Si Hitler había ido perdiendo la confianza en sus generales a lo largo de la contienda, el fracaso del intento de asesinato del 20 de julio de 1944 acabó con el escaso crédito que aún tenían ante su Führer, quien decidió que aquel cuerpo de profesionales, traidor y falto de fe, debía de ser arrinconado en favor de un ejército nuevo, más convencido de la victoria, más fanático. Dos fueron los caminos elegidos por Hitler para obtener lo que quería. Por un lado, mandó reforzar las SS, ampliando sus posibilidades de reclutar y crear nuevas unidades por medio del traslado de oficiales y poniendo a Heinrich Himmler, su jefe, al mando del Einsatzheer (el “ejército de reemplazo”), que era el que se encargaba de reponer los efectivos perdidos en combate por la Wehrmacht. El otro fue la creación del Volkssturm. Es importante indicar que la idea original fue de Heinz Guderian, quien por entonces era jefe del Estado Mayor General del OKH. Este propuso a Hitler la creación de una fuerza de milicias, que sería entrenada y organizada por las SA (Sturmabteilung, la fuerza del choque del partido nazi, aunque su poder había ido declinando en favor de las SS) y quedaría bajo el mando del ejército. Al principio el dictador se opuso a la idea, pero no tardó en cambiar de parecer y, el 6 de septiembre de 1944, se creó el Landssturm.
La organización del Volkssturm
No duró mucho. Una de las características del sistema político-administrativo del Tercer Reich fue la división y la lucha constante entre los cargos políticos por las parcelas de poder, y el Landssturm no tardó en convertirse en una de sus víctimas. Quien levantó la liebre fue Martin Bormann, secretario personal de Hitler y jefe, de facto, del partido nazi, cuando afirmó que, bajo el control del ejército, los hombres de la nueva milicia carecerían de la motivación y el fanatismo necesarios para luchar hasta el final y bajo cualquier circunstancia, y que había que ponerlos bajo el control del partido para que este asegurara su convicción ideológica. El 25 de septiembre, Hitler emitió un Decreto secreto en el que se reordenaba la milicia recién formada y el 18 de noviembre este fue ratificado por un Decreto oficial firmado por Heinrich Himmler. El Landssturm se había convertido en el Volkssturm. Por desgracia para esta nueva fuerza militar, las luchas internas no tardaron en tirar de ella en todas direcciones. El propio Hitler fue quien provocó el problema, pues en su Decreto puso la organización del Volkssturm en manos del partido, es decir, de Martin Bormann, quien delegó la tarea en Wilhelm Friedrichs; pero adjudicó su gestión militar a Heinrich Himmler, quien también delegó en su jefe de Estado Mayor, Gotlob Berger. No bastaba, por supuesto, con una bicefalia, y no pasó mucho tiempo antes de que el nuevo servicio se viera intervenido por el doctor Robert Ley, jefe del Deutsche Arbeitsfront (“frente alemán del trabajo”), por Wilhelm Schepmann, jefe de las SA, quien sin duda se resentía de la pérdida de autoridad que suponía la desaparición del Landssturm, y el propio Albert Speer, ministro de Armamentos y producción de guerra, que era quien, al final, tenía que armar a esta nueva fuerza.
La creación de esta milicia estuvo condicionada por dos principios opuestos. Por un lado, la maquinaria oficial del nazismo pretendía que fueran combatientes convencidos, fanatizados, al estilo de los soldados japoneses desplegados en las islas del Pacífico, dispuestos a luchar hasta el último hombre sin retroceder jamás, un concepto plenamente promocionado por Hitler. De ahí nació el nombre de Volkssturm, tormenta popular, asalto popular, en el que se recalcaba la idea de Volkskrieg (“guerra entre pueblos”) tan cara al nacionalsocialismo. El otro principio en juego fue el de la eficacia militar, ya que de nada servía el mero despliegue de una masa humana sin las aptitudes necesarias para el combate.
Tratando de dar cumplimiento a ambos principios, serían reclutados en el Volkssturm todos los hombres entre los 16 y los 60 años, incluyendo a todos aquellos que habían quedado exentos de reclutamientos anteriores por la importancia económica de sus trabajos o en el sostenimiento de la maquinaria militar. Para paliar la pérdida de estos activos, se acordó que la actuación de esta milicia, organizada en batallones, sería solo de ámbito local, de modo que los soldados del Volkssturm pudieran, una vez entrenados, seguir con sus ocupaciones hasta que el enemigo se acercara a su zona de combate. De hecho, para afinar más este concepto, los milicianos fueron divididos en cuatro grupos. El I y el II lo formaron aquellos que estaban plenamente capacitados, que fueron clasificados en función de la importancia de su ocupación en la vida civil para combatir en el ámbito de toda la región (Gau, grupo I), o solo local (Kreis, grupo II). El grupo III los compusieron los más jóvenes, miembros de las Hitlerjügend, que en un nuevo ejemplo de la policefalia del Reich quedaron bajo el control de esta organización y muy a menudo fueron evacuados de la zona de combate antes de llegar a integrarse en su unidad del Volkssturm (aunque en otras ocasiones, como en Berlín, sí combatieron), y al grupo IV fueron a parar aquellos que tenían alguna incapacidad física. Estos últimos tan solo fueron empleados en tareas de seguridad a nivel local.
Ya hemos indicado que la unidad base fue el batallón. Este quedó bajo el mando de un Bataillonsführer nombrado por el Kreisleiter (“jefe local del partido”), que se dividía en tres compañías (mandadas por un Kompanieführer), de tres secciones (Zugführer) con tres escuadrones de nueve o diez hombres (Gruppenführer). Esta organización no fue fija, sino que varió según la población correspondiente a cada batallón, en virtud de la cual podía ser necesario crear más compañías. Tampoco los cargos antedichos fueron verdaderos rangos militares, y en su mayoría eran elegidos a dedo por el jefe superior. Los criterios para la elección de estos mandos fueron fruto de la dicotomía comentada más arriba: a los combatientes les convenía que tuvieran cierta experiencia militar, pero los Gauletiers, sus jefes políticos, dormían mucho más tranquilos si eran nazis convencidos y, en consecuencia, estaban dispuestos a luchar hasta el más amargo final.
Rechazo popular, carencias logísticas
A efectos prácticos, la idea del Volkssturm no entusiasmó a los alemanes. Muchos de los que hasta entonces habían estado exentos de incorporarse a filas se dieron cuenta de que se les acababa la suerte y, en general, se extendió la inquietud de si serían soldados regulares, sujetos a las obligaciones y, sobre todo, a la protección de los tratados internacionales, o no. Los discursos de Himmler dejaron entrever que lucharían en el frente pero también por detrás de las líneas enemigas, lo que podía convertirlos en guerrilleros y, de ser así, corrían el riesgo de no ser reconocidos como combatientes y fusilados tras ser capturados.
Además de los citados, hubo diversos factores que minaron la moral de los llamados al Volkssturm. En primer lugar la falta de uniformidad. Los tratados de La Haya indicaban que bastaba la presencia de un signo distintivo visible a distancia, pero a muchos el brazal con las palabras Deutscher Volkssturm no les pareció suficiente. La ausencia de un uniforme y la necesidad de personarse con la ropa propia también tuvo su efecto disuasorio, porque en aquel momento la ropa de calidad era muy escasa en Alemania, por lo que o el Vokssturmann pasaba frío y se mojaba, o se arriesgaba a arruinar su mejor ropa ya desde la fase de entrenamiento. Otro elemento disuasorio, ya adelantado más arriba, fue el de los mandos.
Tanto a efectos de entrenamiento, donde un militar profesional siempre tenía más claro qué necesitaban conocer los reclutas y qué no, como a efectos del combate. No es difícil imaginarse la impresión que debía de causar a cualquier oficinista poco inclinado a ir a la guerra la figura de un Gruppenführer dispuesto a obligarlo a hacer el último de los sacrificios en nombre de una patria que se moría. Finalmente, también fue vital la cuestión del armamento. A primeros de 1945 Alemania sufría carencias graves de todo tipo de armas, especialmente fusiles y ametralladoras, por lo que la mayoría de los batallones fue equipado con materiales antiguos. Dicho esto, merece destacar dos piezas de la panoplia empleada por el Volkssturm. Por un lado, los lanzagranadas de carga hueca Panzerfaust, que fueron distribuidos con muchísima generosidad y que, para estos soldados, supusieron una auténtica tabla de salvación, ya que con ellos se vieron capacitados para enfrentarse a los blindados enemigos. Por otro, aunque escasa, llamó mucho la atención a quienes pudieron utilizarla la ametralladora MG 42, cuyo sonido era como rasgar un papel, a diferencia del tableteo que conocían de guerras anteriores.
El Volkssturm en la batalla de Berlín
En lo que a la batalla de Berlín se refiere, un nuevo personaje vino a sumarse al caos organizativo del Tercer Reich, Joseph Goebbels, quien, con el rimbombante título de comisario de defensa del Reich para Berlín, se puso al mando del Volkssturm de la ciudad. “La llamada del Führer es una orden sagrada para nosotros”. “¡Creed!, ¡Luchad!, ¡Ganad!”. Frases elevadas que los noticieros cinematográficos fusionaban con apretadas filas de futuros combatientes armados con Panzerfauste y que convirtieron las diatribas del ministro de Propaganda en afirmaciones muy creíbles para los berlineses. El gancho publicitario funcionó en parte, el resto lo haría la amenaza de ser tratados como desertores que pesó sobre todos aquellos que no acudieran. En total, de los aproximadamente 41 000 defensores de Berlín, 24 000 pudieron ser del Volkssturm, que llegó a alcanzar la cifra de 200 batallones, aunque 90 es una cifra más creíble. En ambos casos, si tenemos en cuenta que un batallón debía tener unos efectivos en torno al millar de hombres, un poco menos, podemos deducir que estos “batallones” nunca fueron tales, sino meras denominaciones.
En todo caso, la actuación del Volkssturm en Berlín fue sumamente irregular. Diversos informes de unidades de la Wehrmacht indican la presencia de batallones o compañías de esta milicia en alguno de sus flancos, y a continuación su desaparición. Tiene cierto sentido si tenemos en cuenta que, para empezar, las unidades del Volkssturm fueron divididas en dos grupos, el I, en el que se integraban los que tenían armas, y el II, formado por hombres desarmados. Y si bien lo lógico hubiera sido enviar a estos últimos a casa, en realidad fueron concentrados en el centro de la ciudad, a la espera de que se encontraran armas para equiparlos. Al final, fue bastante habitual que muchos de aquellos hombres, escasamente entrenados, acabaran desmoralizándose y abandonando sus puestos, sobre todo cuando tras acabarse su reserva de Panzerfauste quedaban impotentes ante los blindados soviéticos y, rápidamente, llegaban a la conclusión de que habían cumplido su parte y había llegado la hora de marcharse a casa.
Es sumamente difícil seguir la pista de todas las unidades que combatieron en torno y dentro de la ciudad. La documentación es escasa, ya que no hubo mucha y gran parte de ella se perdió durante los combates, una situación a la que hay que añadir la circunstancia de que muy a menudo la unidad del Volkssturm era denominada con el apellido de su jefe, de modo que, si este caía o era sustituido, un nuevo jefe daba un nombre distinto a la agrupación. Aun así, se puede concretar un poco. Los mapas de época nos indican que uno de los sectores en los que estas unidades fueron especialmente importantes fue el de Potsdam y los lagos del río Havel, donde se mantuvo abierto un pasillo que permitió la huida hacia el sudoeste, hasta el Decimosegundo Ejército de Wenck, de muchos combatientes. También hubo unidades que se destacaron, como una identificada con el nombre de Brigada Cazacarros Hitler-Jugend, una fuerza formada por niños y jóvenes armados con Panzerfaust que nunca llego a tener los efectivos de una brigada. También conocemos la existencia del batallón 3/115 de Siemensstadt, que junto con el batallón 3/121 formó el 57.º Regimiento de Fortaleza y que estuvo compuesto por casi ochocientos veteranos de la Gran Guerra, en su mayoría trabajadores de las fábricas del barrio de Siemensstadt. Bajo el mando del Major Erich Krull, esta unidad, compuesta por tres batallones y que incluso llegó a disponer de algunos cañones, fue desplegada en Kaulsdorf, al este de la ciudad, donde estableció contacto con las tropas soviéticas, a las que combatió, en constante retirada, por la estación de ferrocarril de Friedrichsfelde Ost, los barrios de Lichtenberg y Friedrichshain y en la avenida Schönhauer, donde fueron capturados los últimos combatientes de la unidad.
A modo de conclusión, debe indicarse que el éxito del Volkssturm fue sumamente errática. Algunos batallones combatieron excelentemente, eran los que estaban formados por nazis convencidos, bien liderados y con la suerte de haber conseguido armamento moderno, o una inmensa cantidad de Panzerfaust; pero la actuación de la inmensa mayoría fue discreta, tanto, en ocasiones, que tal y como atestiguan muchos informes de oficiales del Ejército, muchos batallones se disolvieron al primer disparo. Nadie quiere ser el último muerto de una guerra.
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