batalla del salado

Tabla en la que se muestra el combate entre un caballero cristiano y un musulmán, c. 1300, contemporáneos por tanto a la batalla del Salado, Museo Nacional de Arte de Cataluña. Fuente: Wikimedia Commons.

El 23 de septiembre de 1340 daba comienzo el asedio benimerín de Tarifa [1]. Sería el último intento de un poder norteafricano de asentarse y expandirse en la península ibérica [2]. La batalla del Salado fue consecuencia directa de las ambiciones divergentes entre cristianos y musulmanes por controlar el Estrecho de Gibraltar [3]. En este breve ensayo trataremos de sintetizar el desarrollo táctico de una de las contiendas campales de mayor envergadura que tuvieron lugar durante la Reconquista, utilizando para ello tanto la bibliografía como las fuentes disponibles [4].

En septiembre de 1340, decidido a no permitir que los musulmanes conquistaran la vital plaza de Tarifa, Alfonso XI comunicó a los principales del reino su firme voluntad de auxiliar la plaza y para ello combatir en una gran batalla campal a los musulmanes. Para asegurarse de que las intenciones del sultán eran las de responder a su desafío, el monarca castellano y el portugués enviaron unos emisarios en los que conminaban a Abu al-Hasan a esperarles y ofrecer batalla en la Laguna de la Janda, a lo que el marroquí respondió de forma altiva que daría batalla a los cristianos, pero no donde ellos querían, sino en torno a Tarifa [5]. Tras hacer un alarde en Sevilla, el ejército cruzado marchó hacia el sur en busca del enemigo que, mientras tanto, había empleado su tiempo en intentar tomar la plaza castellana, cosa que no estuvo cerca de conseguir en ningún momento pese a los grandes medios movilizados, debido a la férrea determinación de la guarnición, que se sabía apoyada desde el exterior y consciente de que un ejército de socorro iba en camino.

Los norteafricanos y sus aliados, al conocer que las tropas cruzadas se aproximaban, levantaron el asedio, quemaron las maquinas de asedio y se retiraron a las alturas circundantes, adoptando una posición claramente defensiva. Abu-l Hassan confiaba en detener a los cristianos gracias a su estratégica posición y su superioridad numérica. Los castellanos, que atravesaban graves dificultades financieras y necesitados de obtener una rotunda victoria que alejase el peligro de Tarifa, se desplegaron en cinco cuerpos con una clara intención ofensiva [6]:

  • La retaguardia, formada por un gran número de peones, a cargo del adalid de la milicia concejil de Córdoba, Gonzalo de Aguilar, y del noble leonés Pedro Núñez de Guzmán. La crónica hace hincapié en que se trataba de las tropas de peor calidad de todas cuantas fueron reunidas para la batalla. Tal y como ya se ha dicho, el papel de la infantería castellano-leonesa era de forma habitual netamente defensivo.
  • El núcleo del ejército, comandado por el propio Alfonso XI, protegido por los mesnaderos reales, así como por huestes episcopales y arzobispales, junto con un gran número de caballeros fijosdalgo.
  • La costanera del flanco derecho quedó bajo el mando de Alvar Pérez de Guzmán, quien comandaría a los caballeros de su propia hueste, así como a otros naturales de la frontera, armados ligeramente para contrarrestar la rapidez y la flexibilidad de la caballería musulmana.
  • La costanera del flanco izquierdo estuvo comandada por el rey de Portugal, Alfonso IV, suegro del monarca castellano-leonés. Al millar de caballeros portugueses se incorporaron aproximadamente otros tres mil castellanos para reforzar esa ala.
  • La vanguardia, conformada por la flor y nata de la nobleza castellana. Liderada por Juan Núñez de Lara, Alonso Méndez de Guzmán y el noble, tratadista militar y prolífico escritor, don Juan Manuel. Junto a los contingentes nobiliarios se encontraban las milicias concejiles de Sevilla, Jerez y Carmona.

Los musulmanes, por su parte, dividieron sus fuerzas en cuatro grandes secciones:

  • La retaguardia musulmana estaba formada por unos 6000 efectivos de caballería a cargo de Hammu al-Asri. Abu-l Hassan mantuvo este contingente como reserva para ayudar en aquel punto de la batalla donde fuese necesario [7].
  • El centro del dispositivo musulmán estaba bajo las órdenes del propio Abu al-Hasan, en la zona donde se preveía que la lucha iba a ser de mayor dureza.
  • El flanco derecho estaba a cargo de Yusuf I, monarca granadino, situado en una zona de colinas que le ofrecía una ventajosa posición defensiva, con el centro del dispositivo ocupado por la caballería y sus flancos por infantes y arqueros turcos.
  • El flanco izquierdo estaba bajo las órdenes del hijo de Abu al-Hasan, Abu Umar, protegiendo la zona más próxima a la ciudad de Tarifa, también en una zona de cerros que les ofrecía una mayor ventaja defensiva frente a los cruzados.

Como correspondía a las circunstancias, fueron los cristianos quienes llevaron en todo momento la iniciativa del enfrentamiento, siendo ellos los que iniciaron los combates una vez Alfonso XI dio orden de cruzar el río Salado, justo después de que Gil de Albornoz, el arzobispo de Toledo, hubiese terminado de oficiar la misa y de dar un encendido discurso aquel lunes 30 de octubre de 1340.

Primer intento de cruzar el Salado

La batalla [8] comenzó con el intento de la vanguardia cristiana por vadear el curso del Salado, cosa que en un primer momento no pudo llevarse a cabo, debido a la dura resistencia mostrada por la vanguardia benimerín que cubría ese sector. El joven y entusiasta Alfonso XI, de apenas 28 años de edad en aquel momento, pronto se impacientó ante la tardanza de su vanguardia en cruzar el Salado, por lo que envió un mensaje a don Juan Manuel para saber por qué la delantera no cruzaba el río. A la impaciencia del monarca se sumó la del caballero García Jofre Tenorio quien exigió a don Juan Manuel que lanzase a las huestes para intentar cruzar el vado de forma decidida. Ante la indecisión del noble castellano, su alférez cogió el pendón para intentar cruzar el río, pero don Juan Manuel en un inexplicable acto le golpeó con una maza en la cabeza derribándolo del caballo. Esta actitud tan extraña hizo que la mayoría de los componentes de la delantera castellana desconfiasen del magnate y que de facto la vanguardia cristiana estuviese dirigida únicamente por Juan Núñez de Lara.

Para intentar solventar el desconcierto creado por la indecisión de don Juan Manuel y establecer de una vez por todas una cabeza de puente al otro lado del río Salado, los hermanos Gonzalo y Garcilaso Ruiz de la Vega (vasallos de don Fadrique y don Fernando, hijos bastardos del rey) se desviaron hacia la derecha consiguiendo cruzar el Salado por un pequeño puente de época romana. La irrupción de los caballeros castellanos por este puente sorprendió a los musulmanes, que en un primer momento retrocedieron y debieron refugiarse en el grueso de su dispositivo. No obstante, al poco tiempo, contraatacaron con violencia a los caballeros que ya habían cruzado el río, poniéndolos en una situación muy comprometida, ya que la hueste cristiana que había conseguido cruzar el río apenas sumaba 800 efectivos, mientras que el dispositivo musulmán que les hacía frente contaba con 2500 jinetes.

Alfonso XI de Castilla

Representación del rey Alfonso XI en una miniatura de la Gran Crónica de España. hoy en la Biblioteca Nacional de España (Madrid). Fuente: SpanishArts.

Alfonso XI supo reaccionar de forma inteligente y flexible al desarrollo de la batalla. Pese a que sus órdenes no se habían cumplido debido a la inexplicable actitud de don Juan Manuel, el monarca castellano-leonés vio clara la oportunidad, y para evitar que los caballeros que habían cruzado el río fuesen aniquilados, envió a Alvar Pérez de Guzmán junto a 1500 jinetes pesados. El auxilio del flanco derecho fue eficaz, y tras una pelea cuerpo a cuerpo muy dura, la resistencia musulmana fue quebrada en ese sector. Ante este primer revés, Abu al-Hasan, quien contaba con una gran superioridad numérica, ordenó a su hijo Abu Umar, encargado del flanco izquierdo musulmán, que cargase con 3000 jinetes benimerines contra los castellanos que habían logrado establecer una cabeza de puente al otro lado del Salado. La carga de la caballería musulmana fue tan brutal que obligó a los castellanos a retroceder a sus posiciones iniciales y abandonar la cabeza de puente que habían establecido [9].

Segundo intento, y cruce del Salado

Ante estos contratiempos Alfonso XI, en persona, avanzó hacia el Salado. Los caudillos de la vanguardia cruzada, Juan Núñez de Lara y el maestre de Santiago Alfonso Méndez, viendo que el rey avanzaba y ellos todavía no habían forzado el paso del río, ahora sí, cruzaron junto con toda la vanguardia cristiana trabando combate cuerpo a cuerpo con los benimerines que guardaban los vados del río. El empuje cristiano hizo estremecerse al dispositivo benimerín. Los pendones de Juan Núñez de Lara y de Alfonso Méndez junto con parte de la vanguardia consiguieron flanquear el dispositivo musulmán y escalar una pequeña colina que quedaba a la derecha de los benimerines. Fue en este momento cuando la batalla comenzó a descontrolarse y los hechos de armas que condujeron a la victoria cristiana se sucedieron de forma mucho más rápida y desordenada.

La sección de la vanguardia castellana, que había conseguido flanquear a los musulmanes, se lanzó en un alocado ataque frontal contra el real benimerín, que se encontraba mucho más retrasado con respecto al dispositivo establecido por Abu-l Hassan. Los caudillos de la vanguardia, sin duda, pretendían atacar desde la colina que habían ganado a la gran aglomeración de fuerzas que mantenían los norteafricanos en el centro del dispositivo, sin embargo, el ansia de botín de las fuerzas castellanas hizo que la sección de vanguardia se desentendiese del combate y se fuese rauda a robar las riquezas reunidas por Abu-l Hassan en su real.

Al mismo tiempo que la sección de la vanguardia castellana que había flanqueado a los musulmanes se dedicaba a atacar el real benimerín, las fuerzas que se encontraban dentro de la plaza de Tarifa, comandadas por Juan Alfonso de Benavides, salieron a campo abierto y atacaron frontalmente a las superiores fuerzas musulmanas que se encargaban de proteger el real, unos 3000 jinetes y 8000 peones, que pese a su gran superioridad numérica, pronto renunciaron a la lucha, dejando el palenque de Abu-l Hassan totalmente desprotegido, así como a sus numerosas esposas, que también se encontraban allí. Algunos de los componentes de la retaguardia benimerín huyeron hacia Algeciras, mientras que otros descendieron de las alturas y se unieron al cuerpo central, donde en ese momento también se combatía muy duramente.

Mientras tenía lugar el saqueo del real benimerín, Alfonso XI ya había conseguido cruzar el río y las fuerzas castellanas habían establecido contacto con el grueso del contingente musulmán, muy superior en número. Decidido a matar o capturar a Abu-l Hassan, Alfonso XI ordenó a las fuerzas que quedaban en torno a él cargar contra el centro del dispositivo enemigo, donde se encontraba el sultán del Magreb. Fue este el momento crítico de la batalla, pues las fuerzas que protegían al monarca castellano quedaron muy mermadas ante la marcha de parte de su vanguardia hacia las riquezas benimerines contenidas en el real, y el combate que libraban a su derecha parte de sus fuerzas, que quedaron algo alejadas de él. El centro del ejército musulmán aprovechó ese momento de debilidad para contraatacar salvajemente a las reducidas tropas que protegían a Alfonso XI, ya que en caso de matar o capturar al monarca, el resultado de la batalla quedaría totalmente sellado a favor de los norteafricanos. Los benimerines desencadenaron una lluvia de flechas que a punto estuvo de segar la vida de Alfonso XI, clavándose una saeta en la silla de montar del joven e intrépido rey. Ante lo crítico de la situación el monarca mantuvo la calma y arengó a sus huestes para que no desfalleciesen

El propio Alfonso XI intentó unirse personalmente a la refriega, debiendo ser detenido por Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo, justo antes de cargar con su caballo hacia el centro de la lucha. Las tropas que protegían la persona del rey eran la flor y nata de las huestes castellanas, caballeros escogidos y criados en la propia casa del monarca, cuya fidelidad y valor eran incuestionables. La crónica nos ha legado algunos de sus nombres: Sancho Sánchez de Rojas, Garci García de Grijalba, Íñigo López de Orozco y Juan Estébanez de Castellanos.

Alfonso XI y sus nobles

Alfonso XI y sus nobles. Miniatura del Libro de la Coronación de los Reyes de Castilla, realizado en el siglo XIV y conservado actualmente en la Real Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial, (España). Fuente: Wikimedia Commons.

A pesar de lo desesperado de la situación, las huestes reales mantuvieron el tipo frente a los benimerines. Fue en ese momento cuando la retaguardia cristiana, al mando de Gonzalo de Aguilar, llegó en auxilio del rey. A la milicia concejil de Córdoba se sumaron la de Écija, la de Zamora y el obispo de Mondoñedo, Álvaro Pérez de Biedma. Este refuerzo consiguió aliviar la crítica situación en la que se encontraba el centro del despliegue cristiano. Los musulmanes, que por un momento llegaron a acariciar la victoria, vieron como de nuevo ésta se les escapaba, ya que, al renovado ímpetu del centro castellano, se sumaban ahora las tropas que previamente habían asaltado el real. A punto de ser encerrados desde todas direcciones, los norteafricanos emprendieron una huida desordenada hacia Algeciras, quedando los cristianos dueños del campo de batalla y, por tanto, victoriosos.

De forma paralela a como se desarrollaba el choque entre el sultán marroquí y el rey de Castilla, los reyes de Granada y Portugal también combatieron tenazmente en un tramo más alto del río Salado.

El contingente castellano/portugués a las órdenes de Alfonso IV trabó combate contra las tropas andalusíes, estando la batalla en ese flanco muy igualada, incluso inclinándose peligrosamente a favor de los granadinos, no obstante, la infantería castellana, al mando de Pedro Núñez de Guzmán, llegó en el momento justo para reforzar a los agotados caballeros lusos y castellanos, derrotando así a las huestes de Yusuf I y poniéndolas en fuga.

Conclusión

La victoria cristiana fue inapelable y resonó por toda la cristiandad, no obstante, las circunstancias logísticas castellanas impidieron obtener un mayor rendimiento de la victoria, tal y como expresó el arzobispo de Toledo Gil de Albornoz [10].

La batalla del Salado supuso una dura derrota para Abu-l Hassan, quien desde ese momento, y especialmente tras la pérdida de Algeciras cuatro años más tarde, debió reconducir su política expansiva únicamente al norte de África. Alfonso XI, por otro lado, pletórico tras su victoria, no dejó escapar la ocasión y al año siguiente conquistaba las plazas de Alcalá la Real, Priego, Carcabuey, Rute y Benamejí [11]. En 1344 era Algeciras la que pasaba a manos castellanas [12], y pese a que Gibraltar no pudo ser conquistada por la muerte de Alfonso XI en 1350, el llamado «problema del estrecho» quedó resuelto ya que desde ese entonces ningún poder norteafricano trató de asentarse en la península ibérica.

Bibliografía

  • AYALA MARTÍNEZ, Carlos, PALACIOS ONTALVA, Santiago y RÍOS SALOMA, Martín (eds.), Guerra Santa y Cruzada en el Estrecho. El occidente peninsular en la primera mitad del siglo XIV, Madrid, Sílex, 2016.
  • BENEYTO, Juan, El cardenal Albornoz. Canciller de Castilla y caudillo de Italia, Madrid, Espasa-Calpe, 1950.
  • Crónica dos sete primeiros reis de Portugal, ed. Carlos da Silva Tarouca, 2 vols., Lisboa, Academia Portuguesa da Historia, 1952.
  • GARCÍA FERNÁNDEZ, Manuel, Andalucía: Guerra y Frontera, Sevilla, Fondo de Cultura Andaluza, 1990.
  • Gran Crónica de Alfonso XI, ed. Diego Catalán, 2 vols., Madrid, Gredos, 1977.
  • HUICI MIRANDA, Ambrosio, Las grandes batallas de la Reconquista durante las invasiones africanas (almorávides, almohades y benimerines), Granada, Universidad de Granada, 2000 (1a ed. 1956)
  • MUÑOZ BOLAÑOS, Roberto, “El Salado 1340. El fin del problema del Estrecho”, Revista Universitaria de Historia Militar, 2 (2012), pp. 153-185.
  • O´CALLAGHAN, Joseph F., The Gibraltar Crusade. Castile and the Battle for the Strait, University of Pennsylvannia, Philadelphia, 2011.

Notas

[1] O´CALLAGHAN, The Gibraltar Crusade, pp. 174-175.

[2] MUÑOZ BOLAÑOS, “El Salado 1340…” pp. 155-156.

[3] Desde 1331, con la subida al poder de Abu-l Hassan, los benimerines habían puesto en marcha una enérgica y agresiva política exterior que les llevó de nuevo a interesarse por dominar ambas orillas del estrecho, así como a tratar de expandirse en la Península Ibérica. En 1333 se hicieron con Gibraltar, y entre el verano de 1338 y la batalla del Salado tuvo lugar una verdadera “guerra total” en la Baja Andalucía y las fronteras terrestres con el Reino de Granada. GARCÍA FERNÁNDEZ, Andalucía: Guerra y Frontera, pp. 56-68.

[4] A día de hoy es ineludible el estudio ya clásico de Ambrosio Huici Miranda, que junto con los trabajos de Wenceslao Segura González, Roberto Muños Bolaños y Nicolás Agrait, permiten conocer con un alto grado de detalle el desarrollo de la gran contienda campal.

[5] CSPRP, pp. 331-333; GCAXI, cap. CCCXV y CCCXVI.

[6] Los detalles del despliegue cristiano en GCAXI, cap. CCCXXIV y CCCXXVIII.

[7] GCAXI, cap. CCCXXIX.

[8] Para el desarrollo de la batalla nos hemos guiado por HUICI MIRANDA, Las Grandes Batallas…, pp. 360-379.

[9] “E quando el rrey de Benamarin vio esto e vio tantos christianos de la otra parte del rrio, enbio a mandar a el infante Aboamar su hijo que fuese con las gentes que tenia a acometer aquella lid (…) E tan de rrezio e tan denodadamente llego el ynfante Aboamar con su gente a ferir en aquellos caualleros christianos, que por fuerça de armas e por bondad de caualleria les hizo perder tierra e boluer contra do estaba la delantera del rrey don Alonso de Castilla”. GCAXI, cap. CCCXXX.

[10] “La victoria ha sido increíble. No puede calcularse el número de muertos ni el volumen de la derrota. En la tienda colorada del Benamarín se encontraron dos mujeres (…) cuatro hijas mayores y dos pequeñas, y muchas concubinas. Además, dejaron abandonados muchos asnos, burras, camellos y tiendas de campaña, así como joyas preciosas y otros despojos inestimables, que nuestros soldados de caballería, peonadas y grupos auxiliares cogieron como botín. Los nobles, como combatían por celo de la fe, a pesar de tropezar con tantas cosas no se pararon a coger su parte, sino que ganando tiempo con ello, se dispusieron a la persecución de los moros, cuyo campamento quedó totalmente aniquilado. Viendo obtenida la victoria por el favor de los cielos, el citado rey mi señor eleva a Dios atentas oraciones, rogando que aparte de la tierra cristiana el pésimo hedor de los hijos de las tinieblas, cuyo triunfo hubiese podido conducir a la Cristiandad a la ruina, de no haber sido detenida su irrupción. ¡Lástima que no tuviésemos vituallas sino para dos días! ¡Si hubiésemos estado abastecidos para un mes, es indudable que podríamos llegar a conquistar el castillo de Algeciras!”. BENEYTO, El cardenal Albornoz…, pp. 329-332.

[11] GARCÍA FERNÁNDEZ, Andalucía: Guerra y Frontera, pp. 74-75.

[12] O´CALLAGHAN, The Gibraltar Crusade, pp. 174-175.

Este artículo forma parte del III Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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