correligionario Ibd Fadlan con otro peculiar pueblo del momento, los vikingos a quienes acusó de carecer de los más básicos fundamentos de limpieza personal, algo que recientes estudios han refutado y nos han revelado como otro alarde de falsa difusión[6].
Para apartar dichas ideas, debemos comenzar siendo conscientes de que ya incluso en el cristianismo medieval primitivo aparecen costumbres como lavarse los pies y cuidarse el cabello como parte del ritual litúrgico y las concurridas peregrinaciones[7], conteniendo numerosos monasterios su propia sala de baños como un distante eco del mundo clásico. Según avanzan los dilatados siglos medievales, podemos ir desengranando costumbres que han pasado desapercibidas por el discernimiento general. De entrada, la propia ropa era un bien de inusitado valor, ya que su factura era gravosa, teniendo en cuenta que además de tejerse, la propia procedencia agropecuaria de esta, y la recolección de sus materias primas, requerían un arduo trabajo[8]. Esta misma se heredaba cuando se había logrado conservar en buen estado, pasando a ser reaprovechada en forma de toallas, pañuelos, colchas, etc., cuando su reutilización era inviable[9].
Será aquí donde aparecen las camisas de lino, algodón o sarga, que se llevaban entre la ropa y el cuerpo con la intención de proteger a la primera de las secreciones del segundo, siendo estas prendas mucho más fáciles de lavar y reponer, al mismo tiempo que se realizada un aseo en seco del propio individuo[10]. Para la ropa de acuerpo, la limpieza de la misma era con jabones, lejía y cepillados no abrasivos. Siendo aquí donde destacarán el uso del jabón y otros productos que, además de utilizarse para la limpieza de la ropa, asimismo se usaban para el propio aseo personal, llegando a aromatizarse con el tiempo. La producción de jabón en pastilla se remonta a la antigüedad, con la saponificación en Siria a través de aceite de oliva y cenizas de laurel, conviviendo con el jabón líquido hecho con sebo animal, o la famosa lejía de ceniza de los romanos, conseguida gracias a plantas con sales alcalinas[11].
Estas prácticas se atesoran con gran estima en el medievo, apareciendo vendedores de jabón en pleno s. X en el Libro del Eparca, o dándose la venta y exportación de jabones como el de Castilla o Marsella en el s. XI[12]. En la propia Corona de Castilla, ya en 1456, se decretó que la producción de jabón era un privilegio real, lo cual muestra la importancia del mismo, uniéndose esta industria jabonera a la del sur ismaelita que se anexaba a lo largo de la Reconquista, con almonas como las de Sevilla o Granada en pleno funcionamiento tras esta[13]. Pues no se debe olvidar que en la península ibérica no pasará desapercibida la exquisita herencia musulmana en la que los baños públicos de procedencia romana se mantienen y reproducen para ambos sexos (unos 600 en la Córdoba del s. X[14]), mientras que hay un extenso uso por parte de las mujeres andalusíes de afeites, perfumes, pastas depilatorias y dentífricas[15].
A colación de esta última cita, la higiene dental se remontará a los tiempos de Egipto y Roma, manteniendo posteriormente dicha inquietud en escritos como en el Libro de Alexandre, del s. XII, donde se cita la necesidad de tener unos dientes sanos para que una mujer fuera considerada hermosa, al igual que en el Libro del buen amor del Arcipreste de Hita, s. XIV, o un poco más tarde, en pleno s. XV, en el Speculum al folder[16]. Esto no solo atañerá al género femenino, pues los mondadientes, (a veces perfumados), normas básicas como no escupir en la mesa, o el uso de postizos[17], (en marfil, hueso, mármol o perlas; unidos con hilo de oro), también eran algo masculino.
Respecto a la boca, se hacían gárgaras con orina para sanearla por su cantidad de amoniaco (también usada para blanquear la lana y el lino), atestiguadas en pueblos antiguos como los iberos, añadiendo los romanos piedra pómez a modo de aglutinante, y que se siguieron practicando hasta el s. XVII[18]. A lo largo de la Edad Media, y posteriormente, habrá cuantiosas alternativas a esta práctica, pues irán surgiendo recetarios con los que elaborar plastas para la limpieza de las piezas bucales, las cuales podían alcanzar cierta complejidad, como la que llevaba alabastro, porcelana, azúcar fino, coral blanco, canela, aljófar y almizcle. Junto a estas, también aparecerán enjuagues para el dolor, con cocción de vino blanco y raíz de esquiriola; o para el mal aliento, como una cocción con vino con algarrofas, almastica y raíz de lirio[19].
La higiene de la Edad Moderna como heredera de la medieval
Con la llegada de la modernidad, la higiene medieval se desarrolla con ingentes muestras como el caso de los baños públicos, los cuales, pese a sufrir críticas por parte de algunos religiosos, y a cerrar un no desdeñable número de ellos (debido al miedo a la propagación de enfermedades, a la mal vista práctica de la prostitución, y, especialmente, a su caro mantenimiento en leña y agua[20]), siguieron en activo uso. Un buen ejemplo de ello sería el dado por Sebastián de Covarrubias en su Tesoros de la lengua castellana, en 1611, donde atestigua la continuidad del uso de baños públicos y privados.
Respecto a otros hábitos, el aseo del medievo pervive, con escritos como el tratado de del arcediano Juan de Toledo, médico de cámara del rey Enrique el Doliente, titulado De sanitate corporis conservanda[21]. Desarrollándose en la Edad Moderna con obras como la de Juan Luis Vives, titulada Diálogos: Lingua Latinae Exercitatio, enmarcada en el proto-renacimiento hispano y orientada hacia un nuevo hombre que debía forzar la atención personal en el campo privado[22], donde el pulimiento debía ser tanto físico como espiritual; además de contar dicha obra con sendos vestigios de autores antiguos duchos en medicina, como el caso de Galeno.
Gracias a sus escritos podemos encontrar referencias a la higiene diaria como la siguiente, de corte generalista:
“¿Por ventura preguntas si nos lavamos? Cada día las manos, y la cara, y muy a menudo: porque la limpieza del cuerpo, conviene para la salud, y para el entendimiento”[23].
O esta, más específica:
“Eusebio, trae la fuente con el aguamanil, levanta un poco la mano: dexa caer el agua poco a poco por el pico, no de golpe, que la derrames: lava las suciedades de los artejos de los dedos: enjuágate la boca, y garganta: estrega bien las cejas y los párpados, también fuertemente las agallas: toma la toalla, límpiate […] peynate primero con las púas ralas, después con las espesas”[24].
Las cuales, en una sociedad tan profundamente devota como la de su tiempo, estaría fuertemente enlazada con la limpieza del alma:
“No quiero competir con un dementado como tú, ni estando en mi cabal juicio, las apostaré con tu locura. Acaba ya, lávate las manos, y la cara; en especial la boca, para que hables con más limpieza. Ojalá tan presto limpiasse la alma, y conciencia, como las manos: dame el aguamanil”[25].
Como hemos visto, Vives hace referencia solo a las partes visibles del cuerpo, algo muy propio de la moral medieval, no debiendo olvidar que el resto de este recibiría un trato parejo, extendiéndose dicho cuidado a la ropa, destacando la muda de la misma, tanto para la interior, dedicada a la limpieza en seco, como para la de acuerpo:
“Muchacho tráeme camisa limpia, porque ya seis días que traigo esta […]. No quiero esta camisa del cuello colchado, sino aquella otra del cuello llano: porque estas arrugas en este tiempo, qué otra cosa son, que nidos y retiros de piojos y pulgas”[26].
Sin olvidar el calzado, que podían ser unas simples calzas con suela, enteras o medias, o zapatos de cuero, a veces basto[27].
“Quita el polvo de essas calzas sacudiéndolas con aquella escobilla de cerdas. Dame también los escarpines limpios, porque estos están ya sudados, y huelen. Phy, quítales de aí al punto, me ofende muchíssimo su mal olor, no puedo sufrirlo […] yo que te he prevenido los chapines con las chinelas cubiertas, bien limpios de polvo. Antes bien limpia los zapatos del moho y dales lustres”[28].
Y en el ámbito de la alimentación:
“Tú mismo lava estos vasos frégalos con hojas de higuera o de ortiga, con arena, con agua, para que el Maestro no tenga hoy que reprender con fundamento […] limpie cada uno su pan si es que hay pegado a la costra algún poco de ceniza, o carbón”[29].
Como hemos comprobado, el cuerpo y la ropa en la Edad Moderna tenían bastante atención por parte de sus gentes, lo cual rompe buena parte de las afirmaciones negativas que tanto calado han tenido incluso hasta nuestro presente. Todavía así, fijándonos en el Madrid de los Austrias, también se pueden derribar otros tópicos, como el famoso “agua va”, cuyo vaciado solo podía darse en horario nocturno y cuando las noches estaban desiertas (lo cual no pudo evitar que la literatura satírica de la época sacase partido de ello, cayendo bajo mefíticas sorpresas transeúntes rezagados y galanteadores que estaban bajo las ventanas de sus enamoradas[30]). La infracción de su reglamentación no era algo baladí, pues las penas llegaban a cuatro años de destierro para los dueños de la casa, más unos azotes en caso de los criados.
Finalmente destacar que el mercado del jabón continuó en estos siglos, sirviéndonos como ejemplo el jabón de Castilla, exportado a América[31], ganando importancia el producido en Sevilla (con importantes baños públicos como el de la Reina Juana y el de San Juan de Palma[32]), que podía ser oscuro o blanco, y se producía usando aceite de oliva, potasa y algas[33]. Sin dudarlo, también era un producto más en mercados internos como el de Medina del Campo, donde acudían comerciantes de Portugal, Aragón, Génova, Florencia, Irlanda y Flandes[34].
Los conquistadores y su paradigma en el estudio de la higiene
Uno de los muchos clichés que se han achacado ad nauseam a los conquistadores de la naciente Monarquía Hispánica ha sido su supuesta falta de higiene, siendo algo promovido por puro desconocimiento tanto por el común de la gente como por profesionales. Este mito surgirá a principios del siglo XX cuando ciertos autores utilizaron el término “sorpresa” para comparar la higiene de españoles y aztecas, no apareciendo este asombro en las fuentes de la época, donde la palabra que se usa es “maravilla”, sin aludir con ella a un aparente mal olor[35] en los castellanos, sino al asombro que causó en los propios conquistadores el aseo de las nuevas gentes con las que se acababan de encontrar.
Generalmente se apunta al recibimiento de Cortés con incienso por parte de los tenochas como argumento para asentar la quimérica creencia de que se espantaron del hedor que los conquistadores despedían, debiendo ser conscientes de que dicho incienso era copal, una resina utilizada para los ofrecimientos a los dioses mexicas, con quienes confundieron inicialmente a los miembros de la hueste cortesiana, siendo esta costumbre religiosa testiguada por Bernardino de Sahagún en sus escritos[36].
Con ello, habría que refrescar esta otra visión que desdichadamente ha alcanzado nuestro devenir, ya no solo con el estudio previo del aseo medieval-moderno, sino también con otros textos del momento, como los del archiconocido Bernal Díaz del Castillo. Este conquistador participó en varias expediciones a lo largo del Caribe y Mesoamérica, como la de Florida, donde lo primero que hace junto a sus compañeros tras alcanzar tierra firme es buscar agua dulce para su consumo y lavar paños. Ya en la campaña por Tenochtitlán, donde participó activamente, se puede encontrar la siguiente cita tras la fatídica Noche Triste en sus escritos:
“Llegamos a una fuente que estaba en una ladera, y allí estaban como cercas y reamparos de tiempos viejos, y dijeron nuestros amigos los tlaxcaltecas que allí partían términos entre los mexicanos y ellos; y de buen reposo nos paramos a lavar y a comer de la miseria que habíamos habido, y luego, comenzamos a marchar […]”[37].
Este será un ejemplo de la importancia del cuidado personal incluso en unas circunstancias bélicas en las que este tendría una serie de complicaciones convenientes de un terreno prácticamente ignoto, un ambiente de estrés continuo, y las propias fatalidades de la guerra. Cristalizada la conquista, no pocas costumbres castellanas llegarán a la Nueva España con un ingente e interesante mestizaje de costumbres y hábitos[38] en el que Díaz del Castillo destaca la llegada y elaboración del jabón peninsular a la Nueva España:
“Y demás desto, todos los más hijos de principales solían ser gramáticos, y lo desprendían muy bien, sino se los mandaran quitar en el santo sínodo que mandó hacer el reverendísimo arzobispo de México; y muchos hijos de principales saben leer y escribir y componer libros de canto llano; y hay oficiales de tejer seda, raso y tafetán, y hacer paños de lana, aunque sean veinticuatreros, hasta frisas y sayal, y mantas y frazadas, y son cardadores y pelaires, y tejedores, según de la manera que se hace en Segovia y Cuenca, y otros sombrereros y jaboneros […]”[39].
Otras muestras podrían encontrarse tras unas mínimas pesquisas, como en la expedición de Magallanes, donde, pese a la insalubridad de los barcos, tareas como fregar las cubiertas eran obligatorias[40], mientras que, en los tiempos de calmas, los baños en el mar eran frecuentes[41]. Todo ello nos lleva a reconsiderar las viejas concepciones sobre la falaz falta de higiene en los conquistadores, los cuales, como tales, eran hombres y mujeres de su momento, con unos modos de vida análogos a los de las gentes que los habían precedido en el tiempo.
Conclusión
Con este micro ensayo se muestra brevemente la importancia del aseo y la higiene en el occidente europeo a lo largo del medievo y la modernidad, esclareciendo algunos de sus principales aspectos. Considerando a estos de vital necesidad a la hora de implementar una nueva visión de ambas etapas históricas más allá de concepciones estéticas cinematográficas o de fábulas incrustadas en la cultura general, mejorando con ello nuestra visión de un pasado, más limpio de lo creído hasta el momento, y que por remoto nos parezca, es un atrayente y genuino antecesor del mundo que hollamos.
Bibliografía
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- Sanz de Bremond Lloret, Consuelo. 4 de abril de 2019. La Edad Media y el Siglo de Oro: La higiene y sus mitos. El asterisco. Opiniones y notas al margen. Recuperado de: https://www.elasterisco.es/la-higiene-y-sus-mitos/
Notas
[1] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 17 de junio de 2021. Basura que pulula por las Redes Sociales: EN LOS AÑOS 1600 Y 1700… Historias para mentes curiosas. [Entrada en blog].
[2] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 21 de febrero de 2019. La camisa de Isabel la Católica: Certezas y bulos. El asterisco. Opiniones y notas al margen. [Entrada en blog].
[3] CASTELLS, LUIS. WALTON, JOHN. (1995). La Historia de la Vida Cotidiana. Madrid. Asociación de Historia Contemporánea: Marcial Pons. pp: 103.
[4] CASTELLS, LUIS. WALTON, JOHN. (1995). Op. Cit, pp: 106.
[5] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 4 de abril de 2019. La Edad Media y el Siglo de Oro: La higiene y sus mitos. El asterisco. Opiniones y notas al margen. [Entrada en blog].
[6] SAN JOSÉ BELTRÁN, LAIA. 7 de septiembre de 2013. Aspecto de un Vikingo (I): La higiene de los vikingos, ¿paganamente limpios o paganamente marranos? The Valkyrie’s Vigil. [Entrada en blog].
[7] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 4 de abril de 2019. Op. Cit. [Entrada en blog].
[8] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 28 de mayo de 2018. La higiene y la ropa. Indumentaria y costumbres en la España medieval hasta el siglo XVII. [Entrada en blog].
[9] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 28 de mayo de 2018. Op. Cit. [Entrada en blog].
[10] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 28 de mayo de 2018. Op. Cit. [Entrada en blog].
[11] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 12 de junio de 2019. EL JABÓN, medicina doméstica. Historias para mentes curiosas. [Entrada en blog].
[12] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 12 de junio de 2019. Op. Cit. [Entrada en blog].
[13] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 12 de junio de 2019. Op. Cit. [Entrada en blog].
[14] GREUS, JESÚS. Así vivían en Al-Ándalus. (1988). Madrid. E.G. Anaya. pp: 36.
[15] GREUS, JESÚS. (1988). Op. Cit, pp: 38.
[16] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 4 de abril de 2017. La higiene dental. Indumentaria y costumbres en la España medieval hasta el siglo XVII. [Entrada en blog].
[17] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 4 de abril de 2017. Op. Cit. [Entrada en blog].
[18] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 4 de abril de 2017. Op. Cit. [Entrada en blog].
[19] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 4 de abril de 2017. Op. Cit. [Entrada en blog].
[20] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 4 de abril de 2019. Op. Cit. [Entrada en blog].
[21] AMASUNO SÁRRAGA, MARCEINO V. Alfonso Chirino, un médico de monarcas castellanos. (1993). Valladolid. Consejería de Cultura y Turismo. pp: 66.
[22] ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Castilla y Portugal en los albores de la Edad Moderna. Valladolid. Consejería de Educación y Cultura: Universidad. pp: 56.
[23] ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Op. Cit. pp: 66.
[24] ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Op. Cit. pp: 67.
[25] ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Op. Cit. pp: 66.
[26] ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Op. Cit. pp: 67-68.
[27] CALVO, JOSÉ. Así vivían en el Siglo de oro. (1994). Madrid. Anaya. pp: 34-35.
[28] ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Op. Cit. pp: 68.
[29] ESPINOSA, ROSA MARIA. MONTENEGRO, JULIA. (1997). Op. Cit. pp: 69.
[30] DEFOURNEAUX, MARCELLÍN. (1983). La vida cotidiana en la España del Siglo de Oro. Barcelona. Argos Vergara. pp: 62.
[31] DEFOURNEAUX, MARCELLÍN. (1983). Op. Cit. pp: 63.
[32] THOMAS, HUGH. El Imperio Español. De Colón a Magallanes. (2003). Barcelona. Editorial Planeta S.A. pp: 603.
[33] THOMAS, HUGH. (2003). Op. Cit. pp: 618-619.
[34] CARMONA BALLESTERO, EDUARDO. (2008). Historia de Castilla: reflexiones desde el siglo XX. Burgos. ACEPIDE. pp: 135.
[35] SANZ DE BREMOND LLORET, CONSUELO. 14 de mayo de 2020. Ni tanta sed de oro, NI TANTA MUGRE. Historias para mentes curiosas. [Entrada en blog].
[36] DE SAHAGÚN, BERNARDINO. Historia general de las cosas de la Nueva España. Tomo 1. Robredo, P. México. 1938. pp: 230.
[37] DIAZ DEL CASTILLO, BERNAL. (1991). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (2). Madrid. Biblioteca Americana. Historia 16. Información y revistas S.A. pp: 476.
[38] LUCENA SALMORAL, MANUEL., y otros. Historia de Iberoamérica. Tomo II. Historia Moderna. (2002). Madrid. Ediciones Cátedra. Grupo Anaya S.A. Sociedad Estatal para la ejecución de programas del quinto centenario. pp: 284-286.
[39] DIAZ DEL CASTILLO, BERNAL. (1991). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (4). Madrid. Biblioteca Americana. Historia 16. Información y revistas S.A. pp: 460.
[40] ZARAGOZA, GONZALO. Rumbo a las Indias. (1989). Madrid. Colección Vida Cotidiana. Grupo Anaya S.A. pp: 28.
[41] ZARAGOZA, GONZALO. Rumbo a las Indias. (1989). Madrid. Colección Vida Cotidiana. Grupo Anaya S.A. pp: 32.
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