Rubén Ruiz Ibárruri nació en 1920 en una casa del barrio de Villanueva de la localidad vizcaína de Muskiz –antes Somorrostro– y era hijo de Dolores Ibárruri “Pasionaria”, que compartía su vida por aquel entonces con su marido Julián Ruiz Gabiña, un minero muy comprometido con el movimiento sindicalista con quien tendría seis hijos, de los que solo sobrevivieron a la niñez Rubén y Amaya. Mujer de una gran inteligencia, autodidacta y oradora excepcional nacida en Gallarta en 1895, con la llegada de la Segunda República en 1931 “Pasionaria” se separó definitivamente de Julián para desplazarse a Madrid y entregarse al Partido Comunista de España (PCE), siendo elegida miembro de su comité ejecutivo. Le acompañaron Rubén y Amaya, dos niños que vivieron muy de cerca aquel extraordinario ambiente al acudir con ella a reuniones y manifestaciones de todo tipo e incluso vendiendo Mundo Obrero por las calles, pero esta dualidad de madre y dirigente político se hizo insostenible para la gallartina, que entró en prisión viendo como sus hijos se quedaban solos, y terminó eligiendo “la militancia, enviándolos a la URSS para ser una revolucionaria 24 horas al día”, lo que no le resultó nada fácil.
En 1935 los dos hermanos salieron del país con pasaporte falso y una vez en la Unión Soviética fueron separados: Amaya fue enviada a la “Casa Infantil Internacional de Ivánovo” –lo que la niña vivió como un verdadero trauma–, mientras que Rubén fue acogido en Moscú por el líder bolchevique Panteleimon Lepeshinsky y su mujer, la bióloga Olga Lepeshinskaya. El joven, que era muy sociable y alegre –su hermana le definió como “un chico encantador, muy cariñoso, muy cantarín”– ingresó como estudiante en la Escuela Profesional n.º 1 (actual Instituto Tecnológico de Moscú) y comenzó a trabajar en la fábrica de automóviles ZIL, pero no quiso permanecer impasible ante lo que sucedía en España y, tras un breve paso por la academia de aviación de Kamyshin en la región de Stalingrado (donde al parecer fue rechazado por daltonismo), regresó en 1938 para combatir en la batalla del Ebro y se presentó ante el coronel Juan Modesto, que ya había sido avisado de la llegada del retoño de “Pasionaria” y reflejaría en sus memorias su valiente comportamiento como soldado en aquel teatro de operaciones (1). También estuvo con Enrique Líster, con quien tenía gran confianza. Después se exilió a Francia con los restos del Ejército Popular Republicano (EPR), pasó por el infame campo de Argeles-sur-Mer y finalmente volvió a la URSS en barco justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Allí se reuniría con su madre, que se había exiliado tras la derrota del EPR y el final de la Guerra Civil. El muchacho, que sabría de las gestiones que ella había hecho para su liberación –incluso suplicando ante Stalin–, se mostraba a su llegada totalmente avergonzado (2).
Sobre las circunstancias que rodean a la muerte de Rubén Ruiz Ibárruri lo que nos interesa en este artículo es la microhistoria para bajar al nivel de detalle que requieren las operaciones en las que este se vio inmerso en el frente de Stalingrado y a tal fin vamos a hacer hincapié fundamentalmente en fuentes soviéticas –mucho más precisas que las españolas [aun con su gran confusión en fechas y horas, ya que se basan en fuentes orales y documentales], que parecen copiarse unas a otras–, por lo que de nuevo hemos pedido ayuda a nuestra amiga Elena Alexandrova para entender los matices de la traducción. Para saber más sobre esta decisiva batalla recomendamos, entre otros, la lectura de la tetralogía de David Glantz y los dos números especiales que se han publicado en Desperta Ferro Contemporánea. Asimismo, resultan igualmente interesantes las novedades del 75.º Aniversario, y muy especialmente el libro de Jochen Hellbeck Stalingrado, la ciudad que derrotó al Tercer Reich (3), que se basa en las llamadas “transcripciones de Stalingrado”. Finalmente, el objetivo último es visibilizar este 80.º Aniversario del fallecimiento de Rubén Ruiz Ibárruri a través de las herramientas de la recreación histórica, siguiendo la tónica de nuestro proyecto de memoria Fighting Basques, ya que, como pasó con la participación de nuestros niños de la guerra en la batalla de Karelia, nos encontramos con que ningún medio de comunicación ha cubierto tan importante efeméride, lo que es tanto más grave cuanto que alcanzó el más alto honor que se le podía otorgar en su país de adopción, el de Héroe de la Unión Soviética, lo que le convierte en un caso único entre todos los exiliados republicanos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Y no por ser hijo de “Pasionaria”, como veremos.
De los fusileros motorizados de Moscú a la 35.ª División de la Guardia
El sueño de Rubén de convertirse en soldado para luchar contra al fascismo –“El mundo está en guerra, hay que estar preparado”, solía afirmar– fue un paso más allá tras ingresar en la Academia Militar Central de Moscú en el otoño de 1939, de donde salió graduado como teniente en 1940, a pesar de que su ruso aún era bastante mediocre. Su primer destino fue el 175.º Regimiento de la 1.ª División de Fusileros Motorizados de Moscú, donde comenzó haciéndose cargo del mando de un pelotón. La hora de enfrentarse a los soldados alemanes le llegaría muy pronto: el 7 de julio de 1941, mientras dirigía una compañía de ametralladoras en Borisov (Bielorrusia), sostuvo durante 6 horas un puente sobre el río Berézina y cuando falló la última ametralladora se lanzó al cuerpo a cuerpo contra el enemigo con los hombres que quedaban en pie, siendo herido de gravedad en el brazo (4). Al día siguiente escribió a su madre desde el hospital de Orel:
«Espero que hayas recibido mi primera carta. Ahora te escribo desde el hospital de Orel. Fui herido por un fragmento de un proyectil en mi mano, no tengas miedo, no me estoy muriendo y mis dedos ya están funcionando. Me siento bien. Lo más ofensivo es que tuve que salir del frente y mi principal deseo es estrangular a estos reptiles lo antes posible. Es un gran orgullo para mí poder luchar en las filas del gran e invencible Ejército Soviético. Estoy profundamente convencido de que los nazis se romperán los dientes aquí, porque (ya les escribí sobre esto antes) cada persona soviética es bolchevique de corazón. Sé, madre, que allí trabajas muy duro, porque nuestra tarea es la destrucción del fascismo en el frente, y la tuya es levantar a los pueblos del mundo entero en la defensa de la URSS. Saluda de mi parte a todos los compañeros que trabajan contigo. Los beso a todos. Rubén» (5).
Por aquella acción ya obtendría la gloria al recibir la Orden de la Bandera Roja del mismísimo Mijaíl Kalínin, Jefe de Estado de la Unión Soviética. A pesar de lo que le dijo a “Pasionaria”, sus heridas tardarían en sanar todo un año, ya que tenía el brazo paralizado y tuvo que pasar por “muchos hospitales porque constantemente tenían que sacarle trozos de metralla”, según relató Amaya, que también dijo que nunca “recuperó la movilidad” (6). Tal es así que aún no se había repuesto cuando se incorporó voluntariamente a la 35.ª División de Fusileros de la Guardia. Su terquedad podía con todo y no cejó nunca en su empeño de volver al combate. “Yo quiero regresar al frente, ya estoy bien”, repetía insistentemente ante su madre y hermana, que le vieron con vida por última vez cuando se presentó en su hotel saltando de alegría con la autorización en la mano. Definitivamente, era un idealista.
La 35.ª División de Fusileros de la Guardia se constituyó sobre la base de una unidad de élite que aún no había completado su instrucción de combate: el 8.º Cuerpo Aerotransportado. Los paracaidistas tuvieron que ser convertidos en infantería regular ante la apremiante necesidad de enviar fuerzas al frente. A esta gran unidad se incorporaría Rubén con la graduación de teniente mayor al mando de una compañía de ametralladoras de un batallón de entrenamiento de cadetes del 100.º Regimiento. El 12 de agosto de 1942 escribió a su madre cuando se dirigía hacia el frente de Stalingrado:
«¡Madre querida! No sé si recibiste mi carta. Estoy escribiendo de nuevo. Preparándonos para las batallas. Como melones y sandías todos los días. Mamá, cuando le escribas a Amaya, dile a sus amigos del orfanato (en ese momento su hermana estaba nuevamente en el orfanato de Ivánovo y Dolores había regresado a Moscú) un saludo y mi dirección. Tu Rubén» (7).
El viaje al frente de Stalingrado desde Moscú duró cinco largos días, según relataría el teniente coronel Alexander Gerasimov (8), y se vio interrumpido constantemente por los ataques aéreos del enemigo, que habían destruido casi todas las estaciones de la ruta. Los hombres tuvieron ocasión de ver los cuerpos de sus compañeros en vagones de tren quemados que jalonaban toda la vía férrea en los laterales del terraplén. Para muchos fue la primera vez que experimentaban el bombardeo enemigo, lo que requirió que “fueran trabajados” por el mando. No fue el caso de Rubén, que ya era todo un veterano de dos guerras a sus 22 años. La división no tenía elementos de transporte y los últimos kilómetros los hicieron a pie acarreando todo el equipo bajo el sol de agosto que abrasa la inmensa estepa al norte de la ciudad del Volga. Al aproximarse a la estación de Kotluban los recién llegados coincidieron con mandos del Ejército Rojo que acudían a estudiar el teatro de operaciones. Entre ellos estaba un viejo conocido del vasco: el jefe de la 13.ª División de la Guardia Alexander Rodimtsev, a quien conoció en España como “Pablito” cuando este acompañaba a Líster como asesor de la 11.ª División del EPR. El coche del general soviético se había salido de la carretera y estaba atascado en una zanja:
«Salí a la carretera, detuve una de las unidades y pedí ayuda al joven teniente. Al verme, subió la mano a la visera de su gorra y sus cejas negras como la brea se arrastraron hacia arriba.
—Camarada general ¿Eres tú?
—¿Rubén?
Nos abrazamos fuertemente y nos besamos. Los combatientes de la compañía de ametralladoras nos rodearon y nos miraron a mi y a su comandante con gran sorpresa. Muchos pensaron que el general simplemente estaba agradeciendo al teniente por sacar su vehículo de la zanja y llevarlo a la carretera. Felicité a Rubén por la alta condecoración que había recibido del gobierno y le invité a unirse a la 13ª División. “Gracias”, respondió Rubén. —Estoy acostumbrado a mis hombres […] Ya no era el joven que había conocido. Notablemente crecido, madurado. Su rostro estaba demacrado y pálido.
—¿Caminaste mucho? Le pregunté
—Si, será casi un día, a medida que avanzamos. Ya no queda mucho: Quince, veinte kilómetros.
—¿Cómo está tu herida?
—La herida se está curando (esbozó una sonrisa alegre y tan familiar), sin embargo, camarada general, el dolor por la pérdida de los amigos que luchan no sanará. Tuvimos que enterrar a muchos buenos chicos […]» (9).
Comienza la lucha en el frente de Stalingrado: Kotluban
La Operación Barbarroja (la invasión alemana de la Unión Soviética) había causado en el Ejército Rojo unas bajas de dimensiones difícilmente imaginables a finales de 1941: “4 000 000 de combatientes, de los que 2 841 000 eran muertos, desaparecidos y/o prisioneros en poder del enemigo, 20 500 tanques, 18 000 aviones (más de 10 000 destruidos en tierra), 100 000 piezas de artillería y morteros de todos los calibres y una cantidad superior de vehículos tácticos” (10), pero había fracasado en su intento de llegar a Moscú. El mando alemán había visto como el invierno paralizaba su ofensiva, una inercia que los soviéticos aprovecharon para contraatacar en Járkov en la primavera de 1942, pero terminó en un nuevo desastre para ellos y la pérdida de otros 240 000 soldados. La Operación Azul del verano de 1942 tenía como objetivo limpiar la región de Vorónezh y tomar Stalingrado dando el golpe definitivo a los soviéticos. Los alemanes empujaron al Ejército Rojo hasta las orillas del Don y luego acumularon allí a 250 000 soldados del VI Ejército bajo el mando del general Paulus y una fuerza enorme de blindados que debía atravesar las líneas como un cuchillo en la mantequilla. Nada más lejos de la realidad debido a la tenaz resistencia con la que se encontrarían. Comenzaba la batalla decisiva de la Segunda Guerra Mundial.
A los elementos adelantados de la 35.ª División se les encomendó detener a los alemanes en el importante nudo de comunicaciones de Kotluban, en la margen izquierda del río Sakarka, y correspondió a fuerzas del 100.º Regimiento. El 1.º Batallón de la Guardia del capitán Lustin reforzado por la compañía de ametralladoras de Rubén Ruiz Ibárruri llegó a la zona al atardecer del 23 de agosto, pudiendo ver “los primeros edificios, cobertizos y huertas del apartadero ferroviario que cubría la estación”. Después, cuando se hizo de noche, se envió a tres exploradores que anularon un puesto avanzado, lo que permitió a los soviéticos aproximarse bajo el factor sorpresa y situarse en disposición de recuperar el enclave, hacia el que se dirigían un batallón de infantería, una compañía de zapadores y 16 blindados enemigos. A Rubén se le encargó expulsar a los alemanes del almacén y otros edificios del apartadero penetrando por la vía del tren; de mientras, Lustin lo haría por el sur.
Tras identificar la situación del puesto de mando del destacamento enemigo, Rubén ordenó que se inutilizaran algunos blindados, eliminando a sus tripulantes si conseguían salir de sus vehículos, y cuando minutos después se oyeron las explosiones de tres granadas antitanques saltó a la cabeza de sus hombres hasta el edificio, arrojando granadas por las ventanas e irrumpiendo en el interior, donde llegó al cuerpo a cuerpo. Esta primera victoria fue efímera, ya que los alemanes pronto organizaron un contraataque apoyándose en su superioridad de medios, pero los soviéticos estaban decididos a asaltar los blindados con granadas y cócteles molotov, logrando neutralizar otros dos más en medio de la confusión y la falta de luz. En el momento más álgido de un combate que duraría hasta las 2 de la mañana del día 24, Rubén zanjó la cuestión con un contraataque que forzó al enemigo a retirarse a lo largo de las vías del tren dejando a sus muertos atrás. El vasco había sido herido de nuevo en un brazo, pero se vendó la herida y continuó en la pelea. A las 3 de la mañana fueron relevados por el grueso del regimiento y les fue encomendada una nueva misión: cubrir el flanco derecho de toda la división, que debía atacar en el área de la granja Vlasovka, en las inmediaciones del pequeño pueblo de Malaya Rossoshka (11).
El combate por Malaya Rossohska: la cota 77,6
Extenuados por la batalla nocturna, Rubén Ruiz Ibárruri y sus hombres avanzaron a marchas forzadas hacia el sur en la madrugada del día 24 de agosto. El mando alemán había dirigido su ataque principal a Stalingrado a través de las alturas de Rossoshinsky, una cadena de modestas colinas que se extiende decenas de kilómetros a lo largo de la orilla occidental del río Rossoshka, cuyo cauce se seca parcialmente en años de pocas lluvias. Los refuerzos soviéticos se desplegaron en este frente sin tener información real de los movimientos de las columnas alemanas que se dirigían hacia Stalingrado por un corredor de 8 kilómetros de ancho y hubo algunos choques entre ambos. Desde la cota 137,2 puede verse gran parte de la estepa del Volga, incluyendo la estación de Kotluban. Un poco más abajo, en la cota 77,6 a la altura de la granja Vlasovka, habían soportado los primeros ataques de los blindados alemanes 33 hombres de la 87.ª División que emularon a los héroes de Panfilov, quedando totalmente aislados hasta la llegada de los primeros elementos de la 35.ª División, que tuvieron que ocupar de nuevo la pequeña localidad de Malaya Rossoshka.
25 de agosto de 1942
«Hubo preparación para el ataque en Vlasovka. Los combatientes se concentraron en los escalones cavados de antemano en la empinada orilla occidental. El fuego enemigo era pesado. El enemigo bombardeó posiciones masivamente, las balas silbaron sobre las cabezas de los soldados, las minas explotaron, arrojando polvo y humo al cielo. “En tales condiciones, se dio la orden de ataque, y toda la compañía se levantó, se lanzó al ataque y corrió gritando ¡¡¡Hurra!!! y unos minutos más tarde irrumpimos en Malaya Rossoshka”, recuerda el veterano Ivan Yakovlevich Goncharov» (12).
Después del análisis de todas las fuentes consultadas, tenemos serias dudas sobre el día (y el lugar exacto) en que fue herido Rubén, si fue el 24 o el 25 de agosto, aunque hay amplio consenso entre los historiadores rusos sobre el primero. Gerasimov describe el caos causado por la mala coordinación entre el liderazgo del Ejército Rojo y los comandantes en el campo y la mala calidad de la inteligencia propia (13), por lo que esta confusión es perfectamente comprensible debido a la magnitud de la ofensiva alemana, que convirtió la estepa del Volga en una tumba para los combatientes soviéticos. Todos los esfuerzos de la 35.ª División aquellos días se centrarían en la recuperación de la cota 137,2, cuya posesión permitió bloquear al XIV Cuerpo Panzer, reduciendo la anchura del corredor de las tropas alemanas desde el Don hasta el Volga a 3-4 kilómetros (14). En este punto resulta muy difícil discernir la realidad de la ficción, sin que esto reste mérito alguno a Rubén y a los hombres que lideraba, dispuestos a inmolarse ante el enemigo a fin de impedir su avance, al igual que hicieron tantos otros valientes. El libro de Afanasiev relata que los blindados alemanes se presentaron ante ellos hasta en seis ocasiones:
—¡Tanques enemigos! ¡Preparen granadas y cócteles molotov! Pasen la información a todos los hombres: ¡Los ametralladores eliminarán la infantería que sigue a los tanques! ¡No disparen sin una orden!—se escuchó la voz autoritaria del comandante de la compañía. Una avalancha de vehículos blindados pasó por encima de la compañía a toda velocidad, disparando continuamente con cañones y ametralladoras. Y solo se dio la orden cuando quedaban unos pocos metros para el tanque que iba delante. Granadas y cócteles volaron de las trincheras, las ametralladoras abrieron fuego. Varios tanques, envueltos en llamas, se detuvieron. La infantería enemiga, incapaz de resistir el poderoso fuego de las ametralladoras pesadas y ligeras, se arrojó al suelo y luego, abandonando sus armas y los heridos, se retiró a su posición original. En este día, los nazis intentaron cinco veces más abrirse paso en el sector de defensa del destacamento avanzado de la 35ª División de Fusileros de la Guardia. Sin embargo, todos sus intentos fueron en vano.
Era casi de noche, repeliendo el sexto y último ataque enemigo, en el momento crucial del combate cuando causaron baja varios equipos de ametralladoras, Rubén Ibárruri cogió la ametralladora y abrió fuego contra la infantería enemiga que continuaba avanzando. Rubén resultó gravemente herido. El sargento mayor IS Timoshenko le sacó del campo de batalla y por la asistencia al comandante herido recibió la medalla al valor (15).
Muerte y gloria del héroe
Ni siquiera hay coincidencia sobre las circunstancias de la muerte de Rubén (16), a quien debieron trasladar a la retaguardia en un carro tirado por caballos junto al comisario político F. Rosenthal –que estaba herido al igual que él–, pero la versión más aceptada es que fue alcanzado en el pecho por un fragmento de proyectil y operado por Martin Stepanovich Koltsov, jefe del departamento quirúrgico del hospital móvil de campaña número 4187, donde permaneció 5 días y después fue evacuado a un hospital en Srednaya Akhtuba al otro lado del Volga, falleciendo el 3 de septiembre de 1942. Allí fue atendido por la enfermera G.P. Panshina:
“El director del hospital me indicó que me quedara cerca de Rubén Ibárruri todo el tiempo. Su estado era extremadamente grave. La cara está pálida, la respiración es irregular, rápida y superficial: hipovolemia por pérdida de sangre. El médico dijo: “Si no recibe sangre de inmediato, morirá”. Luego me ofrecí a tomar la cantidad de sangre que necesito para Rubén: el grupo es adecuado. El médico me dio las gracias y me hizo una transfusión directa. La salud de Rubén mejoró un poco. Él sonrió y susurró: “Muchas gracias, hermanita. Ahora tengo dos hermanas: Amaya y Galya …”. Y en la noche del 3 al 4 de septiembre, murió: peritonitis”(17).
El general Rodimtsev “Pablito” también añadiría su propia versión en sus memorias:
Una mujer desconocida me llamó por teléfono. “Maria Tuzikova”, se presentó. —Trabajé como enfermera en un hospital cerca de Stalingrado. Rubén Ruiz Ibárruri murió en mis brazos. Unos días después, se sentó en mi casa y habló sobre las últimas horas de Rubén. Lo llevaron a un pequeño hospital, que estaba ubicado en Akhtuba. Rubén estaba inconsciente. Lo pusieron en una habitación separada. Ella sabía por experiencia que su herida era fatal. El teniente se revolvió. Pelo negro enmarañado. Con los labios resecos, no dejaba de repetir: “Mamá… mamá… vida, tengo sed” (18).
Al ser evacuado tuvo más suerte que sus camaradas de armas de los regimientos 100.º y 101.º, que sufrieron un 90% de bajas en aquellas operaciones. Más de 700 heridos que no pudieron ser trasladados a retaguardia fueron bombardeados por la Luftwaffe. Los cadáveres tuvieron que ser enterrados por los aldeanos, que temían una epidemia por los más de 30 grados de temperatura a los que estaban expuestos. Para ellos no hubo equipos funerarios ni lugar en que llorarles (19). Rubén fue ascendido a capitán póstumamente y por orden del comandante del Frente de Stalingrado de fecha 22 de octubre de 1942 fue condecorado con una segunda Orden de la Bandera Roja. Sus restos fueron trasladados de Srednyaya Akhtuba a Stalingrado en 1948 y enterrados en la Plaza de los Combatientes Caídos, donde un monumento recuerda su memoria. En 1956 se le otorgó el título de Héroe de la Unión Soviética. En Rusia hay algunas placas en lugares íntimamente relacionados con Rubén Ruiz Ibárruri –como la casa en la que murió en Akhtuba–, ya que “Pasionaria” siempre abogó por preservar el recuerdo de su hijo, y es ahí donde ejerció toda su influencia como líder del PCE. Nadie podía cuestionar a la madre del héroe, a la mujer que había llevado su compromiso político hasta el punto de perder a un hijo en la Gran Guerra Patria. Así, se le dedicaron calles en Lipetsk, Donetsk y Borisov, y casi en Stalingrado, pero algo (o alguien) interfirió en los planes del municipio que hoy lleva el nombre de Volgogrado. No sucede lo mismo en su tierra natal, donde Rubén ha quedado totalmente anulado por su madre, algo que ella no hubiese deseado nunca, pero “Pasionaria” se ha convertido en un mito que arrasa con todo. Sin embargo, es indudable que él es merecedor de ese reconocimiento por méritos propios e incluso el Museo Central de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa ha dedicado un espacio a su memoria en el que pueden verse algunos objetos personales, como su pilotka. En 2010 un artículo publicado en un periódico local de Volgogrado comenzaba con un significativo “sabemos más del Héroe de la Unión Soviética que en su España natal” (20).
“Pasionaria” quedó tan profundamente marcada por la muerte de su hijo que su cabeza se pobló de canas. Ya solo le quedaba Amaya. Según Manuel Tagüeña, aquello la encerró aún más en sí misma, quedando aislada de la mayoría de militantes del PCE y viéndose finalmente desplazada. Para la gallartina fue la mayor tragedia de su vida. Su ánimo se venía abajo en cuanto salía su nombre y su recuerdo, siempre presente, le acompañó en su regreso a España en 1977. Como madre lo había sacrificado todo por sus ideales, incluso a sus propios hijos, y esos remordimientos le atormentaron hasta el final de sus días.
Recreación histórica y memoria
Esta escenografía es la tercera de evocación soviética y nos ha llevado nada menos que hasta Stalingrado con una narrativa que sigue la estela de una personalidad como Rubén Ruiz Ibárruri, un joven comprometido e idealista que no pudo librarse nunca de la impronta de tener una madre como “Pasionaria”, a la que amaba profundamente, ya que siempre quiso estar a la altura de su figura y no paró hasta demostrarlo hasta las últimas consecuencias. Pero ser héroe no le convierte en atractivo para una sociedad que, presa del materialismo, desprecia la entrega en defensa de unos ideales como los que él representa, y más después de la desaparición de la Unión Soviética, que no ha supuesto para nada el final de la guerra de bloques, y aunque la cuestión rusa hace tiempo que ha dejado de ser ideológica el conflicto que se libra actualmente en Ucrania no favorece a estas memorias. Por otra parte, si las historias de aquellos niños de la guerra que lucharon y murieron en Carelia en 1941 eran casi totalmente desconocidas, el hecho de pertenecer a una familia de la élite del PCE no ha servido siquiera para que alguien como él tenga una verdadera biografía que haga honor a sus muchos méritos, contraídos en sus apenas 22 años de vida. Ese es, en nuestra opinión, el drama que intentamos solucionar a través de la reivindicación de su memoria en este 80.º Aniversario de su fallecimiento, sirviéndonos además de un recurso tan potente como la recreación histórica.
Como en anteriores ocasiones, el trabajo de nuestros recreadores ha sido verdaderamente inmersivo para transmitir empatía al espectador, al que se le propone un particular viaje por la memoria de Rubén Ruiz Ibárruri. Para ello se ha hecho especial hincapié tanto en el vestuario como en el escenario, buscando el rigor que la propuesta demandaba y de nuevo ha sido fundamental la implicación de nuestro mejor especialista en recreación soviética de la Segunda Guerra Mundial, Iker Baz Amurrio, que se ha echado encima la responsabilidad de llevar este proyecto a buen puerto. La falta de materiales fotográficos sobre la batalla que se libró en la inmensa estepa que rodea a la gran ciudad del Volga ha supuesto que nos inspiremos en aquellas en las que aparecen ametralladoras Maxim y sus servidores: oficiales, suboficiales y soldados, ya sea en posición de fuego, descanso o incluso de traslado. Una ametralladora con su característico montaje Sokolov con escudo y ruedas que nos ha sido prestada para la ocasión por nuestro amigo Antu Velilla, a quien queremos trasladar desde aquí nuestro agradecimiento, al igual que a su suegro Jorge Uya por todas las facilidades prestadas. Mención aparte merece el escenario elegido para la escenografía, un paisaje aragonés extremo, reseco por el estío y la falta de precipitaciones que hemos intentado que emulase a la dureza de la estepa rusa en verano con los medios a nuestro alcance y un poco de trabajo de posproducción de nuestro amigo Valischka, que ha hecho suyo con su habitual talento para la fotografía de recreación histórica un proyecto que le toca muy de cerca, ya sea modificando incorrecciones o adaptándose a las difíciles condiciones de luz con un sol de justicia que no dio tregua. Nuestra amiga Laura Mendieta se prestó para echarnos una mano a todos. Finalmente, nuestros recreadores Eder Artal, Eneko Tabernilla, Iñaki Peña Eguskiza –que hizo una espectacular representación de Rubén–, Egoitz Ereño, Jon Zabala e Iker Baz hicieron una excelente composición de personajes, enlazando con las dos escenografías anteriores sobre nuestra gente en el Ejército Rojo. ¡Gracias a todos! Hemos intentado estar a la altura de este reto poniendo lo mejor de nosotros mismos. Como siempre, son ustedes quienes tienen la última palabra.
Notas
(1) Juan “Modesto” Guilloto (1978). Soy del Quinto Regimiento (notas de la guerra española). Barcelona: Editorial Laia. pp. 246-247.
(2) https://www.polkrf.ru/news/1156/geroy_dnya_ruben_ruis_ibarruri/
(3) Jochen Hellbeck (2018). Stalingrado, la ciudad que derrotó al Tercer Reich. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
(4) En los fondos del Museo Estatal de Historia de la Gran Guerra Patria de Bielorrusia, hay una pintura de Fyodor Baranovsky “Ruben Ibarruri cerca de Borisov” (http://www.warmuseum.by/news/lyudi_i_sudby/k-100-letiyu-so-dnya-rozhdeniya-geroya-sovetskogo-soyuza-rubena-ruisa-ibarruri/).
(5) https://www.polkrf.ru/news/1156/geroy_dnya_ruben_ruis_ibarruri/
(7) https://www.polkrf.ru/news/1156/geroy_dnya_ruben_ruis_ibarruri/
(8) Entrevista al teniente mayor Alexander Averbukh y al teniente coronel Alexander Gerasimov (https://erenow.net/ww/stalingrad-city-that-defeated-third-reich/26.php).
(9) http://artamonova.es/ruso/html/euskadi/ibarruri.shtml
(10) “El por qué de la derrota inicial soviética en Barbarroja” (https://sites.google.com/site/worldofarmor/batallas-y-veh%C3%ADculos-en-acci%C3%B3n/el-por-qu%C3%A9-de-la-derrota-inicial-sovi%C3%A9tica-en-barbarroja?authuser=0) citado en Guillermo Tabernilla y Ander González (2018). Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial. Madrid: Desperta Ferro. p. 95.
(11) El testimonio de Afanasiev sitúa la operación de la estación de Kotluban al atardecer del 22 de agosto de 1942, pero las operaciones alemanas en el sector no comenzarían hasta el día 23, por lo que hemos retrasado 24 horas (Afanasiev N. I. [1982]. Del Volga al Spree. Moscú: Editorial Voenizdat; citado en [http://forum.patriotcenter.ru/index.php?topic=50753.5;wap2 ]).
(12) Folleto publicado por la editorial Volgogradinformpechat en 1992 citado en https://ok.ru/bitvanavolge/topic/65104873010548
(13) Entrevista al teniente mayor Alexander Averbukh y al teniente coronel Alexander Gerasimov. Opus cit.
(14) Afanasiev N. I. Opus cit.
(15) Ibídem.
(16) En 1985 se publicaron en un periódico local de Volgogrado unas declaraciones de un compañero de Rubén, Fyodor Paraschuk, que dijo que le vio “gravemente herido en el estómago, él, con una pistola en una mano y un cuchillo en la otra, yacía frente al enemigo y estaba inconsciente”. Por todo ello, se sugería que hubiese intentado suicidarse con su cuchillo antes de caer prisionero ante el enemigo. Paraschuk también confimaba la versión de que “en el momento más crucial de la batalla, se acostó detrás de una ametralladora y abrió fuego contra la infantería enemiga”. En 2010 el periodista Vladímir Chernikov se hizo eco de este testimonio e informó, aludiendo a fuentes orales recogidas en Srednaya Akhtuba, de que fue imposible curar una herida de cuchillo en el estómago, ya que solo había un médico en el pueblo. Siempre según estas fuentes, a Rubén le “gustaba tomar a la enfermera María Tkacheva de la mano y mirar por la ventana, le gustaba mucho la vista. Sobre todo el cielo sin fondo, como en España. Ambos oficiales (él y el piloto Vladimir Kamenshchikov) fallecieron el tres de septiembre, fueron enterrados juntos por la noche” (Vladímir Chernikov: “Una excursión a la historia. Como murió el comandante español Rubén Ruiz Ibárruri cerca de Stalingrado” [https://vlg.aif.ru/society/67173]).
(17) https://www.polkrf.ru/news/1156/geroy_dnya_ruben_ruis_ibarruri/. Otras fuentes dicen que fue operado por la cirujana Maria Ivanovna Nechiporenko (http://sch3.baranovichi.edu.by/ru/main.aspx?guid=68691).
(18) https://kerchtt.ru/geroi-dnya-ruben-ruis-ibarruri-ekskurs-v-istoriyu-kak-pogib-pod/
(19) Afanasiev N. I. Opus cit.
(20) Vladímir Chernikov. Opus cit.
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