El Rogui

Fotografía oficial de Jilali Ben Driss Zerhouni «El Rogui». Fuente: Wikimedia Commons.

Cuentan que la mañana del 22 de julio de 1921, cuando el capitán general de Melilla, general Manuel Fernández Silvestre, presente en el campamento de Annual, había decidido la retirada de la posición asediada en lo que luego se convertiría en una cruel matanza, su amigo personal, el influyente jerife de la cabila de Beni Said, Kadur Namar, que se encontraba a su lado, le dijo: «No te retires, general, no te retires, mira que cabila abandonada es cabila sublevada». Esa misma tarde, con la sangrienta huida del ejército español de Melilla en marcha, el jerife se presentó en Quebdani para pedirle al coronel Araujo que se retirara de inmediato. Tres días después, los novecientos soldados de la posición fueron masacrados tras haber decidido en votación rendirse y haber entregado sus armas. No era el primer aviso que recibía Silvestre.

En un informe reservado fechado en febrero de 1921, el coronel Gabriel Morales Mendigutia, jefe de la Policía Indígena, le había prevenido en contra de tomarse demasiadas prisas para cruzar el río Nekor en dirección a Alhucemas y se había mostrado más partidario de consolidar la retaguardia y avanzar con precaución y por la costa que continuar con la estrategia de vertiginosa ocupación terrestre que había hecho famoso a Silvestre durante la primera mitad del año 1921 y que había llevado al ejército de Melilla a estirar al máximo la elasticidad de sus tropas. También el teniente coronel Ricardo Fernández Tamarit, jefe del 3.er Batallón del Regimiento de Infantería África n.º 68, destinado en Zoco el Telatza de Bu Becker, le había advertido a su jefe y amigo personal, en una carta privada fechada en mayo de 1921, que las cabilas a retaguardia no estaban sometidas, que las nuevas posiciones tomadas eran difíciles de defender, que los rifeños eran guerreros por naturaleza y sabían que, cuanto más avanzase el ejército, peor será su situación defensiva y hasta le recordó el antecedente de El Rogui.

El ascenso de El Rogui

Cuando murió el sultán Hassan I en 1894, le sucedió en el trono marroquí el menor de sus diecinueve hijos varones, su preferido, Abd El Aziz, en detrimento de los demás, entre ellos el primogénito, el príncipe Muley Mohamed, conocido como «el Tuerto», que fue encarcelado en la ciudad imperial de Mequinez por el gran visir Ahmed Ben Musa, chambelán del sultán fallecido, para asegurar la sucesión, pues el elegido solo contaba catorce años. Otra de las víctimas de la purga fue el hermano del antiguo sultán y tío del nuevo, Muley Omar Ben Mohamed, jalifa de Fez, que también terminó en prisión junto con sus más estrechos colaboradores. A la muerte del gran visir, el nuevo sultán, Abd El Aziz, un excéntrico personaje coleccionista de automóviles lujosos, relojes y animales exóticos, comenzó a rodearse de asesores extranjeros e, incluso, para costear sus cuantiosos gastos, trató de implantar un nuevo impuesto, el tertib, que gravaba las propiedades, incluyendo el ganado, contraviniendo incluso los dictados del Corán. Como es natural, se volvió muy impopular entre sus súbditos, que preferían apoyar a sus otros hermanos o cualquier miembro de una familia chorfa, es decir, descendiente del Profeta, que demostrase con su baraka que gozaba de la protección divina.

En 1902, al salir de prisión el antiguo secretario del jalifa de Fez, un personaje llamado Yilali Ben Salem Zerhouni el Iusfi, decidió jugar su baza haciéndose pasar por el príncipe Muley Mohamed para postularse como el verdadero detentor de los derechos al sultanato. Este impostor, buen conocedor de las interioridades del Mazjén, esto es, la estructura del estado marroquí, también imitaba con habilidad los gestos del príncipe, haciéndose pasar por tuerto e incluso utilizando trucos de magia para deslumbrar a su audiencia y así consiguió convencer a un creciente séquito de seguidores de que él tenía más derecho al sultanato que su «hermano» Abd el Aziz. Fue conocido como Bu Hamara, «el de la Burra», por presentarse de esta guisa en los zocos reclamando su candidatura, motivo por el que también se le conocía como El Rogui, «el Pretendiente». En realidad, sus orígenes familiares eran muy humildes, radicados en el aduar del monte Zerhoun, cerca de Mequinez, en la cabila de Ulad Yusef, pero, por su inteligencia fuera de lo común y su gran capacidad de asimilación, pudo culminar brillantemente sus estudios coránicos y hasta pasar un curso de ingeniería militar impartido por la administración francesa, donde también desarrolló contactos con la inteligencia francesa a través del topógrafo francés Gabriel Delbrel, que posteriormente realizaría importantes servicios para el Protectorado español. Una vez se hubo acomodado a su nueva personalidad de hijo del anterior sultán y heredero al trono, mediante pactos y matrimonios de conveniencia logró el apoyo de algunas cabilas y conquistó Taza en octubre de 1902, donde derrotó a las mehalas que desde Fez enviaba el nuevo sultán para intentar someterle, lo que fue incrementando su prestigio y el apoyo de las cabilas. En abril de 1904 sus fuerzas lograron desalojar de Farjana al representante del Mazjén, el Bajá Bachir Ben Sennah.

Al principio, El Rogui se benefició del apoyo francés, que buscaba así menoscabar el sultanato para facilitar la penetración francesa en Marruecos, pero la Entente Cordial de 1904 entre Francia y Gran Bretaña facilitó las relaciones con la familia real marroquí, con lo que el pretendiente perdió el apoyo francés y se vio obligado a buscar la protección española. El Rogui nombró jefe de Estado Mayor a su amigo Delbrel con el nombre de Mouslim Mouttakillah y se estableció finalmente en la alcazaba de Zeluán, donde recibió la sumisión de las cabilas situadas al sur de Melilla. Aunque España, obligada por la conferencia de Algeciras, no reconocía su autoridad, mantenía buena relación con el pretendiente, sobre todo a partir de que éste controlara en su poder las minas de hierro y plomo argentífero de la región y administrara las concesiones con empresas españolas y francesas. A tal fin se inició la construcción de las infraestructuras necesarias, incluyendo almacenes, oficinas, alojamientos para los mineros y hasta una línea de ferrocarril para trasladar el mineral hasta el mismo puerto de Melilla. El desarrollo satisfactorio de la explotación y la seguridad de los trabajadores requería no sólo el paraguas que confería la protección militar, sino también del apoyo de una autoridad local que controlara a los cabileños.

La retirada de El Rogui: el antecedente de Annual

El Rogui gobernaba con mano de hierro la región, negociando las concesiones mineras a cambio de jugosos pagos que le permitieran mantener su autoridad, la cual imponía, además, mediante crueles castigos y cuantiosos impuestos. El entendimiento con españoles y franceses, con intereses económicos y políticos en la zona, mantuvo a El Rogui en el poder y éste correspondía facilitando la explotación minera y la construcción de líneas de ferrocarril, hasta que, en 1908, algunas cabilas se negaron a cumplir sus exigencias. El Rogui envió entonces en septiembre una mehala con dos mil áscaris a Beni Urriaguel al mando de su fiel caíd Yilali Mul Al Udu, antiguo áscari de la guardia negra del sultán, que razziaron los aduares de las cabilas de Tensaman y Beni Tuzin y se presentaron a orillas del rio Nekor, cerca de la bahía de Alhucemas, amenazando con ocupar Axdir, el corazón de la cabila de Beni Urriaguel. En ese momento intervino el general José Marina Vega, gobernador militar de Melilla, en auxilio de la población de Axdir, que comerciaba con los españoles del peñón de Alhucemas, y advirtió a El Rogui que una ataque al poblado se consideraría una agresión a España. El líder rifeño tampoco las tenía todas consigo respecto a su superioridad frente al harca reforzado que le plantaba cara ni en cuanto a la lealtad de las cabilas fieles de su retaguardia, que podían caer sobre él al primer revés, por lo que ordenó el repliegue de sus tropas. Este movimiento fue interpretado por los rifeños como un signo inequívoco de debilidad, lo que provocó que el harca atacara a la mehala en retirada, en la que no sólo se sucedían las bajas, sino también las deserciones para sumarse al enemigo.

General Marina El Rogui

El general de división José Marina Vega, comandante general de Melilla, pasa revista a sus tropas, Segunda Campaña de Melilla, 1909. Fuente: Wikimedia Commons.

En su dramática huida, las tropas de El Rogui fueron masacradas por las cabilas por las que cruzaban, que se levantaban a su paso, con el objetivo de sacar provecho saqueando a los vencidos. El Rogui, con lo que quedaba de su mehala, tuvo que refugiarse precipitadamente en su alcazaba de Zeluán el 7 de octubre de 1908. Al día siguiente, tuvo lugar un grave incidente en una de las explotaciones mineras: ante las amenazas de unos trabajadores rifeños, el jefe de la mina decidió huir a Melilla, lo que provocó que el resto de los mineros, asustados, buscaran protección en Zeluán, desde donde las tropas de El Rogui los condujeron escoltados a la Plaza, para luego proceder a castigar cruelmente a los cabileños que habían provocado los alborotos. Los jerifes de las cabilas de la zona, en principio fieles al pretendiente, que también ambicionaban hacerse con los beneficios de la gestión de las concesiones mineras, estaban al tanto del descalabro de su mehala y, sabedores de su debilidad, aprovecharon el descontento de la población ante la sumisión de El Rogui a los extranjeros, su crueldad y avaricia, y, comandados por Mohammed Mizzian, santón de Segangan, utilizaron este incidente para promover una rebelión generalizada, de forma que el pretendiente tuvo que refugiarse de nuevo en su alcazaba, que fue asediada hasta llegar a una situación crítica de falta de suministros, como luego sucedió trece años después en la cercana fortaleza de Monte Arruit con las últimas tropas españolas supervivientes del desastre de Annual.

Únicamente una arriesgada maniobra salvó la situación. El Rogui mandó salir por la puerta principal de la alcazaba un convoy protegido por sus tropas de infantería. El harca que rodeaba la posición, temerosa del contraataque de la caballería que permanecía en el interior, prefirió no hostigarlo. Desviada la atención, El Rogui ordenó volar con explosivos el ala contraria de la fortificación y escapó por allí con su caballería, mientras los harqueños se quedaban saqueando la alcazaba abandonada. Las tropas de El Rogui tuvieron que seguir huyendo hacia Taza, hasta que, en la zona de Uxda, fueron definitivamente vencidas y su líder, capturado en agosto de 1909 por las fuerzas del nuevo sultán Muley Abd El Hafid, verdadero hermano del anterior sultán Abd el Aziz, al que ya había derrocado en enero de 1908. El Rogui fue conducido a Fez en el interior de una pequeña jaula transportada por un camello y allí paseado por sus calles para regocijo de la multitud. Los escasos supervivientes de su ejército desfilaron encadenados de dos en dos con un brazo o un pie amputados para luego ser decapitados, pues sin su cabeza no podrían entrar después de muertos en el paraíso. Siguiendo una costumbre ancestral, las cabezas fueron tratadas en salmuera para poder exponerlas durante días públicamente, aún a pesar de las reiteradas protestas de los cónsules extranjeros occidentales destacados en Fez por las bárbaras prácticas y los crueles suplicios que se infligía a los vencidos. Hay distintas versiones sobre el final de El Rogui; una de las más populares cuenta que el sultán le había reservado a su enemigo un trato especial: la jaula de los leones que había heredado del zoo particular de su hermano depuesto. Debió de llegar tan maltrecho el hombre que incluso los felinos desecharon semejante manjar, pero tal milagroso prodigio de ninguna manera ablandó a Abd El Hafid, que ordenó a su guardia negra que lo fusilaran y luego quemaran el cadáver para impedir su acceso al paraíso musulmán.

La profecía de El Rogui

El Rogui había enviado previamente una carta a las autoridades melillenses donde profetizaba los costes y sufrimientos que su ausencia le causaría a España en forma de dinero, lágrimas y ríos de sangre. El Rogui fue un líder cruel con su pueblo y sirvió a las fuerzas ocupantes a cambio de cuantiosos pagos, pero mientras dominó la zona reinó la paz y se respetaron los acuerdos. Los que le siguieron no fueron menos ambiciosos en sus exigencias económicas y sus garantías de protección no fueron tales. Además, consideraban las concesiones negociadas previamente como ilegítimas, pretendían obtener más dinero por ellas y reclamaban también el pago de los terrenos por los que transcurría la vía férrea. Precisamente, una serie de incidentes con los trabajadores del ferrocarril dio inicio a lo que se conocería como la campaña de Melilla de 1909, que desembocaría en luctuosos acontecimientos como el Desastre del Barranco del Lobo y la Semana Trágica de Barcelona, cuando fueron embarcadas allí tropas de reemplazo para la guerra de Marruecos.

Pero el mayor desastre ocurriría en la retirada de Annual, Trece años más tarde, el funesto e inmisericorde acoso que padecieron las tropas de El Rogui en su huida se repetiría casi en los mismos escenarios con el Ejército de Melilla en desbandada, dejando en el camino un sanguinario reguero de unos diez mil cadáveres. Aquí cobra sentido la famosa frase de Aldous Huxley: «Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia».

Bibliografía

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  • Albi de la Cuenta, J. (2016), En torno a Annual. Ministerio de Defensa, Madrid.
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  • Francisco, L. M. (2014), Morir en África, Crítica, Barcelona.

Este artículo es ganador del III Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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