Hacia el año 1300 antes de Cristo grupos de griegos micénicos se asentaron en Mileto y sus alrededores [1]. Era el comienzo de una historia, la de la presencia griega en Asia Menor, la cual se prolongaría a lo largo de 3200 años. El hecho es realmente llamativo y cobra máxima expresión cuando lo comparamos con la presencia de otros pueblos en sus territorios hoy nacionales. Así, por ejemplo, los anglosajones solo llevan en Inglaterra poco más de 1500 años; los húngaros, por su parte, 1100 años en su solar patrio; y los turcos apenas llevan, en la actual Turquía, poco más de 900 años. Es decir que, los griegos llevaban ya 2400 años habitando las tierras de Asia Menor cuando los primeros turcos llegaron a Anatolia y aproximadamente 1800 años cuando los primeros anglos y sajones se instalaron en la actual Inglaterra.
La huella griega en Asia Menor era y es profundísima. Su lengua y cultura, empaparon las tierras anatólicas, las sembraron de ciudades y monumentos, de historia y tradiciones que todavía hoy, bajo el grueso manto del nacionalismo turco y del olvido, asoman por todas partes en la toponimia, en la gastronomía, en la arquitectura y en cien ámbitos más.
Los orígenes de la Guerra Greco-Turca
La dominación turca sobre Anatolia comenzó a anunciarse en la segunda mitad del siglo XI y no se hizo efectiva hasta después de la batalla de Manzikert (1071). A partir de ese año, bandas guerreras turcas someten la totalidad de Asia Menor. Pero la rápida reconquista bizantina de más de la mitad del territorio, el tercio occidental y las regiones marítimas del norte y del sur, y, sobre todo, la debilidad demográfica de esta primera dominación turca, impidieron la consolidación turca. Donde esta permaneció, el centro y el este de Anatolia, no dejó de ser sino la dominación de una casta guerrera sobre una masa de población griega y armenia. La situación demográfica cambió realmente a partir de la segunda mitad del siglo XIII, cuando la debilidad bizantina otorgó nuevas posibilidades a la expansión turca, sobre todo cuando las grandes masas de refugiados turcos que huían de las conquistas gengiskánidas llegaron a Anatolia. Es en este momento cuando la dominación militar se transforma en verdadera colonización y cuando se inicia el cambio demográfico y la verdadera “turquización” de Asia Menor.
Para el siglo XVI los turcos étnicos y las poblaciones nativas asimiladas por ellos constituían ya el elemento dominante, demográficamente hablando, en el conjunto de la península anatólica. No obstante, en el oeste de la península, en las costas del mar Negro, en Cilicia y en numerosos cantones aislados del centro y del este, la población griega y armenia siguió siendo mayoritaria a lo largo de los siglos XIV-XIX. A fines de este último siglo, la población no turca de Asia Menor se evaluaba en más de un tercio del total. El auge de los nacionalismos y la toma de conciencia de su situación como poblaciones sometidas, así como la debilidad del Califato osmanlí favorecieron los deseos de independencia. El nacionalismo turco, por su parte, comenzó a visualizar a las poblaciones cristianas como la gran cuestión a resolver con una “solución final” que terminó siendo, de forma dramática e implacable, la verdadera pieza fundacional del Estado turco.
En este momento, la pregunta es ¿cómo fue posible que, en tan solo cuatro años y tras lograr estar en el bando ganador de la Primera Guerra Mundial, Grecia y los griegos perdieran para siempre Asia Menor? O mejor dicho ¿cómo fue posible que en cuatro años fuera barrida la presencia griega en Anatolia tras haber perdurado en ella a lo largo de más de 3200 años?
La explicación es ante todo militar y, a su vez, se explica por una serie de errores diplomáticos y políticos que, a la luz de la historia, hoy nos parecen irracionales. Lo terrible de esta historia es que, teniendo todos los triunfos en la mano en 1920, Grecia y los griegos los dilapidaron en dos años de sinrazón diplomática y militar que les costarían miles de muertos y centenares de miles de refugiados, amén de la pérdida de una parte fundamental de su ser nacional e histórico: el helenismo minorasiático.
La palabra clave en todo este drama es un nombre: Elefthérios Venizelos. En julio de 1917 el genial estadista griego forzó la entrada de Grecia en una guerra aún indecisa y porfiada a la que el país, por su interés nacional, no podía seguir siendo ajeno. Grecia se alineó con la Entente y logró que su participación en el gran conflicto le dejara enormes réditos diplomáticos y militares. Venizelos logró, con apoyo británico y francés, que el ejército griego fuera un ejército extraordinariamente bien equipado y mandado.
La caída del zarismo en Rusia y la vergonzosa paz firmada por los bolcheviques con Alemania, despejaron además el futuro panorama geoestratégico y afianzaron las futuras reivindicaciones griegas sobre la Tracia europea y los estrechos y hasta parecieron acercar a las manos griegas el sueño de reconquistar Constantinopla.
En octubre de 1918, el Imperio otomano se derrumbó y el ejército griego y sus aliados obtuvieron un armisticio que dejaba, literalmente en sus manos, la Turquía otomana. Poco después, en París en 1919, un deslumbrante Venizelos logró atraer a su sueño de “un país de dos continentes y cinco mares” a Gran Bretaña, cuyo primer ministro, Lloyd George, lo apoyó sin reservas. La Francia de Clemenceau también dio su aprobación a la mayor parte de las reivindicaciones griegas y Wilson, el poderoso presidente americano, no se opuso a ellas. Solo Italia se mostró renuente e incluso contraria. Los intereses italianos en Albania y Asia Menor, chocaban con los griegos hasta un punto y una forma tal que, a ambas potencias, Italia y Grecia, se les había prometido el control de Esmirna[2].
En 1919 el apoyo de la Entente a Grecia no era solo diplomático, sino también militar y económico. Grecia dependía de los préstamos ingleses y franceses, y de sus envíos de armas, camiones y abastecimientos para mantener su ejército plenamente operativo y sostenerlo en el alto nivel que había alcanzado en 1918. Sin ese apoyo y sin el dinero y las armas de Gran Bretaña y Francia, Grecia no podía embarcarse en la ocupación de los territorios que en París se habían puesto bajo su control y que básicamente se extendían en torno a Esmirna sobre un área que rondaba los 100 000 kilómetros cuadrados. Ahora bien, el apoyo británico y francés era más hacia Venizelos que a Grecia. Venizelos había sido el actor principal de la conversión de Grecia en una potencia mediana en las dos primeras décadas del siglo y sobre todo había sido también el actor principal que había determinado el apoyo a la Entente en la Gran Guerra y la entrada de Grecia en la misma. Era su política la que había transformado al ejército y a la flota griega en un aliado eficiente y era su idea de Grecia la que Inglaterra y Francia estaban dispuestas a sostener. Sin Venizelos, la alianza con la Entente peligraría y Grecia tendría pocas posibilidades de mantenerse como una potencia regional. Aún peor, una Grecia sin Venizelos pero con Constantino, el rey progermano y antibritánico al que Venizelos había derrotado políticamente, era una Grecia potencialmente peligrosa o al menos antipática para la Entente. La desgracia, el error de los griegos, fue no comprender esto, mejor dicho, no ser conscientes de ello; sin embargo y, paradójicamente, creer firmemente que la labor de Venizelos: la elevación de Grecia al rango de potencia regional merced a la notable mejora de su administración y economía y sobre todo de su potencial bélico, bastaban para desafiar a la Entente y afrontar sin su apoyo diplomático, económico y militar la anexión efectiva de los territorios griegos de Asia Menor y Tracia oriental.
Como he mencionado antes, lo que más sorprende del ejército griego en mayo de 1919, cuando Venizelos dispuso el desembarco de sus tropas en Esmirna y otros puntos de Asia Menor, es su altísimo nivel de equipación y operatividad. Las divisiones griegas podían equipararse con las británicas y francesas en número de ametralladoras pesadas y ligeras y en artillería de montaña. Su artillería pesada y sus medios mecánicos, sobre todo camiones, eran también notables y en general el ejército griego podía compararse favorablemente con el italiano y por supuesto, era superior en equipo e instrucción al derrotado ejército turco. Además, su flota dominaba el mar.
Así, por ejemplo, en 1919 una división griega, compuesta por tres regimientos, contaba con 72 ametralladoras pesadas y 216 ametralladoras ligeras frente a las 72 ametralladoras pesadas y 200 ametralladoras ligeras con que contaba una división británica o frente; a las 45 ametralladoras pesadas y 210 ligeras con las que disponía una división italiana [3]. El armamento griego era además de gran calidad y en mayor medida de procedencia británica, francesa, austriaca y checa.
Venizelos también había logrado situar en el ejército una oficialidad y unos mandos bien formados, con experiencia en el campo de batalla y en sintonía política con su gobierno e ideas; su preocupación por los abastecimientos había asegurado al soldado griego una asistencia médica y una dotación de ropa, alimentos y municiones, regular y suficiente [4].
No es de extrañar que el desembarco griego en Esmirna fuera todo un modelo de eficacia militar. En efecto, el 12 de mayo el Congreso de París autorizaba a Grecia, es decir, a Venizelos, a ocupar Esmirna y su área para proteger a la población cristiana. Tan solo tres días después, el 15 de mayo, una división del ejército griego bajo el mando del coronel Zafiriu desembarcaba en Esmirna y sorprendía a los dos regimientos turcos que la guarnecían, apresándolos y tomando el control de la ciudad.
Los ataques de nacionalistas turcos contra los soldados griegos terminaron con el desencadenamiento de combates callejeros y con el incendio de casas, así como con la muerte de decenas de civiles turcos [5]. No obstante, en general se impuso el orden en la ciudad, de mayoría griega según ponía de manifiesto el censo del consulado británico de 1891 y la estimación de su población hacia 1919. Según el trabajo de la profesora García Amorós, en 1891 contaba con un total de 207 000 habitantes, de los que 107 000 eran griegos, 52 000 turcos, 23 000 judíos, 12 000 armenios, 6500 italianos y 2500 franceses y comunidades de austriacos e ingleses; mientras que para 1919, la población total de la ciudad de Esmirna ascendía a 370 000 habitantes, de los cuales 165 000 eran griegos, 80 000 turcos, 55 000 judíos, 40 000 armenios, 6000 levantinos y 30 000 extranjeros de lugares diversos [6]. Y es que la ciudad de Esmirna en 1919 estaba atestada de refugiados armenios que recibieron triunfalmente a las tropas helénicas.
La Anatolia de 1919 era una tierra castigada y despoblada. Si en 1914 estaba habitada por unos 17 000 000 habitantes, las matanzas de armenios, cristianos sirios, caldeos y griegos, sumadas a las numerosas epidemias de tifus, cólera y gripe que habían asolado la región durante la guerra, a las bajas causadas por la contienda y al hambre, la población había disminuido para 1919 a 13 000 000 de habitantes de los que un millón y medio eran griegos. Población griega que se concentraba en el Ponto y Paflagonia y sobre todo en las tierras que se extendían entre Afyon-Karahisar, la antigua Akroinon, situada en el borde occidental de la Meseta Central, y Esmirna. En torno a esta última ciudad, es decir, en el solar de las antiguas Jonia, Eolia y Lidia, la mayor parte de la población era griega, aunque era también significativa la presencia de comunidades armenias y judías. Más hacia el interior, en las antiguas Bitinia y Frigia, las comunidades griegas no eran tan numerosas como los pobladores turcos, pero constituían entre un 20% y un 30% de la población de dichas regiones.
A la par que Grecia ocupaba Esmirna y desplegaba nuevas unidades por el interior y por otros puntos de la costa egea, Italia desembarcaba tropas en Caria, Licia y Panfilia. Francia desplegaba tropas en Cilicia y en el norte de Siria y Mesopotamia, e Inglaterra controlaba el Kurdistán y la Armenia turca y distribuía pequeñas guarniciones por toda Asia Menor para controlar la estratégica línea férrea Bagdad-Constantinopla-Berlín. Además, Inglaterra y Francia desembarcaron tropas en Constantinopla y en los estrechos de los Dardanelos y del Bósforo, procediendo a su dominio efectivo.
La Turquía otomana, vencida y desarmada, había visto su ejército reducido a 20 divisiones [7] de las que tan solo una, destacada en Armenia, seguía estando plenamente equipada y operativa. El control de las comunicaciones y de los depósitos de armamento por los aliados hacía casi inviable que el ejército turco regular pudiera oponer resistencia a los ocupantes griegos, británicos, italianos y franceses y, por otra parte, el gobierno del sultán, veía ahora en la Entente su mejor salvaguarda frente a las sublevaciones internas y a las revolucionarias aspiraciones de los nacionalistas.
No obstante, desde un primer momento la anarquía reinante en Asia Menor iba a ocasionar graves problemas a los aliados y a impedir que el gobierno del sultán no pudiera imponer su política de acuerdo con las potencias triunfantes en la Gran Guerra. Asimismo, iba permitir que los nacionalistas turcos, pronto acaudillados por Mustafá Kemal Pachá, quien no recibiría su apellido o sobrenombre de Atatürk hasta 1934 [8], pudieran apoderarse del control de las unidades turcas y de los medios económicos y militares necesarios para comenzar a poner de nuevo en pie a un ejército turco que ofreciera resistencia efectiva a griegos, italianos, británicos y franceses.
Mientras, el 29 de mayo de 1919, una segunda división griega desembarcaba en la costa de Asia Menor y libraba la primera batalla de la Guerra Greco-Turca de 1919-1922, al aplastar la resistencia que le ofreció el 272.º Regimiento de Infantería turca y ponerlo en fuga.
Entre el 15 de mayo y el 1 de junio, los nacionalistas turcos sublevados contra el gobierno del sultán otomano, organizan frente a los griegos guerrillas y unidades militares y comienzan a atacar a las aldeas y pueblos griegos del interior y a las posiciones del ejército griego que se estaba desplegando por el territorio del llamado Estado de Esmirna. El jefe turco que organizó esta resistencia inicial y las primeras matanzas de civiles griegos era Koprolu.
Entre junio y los primeros días de julio, tropas turcas tratan de recuperar Pérgamo y su zona, pero son derrotadas por las fuerzas griegas. A la par, en el valle del Menderes, unidades y guerrillas turcas con base en la zona italiana, situada al sur del Menderes, atacan poblaciones griegas y campamentos del ejército griego. El general en jefe de las tropas griegas desplegadas en Asia Menor, el eficiente Nider, contraataca brillantemente desalojando a los turcos de la región al norte del Menderes y penetrando en la zona italiana para aniquilar las bases turcas. Por lo que, y ante las protestas italianas, vuelve a cruzar el Menderes a primeros de julio.
La poco honrosa posición de Italia, en teoría aliada de Grecia y potencia ocupante de Caria, Licia y Panfilia, iba a ser determinante en la guerra. Italia, en su área de ocupación, haría caso omiso y dejaría que los nacionalistas turcos organizaran bajo su protección unidades militares, y ello a la par que, desde sus bases en territorio teóricamente controlado por Italia, lanzaran ataques sobre el territorio ocupado por Grecia. Además, los italianos dejarían “manos libres” a los contrabandistas para que desembarcaran armas y equipos para los rebeldes nacionalistas turcos. A partir de 1920, Italia proporcionaría a Mustafá Kemal armas, abastecimientos y préstamos. Todo ello a cambio de prebendas comerciales y de concesiones económicas. Por último, Italia se desentendería de su zona de ocupación en Asia Menor y la dejaría en manos de Mustafá Kemal sin oponer resistencia real, abriendo con ello, al sur y a retaguardia de la zona de control griego, un nuevo frente [9].
En julio de 1919 el ejército griego contaba ya con cuatro divisiones, que sumaban un total de unos 90 000 hombres, desplegadas en Asia Menor: una división controlaba los valles del pequeño y del gran Menderes; otra tenía como centro Magnesia, otra tenía su base en Pérgamo y la cuarta se acantonaba en torno a Esmirna. Además de las cuatro divisiones de infantería y su correspondiente artillería y caballería de apoyo, se procedió al reclutamiento de una nueva división entre los griegos de Asia Menor que, curiosamente, se mostraron muy renuentes a alistarse. Además de todo lo señalado, la división del general Nider contaba con una brigada extra de caballería, con un regimiento de artillería de campaña, una unidad de obuses, además de varias escuadrillas de aviones de reconocimiento y combate.
Los ataques de las guerrillas turcas contra los pueblos griegos y contra los puestos y posiciones del ejército griego, provocaron represalias griegas contra las aldeas turcas. Pero en general y hasta la caída de Venizelos, el ejército griego no se ensañó con la población civil turca. En cualquier caso, la creciente actividad de las guerrillas turcas, la aparición de unidades regulares organizadas por el nuevo gobierno nacionalista de Mustafá Kemal, primero desde Sansum en el mar Negro y luego desde Ankara, y la actitud de los italianos [10], obligó a Venizelos a enviar más tropas a Asia Menor y a relevar al general Nider del mando supremo para que lo asumieran militares de mayor graduación: el general Milliotis, que asumió el mando en la Navidad de 1919, y el general Leonidas Paraskevópulos, el mejor comandante griego sin discusión, el febrero siguiente sustituyendo a Milliotis. Para esa fecha, Grecia contaba con tres cuerpos de ejército sobre el terreno, nueve divisiones con un total de 145 000 hombres. El general Nider mandaba el cuerpo del ejército que controlaba el Menderes y el sur de la zona griega. Al norte, con centro en Pérgamo, el general Joannu mandaba el segundo cuerpo del ejército y el tercero quedaba como reserva con centro en Esmirna.
Una estrategia defensiva
El plan diseñado por el general en jefe del ejército griego de Asia Menor, el general Paraskevópulos, consistía en avanzar sobre Bursa, Kutaya y Usak para desde ellas ocupar los estratégicos desfiladeros de Inonu y Dumlupinar, con el fin de aislar a las guerrillas y unidades turcas desplegadas en Asia Menor occidental, de sus centros de abastecimiento, reclutamiento y entrenamiento, situados en Eskisehir, la antigua Dorilea y Afyon-Karahisarr; así como de su centro político y de mando localizado ahora en Ankara. Frente a esta estrategia ofensiva griega, Mustafá Kemal diseñó a comienzos de 1920 un plan general basado en la puesta en pie de una estrategia defensiva hasta conseguir la superioridad sobre el adversario con la fortificación de las zonas particularmente sensibles (como los desfiladeros de Inonu y Dumlupinar). Hostigando continuamente al enemigo, sin dejarse arrastrar a combates de importancia, y defendiendo tenazmente el terreno, mientras se escalonaban las fuerzas en profundidad para prevenir los movimientos envolventes y conservar la línea de retirada sobre Ankara.
Por lo demás, Mustafá Kemal Pachá concentró sus primeros esfuerzos no en detener a los griegos, sino en controlar las provincias turcas del centro y este de Anatolia donde tropas fieles al sultán, rebeldes locales y grupos de nacionalistas circasianos, laz y kurdos ponían en peligro su creciente autoridad. Con mano de hierro aplastó todos estos movimientos y logró expulsar a los hombres del sultán de Asia Menor y controlar a los rebeldes. A la par, Mustafá Kemal lanzó fuertes ofensivas contra los franceses en Cilicia, el norte de Siria y Mesopotamia. Los franceses, que no esperaban semejante acometida, se vieron sorprendidos por las ofensivas turcas y pronto sufrieron humillantes derrotas, cuantiosas pérdidas y desaliento. Sus soldados no querían luchar, tras la Gran Guerra, solo deseaban volver a casa. Así que Francia fue incapaz de controlar efectivamente la zona que se le había asignado y muy pronto comenzó a buscar una tregua primero y un pacto después, con Mustafá Kemal y su gobierno nacionalista.
La derrota militar francesa, la inacción británica en Armenia y el Kurdistán y la cada vez más tolerante y amistosa actitud italiana, sumadas a los triunfos sobre los rebeldes turcos, circasianos y kurdos, permitirían a Mustafá Kemal Pachá disponer de nuevas fuerzas y recursos que volcar sobre el frente griego que, a lo largo de la primavera y el verano de 1920, vería cada vez un mayor número de unidades y tropas kemalistas oponiéndose a su avance [11].
No obstante, el general Paraskevópulos y sus eficientes subalternos, los generales Nider y Joannu, supieron afrontar con éxito la nueva situación y vencer repetida y decisivamente la creciente oposición turca; ello, a la par que Venizelos lograba mantener sin fisuras el apoyo diplomático, militar y económico de Gran Bretaña y Francia además de lograr nuevas concesiones sobre lo ya logrado por él en París en mayo de 1919. Así que como veremos, a fines del verano de 1920, todo el mundo, incluidos el gobierno del sultán en Constantinopla y el gobierno nacionalista de Mustafá Kemal Pachá en Ankara, admitía que Grecia se impondría y se anexionaría sin problemas Tracia oriental y Asia Menor occidental.
Para ese entonces los británicos habían permitido a los griegos establecer guarniciones en los Dardanelos y con ello el control efectivo de los estrechos. Además, tanto los británicos, como los franceses, habían autorizado a Venizelos invadir y ocupar Tracia oriental y lo alentaban a avanzar hacia Asia Menor central para aplastar a los kemalistas puestos fuera de la ley por el gobierno del sultán en Constantinopla.
Pero Kemal estaba reforzándose. Sus ataques contra las tropas británicas y francesas habían causado el pánico entre los funcionarios de la Entente que controlaban los depósitos de armas requisados al ejército otomano vencido en la Primera Guerra Mundial; de modo que miles de armas ligeras y pesadas cayeron en manos de Kemal, con las que pudo entonces armar a 65 000 nuevos voluntarios. Además, el aplastamiento de los focos rebeldes al gobierno nacionalista de Ankara en Iconia y Turquía central y la derrota de armenios y kurdos en las provincias orientales, permitirían rehacerse frente al inexorable avance griego.
El ejército griego había comenzado su ofensiva en junio de 1920 tras lograr Venizelos de lord Churchill el control de los Dardanelos y asegurar así sus comunicaciones con Tracia y con la costa minorasiática del mar de Mármara. Después, hacia el 20 de junio, comenzó un avance general griego sobre los valles superiores del pequeño y gran Menderes y desde Pérgamo. El 25 de junio el general Nider se apoderaba de Alasehir, la antigua Filadelfia, logrando allí una señalada victoria y envolviendo y destruyendo una gran concentración de tropas turcas con una serie de rápidas maniobras de envolvimiento que causaron asombro entre los estados mayores inglés, francés e italiano, cuyos observadores militares les tenían bien informados.
Tras la toma de Filadelfia Alasehir, el ejército griego logró una nueva victoria en Soma y avanzó triunfante e imparable hasta Bursa, la cual tomó en los primeros días de julio de 1920; ello a la par que, con el apoyo de la armada inglesa que bombardeó posiciones turcas kemalistas y desembarcó tropas en Yalova y en otros puntos del litoral, se apoderaba de las tierras costeras de los Dardanelos y del mar de Mármara hasta las puertas de la antigua Nicomedia y enlazaba con las unidades que habían ocupado Bursa.
Una muestra de la alta capacidad organizativa y operacional del ejército venizelista nos la da el hecho de que, a la par que obligaba al ejército nacionalista turco a retirarse hasta Eskisehir-Dorilea, fue capaz de trasladar una división desde Esmirna a Tracia oriental, desembarcarla en la antigua Heraclea, arrollar a las tropas turcas de la región y avanzar sobre Adrianópolis, sorprendiendo a los turcos, y asombrando a ingleses y franceses, que no habían podido esperar tal habilidad y capacidad militar de las unidades griegas. Esta acción estuvo dirigida sobre el terreno por el coronel Mazarakis, que tras desembarcar en Heraclea, en su avance atrajo a las tropas turcas hacia sí, con lo que permitió que el general Zimbrakakis, al mando del ejército griego destacado en la orilla occcidental del río Evros, pudiera cruzarlo y, en combinación con las fuerzas de Mazarakis, ocupar Adrianópolis el 25 de julio, rodeando y aplastando al ejército turco, cuyo general fue hecho prisionero y cuyos restos se refugiaron en Bulgaria [12].
Este éxito estratégico cobra verdadera dimensión si se recuerda que, por esos mismos días, en el verano de 1920, ese mismo ejército nacionalista turco que había sido arrollado por el griego en Asia Menor y Tracia oriental con sorprendente rapidez y habilidad, estaba derrotando en Cilicia, norte de Siria y Mesopotamia al ejército francés, a la sazón el más poderoso y mejor equipado del mundo y obligando a evacuar Asia Menor central y el Kurdistán al ejército británico.
A fines de julio los griegos estaban a las puertas de Constantinopla y controlaban toda Tracia oriental, incluidas las costas del mar Negro. El sueño de Venizelos, expresado a Lloyd George, de construir un país de dos continentes y que se asomara a cinco mares, parecía logrado y máxime cuando entre julio y septiembre las tropas griegas de Asia Menor retomaron su avance y lograron dos señaladas y completas victorias en Usak y Jediz, en donde nuevamente el ejército griego desplegó una notable capacidad para la guerra de movimientos; cercando y destruyendo a las unidades turcas, logrando con ello el control efectivo de todo el territorio entre Bursa, la costa egea y entre el mar de Mármara y el río Menderes; ello a la par que eliminaba las bases de los guerrilleros turcos en su zona de ocupación.
La situación era tan catastrófica, y la superioridad griega tan aplastante, que en septiembre Mustafá Kemal Pachá contactó con el representante del gobierno griego en Esmirna y solicitó un cese de hostilidades reconociendo el área del Estado de Esmirna y de la anexión griega de Tracia oriental, a cambio de que Grecia reconociera a Ankara como el único gobierno turco legítimo. Venizelos rechazó la propuesta pues el 10 de agosto se había firmado el Tratado de Sèvres con el sultán. En él se reconocía el Estado de Esmirna que, tras cinco años de ficticio acatamiento de la soberanía del sultán otomano, estaba destinado a ser anexionado por Grecia [13].
En octubre de 1920 el ejército griego obtuvo nuevas victorias y alcanzó sus objetivos de Inonu y Dumlupinar, cuyo control efectivo dejó para la primavera siguiente. Ese mes de octubre de 1920, la Grecia de Venizelos estaba en el cenit de su poder militar y seguía contando con el apoyo diplomático, económico y militar británico y francés. En tan solo dos meses todo comenzaría a irse al traste. ¿Por qué? Bien, si el gobierno de Venizelos de 1910-1915 había constituido una época de reformas y de bonanza económica y si el bienio 1915-1917 había acrecentado dicha prosperidad pese al deterioro político y a los conflictos internos, la entrada de Grecia en la Gran Guerra en junio de 1917 había iniciado una espiral de gasto militar que, junto a las inevitables consecuencias económicas de la guerra, habían precipitado al país a una situación de penuria. Para 1919 Venizelos se había visto obligado a devaluar la moneda en un 54% y su presupuesto de guerra dependía, en significativa medida, de los préstamos y ayudas que Inglaterra y, en menor medida Francia, le otorgaban. Además, aunque Grecia había entrado muy tarde en la Gran Guerra, su ejército se había movilizado en 1915 y por lo tanto, para 1920 eran ya cinco los años que los hombres griegos llevaban siendo llamados a filas para prestar servicio. Había un hartazgo general por la guerra y la renuncia tácita a Constantinopla que Venizelos, siempre realista, había concedido en el Tratado de Sèvres, había añadido aún más desencanto y le había sustraído apoyos.
La división de un ejército
La caída de la popularidad de Venizelos y sobre todo su derrota electoral de noviembre de 1920 son difíciles de entender hoy día. Venizelos había traído a Grecia la reforma y la modernización; el triunfo militar en la Gran Guerra y la ampliación del dominio griego sobre Tracia oriental y Anatolia occidental. Todo el mundo sabía que el apoyo de ingleses y franceses solo continuaría si Venizelos permanecía al frente de Grecia y que dicho apoyo se entibiaría hasta desaparecer si el rey Constantino y su camarilla regresaban a Atenas para hacerse con el poder. Pero los griegos no lo vieron así. La campaña contra Venizelos y por la vuelta al trono del germanófilo Constantino se intensificó y a pesar de las advertencias de la Entente, el pueblo griego votó contra Venizelos y aclamó al rey en diciembre de 1920.
La vuelta de Constantino significaba la derrota para Grecia. Inglaterra y Francia comenzaron a cortar el grifo de su apoyo financiero y militar, así como a entibiar su apoyo diplomático. No obstante, lo peor fue que la oficialidad y los mandos del ejército griego, desde 1915 dividido entre venizelistas y partidarios de Constantino, se vio sacudido por una purga política que arrebató el mando de las tropas griegas a los oficiales y generales más competentes, aquellos que Venizelos había puesto al frente de las operaciones y que brillantemente las habían dirigido a lo largo de 1919-1920, poniéndolo en manos de generales y oficiales incompetentes y sin experiencia militar bélica directa desde 1913.
En el ejército de Asia Menor más de 350 oficiales y mandos fueron abruptamente relevados de sus unidades; otros muchos, como el general Paraskevópulos, dimitieron de sus puestos en cuanto quedó claro que Venizelos había perdido la partida.
El resultado fue el caos. Los soldados no confiaban en sus nuevos oficiales y mandos que a menudo no solo eran incompetentes, sino también corruptos. La intendencia y abastecimientos militares sufrieron mucho y la escasez de recursos, que muy pronto se dejó sentir por el descontento británico y francés, ante el nuevo gobierno griego y debido a la desorganización creciente que empezó a reinar en el invierno de 1921, minó la ya debilitada moral de los soldados.
La llegada de Constantino y su partido al gobierno además dio a Italia la excusa perfecta para ayudar abiertamente al gobierno turco nacionalista de Mustafá Kemal Pachá, al que reconoció en marzo y al que de inmediato le permitió ocupar las zonas que teóricamente debía de controlar Italia, además de concederle ayuda militar importante que la marina griega no pudo bloquear.
Francia, por su parte, atascada en Cilicia y el norte de Siria, maniobraba para salir de allí. En diciembre de 1921 reconoció formalmente al gobierno kemalista, aunque ya desde la primavera anterior mantenía una tregua con los nacionalistas y negociaba con ellos. Además, y por esas mismas fechas, el ejército turco, en alianza con el bolchevique, había aplastado definitivamente a los armenios y logrado el reconocimiento soviética en el terreno diplomático, así como la concesión de ayuda militar [14]. Todo lo anterior, claro está, incrementó notablemente los recursos militares turcos y permitió a Mustafá Kemal concentrar toda su atención y todo su potencial frente a los griegos. Se estaba invirtiendo el equilibrio de fuerzas.
En enero de 1921 la nueva situación quedó manifestada en la llamada primera batalla de Inonu, el desfiladero estratégico que los griegos debían de controlar y que asaltaron con notable éxito en un primer momento, logrando su control tras sufrir cuantiosas pérdidas. Pero este control, tras una dura batalla y la consiguiente retirada turca, no se hizo al cabo efectivo por falta de organización y por errores de mando que, ciertamente, no se habían producido antes y que mostraban que los oficiales y mandos realistas, que habían relevado a los venizelistas, no tenían ni la preparación, ni la experiencia necesaria para una guerra de movimientos como era la de Asia Menor. Así que la batalla de Inonu terminó en derrota táctica para Grecia, el primer revés de consideración que sufría el ejército expedicionario. Inonu sería también un precedente de lo que iba a ser la batalla del río Sakaria de agosto-septiembre de ese mismo año. En ambas batallas, Inonu y Sakaria, los soldados griegos combatirían con arrojo y lograrían los objetivos tácticos marcados por sus generales, pero la indecisión de sus mandos y la falta de una buena coordinación de fuerzas, además de las deficiencias logísticas y de comunicación, permitirían a los turcos conservar el terreno, pese a que los griegos los habían batido, así como alzarse con la victoria aun cuando esta había estado en manos griegas en un primer momento [15].
Mientras, en Grecia, Constantino y sus partidarios reforzaron los ejércitos que ocupaban Tracia oriental y Asia Menor con cuatro nuevas divisiones que elevaron el total de efectivos desplegados hasta los 170 000 hombres y 210 cañones. La superioridad griega en efectivos y armamento seguía siendo notable. No obstante, los nacionalistas turcos estaban formando nuevas unidades, concentrando sus victoriosos y veteranos ejércitos del Cáucaso y Cilicia en el frente griego, y sobre todo reclutando y entrenando una poderosa caballería. Una caballería que superaba ampliamente a la griega en número y calidad y que se demostraría indispensable y decisiva en el futuro desarrollo de la guerra.
Una guerra que el nuevo general al mando, el general Pápulas, no comprendía. Constantino quería acabar aquella contienda costosa y cada vez más impopular. Los soldados de las quintas de los años 1916-1921 que se encontraban en filas estaban cada vez más descontentos y peor alimentados y equipados, lo que favorecía y alentaba el pillaje y los desafueros contra la población turca de la zona griega. Esos ataques contra la población civil turca no se habían dado en número significativo bajo el gobierno de Venizelos, muy consciente de la opinión pública internacional y su importancia, pero con los gobiernos de Constantino y con los generales y oficiales partidarios del rey, se hicieron cada vez más graves y frecuentes y atrajeron una ola de simpatía hacia los turcos que, por su parte, no habían parado de atacar a la población civil griega y a los armenios refugiados en Esmirna y en otras áreas y ciudades de la zona griega.
En la primavera de 1921, Constantino comprendió que solo una ofensiva total y victoriosa podía darle una salida rápida a una guerra que, económicamente, era ya insostenible. La ofensiva griega se inició en marzo pues la actitud de ingleses y franceses, descontentos por el regreso de Constantino al poder, se endureció frente a las pretensiones griegas de aplicar efectivamente las disposiciones del Tratado de Sèvres.
El 23 de marzo de 1921 se desencadenó pues el ataque griego con dos puntas de avance dirigidas por los generales Kondonis y Digenis, cuyos respectivos objetivos son Eskisehir-Dorilea y Afyon-Karahisar, Akroinon. El ejército que se dirige sobre Afyon-Karahisar logra su objetivo pese a las dificultades ofrecidas por el clima, copiosas nevadas, el terreno y la oposición turca, pero el ejército que avanzaba sobre Eskisehir sufre una grave derrota en la segunda batalla por el paso de Inonu y se ve obligado a retroceder dejando expuesto el flanco norte de las tropas griegas que acababan de ocupar Afyon-Karahisar. Para no ser aisladas por las tropas turcas, las unidades griegas evacuaron Afyon-Karahisar, Akroinon, bajo el ataque de ocho divisiones turcas y se retiraron hasta nuevas posiciones desde las que detuvieron y derrotaron la contraofensiva turca.
Nuevamente los soldados griegos dieron muestras de valor y capacidad de combate, mientras que sus generales se veían superados por su falta de experiencia. Y es que, a la larga, el ataque estaba condenado al fracaso por su deficiente planificación general. Pues ambas puntas de avance estaban demasiado separadas entre sí, doscientos kilómetros y ello había permitido a los turcos y a su numerosa y cada vez más hábil caballería, meter una cuña entre ellas, cortar sus líneas de comunicación y abastecimiento y con ello obligarlas a retroceder.
Para colmo de males, Constantino y su gobierno no solo no destituyeron al general Pápulas por su deficiente actuación como responsable último de las derrotas de enero y abril, sino que lo pusieron bajo la supervisión de una comisión militar radicada en Atenas y sin cuyo asentimiento Pápulas no podía tomar iniciativas. De esta manera se impedía tomar decisiones rápidas y efectivas al general en jefe sobre el terreno. Para redondear la sinrazón, el jefe de la comisión militar de Atenas formada por tres miembros era el general Strategós, enemigo declarado de Pápulas. De modo que la coordinación entre Atenas y Esmirna era, realmente, imposible. Y por si faltaba algo para paralizar al ejército griego, Constantino, recordando sus triunfos en las Guerras Balcánicas de 1912-1913, decidió tomar el mando directo y desembarcó en Esmirna el 12 de junio acompañado por un numeroso séquito.
Mientras, las potencias de la Entente trataban de lograr un acuerdo entre griegos y turcos que Constantino evitó con evasivas poco diplomáticas, una actitud que alejó aún más a británicos y franceses de la posición griega. En julio el rey ordenó una nueva y gran ofensiva en la que se iba a jugar el todo por el todo apostando en ella la totalidad de los recursos militares y económicos y las últimas reservas.
El nuevo plan de ataque griego dispuso tres líneas de avance: la más poderosa al sur con el objetivo de recuperar Afyon-Karahisar-Akroinon; una segunda más al norte que desde Bursa debía de recuperar Kutaya y forzar el paso de Inonu para converger sobre Eskisehir y apoderarse de tan importante base turca. Eskisehir era el nudo fundamental de las comunicaciones turcas pues controlaba el ferrocarril Ankara-Constantinopla. Además, era la principal base militar de los nacionalistas turcos y un importante centro de fabricación de armas y equipos. De la segunda punta de ataque griega, la que debía de tomar Kutaya e Inonu y alcanzar luego Eskisehir-Dorilea, se destacaría una tercera fuerza que trataría de fijar tropas turcas sirviendo de señuelo y permitiendo que el grueso del ejército del norte avanzara sin estorbos hacia Eskisehir.
Las operaciones tuvieron éxito en el sur, donde la punta de ataque griega no solo logró romper el frente turco y tomar Afyon-Karahisar, sino que, continuó su avance imparable y ocupó Godzane y Bileciz, amenazando al frente turco del norte con envolverlo.
Pero en el norte las cosas fueron distintas. El ataque de distracción, que debía atraer hacia sí fuerzas turcas para permitir el progreso del ataque principal que debía de apoderarse de Inonu y avanzar hacia Eskisehir, fracasó y los turcos pudieron sostenerse en el paso de Inonu y retener la ciudad de Kutaya. No obstante, el formidable avance griego por el sur, tan exitoso como rápido y contundente, obligó a los turcos a replegarse en el norte para no ser aislados y envueltos por el ejército griego del sur. Ante este precipitado repliegue turco, el ejército griego del norte tomó los pasos de Inonu y la ciudad de Kutaya y avanzó persiguiendo al ejército turco en retirada hasta Eskisehir. El frente turco se hundió.
El 20 de julio la tenaza griega se cierra sobre Eskisehir y la ciudad es tomada sin dificultad, dejando en manos griegas aquel decisivo nudo ferroviario, principal centro hasta entonces de la resistencia turca. El ejército griego se halla ya a 713 kilómetros de su base inicial de Esmirna y se extiende sobre un territorio de unos 150 000 kilómetros cuadrados, una vasta superficie que debía cubrir con un ejército de menos de 150 000 hombres, de los que poco más de 57 000 han participado en la doble ofensiva lanzada desde Bursa y Usak, hacia Afyon-Karahisar y Eskisehir.
Constantino y sus generales estaban muy satisfechos pues la guerra parecía a punto de ser ganada y Ankara, a poco más de doscientos kilómetros de la conquistada Eskisehir, se hallaba al alcance de la mano y con su toma, eso se creía, se terminaría con el gobierno nacionalista de Mustafá Kemal, rebelde al del sultán otomano; con ello se podrían aplicar las cláusulas del Tratado de Sèvres y comenzar así el proceso de anexión de los territorios griegos de Asia Menor y sancionar el de Tracia oriental.
Sin embargo, los turcos se habían retirado, sí. Derrotados, es cierto. Pero su retirada se había hecho con orden, y hacia nuevas líneas de defensa asentadas sobre las riberas del río Sakaria, el antiguo Sangarios, y sobre las alturas del Sultan Dag y de otros macizos que formaban el montañoso y reseco borde occidental de la gran Meseta Central de Anatolia. Esta nueva línea de defensa, organizada en dos tramos paralelos entre sí, dejaba Ankara a solo cincuenta kilómetros y se asentaba a ambos lados de la línea férrea que desde Ankara llevaba a Eskisehir. Desde estas nuevas posiciones defensivas, la nutrida caballería turca se introdujo tras las líneas griegas, tan expuestas, y se dedicó a atacar convoyes y almacenes, destacamentos aislados y comunicaciones. Los griegos, tan alejados de sus bases y con un ejército demasiado pequeño para cubrir bien el terreno, comenzaron a sufrir penalidades sin cuento.
A finales de julio de 1921, varios contraataques turcos fueron enérgicamente rechazados por los griegos. El avance griego había sido un éxito rotundo, pero había situado al ejército a más de setecientos kilómetros de su base principal en Esmirna. Más aún, no haber podido envolver y aniquilar al ejército turco en Eskisehir y que este último permaneciera aún en pie y fortificándose, obligaba a los griegos a un nuevo avance de más de cien kilómetros para luego asaltar las nuevas y profundas líneas de defensa turcas y tras superarlas, avanzar otros 50 o 60 kilómetros hasta Ankara y quedar así a 970 kilómetros de Esmirna. Esto es, a una distancia similar, aproximadamente, de la que separa el Estrecho de Gibraltar del mar Cantábrico.
Las distancias y la vastedad del campo de operaciones iban a ser un factor decisivo que la cada vez más deficiente logística griega, lastrada por la ineficiencia del gobierno del rey Constantino y de su estado mayor, y por la escasez cada vez mayor de dinero y bagajes militares, no iba a poder superar. Además, el general Pápulas y la Comisión de Atenas, con el general Strategós al frente, habían sido incapaces de crear una buena línea de abastecimiento. Los almacenes griegos estaban bien avituallados en el territorio del llamado Estado de Esmirna, pero a partir de Bursa la situación era muy distinta y muchos de los depósitos griegos o estaban vacíos o mal abastecidos y los convoyes de mulas y de camiones eran hostigados continuamente por la caballería turca que, aprovechando el amplio frente que tenían que cubrir las unidades griegas y la escasez de caballería con que contaban los griegos, seguía infiltrándose tras las líneas de sus enemigos.
La guerra estaba en un punto decisivo y el 4 de agosto el rey Constantino y el general Strategós decidieron proseguir el avance y tomar Ankara en donde se hallaba la asamblea nacional turca. ¿Y después? No lo sabían. Creían, como creían los británicos, que la toma de Ankara significaría la derrota turca y su rendición sin condiciones.
Pero el ataque estaba mal planteado desde el principio, pues se decidió que no seguiría la ruta más lógica y corta, la del ferrocarril entre Eskisehir y Ankara, sino que se lanzaría un ataque por el norte que debía de superar las defensas turcas en el río Sakaria. Se suponía, por los informes aéreos con los que contaba el estado mayor griego situado en Kutaya, que las defensas turcas a ambos lados de la línea férrea eran muy fuertes y que el ferrocarril permitiría el reabastecimiento de dichas posiciones defensivas con facilidad. Esto era cierto. Ankara estaba a poco más de cincuenta kilómetros de las nuevas líneas de defensa turcas y la línea férrea permitía un rápido apoyo a las posiciones fortificadas turcas situadas a ambos lados del tendido ferroviario, pero eso mismo era también válido para el ejército griego que, avanzando sobre la línea férrea, podía contar con un rápido y fácil abastecimiento desde Eskisehir, mientras que si optaba por flanquear las defensas turcas por el norte, como se había optado, debería de avanzar noventa kilómetros sobre un terreno montañoso a través del cual su abastecimiento de municiones y provisiones sería difícil, si no imposible. Y todo ello, ese avance de aproximación de 90 kilómetros por un territorio montañoso y semidesértico sin carreteras ni buenos caminos, antes de comenzar a asaltar las primeras defensas turcas. Después, si se lograba tomarlas o flanquearlas, los griegos tendrían que volver a avanzar por terreno montañoso y atacar la segunda línea turca, coronar las alturas que antecedían a la Meseta Central de Anatolia y luego bajar a esta y atravesar otros cincuenta kilómetros por terreno abierto y sin agua, antes de lanzarse sobre Ankara y tomarla. Era una empresa titánica que solo un mando decidido y un ejército bien provisto podían afrontar.
Así fue. El avance griego comenzó el 14 de agosto bajo un intensísimo calor que ese día fue de 45 grados a la sombra. Los griegos progresaron rápidamente y cruzando el Sakaria, golpearon las defensas turcas por el norte y el centro. Se iniciaba una batalla de 23 días en la que los griegos lanzarían al combate 47 000 soldados de infantería y una brigada de caballería, amén del apoyo artillero. En total unos 53 000 hombres frente a 50 000 infantes turcos y 5000 efectivos de caballería. Esto es, por primera vez en la guerra, los turcos tenían una ligera superioridad numérica. Pero esta era mínima y se compensaba con el mejor armamento griego. En efecto, las unidades griegas disponían de mejores fusiles, más ametralladoras y más cañones.
Pero la logística iba a ser decisiva. Alejados del ferrocarril, y sin que los camiones y convoyes griegos pudieran abastecerles plenamente, los artilleros griegos no tardarían en sentir la penuria de municiones y los cañones más pesados no dispondrían pronto ni de un solo proyectil. Por el contrario, los turcos contaban con un rápido y continuo abastecimiento de municiones y hombres a través del ferrocarril.
Pese a todo, la infantería griega derrochó valor y logró romper la primera línea de defensa turca hacia el 26 de agosto, progresando sobre las alturas del Sultan Dag y coronando el terreno que dominaba el amplio campo de batalla.
Alarmado y previendo la derrota, Mustafá Kemal tomó el mando sobre el terreno y como desde el 4 de agosto la Asamblea Nacional de Ankara le había otorgado todos los poderes, concentró todas sus reservas y medios en el sostenimiento de la batalla.
Esta fue crudelísima desde el 27 de agosto. La infantería griega tomaba las trincheras turcas a base de asaltos feroces sin apoyo artillero, pues como hemos dicho, la artillería se había quedado sin municiones tras la toma de la primera línea de trincheras y fortines y no pudo apoyar eficientemente el ataque a la segunda línea de defensa turca. Un ataque por retaguardia de una división de caballería turca que había flanqueado las líneas griegas, asimismo fue rechazado y derrotado por los infantes griegos para desesperación de Mustafá Kemal que veía cómo su táctica de defensa en profundidad se venía abajo por momentos.
Al fin, el 2 de septiembre los griegos tomaron definitivamente las alturas que dominaban el campo de batalla, desde las que podrían, en breve, iniciar el ataque final sobre Ankara. Mustafá Kemal dio por perdida la batalla. En un acto de desesperación decidió, no obstante, lanzar todas sus tropas en una serie de furiosos asaltos frontales sobre las alturas tomadas por los griegos. Se iniciaban así, el 4 de septiembre, siete días de duros combates que terminaron con la derrota de todos los intentos turcos de expulsar a los griegos de las alturas por ellos ocupadas. Mustafá Kemal empezó a preparar la retirada sobre Ankara y el ejército turco, agotado y sin reservas, comenzó a abandonar sus últimas posiciones. Entonces, en ese momento crítico que veía el comienzo del desmoronamiento de las filas turcas, el general Pápulas, tras haber obtenido el dominio del campo de batalla y haber sacrificado a más de 25 000 hombres entre muertos, heridos y desaparecidos, más de un tercio de los efectivos que finalmente estuvieron implicados en ella y la sexta parte del total del ejército griego desplegado en Asia Menor, ordenó el repliegue hacia Eskisehir. Era inconcebible, aunque explicable.
Inconcebible porque la batalla, tácticamente, había sido ya ganada y dado que se había invertido en ella tanta sangre, lo lógico era rentabilizarla. La línea de defensa turca había cedido y no había reservas ni medios para organizar una nueva. Ankara estaba al alcance de la mano y con ella, la posibilidad de ganar la guerra y dictar los términos de la paz. Se había hecho lo imposible: ganar batalla tras batalla desde Bursa y Usak y situar a un ejército griego a más de 900 kilómetros de Esmirna. Pero Pápulas, y con él el rey y el general Strategós, dieron la orden de retirada.
Pero también era explicable porque la logística griega había demostrado durante la batalla su incapacidad para abastecer regularmente al ejército de municiones y vituallas y porque el coste de la batalla había desalentado al estado mayor griego, que llegó a la conclusión de que no se podía seguir combatiendo y que por tanto, se daba por perdida la guerra y solo se podía aspirar a llegar a un acuerdo con el que salvar Tracia oriental y quizás, la autonomía del llamado Estado de Esmirna.
Sin embargo, esto era una locura. La retirada significaba dejar la victoria, la moral y el prestigio en manos de los nacionalistas turcos y las dificultades de la logística serían tan graves en Eskisehir como en Ankara. No se ganaba nada con la retirada y se tiraba a la basura de la historia una victoria que, sobre el terreno, habían ganado los soldados griegos.
Mustafá Kemal no podía creer lo que le informaban cuando supo de la retirada griega el 12 de septiembre de 1921. De inmediato ordenó la ocupación de las alturas y de la línea del Sakaria y hostigar con la caballería a las unidades en retirada. El avance turco fue rechazado por los griegos que hacia el 20 de septiembre estaban fortificando sus nuevas posiciones en Eskisehir y Afyon-Karahisar y que para el 24 habían completado con buen orden, y rechazando a los turcos, su repliegue [16].
La noticia de la retirada griega significó la consagración del nuevo Estado turco y las grandes potencias, Gran Bretaña, Francia e Italia, comprendieron que Grecia perdería la guerra.
El final de la Guerra Greco-Turca y el drama de los refugiados
El rey, abatido, pero sin informar realmente de la magnitud de las pérdidas a la población griega, ni del estado general crítico de la guerra, se retiró de Kutaya a Atenas en donde el 30 de septiembre fue aclamado por la población que seguía ajena al desastre que se le venía encima.
Este ya se estaba gestando. Tras el derroche de sangre y valor, la moral de los soldados griegos estaba por los suelos. Habían peleado con saña y tomado las alturas del Sultan Dag, ganando así la batalla sobre el terreno; en ese momento sus generales les habían ordenado detener su avance durante días con Ankara a la vista y luego, tras rechazar una tras otra las embestidas turcas sobre sus nuevas posiciones, les habían ordenado la retirada. No entendían nada y se sentían traicionados por sus mandos, por el rey y olvidados por sus compatriotas. Ya el 15 de septiembre, al día siguiente de la orden de retirada, se produjo el primer gran motín de los soldados griegos.
Mientras, Pápulas descargaba su responsabilidad sobre el general Strategós y aunque realmente este último y el rey habían sido los responsables del plan de avance sobre Ankara, Pápulas lo aceptó sin protesta y su desempeño sobre el terreno fue penoso al no lograr mantener operativa la artillería griega por falta de abastecimientos, al no saber coordinar el ataque de los tres cuerpos de combate griegos implicados en la batalla y al no ser capaz de juzgar convenientemente el estado de la situación tras la toma de las alturas del Sultan Dag y ordenar una retirada que, tras haber obtenido pese a todo la victoria, tornaba esta en derrota
En octubre, la caballería turca comenzó a hostigar las líneas de abastecimiento griegas y Mustafá Kemal, ordenó una ofensiva sobre Afyon-Karahisar. Los griegos rechazaron dicha ofensiva y a fines de mes, ambos contendientes cerraron el año de operaciones y acuartelaron a sus unidades para el invierno que fue muy duro.
La logística griega volvió a ser deficiente. Los soldados griegos comenzaron a padecer por falta de alimentos, abrigo y atención médica adecuada. Las deserciones se hicieron cada vez más frecuentes. Bien aprovechando el servicio, bien aprovechando permisos de los que no se volvía.
Por el contrario, la moral turca estaba cada vez más alta. Mustafá Kemal había sido nombrado mariscal y las leyes de requisa, junto con la recepción de numerosos camiones italianos y franceses permitieron que los soldados turcos estuvieran bien abastecidos de alimentos, armamento y medicinas.
Además, los turcos aprovecharon el invierno para formar nuevas unidades de caballería y para reclutar nuevas unidades de infantería y artillería o para traerlas al frente griego desde los ahora pacificados frentes del Cáucaso, Cilicia, Mesopotamia y Siria. Mientras, Mustafá Kemal compraba a Italia y Francia gran cantidad de material bélico. Italia lo venía haciendo masivamente y sin tapujos desde marzo de 1921, cuando reconoció al gobierno nacionalista de Mustafá Kemal. Francia lo haría a su vez desde diciembre de ese mismo año.
En enero de 1922 las potencias europeas instaron a Grecia a firmar un acuerdo con el gobierno nacionalista turco sobre la base de evacuar Asia Menor y conservar Tracia oriental, pero Constantino y su gobierno se negaron a tratar con los turcos bajo esos términos. Fue un error. Un nuevo error de Constantino y sus partidarios.
En primavera la Entente presionó de nuevo a los griegos, pero Constantino obstaculizaba las negociaciones al punto que el primer ministro griego sugirió al rey que abandonara el trono para que Inglaterra y Francia pudieran volver a mirar con simpatía a Grecia.
Mientras, la situación económica era insostenible. Desde la caída de Venizelos, la dracma se había depreciado en un 145% y sin el apoyo financiero inglés y francés era inviable sostener el conflicto y pese a todo Constantino no cedió. Se podía haber salvado Tracia oriental y haber conseguido garantías para la población griega de Asia Menor y hasta haber conseguido cierta autonomía para Esmirna y su área pues Mustafá Kemal, mejor diplomático, se mostraba conciliador para atraerse a la opinión pública internacional y la simpatía de la Entente [17]. Al fin, agotado económicamente y con el ejército de Asia Menor disgregándose por falta de moral y medios, el Estado griego pareció aceptar lo inevitable. El 29 de junio anunció que comenzaba la evacuación de Asia Menor.
Pero antes trató de asegurarse una nueva baza para la negociación y trasladó dos divisiones de Asia Menor a Tracia oriental por sorpresa y ordenó un avance sobre Constantinopla para conquistarla sin el consentimiento de la Entente. Pero el general Harrinton, el jefe de las tropas aliadas de ocupación en Constantinopla se mantuvo firme y los griegos no se atrevieron a atacar a las tropas francesas que este había enviado a interceptar su avance sobre Constantinopla [18].
Aquello fue el fin de la credibilidad griega. Británicos y franceses se desligaron por completo de su antiguo aliado y le retiraron cualquier tipo de apoyo. Fuera de Lloyd George que, a título personal, seguía apoyando las pretensiones helénicas, Grecia estaba sola. Además, el traslado de tropas desde Asia Menor a Tracia para el fallido golpe de mano sobre Constantinopla había debilitado el frente griego en Asia Menor y Mustafá Kemal aprovechó la oportunidad.
Las deserciones, las bajas por enfermedad y el traslado de tropas a Tracia habían dejado el ejército griego reducido a unos 80 000 hombres en Asia Menor, la mitad más o menos de los que había tenido un año antes. Esos hombres solo contaban ahora con unas mil ametralladoras y 300 cañones y tenían que cubrir el mismo frente que un año antes con la mitad de medios y personal y sin moral alguna.
Los turcos, por el contrario, tenían su moral bien alta y habían realizado ingentes compras de material a Italia y Francia. Esta última había vendido esa primavera a Mustafá Kemal 1500 ametralladoras ligeras y 500 pesadas y cincuenta camiones. Para julio de 1922 Kemal había reunido en el frente griego a 95 000 infantes y 6000 jinetes 500 ametralladoras pesadas y 2200 ligeras y 350 piezas de artillería, amén de 10 aviones, ambulancias y servicios médicos y de logística. Lo cual en conjunto suma un total de 130 000 efectivos regulares a los que se agregaban bandas irregulares de jinetes kurdos, circasianos y laz, además de una fuerza de reserva. En total Mustafá Kemal disponía en el verano de 1922 de 200 000 hombres y por primera vez en la guerra, no solo era notoriamente superior en hombres, sino también en ametralladoras y cañones.
A fines de agosto Mustafá Kemal lanzó su gran ofensiva general sobre el paralizado frente griego. El ataque turco superó las defensas griegas arrollándolas en Afyon-Karahisar y Dumlupinar y provocando a fines de mes, el derrumbe del frente. La caballería turca, la regular y la irregular, flanqueó a las unidades griegas en retirada aislándolas y hostigándolas [19]. Muchas se rinden otras se disgregan y las demás prosiguen su acelerada retirada.
El hundimiento del flanco sur del frente griego obliga a las unidades desplegadas en Eskisehir a evacuar la ciudad y replegarse apresuradamente sobre Kutaya y luego sobre Bursa. Es el caos. Los griegos queman cuanto pueden en su retirada provocando el pánico entre los civiles turcos. Pero los turcos, sobre todo su caballería, asaltan las aldeas y pueblos griegos asesinando, violando y obligando a la mayor parte de la población cristiana a huir hacia Esmirna.
Mientras, el general en jefe griego, Hagianestis, un desequilibrado mental nombrado por el rey para sustituir a Pápulas, sigue en su despacho de Esmirna. Desde allí, sin ir al frente y sin tener ni idea de lo que pasa, pretende dirigir la guerra. Es un hombre despreciado por sus subalternos y al que odia la mayor parte de los generales y oficiales del ejército griego en Asia Menor. Nadie como Hagianestis podía haber organizado el desastre.
Lo organizó. Ni el general Digenis, ni el general Trikupis, ambos buenos comandantes, pudieron sostenerse. El 31 de agosto las fuerzas del general Trikupis fueron cercadas y aplastadas por la artillería turca en un valle que pronto quedó sembrado de cadáveres. Al cabo Trikupis logró romper el cerco, pero sigue siendo perseguido por la caballería y la infantería turcas que lo vuelven a cercar el dos de septiembre. El bravo general quiere sostener combate, pero sus hombres, sin alimentos, sin agua y casi sin municiones y sin artillería que oponer a la turca, le obligan a rendirse. 4400 soldados griegos se entregan con su general.
Los turcos lograron capturar también a otras unidades y las deserciones se transformaron en auténtica desbandada general hacia el 2 de septiembre los turcos habían destituido o apresado a cinco divisiones griegas y el resto huye hacia Esmirna sin comida, agua ni municiones. El 2 de septiembre miles de soldados en desbandada y de civiles griegos aterrorizados entran en Esmirna [20]. Entre el 2 y el 18 de septiembre se procede a una caótica evacuación general que, desde el día 9 de septiembre, es obstaculizada por los turcos cuya caballería ataca ya los barrios más expuestos de la ciudad sin oposición. La Entente decide desembarcar tropas en Esmirna para impedir una matanza general pero los turcos incendian la ciudad griega y se producen escenas de violencia que desatan aún más el pánico.
Al norte, Pérgamo es también evacuada y docenas de miles de civiles griegos se embarcan para huir de los turcos que lanzan sobre los griegos a grupos de kurdos y circasianos para provocar el terror y completar una verdadera limpieza étnica.
El 24 de septiembre el ejército y la flota se alzan contra el rey y su gobierno, dos días más tarde Constantino abandona el trono a favor de su hijo Jorge [21].
Mientras, el triunfo de Kemal es completo. A fines de septiembre avanza sobre los Dardanelos y el Bósforo. Inglaterra y Francia, sorprendidas por la rapidez del desastre griego y por la fuerza turca, le ofrecen en octubre Tracia oriental, aún ocupada por tropas griegas, a cambio de la salvaguarda de los estrechos. Kemal aceptó de inmediato y ante la exigencia de la Entente y ante la imposibilidad de seguir la guerra, Grecia cede Tracia oriental a Turquía.
En Lausana, en 1923 se consuma el drama [22]. Turquía se anexionaba Tracia oriental y el llamado Estado de Esmirna, así como la isla de Imbros. Más de un millón doscientos mil griegos abandonaron Asia Menor y Tracia oriental [23]. Tres mil doscientos años de presencia griega llegaban a su fin.
Grecia había sido alentada por Inglaterra y Francia para ocupar Tracia oriental y Asia Menor occidental. Pero el apoyo de la Entente se entibió hasta desaparecer por mor de la caída de Venizelos y sobre todo por mor del regreso al poder de Constantino de Grecia. Sin ese apoyo Grecia no podía aspirar sino a mantener Tracia oriental y si acaso, las regiones costeras en torno a Esmirna y Pérgamo. Pero Grecia no fue consciente de sus límites y se embarcó en una guerra que no podía ganar y en la que su objetivo, la toma de Ankara y con ella, el fin del gobierno kemalista y la sanción y ejecución del Tratado de Sèvres, era demasiado ambicioso para ser logrado sin que sus dirigentes políticos y militares contaran con una gran decisión y habilidad. No la poseían y la nación y el ejército griegos, sin dinero, ni medios y desmoralizados tras la amarga decepción de la batalla de Sakaria, no pudieron sostenerse frente a la avalancha turca de agosto-septiembre de 1922.
Turquía, por el contrario, supo concentrar toda su energía en ganar la guerra. El mando indiscutido de Kemal y su habilidad política, con la que se atrajo primero el apoyo italiano y soviético, y después el de Francia, le permitieron salvar el año crítico de 1920 y aguantar con la decisión que le faltó a sus enemigos la crítica situación de agosto-septiembre de 1921 en la batalla del río Sakaria; para, a continuación y tras haber preparado pacientemente durante un año su gran ofensiva, así como tras observar la disolución del ejército heleno y la soledad diplomática de Grecia, desencadenar una avalancha que aplastó a su enemigo, lo que le dio el dominio no ya sobre Asia Menor, sino también sobre Tracia oriental.
Lo realmente extraordinario de esta historia es que Grecia tenía todos los triunfos en su mano en octubre de 1920 y que no supo ver que se los debía a Venizelos. Aun así, si Grecia hubiera contado con mejores generales en Sakaria, comandantes como los apartados a fines de 1920 o inicios de 1921 por la camarilla del rey, generales como Nider o Paraskevópulos, podría haber ganado aún la guerra. No fue así y el helenismo asiático expiró por falta de unión y racionalidad.
La Guerra Greco-Turca de 1919-1922 tuvo un gran impacto en los modelos militares que se desarrollaron durante el periodo de entreguerras. Frente a la Primera Guerra Mundial en el frente occidental, tanto el ejército griego como el turco mostraron que la guerra de movimientos no solo era aún posible, sino mucho más eficaz que la guerra de posición o de trincheras. El uso de medios mecánicos, la vuelta con éxito al escenario bélico de la caballería, el uso de camiones, el tratamiento de las guerrillas y de la población civil, los intercambios de prisioneros y de poblaciones, etc. fueron muy analizados [24]. Ese estudio fue especialmente intenso en Italia y en menor medida en España y Francia. Italia desarrolló algunos procedimientos tácticos y reforzó su caballería, su uso de medios mecánicos y de artillería de campaña, con un ojo puesto en los éxitos del ejército turco en 1921-1922 y del griego en 1920, y puso todo eso en marcha en Libia, donde aplicó las terribles medidas contra la población civil y la guerrilla ensayadas en Asia Menor, y en la Guerra Civil española, especialmente en la batalla de Guadalajara.
Francia tomó también nota y su aplicación de las enseñanzas de la Guerra Greco-Turca se hizo ante todo en Marruecos y frente a Abd El-Krim. España, por intermedio de Italia, también trató de aprender y en buena medida algunas maniobras de Yagüe quizá puedan explicarse en base a este conocimiento. Aunque el mejor ejemplo se dio once años antes en Marruecos, en donde el desembarco de Alhucemas es un calco, a poco que se comparen ambas operaciones, de los desembarcos griegos en la costa jonia en la primavera de 1919 [25]. Aspecto que merece y espera la visita y atención de un especialista, que yo como medievalista, solo puedo apuntar, al tiempo que pido disculpas por esta “incursión” tan lejos de mi territorio historiográfico.
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- JOACHIM Latacz: Troya y Homero. Hacia la resolución de un enigma. Barcelona, 2003.
- JOSÉ Brissa: La guerra italo-turca (1911-1912).Reconstitución informativa completa de la campaña y de sus derivaciones políticas y sociales. Barcelona. 1912.
- JUAN CARLOS Losada: “El ejército de África. Medios y doctrina”. Desperta Ferro contemporánea 4. pp. 18-22. 2013.
- MACARIO Baj: Noticias sobre la campaña turco-griega de 1919-1922. Madrid. 1936.
- MAILA García Amorós. “Los judíos de Esmirna antes de la catástrofe de 1922”. En: Los judíos y el Levante: Historia y Cultura (XIII Jornadas sobre Grecia) 19 de Febrero de 2015. Granada (en prensa)
- MAILA García Amorós. Eriteia 35. 2014.
- MARGARET Macmillan.: París 1919. Seis meses que cambiaron el mundo. Barcelona, 2005.
- MICHEL Lerolle. L’Exode d’un peuple: Etude des conséquences sanitaires du départ des Grecs d’Asie-Mineure après la guerre gréco-turque de 1922 . París 1931.
- MINISTERIO DE LA GUERRA. Bosquejo de la campaña turco-balkánica de 1912-13. Madrid 1913.
- PAUL Tabori: Corresponsal de paz (Turquía, Grecia, Yugoslavia, Hungría). Barcelona 1948.
- PEDRO Álvarez de Frutos: “El eco en la prensa y en la documentación diplomática españolas de los procesos a los responsables de la derrota griega en Asia menor”. Bizantion Nea Hellás. 34. 2015.
- PHILIP Mansel: Constantinopla. La ciudad deseada por el mundo. 1543-1924. Granada. 2006.
- Raúl Lión Valderrábano;Antonio Bellido Andreu. La caballería en la guerra civil. Madrid. 1999.
Notas
[1] JOACHIM Latacz: Troya y Homero. Hacia la resolución de un enigma. Barcelona, 2003. p. 179 y ERIC H. Cline: La guerra de Troya. Madrid. 2014. pp. 99 y ss;
[2] Un magnífico cuadro de Venizelos y sus negociaciones con las grandes potencias en el París de 1919 en: MARGARET Macmillan.: París 1919. Seis meses que cambiaron el mundo. Barcelona, 2005, pp.439-480 y especialmente pp. 441-463; y también 346-392 para la postura de Italia frente a los intereses griegos.
[3] MACARIO Baj: Noticias sobre la campaña turco-griega de 1919-1922. Madrid. 1936, pp. 9-12. Compárense sus cifras sobre el equipamiento de las unidades griegas con las de david Stevenson para las francesas, inglesas, alemanas etc.: DAVID Stevenson: 1914-1918. Historia de la Primera guerra Mundial. Barcelona. 2013, pp. 19-20. Cifras parecidas en: JEAN LÉOPOLD EMILE Bujac: Les Campagnes de l’Armée Hellénique 1918-1922. París, 1930 pp. 32 y ss Quien además proporciona las turcas. Es muy esclarecedor comparar el estado del ejército griego en 1919 con el que ofrecía en 1929. Se puede así aquilatar mejor lo excepcional de la labor de Venizelos y su gobierno en este campo. Véase: COMANDANTE CONDE DE LLOVERA: Ministerio del ejército, dirección general de preparación de campaña. La guerra y su preparación. Madrid.1929, pp. 209-224.
[4] Este buen estado del ejército griego logrado por venizelos y su gobierno queda patente en los informes, muy precisos y contemporáneos, del Capitán Morley. Véase: CAPITÁN MORLEY. La guerra de las naciones. historia documentada. Barcelona. 1918, pp. 99-123.
[5] JEAN LÉOPOLD EMILE Bujac: Les Campagnes de l’Armée Hellénique op. Cit., pp. 14-15. Un animado debate se encendió en toda Europa a raíz de las masacres de turcos en Esmirna perpetradas por el ejército griego y por los civiles griegos. Las continuas matanzas de civiles por parte de turcos y griegos fueron denunciadas una y otra vez con apasionamiento y a menudo, con maniqueísmo y falta de objetividad y rigor. Véase: ÁNGELA Graupera: La persecución del helenismo en Turquía. Barcelona 1920.; Arnold J. Toynbee. Carta al Periódico The Times, 6 de abril de 1922, transmitida desde Turquía el 9 de marzo de 1922; PAUL Tabori: Corresponsal de paz (Turquía, Grecia, Yugoslavia, Hungría). Barcelona 1948.
[6] MAILA García Amorós. Eriteia 35. 2014.; MAILA García Amorós. “Los judíos de Esmirna antes de la catástrofe de 1922”. En: Los judíos y el Levante: Historia y Cultura (XIII Jornadas sobre Grecia) 19 de Febrero de 2015. Granada (en prensa). Agradezco a la doctora García Amorós su gentileza al haberme permitido consultar su trabajo sobre la comunidad Judía de Esmirna y al haberme prestado el concurso de su erudito conocimiento de la Esmirna y el Asia Menor griega en los años que vieron los acontecimientos tratados en este trabajo.
[7]Compárese este estado de cosas con el que el ejército turco ofrecía en la Primera guerra mundial: CAPITÁN MORLEY. La guerra de las naciones op.cit.. pp 66-98; y con el que ofrecía en la guerra Italo-turca de 1911-1912: José Brissa. 1912; y ante todo, con los informes del ministerio de la guerra español sobre el ejército Otomano en 1913: MINISTERIO DE LA GUERRA. Bosquejo de la campaña turco-balkánica de 1912-13. Madrid 1913.
[8] Una muestra de la fascinación que Mustafá Kemal Pachá generó entre los europeos del momento y muy particularmente entre los italianos, nos la da la biografía, panegírico más bien, de: ETTORE Perrone di San Martino. Mustafa Kemal il vittorioso. Turín 1930.
[9] Capitán Baj Macario. 1936. Pp. 15-17.
[10] MACARIO Baj: Noticias sobre la campaña turco-griega de 1919-1922. Madrid. 1936. p. 18.
[11] Ibib., pp. 18-25.
[12] Ibib., pp.. 25-35.
[13] Ibib., pp. 34-36; La situación extrema de Mustafá Kemal pachá en este momento es recogida con tintes melodramáticos en: ETTORE Perrone di San Martino. Mustafa Kemal op.cit. pp. 54-56; y JEAN LÉOPOLD EMILE Bujac: Les Campagnes op. Cit. pp. 71-76.
[14] MACARIO Baj: Noticias sobre la campaña op.cit. pp. 34-40. el triunfo e inesperada caída, para las grandes potencias, de Venizelos y la hostilidad de estas últimas hacia Constantino y su gobierno en: MARGARET Macmillan.: París 1919. Seis meses.. op. Cit., pp. 454-463.
[15] MACARIO Baj: Noticias sobre la campaña… op. Cit. p 41; ETTORE Perrone di San Martino. Mustafa Kemal op.cit. pp 92-96; LÉOPOLD EMILE Bujac: Les Campagnes op. Cit. pp. 112-171.
[16] MACARIO Baj: Noticias sobre la campaña op. Cit. pp. 40-47; LÉOPOLD EMILE Bujac: Les Campagnes op. Cit. pp. 141-146; ETTORE Perrone di San Martino. Mustafa Kemal op.cit. pp. 176.
[17] Mustafá Kemal supo entender mucho mejor que la mayoría de sus contemporáneos los cambios que se estaban produciendo en el pensamiento político y en las rrelaciones internacionales. Ataturk era un estadista preparado para el periodo de entreguerras. Constantino y su camarilla seguían pensando en términos anteriores a la Primera Guerra mundial. Los dirigentes ingleses y franceses aún estaban digiriendo el fracaso, en la práctica, de los tratados acordados en parís. Véase sobre la transformación del pensamiento político y las relaciones internacionales: E.H. Carr. La crisis de los veinte años. 1919-1939. Madrid. 2004. 252-281, en el ámbito de las relaciones internacionales y en el plano puramente ideológico pp. 59-232.
[18] PHILIP Mansel: Constantinopla. La ciudad deseada por el mundo. 1543-1924. Granada. 2006.
[19] Compárese el papel de la caballería turca en esta ofensiva con el de la caballería del bando nacional en las campañas de Teruel y Cataluña y recuérdese que el análisis del capitán Baj Macario era leído por la oficialidad española desde 1936. Véase: capitán baj Macario. Operaciones……opus cit. pp. 129-133; y compárese con: Raúl Lión Valderrábano;Antonio Bellido Andreu. La caballería en la guerra civil. Madrid. 1999. pp. 56-62 y 83-86.
[20] MAILA García Amorós. Eriteia 35. 2014.; MACARIO Baj: Noticias sobre la campaña op.cit.. pp. 41-136; 1930. pp.182-212.
[21] Los paralelismos con el desastre de Annual y sus consecuencias políticas en la España del momento fueron establecidos de inmediato y expuestos una y otra vez en la prensa del momento. Véase: PEDRO Álvarez de Frutos: “El eco en la prensa y en la documentación diplomática españolas de los procesos a los responsables de la derrota griega en Asia menor”. Bizantion Nea Hellás. 34. 2015.
[22] MARGARET Macmillan.: París 1919. Seis meses.. op. Cit., pp.533-566.
[23] La magnitud del movimiento de población griega desde Asia Menor y Tracia oriental hacia la Grecia actual es de difícil evaluación. Por nuestra parte creemos que una evaluación harto fiable es la que se transmite en: MICHEL Lerolle. L’Exode d’un peuple: Etude des conséquences sanitaires du départ des Grecs d’Asie-Mineure après la guerre gréco-turque de 1922 . París 1931. Para comprender lo sobrecogedor de las pérdidas territoriales y materiales griegas y lo dantesco del cambio entre el tratado de Sevres y el de Lausana, es imprescindible la lectura de los documentos, tablas y mapas que se reflejan en el tratado de Lausana. Véase. Documents et tableaux. Relatifs a la répartition des charges annuelles de la dette publique ottomane conformément au Traité de Lausanne du 24 Juillet 1923. Constantinopla. 1924.
[24] EDUARD Wildbolz-Marcuard: Red Cross. Commission pour l’échange des prisonniers gréco-turcs. Ginebra. 1923. Los documentos relativos a los canjes de prisioneros y a los intercambios de población en: Documents: Échange des otages civils et prisonniers de guerre gréco-turcs. Ginebra. 1923.
[25] FERNANDO Puell De la Villa: “Antecedentes y consecuencias de la batalla”. Desperta ferro Contemporánea. 16. La Batalla de Guadalajara 1937. pp. 6-11. 2016; CARLOS J. Medina Ávila. “La ruptura del frente y el avance del CTV”. Desperta ferro Contemporánea. 16. La Batalla de Guadalajara 1937. Pp. 18-24. 2016.; JUAN CARLOS Losada: “El ejército de África. Medios y doctrina”. Desperta Ferro contemporánea 4. pp. 18-22. 2013.; DAVID S. Woolman: Abd El-Krim y la Guerra del Rif. Barcelona 1988.
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