Voluntarios españoles, gorrion, guerra de Cuba 1870

Voluntarios de La Habana, en la revista La Ilustración de Madrid (1870). Fuente: Wikimedia Commons.

No se sabe con certeza cuándo fue introducido el gorrión en Cuba. Aunque el gorrión común (Passer domesticus) es originario de Eurasia y del norte de África su presencia en la isla de Cuba ya fue documentada en el Repertorio Físico-Natural de la Isla de Cuba publicado en 1865, un trabajo fruto de 25 años de observaciones de campo del zoólogo y naturalista hispano-alemán Juan Cristóbal Gundlach. Escribe Gundlach: «especies introducidas y aclimatadas en la isla de Cuba y ya observadas criando en estado silvestre, […] gorrión europeo hoy tan abundante en La Habana y sus alrededores […] perjudicial a los frutales y siembras; puede servir de plato sabroso».

Tampoco se sabe quién ni cómo introdujo el gorrión en Cuba. Una historia nacida seguramente del imaginario popular cuenta que un catalán afincado en la isla, por afición ornitológica o quizás por simple añoranza, llevó varias jaulas con gurriatos o crías de gorrión hasta Cuba. Al desembarcar en el puerto de La Habana le exigieron en la aduana pagar los aranceles o derechos de entrada. Negándose a pagarlos, abrió las jaulas y liberó a todos los pájaros. No parece casual que la historia sea idéntica a la que se explica para justificar la llegada del gorrión a Argentina. Aunque, en el caso argentino, el protagonista de la suelta de los pájaros en el puerto de Buenos Aires se ha identificado, presuntamente, con el fabricante cervecero Emilio Bieckert. El empresario llevó, desde su Alsacia natal, unas jaulas de gorriones junto a la maquinaria necesaria para montar una fábrica de cerveza y al negarse también a pagar las tasas de importación liberó a los gorriones. Sea como fuere lo cierto es que el gorrión llegó a Cuba en el siglo XIX y gracias a su gran poder prolífico, en pocos años, colonizó las principales ciudades de la isla.

«Gorriones» y «bijiritas»

De lo que sí se tiene certeza es que el apodo de «gorriones» para los peninsulares (la analogía entre la pequeña ave y los peninsulares parece evidente, pues ambos eran recién llegados de la península) y el apodo de «bijiritas» para los insulares (pájaro de menor tamaño y más asustadizo que el gorrión, que emigra en verano a Florida huyendo del calor cubano y regresa a la isla en invierno), eran los más populares, y seguramente también, los más inofensivos de los que utilizaron, para agredirse mutuamente, los dos bandos enfrentados durante la Guerra de los Diez Años de 1868. De los dos motes hace mención Santiago Ramón y Cajal en su autobiografía Recuerdos de mi vida, donde evoca su participación en la guerra cubana: «Aludiendo sin duda a la flojedad y delicadeza de este pajarillo, nuestros soldados designaban vigiritas (sic) a los criollos, y particularmente a los mambises o insurrectos; en cambio, los peninsulares éramos llamados gorriones y patones».

El 9 de enero de 1869 el general Domingo Dulce y Garay, gobernador y capitán general de la isla de Cuba, decretó la libertad de imprenta. Por primera vez en la historia los ciudadanos de la provincia de Cuba podían publicar libremente sin censura ni otro requisito previo, a excepción de dos asuntos que quedaban excluidos del nuevo derecho: la religión católica y la esclavitud. Fue, quizás, la medida más importante de las reformas políticas y administrativas de talante conciliador que se adoptaron, bajo el mandato del general Dulce, para intentar un acercamiento al bando insurrecto y poder pacificar la isla. Aunque la libertad de imprenta sólo estuvo vigente treinta y tres días, desde el día de su aprobación, el 9 de enero, hasta su derogación, el 11 de febrero, aparecieron 101 periódicos diferentes. Dos de los primeros periódicos que se anunciaron fueron El Gorrión (que se definía como «periódico hacendoso, liberal y chusco: saldrá cuando le dé la gana») y Las Bijiritas (que se definía como «periódico de rompe y raja que saldrá ahora, luego y después»). Ambos fueron efímeros. El Gorrión se publicó tres veces y Las Bijiritas unas pocas más, pero en vista de que ambas publicaciones salían de la misma imprenta a distintas horas del mismo día, con el mismo tamaño, misma tipografía y semejante estilo de redacción, se sospechaba que era la misma pluma la que escribía los dos periódicos. Un editor avispado había descubierto una forma de hacer negocio utilizando la prensa satírica y aprovechando la división de la sociedad a causa de la guerra.

Y aunque el apelativo «gorrión» o «gorriones», en boca de los insurgentes, tuvo la intención de ofender, los peninsulares aceptaron con gusto el calificativo. Pronto pasó a convertirse en un sobrenombre del que, especialmente, los Cuerpos de Voluntarios de la Isla de Cuba se sintieron orgullosos, dando lugar a un acontecimiento insólito en la Semana Santa de 1869.

Honras fúnebres al gorrión

La tarde del Jueves Santo, 25 de marzo de 1869, un voluntario del 7.º Batallón de la Compañía de Tiradores, mientras estaba de guardia, encontró un gorrión muerto debajo de los laureles de la Plaza de Armas de La Habana. Plaza histórica y emblemática de la capital cubana, lugar donde justamente 350 años antes se fundaba la ciudad en su actual ubicación [1]. El voluntario, considerando al gorrión como a uno de los suyos, llevó el cadáver del pájaro al Cuerpo de Guardia del Castillo de la Real Fuerza. Allí, el batallón que estaba de retén amortajó y embalsamó al difunto y le construyeron un pequeño altar para depositarlo. Alrededor del altar empezaron los diferentes cuerpos de voluntarios a tributar honras fúnebres al pajarillo. Cabos y sargentos lo colocaron en andas y lo pasearon por el cuartel tratando al finado como si fuera un soldado caído. Así, lo que había empezado como una simple chanza, fruto del aburrimiento de una guardia militar, se convirtió en una cuestión patriótica de la que pronto se hizo eco toda la isla.

Hubo quien entendió que este primer momento del homenaje al gorrión era una reivindicación de los voluntarios para atacar al general Domingo Dulce. Lo acusaban de ser demasiado conciliador y blando en sus políticas para combatir la insurrección en la isla. Apenas dos meses después, los voluntarios cercaron a Dulce en el Palacio de los Capitanes Generales y le obligaron a dimitir.

Después de ser publicada la historia de la muerte del pájaro en la prensa, acudieron a la fortaleza hombres y mujeres de toda la ciudad a rezarle y a encender cirios en su memoria. Las fuerzas de voluntarios hacían guardias de honor al compañero fallecido. Los pórticos del cuartel se adornaron con armas y banderas. Se mandaron invitaciones a las principales autoridades y personajes de la vida pública para que visitaran la capilla ardiente del gorrión. El Sábado Santo acudieron a la convocatoria la Marquesa de Castell-Florite, esposa del general Dulce, que llevó dos ramos de flores, y la esposa del gobernador de La Habana, Dionisio López Roberts, que llevó una corona de flores, mientras que sus acompañantes dejaron dinero para levantarle un monumento. El marqués de Aguas Claras envió una corona con una dedicatoria que decía: «De una bijirita que nunca ha visto a los gorriones con malos ojos».

A los pies del difunto improvisaron sonetos de pies forzados, entre otros poetas, el catalán Francisco Camprodón y el sevillano Gabriel Estrella, considerados «esclarecidos vates y probados gorriones» [2].

Hubo tal concurrencia de público al velatorio que fue necesario cerrar la verja del Castillo de la Fuerza para impedir la entrada de más visitantes. La prensa de la época recogía la noticia destacando que tuvo que abrirse la puerta a una niña (hija del gobernador de La Habana) que, llorando, gritaba «que la dejaran ver a su paisanito».

El Domingo de Pascua, el Batallón de Voluntarios Ligeros de La Habana, viendo que la gran afluencia de público no cesaba, colocó al gorrión con sus flores y coronas en el pórtico del cuartel y empezaron a cobrar entrada. A un real por cada visitante recaudaron más de 300 pesos que se destinaron a una casa de beneficencia.

El acontecimiento tuvo también repercusión en el mundo del espectáculo. Luisa Martínez Casado (la que llegaría a ser considerada por la crítica una de las mejores actrices de teatro de habla hispana del siglo XIX) participó, a sus 9 años de edad, en una obra titulada El gorrión escrita por su padre. Se representó diez noches seguidas y gracias a su éxito continuó durante más tiempo en el cartel del teatro Variedades-Albisú de la capital cubana.

Pasada la Semana Santa, los voluntarios de la ciudad de Matanzas enviaron un telegrama solicitando los restos del «gorrión voluntario» para tributarle, allí también, los últimos honores. Igualmente, el cuerpo del gorrión viajó, para celebrar las exequias, a las ciudades de Guanabacoa, Cárdenas, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba. En Cárdenas fue recibido en la estación de ferrocarril por el Cuerpo de Voluntarios Chapelgorris de Guamuta. Los voluntarios vascos eran célebres porque, dos meses antes, habían destacado en la batalla que consiguió sofocar la insurrección de Jagüey, siendo la victoria crucial para evitar la extensión de la guerra al lado occidental de la isla. El cortejo fúnebre paseó por las calles principales de la ciudad, y después de la celebración de una misa de campaña, el gorrión fue trasladado a los salones del Casino Español. Allí quedó expuesto en capilla ardiente con guardia de honor en la que se iban turnando los voluntarios de la ciudad.

Embarque de los voluntarios para Cuba

«Embarque de los voluntarios para Cuba en el puerto de Cádiz, despedida de familia», en la revista española El Museo Universal. Fuente: Wikimedia Commons.

La tumba sin nombre del gorrión

Después de todo el periplo por la isla, de regreso a La Habana, el gorrión fue enterrado en el Cementerio de Colón, hoy declarado monumento nacional de Cuba. Su tumba, que pertenecía al periódico La Voz de Cuba, se conserva a día de hoy sin ninguna inscripción, localizada en el sector noreste de la necrópolis.

La figura del gorrión, como representación de España y de lo español, originó posteriormente varias sueltas de gorriones por ciudades de toda la isla. Entre ellas, está documentada la que realizaron los voluntarios de Santiago de Cuba en diciembre de aquel mismo año y la que se hizo posteriormente en Tunas, que ayudaron, sin duda, a la expansión y éxito de la especie por toda la isla.

El símbolo del gorrión quedó ligado para siempre en Cuba con los voluntarios, y por extensión, con todos los españoles nacidos en Europa. Pero si analizamos cómo evolucionaron los acontecimientos históricos posteriores: la Guerra de 1895, la explosión del acorazado Maine y la guerra contra Estados Unidos, entendemos ahora que el verdadero enemigo de los gorriones no fueron las bijiritas, el enemigo que acabó devorando al malogrado gorrión fue el águila calva americana.

Bibliografía

  • Poey, F. (1865-1868). Repertorio Físico-Natural de la isla de cuba. Imprenta del Gobierno y Capitanía general, La Habana.
  • Pirala, A. (1895). Anales de la Guerra de Cuba Tomo I. Felipe González Rojas editor, Madrid.
  • Castellanos, G. (1934). Panorama histórico, ensayo de cronología cubana desde 1492 hasta 1933. Ucar, García y Cía, La Habana.
  • Roig de Leuchsenring, E. (1935). La Habana antigua: La Plaza de Armas. Municipio de La Habana, La Habana.
  • Roig de Leuchsenring, E. (1960) Fortalezas coloniales de La Habana Vol. III. Publicaciones de la Junta de Arqueología y Etnología, La Habana.
  • Roig de Leuchsenring, E. (1960) La Iglesia Católica contra la independencia de Cuba. Talleres de la Impresora Modelo, La Habana.
  • Marius, (11 de febrero de 1869). «Correspondencia particular». Diario de Mahón.
  • Miramamolín. (4 de abril de 1869). «De profundis. Al difunto gorrión. Necrología». El Moro Muza, pp. 1-5.
  • Sección amena. (24 de abril de 1869). El imparcial, p. 3.
  • Rodríguez Parets, B. (20 de junio de 1927). «A propósito de gorriones». El Cantábrico, p. 1.
  • Català, R.A. (2 de diciembre de 1932). «Del Lejano Ayer». Diario de la Marina, p. 18.
  • García Torres, H. (21 de marzo de 2021). «Un gorrión en el camposanto». CubaDebate.

Notas

[1] En 1519 tiene lugar la fundación de La Habana en el lugar que ocupa hoy la Plaza de Armas. Según la tradición, se eligió para solemnizar el suceso el 16 de noviembre, festividad de San Cristóbal, patrono de La Habana. Y cuenta la misma tradición que el acto consistió en la celebración de una misa al pie de una corpulenta ceiba y de la entrega de fueros y privilegios al cabildo.

[2] Francisco Camprodón Safont y Gabriel Estrella Mantilla habían estudiado derecho y en 1868 ambos se encontraban en Cuba trabajando. Camprodón estaba destinado en la Administración de Hacienda y Estrella como Magistrado en la Real Audiencia de La Habana.

Este artículo es finalista del III Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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