En esa línea ya hay analistas que, visualizando un «efecto dominó» en la caída rápida de las ciudades afganas hasta llegar a Kabul, consideran que los yihadistas podrían intentar trasladarlo a otros lugares, entre ellos al Sahel, consideración basada en la intuición de una potencial intención de aquellos, envalentonados por la observación de la victoria sobre los EEUU y aliados en Afganistán.
Su fundamento, la consideración a tener en cuenta que, para los yihadistas, en la base de su pensamiento, desde su imaginario, toda derrota o victoria son entregadas por Alá: la derrota como prueba por sus errores que, subsanados, les hará más fuertes, y toda victoria como sabiduría para el buen quehacer futuro cara a la consecución del califato global.
Asimismo, hay quien apunta que la caída de Afganistán y la creación de un Emirato Islámico ha supuesto la resurrección de Al Qaeda (dada su relación con los talibanes), lo que puede fragilizar la lucha contra el terrorismo yihadista en el Sahel. Todo es posible, incluso que pudiera ser cierta ahora la afirmación planteada hace tiempo de que el territorio saheliano es “el Afganistán africano de Al Qaeda”.
Pero antes de aventurarnos en cualquier comparativa intuitiva se hace necesario conocer la realidad del Sahel para poder comprobar si de verdad las afirmaciones apuntadas resisten, en parte o en todo, dicha realidad, análisis del que aquí recogemos, a vuela pluma, lo más esencial.
El Sahel, un foco de inestabilidad regional…
Hablamos de un Sahel que no ha sido, hasta la actualidad, bien conocido dado que las informaciones sobre dicha región provenían generalmente del exterior, de potencias interesadas en sus riquezas naturales (petróleo y oro principalmente) o, de forma exagerada en ocasiones, por parte de los propios países sahelianos que buscaban beneficios en los apoyos internacionales.
No obstante, ahora, interesados por la peligrosidad que supone para Europa y, por ende, para España, no solo por la acción yihadista, sino por ser el soporte de transacciones comerciales ilegales, aquellas de los «tres comercios» (de armas, de drogas y de personas, comercios en los que intervienen, en apoyo, los terroristas yihadistas ofreciendo protección y transporte a tales productos), sabemos que en el Sahel como lugar de paso y de vida de movimientos tribales, se ha convivido desde tiempo atrás con enfrentamientos violentos, intercomunitarios, entre sedentarios, seminómadas y nómadas, y que hoy se mantienen conflictos violentos entre los autóctonos, migrantes de paso, miembros del crimen organizado, traficantes de todo género y grupos varios de terroristas yihadistas.
Un territorio que, en su conjunto, está conformado por gobiernos débiles, con sociedades muy divididas, que soportan enfrentamientos violentos entre diversos grupos locales (gubernamentales o no) con intervención en muchos casos de fuerzas foráneas. Problemas a los que hay que sumar una anunciada desertización irreversible con hambrunas cronificadas que podrían llegar a expulsar a sus habitantes hacia el norte, con el traslado al mismo tiempo de los grupos terroristas que acercarían sus asentamientos a la orilla sur del Mediterráneo, con la posibilidad, si allí se hacen fuertes, de saltar a la orilla norte de dicho mar para luego entrar en Europa.
Un espacio pues que se ha incorporado a la geopolítica/geoestrategia occidental, inicialmente desde una visión militarista; visión que también alcanzó a políticos, académicos, analistas, periodistas…, que, seguidores del planteamiento norteamericano, creían que, recordando la derrota militar del Estado Islámico en Siria/Irak, aquella era la única solución viable para la seguridad del territorio y acabar con el terrorismo.
Y más ahora cuando varios Estados de la región (Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger) se vienen deslizando, desde su fragilidad institucional, a la conversión en Estados fallidos, algunos militarizados tras golpes de Estado (Níger, Chad y Mali), conformando un Sahel desprotegido ante la ausencia de autoridad, un Sahel lleno de vulnerabilidades aprovechadas por los yihadistas.
Planteamiento militarista que sigue estando presente en el Sahel bajo tres formas posibles:
- Por un lado, la intervención aislada de las fuerzas armadas y de seguridad del país afectado.
- Por otro, la intervención de dichas fuerzas con apoyo foráneo perteneciente a aquellos países a los que se les permite su intervención.
- Y, por último, la intervención de las fuerzas locales apoyadas por mercenarios contratados, una solución que no gusta a las fuerzas militares occidentales pero que es viable para aquellos países africanos, con fuerzas no entrenadas ni armadas al caso, celosos de su soberanía.
…y un polvorín en la trastienda de Europa
Razón por la que, en la actualidad, y visto que el Sahel es una de las regiones más inestables del mundo con posibilidad de que la misma alcance el Magreb, se le considera, desde esa visión castrense, como el «polvorín de Europa». Existe pues, miedo, a que, ante el aumento del poder de los terrorismos sahelianos y aquel de los grupos violentos de bandidos, independientes o sujetos de alguna forma a los primeros (cada vez más confundidos entre si), se abra en el Sahel un corredor yihadista desde el lago Chad hasta Mali, base para su expansión hacia el norte y a otras partes del continente africano.
Se puede admitir entonces, y eso lo saben los países magrebís y sahelianos, que, al margen de posibles intereses neocoloniales, las fuerzas occidentales, entre ellas las españolas, están allí por el miedo aludido; miedo base, como afirma Semmami, de “una toma de conciencia internacional del agravamiento de las amenazas [expuestas] y [de] una voluntad de fortalecer la seguridad de los países africanos, al mismo tiempo que hay una necesidad de apoyar el cambio político necesario”.
Término, aquel de miedo, que, lógicamente, ante la ciudadanía no es reconocido como tal, sino como temor, o mejor, como preocupación. Una preocupación que, en cierta forma, se ha convertido ya en parte esencial y permanente de la propaganda militarista occidental/europea a favor de la intervención armada en el Sahel como única salida viable a los riesgos derivados de la migración y del tráfico de personas, al narcotráfico, al tráfico de armas y al terrorismo yihadista, y, al tiempo, como única forma de alcanzar la necesaria seguridad para el desarrollo económico de la región. Así, al menos de inicio, se pensaba que era más importante la victoria militar de la superioridad occidental que perseguir y lograr la reconciliación/paz en la región a través de un desarrollo en seguridad.
Preocupación que, de todas formas, hay que encuadrarla en el tiempo de cumplimiento de aquello que la produce; así el proceso del paso del yihadismo del Sahel a los países del Magreb por la resistencia de estos, junto a la intervención foránea que se produciría con toda seguridad, es una preocupación a largo plazo; sin embargo, el miedo a que se produzcan atentados en suelo europeo comisionados por yihadistas magrebís y sahelianos es un temor permanente y actual.
Preocupación, respeto preventivo, que, de todas formas, no ha de ser tenido en cuenta a la hora de analizar la situación real de la región saheliana al objeto de evitar toda subjetividad y posible comparativa dado que estamos en un territorio diferente en todo a otros afectados por el yihadismo, aunque el fondo su fanática visión religiosa del mundo sea la misma.
Un análisis que, es mejor que se efectúe sobre la base de datos conocidos y actuales de la realidad in situ, vividos sobre el terreno por los analistas o por otros cercanos a ellos, que sobre aquellos desarrollados dentro de una «burbuja de opinión», sin contacto alguno, ni siquiera superficial, con el entorno de dicha realidad: es decir, ha de ser un análisis apoyado por unos conocimientos directos, no superficiales, y constantemente actualizados, sobre aquellos territorios, sus culturas, tradiciones, religión…
Ingredientes de un cóctel explosivo
Así pues, a tal fin, como parámetros iniciales que nos permitan avanzar en tal dirección hay que tener en cuenta la valoración de los factores positivos y negativos que condicionan el desarrollo de los problemas de seguridad citados: por un lado, los actores en conflicto, por otro la geografía que les sustenta, los imaginarios que les mueven y, por último, las intervenciones foráneas que buscan la resolución de aquellos problemas.
En cuanto a los actores en conflicto se han de apuntar los siguientes protagonistas:
- Por un lado, los EEUU (y otros países afines a sus intereses) partidarios de una actuación frontal (militar) contra los grupos, principalmente terroristas, creadores de inseguridad en la región.
- Otros autores foráneos como la UE, la UA y otros países individuales (con una presencia incipiente), que apoyan a los gobiernos locales, tanto en el terreno militar como en el estructural y el social.
- Grupos militares privados (mercenarios) contratados por aquellos gobiernos que ante su inoperatividad externalizan su seguridad.
- Milicias paramilitares armadas para luchar contra el terrorismo y el crimen organizado (en ocasiones participando de una violencia étnica preexistente).
- El conjunto de los grupos terroristas (nacionales e internacionales) que se ubican y actúan en la región.
- Los gobiernos locales con serias dificultades para mantener su autoridad y soberanía territorial.
- Los diferentes grupos étnicos regionales y otros líderes locales autóctonos que tensionan con su lucha política (y en ocasiones armada) a los gobiernos locales y a sus sociedades.
- Las mafias dedicadas al crimen organizado (dedicados al tráfico de drogas, de armas y de personas) en la región, en muchas ocasiones en relación interesada con los grupos terroristas.
- Y, por último, la sociedad civil, víctima de las acciones terroristas, de la violencia del crimen organizado y, en su caso, de la incoherencia de sus políticos, grupos étnicos y líderes locales que los sojuzgan bajo su interés; incoherencia acompañada en ocasiones de la violencia de sus FAS, policía e, incluso, de milicias locales.
Respecto a la geografía que sustenta a tales actores hay que tener en cuenta que se encuentran en un terreno desértico con un clima que presenta serias dificultades para la vida, permanencia y mantenimiento del armamento y material… sobre todo para las fuerzas foráneas que actúan en contra de los violentos y no tanto para los terroristas adaptados a las mismas.
Y en relación con sus imaginarios:
- Aquel de los terroristas, basado en la visión rigorista, fanática y violenta del islam, visión que tratan de imponer apoyándose en las facilidades que les proporciona el hecho de que el Sahel es una región predominantemente musulmana suní sujeta a una serie de vulnerabilidades políticas, económicas, sociales… que, con su ofrecimiento de resolución, gana voluntades afines.
- Aquel de los gobiernos locales muchas veces en manos de algunos gobernantes alcanzados por la corrupción, más interesados en su prolongación en el tiempo que de resolver del todo los problemas existentes en su país, al objeto de recibir apoyos foráneos de todo tipo que les mantengan en el poder.
- Aquel de la sociedad civil dividida entre aquellos que apoyan las ideas gubernamentales y los que, reprimidos, están en su oposición (sumando entre estos algunos afines a los yihadistas); sin olvidar, en su caso, las diferencias étnicas y/o religiosas existentes.
- Aquel de los países foráneos intervinientes, que, al margen de tratar de proteger sus propios intereses en la región (fundamentalmente económicos derivados o no del periodo colonial) tratan de imponer, a través de una diplomacia fundamentada en sus apoyos, una democracia como la suya sin entender en profundidad en muchas ocasiones la idiosincrasia de cada país (tradiciones, cultura, religión…).
- Y fuera de todo imaginario coherente con algún tipo de ideología quedan obviamente los mercenarios o grupos militares privados, los bandidos y las mafias dedicadas al crimen organizado en todas sus posibles variantes.
De entre los citados, aquellos yihadistas y los hostiles y violentos de otra factura, llevaron a los países europeos/occidentales a desarrollar una serie de intervenciones, militares (la mayoría lideradas por Francia por razones históricas, la UE y la ONU) y civiles que, tratando de cubrir el vacío político e institucional de algunos gobiernos sahelianos, externalizaron la seguridad buscando la pacificación y el desarrollo de la región con la esperanza, siempre abierta, de que la violencia remita, sobre todo la yihadista, evitando que llegue a alcanzarles.
Intervenciones que, a la vista del actual y peligroso crecimiento yihadista en la región, es posible que sufran ciertos reajustes importantes afectando a las estrategias planteadas hasta el momento, tanto de las comunidades regionales como las internacionales de aplicación en el Sahel; de momento la UE, Naciones Unidas y Francia no descartan ninguna opción: seguir como hasta ahora, reajustar la estrategia actual o desengancharse de ella (asuntos repensados ahora tras la victoria talibán).
Opciones que tienen en cuenta las causas que han empujado a Francia a analizar la continuación o no de la actual Operación Barkhane (nombre dado a las pequeñas dunas en forma de media luna), entre ellas las siguientes:
- Frustración y cansancio ante la falta de progresos en materia de seguridad.
- El desgaste sufrido por las fuerzas francesas, ante los bajos resultados, en muertos y heridos.
- La falta de operatividad de las fuerzas regionales formadas e instruidas por los franceses, por su miedo y baja moral o determinación ante los yihadistas.
- Incumplimiento por parte de algunos de los Estados de la región de los acuerdos establecidos en materia de seguridad y gobernanza (sujeta esta a cambios profundos en sus gobiernos y a la respuesta adecuada a las exigencias de los ciudadanos).
- La inestabilidad de algunos Estados manifestada a través de luchas políticas, étnicas, cambios de gobierno, golpes de Estado…
- La posibilidad de que algunos países de la región lleguen a negociar con los yihadistas.
- Las intervenciones cortoplacistas a lo largo de los años de la comunidad internacional a la hora de ayudar a detener la inestabilidad en el Sahel.
Asimismo, hay que considerar que la presión militar ha promovido, como respuesta, la fusión (primera estrategia de unificación yihadista en el Sahel, aunque se mantengan ciertas relaciones interesadas entre grupos en oposición) de organizaciones terroristas tales como Ansar Dine, AQMI (Al Qaeda del Magreb Islámico), el Frente de Liberación Macina y el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JIMN), dando a Al Qaeda una posición preeminente en el Sahel frente al Estado Islámico y a sus grupos filiales: Movimiento por la Unicidad de la Yihad en África Occidental (MUYAO o MUJAO), Boko Haram, Ansarul Islam y el Estado Islámico del Gran Sahara (EIGS).
Un terrorismo, internacionalizado desde un localismo inicial, cuyo crecimiento en continuidad en el continente africano con la aparición de nuevos grupos y su expansión hacia países en los que hasta hace poco estaban a salvo del yihadismo (Congo, Mozambique…), y hacia aquellos de la costa (Benín, Togo y Costa de Marfil) es indicador de que la respuesta militar no está funcionando correctamente y que, por lo tanto, algo falla en los planteamientos de las operaciones contraterroristas desarrolladas hasta el momento, amén de apuntar a que el peligroso contagio del fanatismo yihadista no parece que vaya a terminar (en la actualidad el problema afecta ya a un tercio de los 55 países africanos).
Causas a las que hay que sumar también el cansancio de las poblaciones sahelianas ante los efectos, que consideran contraproducentes, de las intervenciones militares foráneas, a las que llegan a ver como un factor más de inseguridad en razón a una violencia terrorista no frenada, al continuado deterioro estructural/social, a la vulneración repetida, según sus informaciones, de los derechos humanos por parte de algunas de las fuerzas autóctonas intervinientes y al establecimiento de unos planes de seguridad que no alcanzan a todos los ciudadanos por igual (seguridad que protege principalmente a las ciudades y a los miembros del gobierno e instituciones).
El Sahel ¿un Afganistán europeo?
No obstante, retirar ahora de forma precipitada las fuerzas militares de la región podría producir un caos regional que conllevaría, dada la extensión del territorio (del tamaño de Europa Occidental) y su débil contexto político, dar facilidades a la permanencia en la zona de los yihadistas y a la posible sustitución de tales fuerzas por otras de Rusia y China.
Así pues, de acuerdo con lo referido, relativo a la situación actual, el Sahel, desde una visión global, a veces muy generalizada y a veces no correcta en atención a la cantidad y complejidad de los problemas a resolver, a los diversos actores autóctonos unidos en su geografía, así como los foráneos, y a la cantidad de grupos yihadistas allí ubicados, algunos en lucha entre si, a la presencia de otras violencias…, la realidad de la victoria talibán conseguida por una milicia armada contra un ejército nacional creado con apoyo foráneo, abandonado a su suerte, parece de difícil exportación al Sahel.
No obstante, ya antes de aquella, ante el anuncio por el presidente francés, Emmanuel Macron, en julio pasado, de la desaparición, reducción o remodelación de la Operación Barkhane, liderada por fuerzas francesas, se pensó en una posible «vietnamización» y, en continuidad de pensamiento, en una «talibanización» del Sahel, considerando el caos que se produciría en dicha región tras el abandono, total o parcial, de la región por parte de tales fuerzas.
Lo que no será viable teniendo en cuenta que el anunciado reajuste militar, que no abandono, parece que tiene claro como se ha de efectuar, combinando acertadamente la seguridad militar y policial con los proyectos civiles, al objeto de que no se vea afectada:
- La continuidad de la lucha contra el terrorismo yihadista en el Sahel.
- La difusión de información/inteligencia a las demás operaciones militares: Misión de Paz de la ONU en Mali (MINUSMA), las fuerzas del G5 Sahel y las fuerzas malienses implicadas.
- La capacidad logística que se ofrecía a tales fuerzas.
- La formación e instrucción de las mismas.
- La Operación Takuba (nombre dado a la espada tuareg), establecida en 2020 para continuar la Misión de Formación de la UE (EUTM), con el acompañamiento a las fuerzas malienses y otras de la región en operaciones conjuntas.
- Los diversos proyectos de desarrollo y estabilización puestos en marcha por la comunidad internacional (muchos bajo los auspicios de la Alianza del Sahel).
Fuerzas remodeladas que, en todo caso, han de ser aceptadas por los países que las reciben para evitar añadir, por su rechazo, una causa más a la acción del yihadismo; fuerzas que no han de cometer ningún error operativo que afecte a civiles no armados, violando entonces los derechos humanos, lo que sería contraproducente para la relación con los países a los que apoyan y favorable al yihadismo.
Así, a la vista de tal planteamiento, aun no resuelto y teniendo en cuenta el previsible problema que se produciría con el posible empantanamiento de las fuerzas francesas/europeas en el Sahel (entre ellas las españolas), observado lo acaecido en Afganistán con la marcha de las fuerzas estadounidenses y aliadas, y a pesar de las diferencias señaladas, se están buscado soluciones desde la UE a los problemas sahelianos para no caer en los errores cometidos en Afganistán.
En ese camino, se habla de, extrayendo lecciones de la experiencia afgana, crear un ejército propio europeo para atender crisis con repercusiones europeas, dándose cuenta ahora de que «cuando haya que luchar contra el terrorismo en África no serán la OTAN ni los EEUU quienes lo hagan» sino que seremos nosotros (Macron habló ya antes de europeizar las fuerzas militares activas en el Sahel); lo que, en todo caso, sigue abundando en la posición militarista, en el frente militar, sin tener en cuenta, al menos según lo manifestado, las acciones civiles del necesario frente estructural.
De todas formas, habrá que andar con cuidado ya que, como se ha expuesto con anterioridad, aunque exista, entre el Sahel y Afganistán, alguna coincidencia en cuanto a vulnerabilidades y al tipo de lucha, no es lo mismo en cuanto a enemigo, aquí múltiple, terrorista y no solo, en cuanto a sus objetivos, en cuanto al número de países implicados, y en cuanto a fuerzas foráneas empeñadas, que no tienen nada que ver con las estadounidenses en Afganistán. Fuerzas que, en este caso, no dejarán la región, aunque sí cambien el modelo de actuación.
Razones por las que, como señala el presidente francés y a su lado diversos analistas, el «efecto dominó» aludido al comienzo es inviable en el Sahel, si bien si es cierto que, al disminuir la continuidad en el combate, puede aparecer una cierta fragilidad si no se toman las decisiones necesarias a corto plazo. Así que, por mucho que los terroristas sahelianos, como otros activos fuera del continente africano, envalentonados ante la derrota estadounidense, quieran seguir el ejemplo talibán y hagan propaganda sobre ello, no dejan de ser veleidades un tanto difíciles de llevar a la realidad. Aún así habrá que estar pendiente en Occidente y en concreto en Europa ante la posibilidad de atentados por parte de Al Qaeda y el Estado Islámico realizados bajo la euforia de la victoria talibán.
De todas formas, en la actualidad, y visto que el Sahel es una de las regiones más inestables del mundo con posibilidad de que dicha inestabilidad se expanda, lo aprendido de Afganistán, lo que realmente tenga validez, se ha de tener en cuenta para evitar que el yihadismo saheliano se haga con el poder en los países que conforman la región y que desde ellos puedan atacar a Europa.
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