La muerte del rey Juan sin Tierra supuso un cambio radical en el curso histórico de la Inglaterra angevina. Después de casi dos años de duros combates y con el fantasma de la Carta Magna todavía reciente, un niño de nueve años llamado Enrique subía al trono. El futuro Enrique III, estaba bajo la atenta mirada del legendario caballero Guillermo el Mariscal. Un hombre que ha pasado hasta nuestros días como un ejemplo de perfecto caballero medieval, fiel y combativo que sirvió a Enrique II, Ricardo Corazón de León, Juan I y Enrique III hasta sus últimas horas.
La Primera Guerra de los Barones (1215-1217) había sacudido el país, y en detrimento de Juan se propuso que la Corona la ocupase Luis de Francia, futuro Luis VIII. Luis aprovechó la situación para recabar apoyos entre los barones descontentos e intentar conseguir el trono de Inglaterra. Nombres como Saer de Quincy, Roberto Fitzwalter y el joven Tomás, conde de Perche, componían la flor y nata del ejército de Luis. Este había reclutado un poderoso ejército que se sumaba a las fuerzas de Gilberto de Gante y Hugo de Arras. A finales de abril, Luis había tomado la decisión de acampar en Farnham, una pequeña localidad de Surrey que tenía excelentes comunicaciones con casi todo el país. Aquí tomó la decisión de dividir su ejército en dos para poder maniobrar mejor en la toma de Lincoln, objetivo de vital importancia para proseguir con la conquista de Inglaterra.
Lincoln era una ciudad que, a su vez, tenía un castillo ubicado al noroeste, y era una de las claves para ganar el centro del país. Suponía también una llave importante para profundizar en la línea de suministros hacia el norte de Inglaterra. Al frente de Lincoln se encontraba Nicola de la Haie, sheriff que se había beneficiado de las últimas reformas de Juan y había quedado al mando del lugar [1]. El castillo, que ya estaba siendo asediado desde el mes de marzo por Gilberto de Gante y Hugo de Arras, se preparaba para tener que aguantar a la fuerza liderada por Fitzwalter y Perche, reforzando así el asedio.
Guillermo se dirige a Lincoln
La respuesta realista no se hizo esperar. El viejo caballero de Berkshire aprovechó la división del ejercito anglo-francés para reunir un ejército en Newark-On-Trent, en el medio del país. Este ejército, liderado por Guillermo, contenía nombres tan importantes como el mercenario Faulkes de Bréauté [2] y los condes de Aumale, Derby y Salisbury, entre otros. La Iglesia, además, estaba representada por Pedro des Roches, el obispo guerrero de Winchester, que había tenido que huir al perder la ciudad frente a las fuerzas de Luis. Este, además, bendijo la acción e hizo que las tropas realistas bordasen una cruz blanca en sus ropas ya que tenían la protección papal.
Las fuerzas en liza, según los datos que tenemos, parecían bastante parejas. El cronista Roger de Wendover nos indica cómo la fuerza de Guillermo contenía 406 caballeros y 317 ballesteros sin contar la guarnición de Lincoln. Mientras tanto, los franceses sumaban algo menos de 1000 infantes y unos 500 caballeros.
Un soleado 20 de mayo de 1217 comenzó con un discurso de Guillermo, que arengó a sus fuerzas argumentando que había que expulsar al invasor francés y que, de no ser así, perderían sus tierras, mujeres e hijos. El ejército de Enrique se dividió en cuatro secciones, también llamadas «batallas». La primera por Ranulfo de Chester, la segunda por el Mariscal, la tercera por Guillermo Longsword, conde de Salisbury, y la última de reserva por el religioso Pedro des Roches. La vanguardia la formaron los ballesteros, muchos de ellos curtidos en numerosas campañas bajo el mandato de Juan a pesar de su humilde condición.
El viejo Mariscal analizó rápidamente la situación. Decidió, así, que tenía que comunicarse con la guarnición del castillo para hacer frente a las fuerzas de Luis. Uno de los caballeros de la guarnición, llamado Godofredo de Sunderland, fue al encuentro de Guillermo escabulléndose por una puerta secreta, no sin antes tener que sortear una patrulla francesa. Cuando Guillermo procesó la información que Godofredo consideró que las posibilidades de que las fuerzas enemigas pudiesen hacer una salida eran bastante altas. Mandó a la reserva a Des Roches para cubrir su flanco derecho. El miedo de Guillermo a una carga frontal francesa era tal que incluso dispuso a muchos de los caballeros para que estuviesen preparados para sacrificar a sus propias monturas y que hiciesen de obstáculo frente a las cargas, puesto que el terreno no ayudaba.
Mientras tanto, el ejército anglo-francés confió en su ligera superioridad numérica y en la información recabada por sus exploradores. Fitzgerald concluyó que debían salir a su encuentro en una colina cercana. El joven de veintiún años Tomás tenía otra información del ejercito de Enrique: sus exploradores se habían confundido y creían que los efectivos ingleses eran el doble de los que realmente eran. Esta confusión vino dada porque los exploradores contaron dos estandartes reales. Lo que no sabían es que uno de ellos correspondía al vagón de suministros, por lo tanto los franceses tomaron una posición más defensiva. La falta de un mando único en el bando rebelde se revelaría decisivo en la contienda.
La lectura de la batalla siguió a manos de Guillermo, que rápidamente bloqueó los accesos a las puertas del norte y oeste de la ciudad junto al conde de Chester. Es aquí cuando el mercenario Faulkes de Bréauté hizo valer su sueldo en una intrépida acción. Faulkes accedió a través de la puerta que usó Godofredo para comunicarse con el exterior para reforzar la guarnición del castillo. Los ballesteros que pudo introducir no solo levantaron la moral entre la guarnición realista, sino que reforzaron las almenas del interior tomando por sorpresa a los rebeldes. De hecho, los ballesteros causaron en los rebeldes una gran confusión. Faulkes siguió el consejo de Guillermo y ordenó a sus ballesteros que dirigiesen sus disparos contra los caballos enemigos. Pronto, las calles de Lincoln se llenaron de cadáveres de los animales, dificultando así el tránsito de las fuerzas rebeldes y negando cualquier capacidad de maniobra a la afamada caballería francesa.
El avance de la fuerza exterior realista se dispuso a franquear la puerta, y es aquí donde un controvertido episodio, narrado en la propia crónica de Guillermo el Mariscal, nos dice que el anciano caballero se quitó el casco y vociferó: «¡Dios está con el Mariscal!» Guillermo, con nada más y nada menos que setenta años, parecía seguir en un gran estado de forma física.
Atrapados entre la salida de las fuerzas de Faulkes y las realistas, la refriega en las calles de Lincoln fue terrible. El pánico entre las filas anglo-francesas hizo que muchos de sus ballesteros matasen a sus propios hombres por error. El combate se libraba calle por calle. Roberto de Ropsley [3] se enfrentó al conde de Salisbury en combate singular, que hubiese acabado con la muerte del segundo si no llega a ser por la intervención de Guillermo, que descargó un fuerte tajo en el hombro de Roberto.
En la zona de la catedral las fuerzas de Perche quedaron cercadas. Conminados a rendirse, el joven y soberbio Tomás se negó y se dispuso a cargar hasta en tres ocasiones para intentar escapar. El resultado fue nefasto: la mayoría de sus hombres perecieron, incluido él mismo, herido de muerte. El francés fue rematado por un caballero llamado sir Reginaldo Crocq, que introdujo su puñal por la visera del yelmo de Perche. Aunque ya de poco sirvió, ya que Reginaldo Crocq tampoco vería otro amanecer: moriría desangrado esa noche por una herida mortal.
La muerte de Tomás, conde de Perche, fue el detonante de una rendición acelerada, pronto una orgía de saqueo y sangre se desató en la ciudad. Roger de Wendover nos cuenta cómo los hombres del rey saquearon las casas, no respetaron ni a los clérigos, incluso robaron numerosos objetos litúrgicos de la catedral, aparte de lanzar a las mujeres al río Witham [4]. Como es costumbre en una guerra medieval, la mayoría de las muertes se dieron en estos momentos del conflicto.
La suerte de los vencidos en la batalla de Lincoln
Los condes de Hereford y Winchester, Gilberto de Gante y Fitzgerald fueron capturados junto a numerosos caballeros. La suma total fue de 46 barones y 300 caballeros [5]. El reinado de Juan I había sido realmente sangriento. El cuarto hijo del matrimonio de Leonor de Aquitania y Enrique II no estuvo preparado para reinar. La falta de formación y el carácter iracundo del joven habían sembrado el odio y la desconfianza entre la nobleza del Imperio angevino. Los prisioneros en su época eran, generalmente, tratados de una manera realmente mala. Tras la batalla de Mirebeau (1202), la mayoría de los prisioneros fueron encarcelados en condiciones penosas, incluso se cree que Arturo de Bretaña pudo ser mandado eliminar por Juan mientras estaba en la cárcel. Juan, además, tenía una gran animadversión por los traidores y solía ejecutarlos, como pasó en Rochester (1215) con un arquero que se había cambiado de bando meses antes.
En el caso de los prisioneros de Lincoln –quitando la marea de violencia que se desató contra la población civil, en la mayoría de las veces la más afectada–, el código de caballería se respeto con creces. El regente de la Corona inglesa, Guillermo el Mariscal, haciendo gala de su propaganda como caballero ejemplar, perdonó la vida a todos los soldados enemigos. Todos los que lucharon por Luis fueron perdonados, desde el soldado más humilde hasta los caballeros con posesiones en Inglaterra. Se respetó sus vidas y se les puso en libertad. Fue tal el acto por parte de Guillermo que respetó hasta sus posesiones, tanto en el continente como en la propia Inglaterra.
Conclusión
La batalla de Lincoln fue, en palabras de numerosos especialistas, totalmente decisiva para el futuro de la Inglaterra medieval. La lucha entre capetos y angevinos llegó a un punto realmente crítico. La victoria de los realistas consolidó el trono del joven Enrique, un reino sumido en luchas internas. Además, el reino de la flor de lis se veía reforzado en el continente. La maquinaría bélica, que desde Bouvines (1214) había cosechado importantes éxitos bajo la meticulosa dirección del rey Felipe Augusto, solo pudo ser frenada en Dover en dos asedios diferentes (1216 y 1217), en una serie de operaciones poliorcéticas que los franceses tenían que participar a la fuerza si querían seguir con la invasión, puesto que Dover era la puerta a Inglaterra. El mando de Luis había logrado formar un ejército compacto y unos recursos que se antojaban casi inalcanzables para una Inglaterra que se marchitaba entre luchas intestinas.
Finalmente, la falta de unidad en el mando anglo-francés resulto ser fatal, unido a la infravaloración del ejército realista por parte de Fitzgerald. La astucia de un experimentado soldado como Faulkes de Bréauté, experto en dar golpes de mano, y la correcta lectura de los acontecimientos por Guillermo el Mariscal hicieron que la batalla de Lincoln fuese, como bien describió el maestro Duby: «para el Mariscal, Lincoln es el Bouvines que su avanzada edad le hizo perderse» [6].
La vida de Guillermo el Mariscal fue una vida prácticamente dedicada al oficio de la guerra y como heraldo del rey en el extranjero. Siendo el cuarto hijo de un noble menor, la búsqueda de una posición más elevada hizo que luchase en numerosos escenarios, como en Picardía, donde destacó como militar y consiguió que la nobleza inglesa le tuviese en alta estima por sus victorias en torneos. Su papel como comandante de las fuerzas de Enrique II en la rebelión de sus hijos y como portavoz del rey en el extranjero lo elevó a las más altas esferas [7]. Finalmente su papel en las cruzadas, donde incluso en una ocasión salvó al rey Ricardo de la muerte en una escaramuza contra los musulmanes. La lealtad que le profesó a un rey tan despótico como fue Juan sin Tierra hizo que desde su época se crease un aura casi mágica de su persona. El anciano mariscal dio además consejos para gobernar en su lecho de muerte al joven Enrique y fue nombrado caballero de la Orden Templaria en sus últimas horas de 1219, como él siempre quiso. Por tanto, la batalla de Lincoln es un broche de oro a la carrera del que en su tiempo fue el mejor caballero de la cristiandad.
Bibliografía
Fuentes Primarias
- The History of William Marshal, trad: Nigel Bryant (2016), London, Boydell Press.
- Flores Historiarium Vol III, VV. AA (2016), Nabu Press.
Fuentes secundarias
- Asbridge, T. (2015), The Greatest Knight: The Remarkable Life of William Marshal, the Power behind Five English Thrones, Simon and Schuster.
- Contamine,P. (1984). La guerra en la Edad Media, Barcelona, Labor.
- Duby, G. (1987) Guillermo el Mariscal, pp.167, Madrid, Alianza.
- Gillingham, J. (2002) Ricardo Corazón de León, trad: Bernardo Santano Moreno, Madrid, Sílex.
- Housley, H. (2005): “La guerra en Europa. 1200-1320”, en M. Keen (ed.): Historia de la guerra en la Edad Media. Oxford, Oxford University Press, pp.151-177.
- Knighton,A (2016) ‘’¿What Happened to the prisioners of war?’’, Medieval Warfare Vol VII, N2, ‘’A war for England, The battle of Lincoln’’ pp.39.
- McGlynn, S. (2016) ‘’The Battle of Lincoln’’, pp26-33. Medieval Warfare Vol VII, N2. ‘’A war for England, the Battle of Lincoln’’.
- Norgate, K. (2013 [1902]), John Lackland, Londres, Theclassic.us.
- Strickland, M. (1996), War and Chivalry: The conduct and Perception of War in England and Normandy, 1066-1217, Cambridge University Press.
Notas
[1] En 1212 Juan ‘’Sin Tierra’’ dotó de gran poder a los sheriffs para intentar garantizar la lealtad de caballeros, barones y condes, controlando sus maniobras. Contamine, P. (1984). La guerra en la Edad Media, Editorial Labor, Barcelona, pp.112.
[2] Faulkes de Breáuté fue un caballero anglonormando que luchó en numerosos escenarios europeos, tales como Flandes, Inglaterra, Francia e incluso el Sur de Gales y que se mantuvo fiel a Juan veáse: Norgate, K. (2013 [1902]), John Lackland, Theclassic.us, Londres, p. 255.
[3] Roberto de Ropsley fue uno de los sheriffs que se mantuvo fiel a Juan durante la Primera Guerra de los barones, pero que cuando este murió perdió el favor real y cambió de bando.
[4] Luard, H. (1890) Flores Historiarum vol. 2, Ed. Nabu Press, p. 168.
[5] Knighton,A (2016) «¿What Happened to the prisioners of war?», Medieval Warfare Vol VII, N2, A war for England, p. 39.
[6] Duby, G. (1987) Guillermo el Mariscal, Alianza Editorial, Madrid, p. 167.
[7] Gillingham, J. (1999) Ricardo Corazón de León, trad: Bernardo Santano Moreno, Editorial Silex, Madrid, p.172.
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