El clima, en forma de tormenta, hace naufragar un barco

El clima ha condicionado el devenir de la humanidad desde su mismo comienzo hasta las realidades más cotidianas, como por ejemplo en el descubrimiento y desarrollo de las rutas comerciales marítimas, como se aprecia en Naufragio en mares tormentosos (1773), óleo sobre lienzo de Joseph Vernet (1714-1789). Fuente: The National Gallery.

A lo largo de la Historia, el clima ha jugado un importante papel a la hora de forjar la historia de la humanidad. El ser humano ha tenido que enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza para defender su propia existencia a lo largo y ancho del planeta. En este artículo analizaré cómo el clima en sus diferentes variantes (sequía, abundantes precipitaciones, temperaturas extremas y tormentas) ha afectado a diferentes civilizaciones y cómo estas han conseguido imponerse.

Sequías y obras públicas: Chimú en el Periodo Cálido Medieval

De todos los desastres causados por la naturaleza, la sequía es sin lugar a dudas, el que más vidas se ha cobrado, pudiendo llegar a durar décadas en determinados territorios. En la Gran Cuenca, California, concretamente durante el Periodo Cálido Medieval (1000-1200), las sequías hicieron estragos entre las poblaciones de los alrededores, no dándoles más opción que emigrar a los pocos que consiguieron sobrevivir [1]. Al otro lado del Pacífico la situación no era mejor, aunque en la Europa continental se vivía una época de bonanza y crecimiento, en las grandes estepas euroasiáticas la situación era muy diferente. Normalmente tenemos la idea preconcebida, de que los nómadas lo tienen mucho más fácil en los momentos de dificultades climáticas, pues únicamente tienen que desplazarse en busca de pastos, al contrario que los sedentarios, los cuales lo tienen más complicado para movilizar ciudades de madera o piedra junto con sus campos. Pero de una forma indirecta terminan provocando un desastre mayor, puesto que nos encontramos en un mundo dividido por fronteras, moverse va acompañado de invadir, saquear y conquistar.

Aunque la situación que favoreció al Imperio mongol estuvo más determinada por una figura como fue Gengis Kan, no podemos obviar un factor climático, en cierta medida un poco ensombrecido por tan imponente personaje histórico. No han sido pocos los historiadores que han intentado justificar las grandes invasiones medievales con un aspecto climático, lo cual no suele acabar con los resultados esperados, puesto que nos encontramos con que, normalmente, esos grandes acontecimientos se producen bajo un clima agradable y para nada desfavorable. Lo cual tiene cierta relación con la idea de Alexis de Tocqueville sobre el surgimiento de las revoluciones, que más que producirse en los momentos más duros e inhumanos, se daban en los momentos previos a la bonanza económica plena. Las sequías comenzarían también a causar daños en el medieval reino de Mali, la región más rica del planeta en la época, pero estos no optaron por la emigración o la guerra, sino que adecuaron y modificaron sus ciudades, dotándolas de una estructura urbanística similar a las ciudades árabes del norte del Sáhara, mejor preparadas para afrontar sequias y climas más cálidos [2].

Por otra parte, la Historia también nos ha dejado ejemplos de cómo la sequía arrasó civilizaciones enteras, civilizaciones que se forjaron gracias al flujo continuo de agua, sin embargo, cuando esta empezó a escasear, desaparecieron sin apenas dejar rastro. Hasta tal punto que habría que esperar hasta el siglo XX y la llegada de la tecnología espacial con la fotografía por satélite para detectar algunas de sus ciudades consumidas por la jungla, fue el caso del colapso de la civilización maya [3] y los reinos del sudeste asiático. La sequía también impidió a los españoles fundar asentamientos más al norte de Florida, al igual que también acabó con los ingleses anteriores a la llegada del Mayflower.

El clima, en forma de sequía, puso a prueba a los habitantes del Reino Chimú

Vista aérea de los restos de Chan Chan, capital del Reino Chimú (ca. 1000-1470). Fuente: Wikimedia Commons/Santiago R. Ron.

Sin embargo, hubo una civilización que se adaptó a la sequía con gran eficacia, y no fue otra que el Reino de Chimú, en el actual Perú. Entre 1245 y 1310, Chimú, además de una subida en la temperatura global del planeta, tuvo que enfrentarse a oleadas inesperadas del suceso “El Niño”. Para enfrentarse al problema, los señores de Chimú organizaron una agricultura muy diversificada, gracias al impuesto de la “mita”, el cual se pagaba en calidad de mano de obra. Construyeron una gigantesca red de canales para suministrar agua a la ciudad, aprovechando la cercanía al océano, donde el nivel freático está más cercano a la superficie. También construyeron una red de canales superficiales, cuya extensión en algunos sectores superaba los 40 km de longitud, racionalizando la poca agua que había en cada zona. Construyeron grandes lagos artificiales para almacenar agua, al igual que terrazas en las laderas de las colinas para gestionarla mejor. Desde un punto de vista civil y político, los gobernantes administraban el reino con una firmeza inigualable, controlando la circulación de sus habitantes y gestionando su lugar de residencia, la única forma posible de evitar el colapso con la llegada de las sequías, que habrían terminado por causar migraciones internas y éxodos rurales que habrían autodestruido el sistema de abastecimiento de agua en las ciudades y el cultivo agrícola en los valles fluviales.

El clima y la abundancia de precipitaciones: inundaciones en la historia de China

Con total seguridad no hay río en el planeta que haya devorado más vidas que el Río Amarillo, el Huang He. Ha matado a tantas personas, ya por su sobreabundante caudal, ya por ocasional escasez, que por ello lo conocen como la “pena de China”. Los monzones y los sucesos de “El Niño” y “La Niña” han sido, y son, muy importantes en China, incluso en pleno siglo XXI las consecuencias de estos fenómenos y su interrelación resultan un gran misterio para los climatólogos. Durante 3000 años, han existido dos Chinas, divididas por las precipitaciones: una China del sur, con precipitaciones abundantes y moderadas, rica y de favorable actividad comercial; y una China del norte, con escasas y violentas precipitaciones, muy pobre y dependiente. Hace 7500 años, comenzó la agricultura en el norte de China, en un paisaje dominado por los bosques y por pequeñas aldeas [4]. Sin embargo la situación cambiaría con la llegada de la civilización Shang, la cual aplicó una gran deforestación en la región. La ausencia de esos grandes bosques que controlaban las lluvias en su unión al rio, hizo que las pocas aunque violentas lluvias que caían sobre la región, provocasen grandes inundaciones al igual que grandes sequías. El curso del río no era estacional, y se modificaba de forma arbitraria en poco tiempo, causando auténticos estragos entre la población de los alrededores. Las inestables precipitaciones, junto con un terreno erosionado por la acción humana, hicieron de la región un lugar complicado para una vida sencilla [5].

El Río Amarillo rompe su curso

El río amarillo rompe su curso, tinta sobre seda obra de Ma Yuan (1160-1225), Dinastía Song. Fuente: Wikimedia Commons.

Sin embargo la situación cambiaría con el fin de las Dinastías meridionales y septentrionales y la llegada de la Dinastía Sui. China se había vuelto a unificar, y era necesario afianzar esa unión, de tal forma, que para hacer frente a la desigualdad entre norte y sur, se fijó la construcción de un enorme canal navegable que conectase Hangzhou, Yuzhou y Chang´an, con una longitud de más de 2500 km. Para esta inmensa construcción, se necesitaron millones de trabajadores y varias décadas, pues, aunque se comenzó con la Dinastía Sui, no estaría en completo funcionamiento hasta la Dinastía Tang. Se unieron decenas de lagos, y se crearon artificialmente otros, al igual que se conectaron diferentes ríos. De tal forma que los chinos usaron su problema para crear la solución, abasteciendo al norte del país con alrededor de 400 000 toneladas de grano al año. Las grandes obras públicas de la Dinastía Tang la convirtieron en la más poderosa de la historia china hasta la fecha, llegando a enfrentarse a los califas abasíes en la batalla de Talas, cuya derrota propiciaría la decadencia de la dinastía china [6].

Por otra parte, no podemos abandonar este apartado sin hacer aunque sea una breve referencia a la influencia que tuvieron las constantes precipitaciones sobre el continente europeo. A partir de 1315, grandes precipitaciones y temperaturas extremas derrumbaron la frágil economía europea, las lluvias destruyeron los cultivos de trigo y el frío acabó con la industria textil. Según el arqueólogo Brian Fagan, aquí empezará un proceso que culminará en el siglo XVII con la revolución agrícola, un proceso de agricultura selectiva y diversificada. El proceso empezaría en Holanda, cuyos territorios fueron los más beneficiados de la Pequeña Edad de Hielo, y después pasa a Inglaterra, donde comienza el proceso de cercado y la caída de las tierras comunales.

Clima extremo: el fin de la epopeya vikinga en Groenlandia

El clima del Periodo Cálido Medieval propició la reducción de los hielos del Ártico, favoreciendo la navegación hacia el oeste a través de las Islas Británicas y la península escandinava. Los vikingos llegaron a Islandia, a la cual antes ya viajaron un grupo de monjes irlandeses. De Islandia dieron el salto a Groenlandia, donde crearon varios asentamientos y subsistieron gracias al comercio de marfil con los nativos esquimales. Desde Groenlandia exploraron el noreste de Norteamérica y fundaron un asentamiento en Terranova, el cual abandonaron años después debido a la enemistad con las tribus autóctonas. Sin embargo los asentamientos en Groenlandia fueron prósperos, hasta tal punto que llegó a tener un obispado e incluso había un barco anual que iba a la región para comerciar. Este sistema se mantuvo hasta la llegada de la Pequeña Edad de Hielo, cuando los colonos nórdicos tuvieron que abandonar los asentamientos del norte, aquellos en los cuales obtenían marfil. Una vez en el sur, ya no les era rentable, puesto que se habían alejado de las zonas de caza, y las ballenas habían cambiado sus trayectos migratorios. Cuando dejaron de producir marfil, el barco anual dejó de llegar, y ya no podían obtener grano para complementar su dieta a base de leche y carne, al cerrarse el comercio con Europa, terminaron abandonando los asentamientos de la zona occidental, mientras que los orientales perduraron gracias a la llegada de ingleses y vascos en busca de bacalao [7].

Barco escandinavo en Groenlandia

Verano en la costa de Groenlandia alrededor del año 1000, óleo sobre lienzo de Carl Rasmussen (1841-1893). Fuente: Wikimedia Commons.

Por otra parte, los inuit se mantuvieron en la región como si el clima no les afectase. ¿Cómo era posible que las duras condiciones climáticas groenlandesas acabasen con los míticos vikingos y pasaron desapercibidas para un pueblo que no conocía ni la agricultura ni la metalurgia? En algunos casos, la tecnología no es sinónimo de supervivencia, hasta tal punto que, a pesar de tener hierro, dado que lo habían comerciado con los europeos, no lo usaban para la caza, sino que usaban el marfil. El único uso arqueológico que se ha encontrado por parte de los inuit en lo referente al hierro fue la talla para aspectos decorativos en el marfil. Los inuit, a través de siglos en el perfeccionamiento de la caza de focas, ballenas y otros grandes mamíferos árticos como también algunas especies de peces, habían conseguido desarrollar el arpón compuesto y una técnica cinegética basada en la paciencia, lo cual los convertía en unos cazadores formidables. Vivían con menos comodidades que los colonos europeos, sin embargo, les vencieron en ese proceso de adaptación al medio [8].

El clima y las fuerzas del viento: desastres navales y ciudades destruidas

El viento, a lo largo de la Historia ha sido aliado y enemigo, especialmente para los marineros, los cuales dependen de este para mover sus naves. Posteriormente, durante la Baja Edad Media también se convertiría en aliado de los molineros, y habría que esperar hasta el siglo XX, para convertir su fuerza en electricidad. Sin embargo, las fuerzas vinculadas al viento, como son los huracanes, tormentas, etc., han causado auténticos estragos a lo largo de la Historia, como la flota mongola que intentó conquistar Japón en 1281 (véase «Las invasiones mongolas de Japón» en Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 11) y que acabó con 70 000 personas en el fondo del mar. Aunque normalmente achacamos los desastres navales a la ineficacia de los almirantes y capitanes al mando, lo cierto es que poco se puede hacer cuando el viento desata todo su poder. A lo largo de la Historia, el viento y todos sus desencadenantes, no solo han hundido flotas, también han quemado o hecho volar ciudades, bosques, han acabado con cosechas enteras, y muchos más desastres. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, las tormentas se incrementaron un 85% y la incidencia de fuertes tormentas en un 400%. Uno de los mayores desastres que produjo el fuerte viento de la Pequeña Edad de Hielo fue el incendio de Londres en 1666, en el que a una ciudad hecha de madera, se sumó un vendaval que propagó el fuego con gran velocidad, dejando sin hogar a 80 000 personas.

Samuráis atacando barcos mongoles

Samuráis atacando un barco mongol tras haber sufrido este la embestida de la tormenta, contenido en el pergamino Mōko Shūrai Ekotoba (1293). Fuente: Wikimedia Commons.

El viento favorecería la ingeniería naval y las estructuras urbanísticas posteriores en gran parte del continente europeo. Los más beneficiados, al igual que en el sector agrícola, fueron los holandeses, a través de un nuevo modelo de barco, favorecido por el nuevo sistema comercial de las “compañías de Indias”. Los filibotes harían la competencia a los galeones españoles en la carrera comercial atlántica, y posteriormente serían copiados por los ingleses, desarrollándose una auténtica carrera tecnológica naval a lo largo de finales del siglo XVII y a lo largo del XVIII [9].

En palabras del historiador Mariano Barriendos [10], es evidente que el clima no puede estar ausente de la historia ni debe monopolizar su explicación. Hay que reconsiderar su participación en la Historia de un modo objetivo, ajustado a la realidad. La climatología histórica debe investigar y generar la información más completa posible para facilitar su comprensión y difusión en un entorno científico interdisciplinario, interesándose por los eventos ya sucedidos como por los que puedan ocurrir en un futuro próximo.

Bibliografía

  • Alberola Romá, A. (2013). Clima, naturaleza y desastre: España e Hispanoamérica durante la Edad Moderna. Valencia, Universitat de València.
  • Alberola Romá, A. (2014). Los cambios climáticos. La Pequeña Edad de Hielo en España. Madrid, Cátedra.
  • Barriendos Vallvé, M. (2002) “Los riesgos climáticos a través de la historia: avances en el estudio de episodios atmosféricos extraordinarios”, en Ayala Carcedo F. J. & Olcina, J., Riesgos naturales, (pp. 549-562). Barcelona, Ariel.
  • Barriendos Vallvé, M. (2005). “Variabilidad climática y riesgos climáticos en perspectiva histórica. El caso de Catalunya en los siglos XVIII-XIX”. Revista de Historia Moderna, 23, pp. 11-34.
  • Fagan, B. (2008). El Gran Calentamiento. Cómo influyó el cambio climático en el apogeo y caída de las civilizaciones. Barcelona, Editorial Gedisa.
  • Fagan, B. (2014). La Pequeña Edad de Hielo. Cómo el clima afectó a la historia de Europa (1300-1850). Barcelona, Editorial Gedisa.
  • García Codron, J. C. (1996). Un clima para la historia – una historia para el clima. Santander, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria.
  • Grove, J. M. (1988). The Little Ice Age. Londres, Routledge.
  • Lamb, H. H. (1982). Climate, history and the modern world. Londres, Methuen.
  • Le Roy Ladurie, E. (1967). Histoire du climat depuis l’an mil. París, Flammarion.
  • Martínez Alier, J. (1993). “Temas de historia económico-ecológica”. Ayer (Asociación de Historia Contemporánea) 11 (Dedicado a: Historia y ecología), pp. 19-48.
  • Olcina Cantos, J. & Martín Vide, J. (1999). La influencia del clima en la historia. Madrid, Arco Libros.
  • Orlove, B. & Strauss, S. (eds.). (2003). Weather, culture climate. Londres, Berg.
  • Petit-Breuilh Sepúlveda, M.ª E. (2004). Desastres naturales y ocupación del territorio en Hispanoamérica. Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva.

Citas

[1] Kennett, D. J. & Kennett, J, P. (2000). “Competitive and cooperative responses to climatic instability in coastal Southern Califoenia”, American Antiquity, 65, pp. 379-395.

[2] McIntosh, R. J. (2004). “Chasing Dunjugy over the Mande landscape: Making sense of prehistoric and historic climate change”, Mande Studies, 6, pp. 11-28.

[3] Haug, G. H. et al. (2003). “Climate and the collapse of Maya Civilization”, Science, 299, pp. 1732-1735.

[4] Cheng-Bang An et al. (2005). “Climate change and cultural response around 4000 cal yr B.P in the Western part of Chinese loess plateau”, Quaternary Research, 63, 3, pp. 347-352.

[5] Thompson, L. G. (1996). “Climatic changes for the past 2000 years inferred from ice-core evidence in tropical ice cores”, en Philip D. Jones, Raymond S. Bradley y Jean Jouzel, Climatic variations and forcing mechanisms of the last 2000 years (pp. 281-296). Nueva York, Springer.

[6] Denis Twitchett & Herbert Franke. (1994). The Cambridge History of China, vol. 6, Cambridge, Cambridge University Press.

[7] Magnus Magnusson y Herman Palsson (eds.). (1965). The Vinland Sagas: The Norse Discovery of America. Londres, Penguin Books.

[8] Datos tomados del capítulo 5 (Inuits y qadlunaats, pp.131-153) de: Fagan, B. (2008). El Gran Calentamiento. Cómo influyó el cambio climático en el apogeo y caída de las civilizaciones. Barcelona, Editorial Gedisa.

[9] Jan de Vries & Ad van der Woude, (1997). The First Modern Economy: Success, Failure, and Perseverance of the Dutch Economy, 1500-1815, Cambridge, Cambridge University Press.

[10] Barriendos Vallvé, M. (2005). “Variabilidad climática y riesgos climáticos en perspectiva histórica. El caso de Catalunya en los siglos XVIII-XIX”. Revista de Historia Moderna, 23, pp. 11-34.

Este artículo forma parte de III Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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