Si nos hablan de un occidental trotamundos luchando en el frente de Oriente Medio de la Primera Guerra Mundial y que hubiese redactado sus memorias, la mayoría pensaremos en Lawrence de Arabia. Pocos sabrán que dos años antes de que este publicase en Londres la primera edición inglesa, y limitada a sus amigos, de su libro Seven Pillars of Wisdom («Los siete pilares de la sabiduría»), el venezolano Rafael de Nogales ya había publicado en castellano Cuatro años bajo la Media Luna (1924), donde narraba sus experiencias en el ejército otomano durante la Primera Guerra Mundial. Mientras Lawrence es conocido en todo el mundo, pocos conocen la apasionante vida de Rafael de Nogales.
Rafael de Nogales Méndez (1877-1936) nació en una acomodada familia venezolana, con negocios de café, por los cuales tenía tratos con empresas alemanas, este hecho facilitó el viaje de Rafael a Europa para formarse militarmente en Alemania, Bélgica y España. En 1898 tuvo su bautismo de fuego luchando al lado de los españoles. Inició después un periplo por el norte de África, África subsahariana, Asia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, participando en diferentes guerras y revoluciones antes de la Primera Guerra Mundial. Por desgracia falta una investigación histórica seria que demuestre con otras fuentes los interesantes acontecimientos que narra Nogales en sus libros.
Es normal que en muchos lugares nuestro protagonista sea calificado de aventurero, pero él no se consideraba tal ya que pensaba que un aventurero era un “iletrado pedante, o socialmente un caballero ocioso, fuera de combate, que no posee una carrera en particular y que siempre está buscando ingeniosamente el modo de hacer dinero”[1], y él se consideraba un caballero andante; “un caballero de nacimiento que para toda voluntaria o desinteresada acción audaz tiene un gesto elegante. A menudo es un soldado de carrera demasiado digno como para vender su espada al mejor postor pero muy impaciente para esperar que la guerra siga en sus solares. No puede esperar, la busca, la crea, la inventa y la dirige. No odia sino el orín en su armadura o una disposición pacífica en su alma. Sale al mundo a romper lanzas por sus ideales; el más fuerte de todos está incorporado en la vieja romántica frase: actuar o morir. Para algunos hombres no actuar es morir, morir de desagradable muerte espiritual”[2].
Rafael Nogales estaba en la isla de Trinidad, en el Caribe, cuando supo que había estallado la Gran Guerra y que Venezuela había declarado su neutralidad, evidentemente no podía dejar pasar aquella oportunidad de acción, haciendo honor a su lema “cuando veas una guerra buena, alístate para combatir en ella”. Si dentro de la concepción romántica nacida en el siglo XIX había guerras buenas, aunque Goya ya había cuestionado este concepto en sus magníficos grabados Los desastres de la guerra, desde luego para muchos la Primera Guerra Mundial sería el inicio del final de esa guerra entre caballeros en la que creía Nogales.
El periplo de Rafael Nogales
Como escribe en su biografía a pesar de haberse criado y educado en Alemania (sus dos hermanas se casaron con alemanes), decidió sacrificar sus simpatías personales “en aras de la raza latina, yendo a ofrecer sus servicios a la pequeña pero heroica Bélgica, que se había convertido de la noche a la mañana en el campeón de las naciones débiles aunque conscientes de su honor e independencia”[3]. A pesar de su caballeresco ofrecimiento Rafael Nogales no consiguió ser aceptado en el ejército belga, al no pertenecer a una nación aliada. Entonces lo intentó en el ejército francés, donde solo le ofrecieron la oportunidad de entrar en la Legión extranjera. A pesar de todo Nogales no se desanimó y siguió buscando su guerra buena por Europa, de esta forma llegó a Montenegro, país que describe de forma romántica, mostrando una vez más su sensibilidad hacia los más débiles; “en aquellas serranías respiraba un pueblo libre y heroico que, después de resistir durante siete siglos al poder de todos los sultanes, se hallaba en esa época desafiando a las águilas de Austria desde Cataro hasta Sarajevo con un ejército inferior tal vez a quince mil hombres”[4]. Al igual que en Bélgica y Francia, Nogales fracasó en su intento de entrar en el ejército montenegrino. Así nuestro protagonista llegó a la por entonces neutral Bulgaria, donde gracias a sus contactos con militares alemanes consiguió convencer a los turcos de que aceptaran sus servicios convirtiéndose en Nogales Bey y luchando en diferentes frentes del Próximo Oriente. Paradójicamente lucharía como oficial en el bando contrario al que inicialmente se había pensado alistar, al lado de aquellos sultanes a los cuales los montenegrinos habían resistido.
Nogales empezó su servicio en el Tercer Ejército Otomano en Erzurum (Anatolia), la “Siberia turca”, en enero de 1915, luchando contra los rusos en los pasos del Cáucaso. Si la mayoría de los soldados constataron en las trincheras que aquel conflicto nada tenía que ver con la guerra gloriosa, corta y victoriosa que les habían inculcado y que les hizo desfilar alegres hacia el frente, el caso de Nogales era diferente; él era un militar profesional con experiencia bélica tanto regular como irregular, y por tanto acostumbrado a los desastres de la guerra. Nada en su primer contacto con la Gran Guerra era excesivamente diferente de lo que había vivido en anteriores campañas militares. Cuando en la primavera de 1915 fue enviado a la provincia de Van, donde había estallado una rebelión de los armenios, Nogales ya se encontró los cadáveres mutilados de numerosos armenios y comenzó a descubrir que el frente turco del Cáucaso era diferente a otros y que en él no sólo se luchaba contra los rusos, sino que también había una guerra irregular en la cual se mezclaban rivalidades nacionales, étnicas y religiosas que hundían sus profundas raíces en la historia. En un principio su opinión de los armenios no fue demasiado positiva criticando su intento de crear una Armenia independiente con el apoyo de Rusia, intentando “apoderarse por la fuerza de las provincias turcas de Bitlis, Van y Erzurum (en las que ellos apenas representaban el 30% de la población, por término medio)”[5]. Nogales pensaba que la autonomía era la solución más lógica y justa al problema nacional armenio dentro del Imperio turco.
Cuando finalmente llegó a la ciudad de Van, donde luchaban armenios y turcos, él era el único cristiano que participaba en la batalla en el lado turco, no había oficiales alemanes ni austriacos, habituales en otras batallas y frentes. Fue en esa campaña cuando comenzó a replantearse su participación en la guerra, al contemplar las matanzas de la población civil armenia, especialmente de ancianos, mujeres y niños, llegando a pedir la baja en el ejército turco, que no le fue aceptada y sintiendo en peligro su vida, dado el interés turco en mantener en secreto la masacre. Este último hecho es cuestionado por Mehmet Necati Kutlu, profesor de Historia de la Universidad de Ankara, que con razón señala que si los turcos hubiesen querido matar a Nogales no hubiesen tenido demasiado problemas para hacerlo, y que aporta un documento del general Mahmud Kâmil en el que este indica que Nogales no podía causar ningún daño en caso de licenciarse del ejército aunque realizase alguna publicación negativa sobre el ejército y los armenios[6]. Claro que este documento es de octubre de 1915, cuando todavía el genocidio armenio y su conocimiento internacional estaba en sus inicios, seguramente dos años después la opinión no sería la misma.
Es evidente que Nogales era un caballero surgido del romanticismo del siglo XIX que en la Primera Guerra Mundial, al igual que Lawrence de Arabia, se encontró con la dura y negra realidad de la guerra en el siglo XX. A lo largo de su libro describe la crueldad de la masacre de los armenios; la mutilación de sus cuerpos, el asesinato de mujeres, ancianos y niños, a pesar de sus intentos en diversas ocasiones de acabar con aquellas masacres y salvar algunas vidas, hecho que pocas veces conseguirá. Nogales no culpará de la masacre al ejército regular turco sino a voluntarios y milicianos kurdos que seguían órdenes de políticos como el gobernador Dyevded Bey, quien “a causa de su patriotismo, fanatismo o instintos sanguinarios, llámese como se quiera, había acabado por convertirse en el ángel exterminador de los armenios en las provincias orientales”[7].
El genocidio armenio según Rafael Nogales
Cuando Nogales escribe sobre la matanza de los armenios lo hace desde el punto de vista típico del occidental que en aquel momento se siente por encima de los pueblos orientales, a los que considera crueles e inferiores, pero está claro que no deja de maldecir su mala suerte al convertirse al lado de los musulmanes en verdugo de los cristianos. En su libro se muestra su dilema continuo entre cumplir con su obligación como oficial del ejército turco y su sentimiento de solidaridad cristiana con los armenios. Su testimonio del genocidio de los armenios es de gran interés al ser a la vez el de un cristiano y el de un militar profesional al servicio de los turcos, no implicado en los odios históricos entre unos y otros.
El interés y la veracidad de lo que Nogales describe se muestra de cierta forma en que su testimonio ha sido utilizado tanto por turcos como por armenios. Aunque el primer traductor turco de su libro, Ismael Hakki, fue muy crítico con la descripción de la cuestión armenia realizada por Nogales y le acusó de ser “un oficial extranjero sin abolengo que mordía la mano que le prestó la espada” lo cierto es que el libro confirma la versión turca de que su actuación contra los armenios, inicialmente al menos, sólo respondió a una situación de guerra, frente al alzamiento de aquellos contra los otomanos. Justificando además lo que pasó por las atrocidades que también realizaron los armenios contra musulmanes civiles. Mientras que los armenios igualmente han utilizado su testimonio para demostrar que fueron las víctimas del primer genocidio del siglo XX. Lo cierto es que ambas partes tienen razón, Nogales describe con detalles descarnados los horrores de la lucha, las masacres y las deportaciones que la población civil armenia sufrió, a la vez que queda fuera de toda duda que los armenios se levantaron en rebelión armada contra Turquía, instigados por Rusia y también masacraron a musulmanes civiles desarmados.
Rafael Nogales no abandonó el ejército turco después del sitio de Van pero sí que consiguió ser trasladado al sexto ejército otomano para luchar en el frente de Irak e Irán, posteriormente ya en 1916 se incorporaría al cuarto ejército en el frente sirio, luchando en el Sinaí, en Gaza y contra la sublevación árabe. Su último servicio en el ejército turco fue como gobernador militar en el Sinaí antes de volver a Estambul y asistir a la capitulación de Turquía el 31 de octubre de 1918.
Tras la Primera Guerra Mundial
Aunque el presidente norteamericano Wilson llamó a Rafael Nogales “verdugo de Armenia” y le vetó su entrada en los Estados Unidos, lo cierto es que el venezolano se comportó en todo momento como un militar profesional intentando en la medida de sus posibilidades ayudar a la población civil atrapada en el remolino de violencia que fue la guerra en el Próximo Oriente. Seguramente su pensamiento de que aquel genocidio sólo era resultado de la brutalidad de los pueblos orientales, es la que le permitió seguir manteniendo su lema de que había guerras buenas, por desgracia, como ya habían demostrado las guerras imperialistas del siglo XIX y demostrará la Segunda Guerra Mundial, ni los genocidios ni la crueldad extrema con la población civil eran exclusivas de los pueblos orientales.
Después de la Gran Guerra y de escribir su experiencia en la misma, Nogales todavía tuvo tiempo para ser corresponsal de guerra en Nicaragua, donde conoció a Sandino, escribiendo después su libro El saqueo de Nicaragua (1928), que por su denuncia del imperialismo norteamericano fue incautado por el gobierno de los Estados Unidos. Finalmente, moriría de enfermedad en Panamá en 1936. Entre las ofrendas florales de su tumba destacaba una corona de roble con laureles de oro. La había enviado el káiser Guillermo II, exiliado en ese momento en Holanda. A la corona le acompañaba una tarjeta con estas palabras: “A Rafael de Nogales Méndez, generalísimo en la gran guerra, uno de los caballeros más valientes y nobles que haya conocido”.
Bibliografía
- Jasmina Jäckel de Aldana, “¿Del aventurero trotamundos al héroe nacional venezolano?”, Estudios de Asia y África, Colegio de México, enero-abril 2000. http://www.redalyc.uaemex.mx
- Mehmet Necati Kutlu, “Un oficial latinoamericano en el ejército otomano y algunos documentos nuevos”, 1915 el año más largo del Imperio otomano. Una mirada centenaria. Univesidad Nacional Costa Rica, 2015.
- Peter Englund “La belleza y el dolor de la batalla: La Primera Guerra Mundial en 227 fragmentos” Editorial Roca 2011.
- Rafael de Nogales Méndez, Memorias, Tomos I y II, Editorial Fundación Biblioteca Ayacucho, Colección La Expresión Americana, 1991.
- Rafael de Nogales Méndez, Cuatro años bajo la Media Luna, Fundación Editorial El Perro y la Rana, Caracas, 2006.
- Violeta Rojo, “Memorias de un aventurero venezolano: Rafael de Nogales Méndez”, Revista Virtual Contexto, N° 8, 2002. http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/18898/1/violeta_rojo.pdf
Notas
[1] Rafael de Nogales Méndez, Memorias, p. 27.
[2] Ibid p.28.
[3] Rafael de Nogales Méndez, Cuatro Años Bajo la Media Luna, p. 31.
[4] Ibid p. 34.
[5] Ibid p. 44.
[6] Mehmet Necati Kutlu “Un oficial latinoamericano en el ejército otomano y algunos documentos nuevos”, p. 25.
[7] Rafael de Nogales Méndez, Cuatro Años Bajo la Media Luna, p. 139.
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