No es pues sorprendente que la importancia del emplazamiento fuese reconocida temprano; según el geógrafo Estrabón, nativo del cercano Ponto, la legendaria reina babilonia Semíramis fundó en Zela una fortaleza. La ciudad creció como un nudo de comunicaciones cuando los persas la conectaron con una de las carreteras reales con las que articulaban su inmenso imperio. Después, tras la caída de los Aqueménidas, Zela se convirtió en una presa de considerable relevancia militar. Así, cuando Mitrídates VI el Grande, rey del Ponto, luchó contra Roma en el 89 a. C., una de sus primeras medidas fue conquistar Zela y asesinar a todos los romanos que allí se encontraban. Tampoco es de extrañar que cuando Roma obligó a Mitrídates a firmar la paz en Dardanus en 85 a. C., la rendición de Zela estuviese entre sus exigencias. Para asegurarse de que Zela no volviese a caer en manos pónticas Sila ordenó la construcción allí de una fortaleza.
Estas precauciones no sirvieron de nada cuando la siempre inestable paz se quebró otra vez en 73 a. C. (había habido ya una corta pero intensa segunda guerra en los años anteriores). Los romanos consiguieron expulsar a Mitrídates de su reino, pero el general romano Lúculo se empantanó en una impopular guerra contra Tigranes el Grande de Armenia. Tigranes era el yerno de Mitrídates y le dio refugio hasta que pudiese volver al Ponto. Como cualquier provincia que hubiese sentido el peso del mal gobierno de Roma en la Baja República, los pónticos se unieron de manera entusiasta a las banderas de Mitrídates, que intentó retomar la fortaleza de Zela. Le tocó en suerte a un tal Cayo Valerio Triario defender la posesión romana frente a su anterior dueño y, ansiando toda la gloria, no esperó a que Lúculo regresase en su ayuda. Triario confiaba en que podía hacerse con la victoria con su cuerpo de endurecidos –aunque tendentes al motín– legionarios, pero estaba equivocado. Los romanos fueron superados y derrotados en una batalla campal. Este primer choque de pónticos y romanos en Zela no está bien documentado en las fuentes, ya que las que han sobrevivido son romanas y los romanos disfrutaban más contando sus victorias a las generaciones venideras que describiendo sus derrotas. Sin embargo, la destrucción de un ejército romano era un logro raro y notable en el mundo antiguo, y podemos estar seguros de que, incluso tras haber sido reconquistados por los romanos, las gentes del Ponto habrían estado orgullosas de su hazaña.
La reconquista del Ponto cupo a Cneo Pompeyo o, como él prefería ser conocido, Pompeyo el Grande. Pompeyo expulsó a Mitrídates al reino del Bósforo, en el norte del mar Negro, y allí fue donde este inveterado enemigo de Roma murió en 63 a. C. (o en 62 a. C. según otros), traicionado por su hijo Farnaces. Este se apresuró a hacer la paz con los romanos.
Farnaces
Durante la siguiente década Farnaces gobernó tranquilamente el reino del Bósforo; otro más de la colección de reyes orientales clientes de Roma, nominalmente independientes pero en realidad súbditos de la República. Pero Farnaces era hijo de su padre, y recordaba los días en que el Ponto había reinado sobre toda Asia Menor y disputado a Roma el dominio de Grecia. Farnaces también recordaba que una de las razones del éxito de su progenitor había sido que durante muchos años Roma había estado demasiado distraída en guerras civiles como para volcar todo su poderío contra el Ponto. Es probable que Farnaces nunca abandonase la intención de retomar su reino ancestral en el caso de que el puño de Roma se debilitara.
Así, cuando en 49 a. C. la guerra civil amenazó una vez más con postrar a la República, Farnaces vio su oportunidad. Pompeyo, el antiguo conquistador del Ponto, contendía con su antiguo colega del triunvirato Julio César por ser dueño de Roma. Esperando superar con la fuerza del número al pequeño pero temible contingente de veteranos que César había traído desde la Galia, Pompeyo “secó” de tropas Asia Menor. Aquí estaba la oportunidad de Farnaces. Como señala el historiador Dión Casio (Historia, XLII.9):
«Farnaces, en cuanto se enteró de que César y Pompeyo estaban en guerra, empezó a reclamar su poder hereditario (pues esperaba que ellos estuvieran un tiempo en guerra y las propias fuerzas de los romanos se desgastaran unas contra otras)».
Aprovechando la debilidad romana en Anatolia, Farnaces atacó hacia el sur desde el reino del Bósforo. Mientras avanzaba su campaña llegaron noticias de la derrota de Pompeyo en Farsalia, Grecia, pero para entonces Farnaces había mostrados sus cartas y no le quedaba más remedio que continuar con la rebelión. Afortunadamente para la causa del Ponto, César siguió al derrotado Pompeyo hasta Egipto, donde permaneció tras el asesinato de aquel. Lo hizo en primer lugar para aupar al poder a su candidata, Cleopatra, y después para disfrutar de los frutos de la victoria, en un flirteo que acabó con un hijo de la reina egipcia, al que llamó Cesarión.
Con Anatolia todavía escasa de tropas romanas y César ocupado, Farnaces consiguió reocupar parte del Ponto sin apenas resistencia. Cólquide, en las costas del mar Negro, fue ocupada con la misma facilidad. La situación en Galacia era incierta, ya que su rey Deiotaro había apoyado a Pompeyo. Como enemigo de César, Deiotaro no podía permitirse desestabilizar todavía más su posición con una acción militar, así que los gálatas permanecieron pasivos mientras Farnaces intentaba hacerse con Armenia y la mayor parte de Capadocia.
Para cuando enviados de urgencia llegaron a César, Farnaces estaba en proceso de retomar algunas ciudades una vez gobernadas por Mitrídates pero que ahora formaban parte de la provincia romana de Bitinia. De hecho, Farnaces estaba cerca de reconstruir el imperio de su padre. Esto obligaba a una respuesta de César, y aunque todavía no preparado para actuar en persona, mandó a una fuerza de legionarios al mando de C. Domicio Calvino. Calvino informó a Deiotaro de que la mejor manera de apaciguar a César era aliar a su ejército con el de Roma, y tomando además algunas tropas del rey cliente Ariobarzanes, marchó inmediatamente contra Farnaces, pero fue totalmente derrotado en Nicópolis.
César entra en acción
Esta derrota empujó a César a la acción, porque además Farnaces retomó la antigua capital del Ponto, la ciudad de Amisos. Hasta ese momento Farnaces tenía argumentos. Podía esgrimir que Asia Menor había estado dominada por la facción de Pompeyo y que él luchaba contra los pompeyanos y no contra Roma. Podía también argumentar, y era cierto, que había intentando negociar con Domicio Calvino pero que este había rechazado sus intentos de hacer la paz y le había atacado gratuitamente. Pero cuando tomó y saqueó Amisos, Farances capturó y asesinó a todos los romanos en edad militar, y castró a los más jóvenes para venderlos como eunucos. Como la guerra con Pompeyo había acabado, este ataque contra romanos convirtió inequívocamente a Farnaces en enemigo de Roma.
César llegó a Siria, y desde allí marchó hacia Asia Menor con su famosa celeritas, la rapidez de movimientos que tan a menudo tomaba a sus amigos por sorpresa. El rey Deiotaro había ido al encuentro de César cuando este desembarcó, y fue formalmente perdonado por su “rebelión”. A partir de entonces él y sus hombres militaron en la fuerza expedicionaria. Plutarco nos dice que esta constaba de “tres legiones”, pero en realidad el ejército cesariano era bastante menos sustancial de lo que parece indicar esa cifra. La Legión VI, que había acompañado a César desde Alejandría, estaba muy mermada por las constantes campañas, y apenas llegaba al millar de hombres. Pero estos hombres, todos veteranos acostumbrados a la victoria, proporcionaban una sólida columna vertebral que se demostraría esencial. Las otras dos legiones eran los restos de la fuerza derrotada por Farnaces en Nicópolis, por tanto de menos confianza. No mencionados por Plutarco, los gálatas formaban una cuarta “legión”, ya que algunas de las tropas de Deiotaro estaban armadas y entrenadas al modo romano. Esta legión también había sido vapuleada en Nicópolis, pero era probablemente la unidad más nutrida. Sin duda César reclutó más tropas según avanzaba en Capadocia, incluyendo la caballería ligera por la que este país era famoso.
El tamaño de las fuerzas que Farnaces tenía a su disposición es desconocido. Seguramente contaría con arqueros escitas y lanceros de las ciudades griegas del Bósforo, junto a levas reclutadas entre las belicosas gentes del Ponto. Una estimación grosera podía estar entorno a los 25 000 hombres, pero lo cierto es que el verdadero tamaño y composición de los ejércitos que combatieron en Zela se ha perdido. Lo que sí sabemos es que el ejército de Farnaces incluía carros falcados. Estos podían ser máquinas formidables si se desplegaban en el momento adecuado, pero los romanos ya se las habían encontrado en las Guerras Mitridáticas una generación antes y habían superado la amenaza de manera convincente.
Si a Farnaces le preocuparon las noticias de la llegada de César, sus subordinados hacía tiempo que la temían. Asander, el regente que Farnaces había dejado en el Bósforo, decidió que era preferible encarar el ejército de su propio rey que las legiones de Roma, y se rebeló. Farnaces estaba en camino hacia el norte para lidiar con este levantamiento cuando las nuevas de la venida de César le obligaron a dar la vuelta para enfrentar esta amenaza más inmediata.
Para bloquear la entrada de César al Ponto, Farnaces se estableció en una elevación a unas tres millas romanas de Zela (unos 4,5 km). Desde allí se podía divisar el monumento a la victoria erigido por Mitrídates para celebrar su triunfo sobre Triario en 67 a. C. Está claro que esa anterior batalla era considerada importante tanto para los romanos como para los pónticos. Farnaces vio en la victoria de su padre una inspiración, y los romanos una vergüenza que había que vengar.
Cuando llegó César, Farnaces le envió embajadores para proponer la paz, mientras a la vez él se preparaba para la guerra fortificando la elevación donde acampaba su ejército. Pero César podía jugar a este juego. Dejó caer a los embajadores que el conflicto podía resolverse de manera pacífica, y mientras se desarrollaban las conversaciones de paz aprovechó para que su ejército maniobrase sin obstáculos a una posición más ventajosa para el enfrentamiento.
La batalla de Zela
César estableció su primer campamento a unas cinco millas (alrededor de 7,5 km) del ejército del Ponto, y desde allí inspeccionó el terreno para descubrir que los valles que separaban ambos ejércitos podían ser fácilmente defendidos. Como César asumió que tendría que luchar en la elevación que Farnaces había fortificado, decidió al menos tomar posesión antes de dichos valles. Una rápida marcha nocturna hizo que sus tropas se colocasen en la misma posición fuerte que años atrás Mitrídates emplease para lanzar a su ejército contra los romanos, bien emplazada para hacerse con el valle que mediaba entre ambos ejércitos.
Para alisar el campo frente a la elevación donde se atrincheraba Farnaces, César envió a los esclavos del campamento a reunir haces de leña –fascines– para colmar los agujeros o las zanjas que los pónticos hubiesen cavado. Mientras tanto, tal y como era la costumbre romana, los legionarios habían comenzado a fortificar su campamento.
César no había contado con la moral por las nubes de Farnaces, ni con el hecho de que este era tan impetuoso como mal general. Por tanto, cuando vio al ejército del Ponto salir de su segura posición y disponerse para la batalla, no le prestó mucha atención. Pensó que el rey estaba haciendo una demostración de fuerza para elevar la moral de sus hombre o, como mucho, preparándose para hostigar a los esclavos que estaban recogiendo madera para los fascines. Incluso cuando vio al enemigo desplegado para el combate y que comenzaba a avanzar, César pensó que la maniobra era un farol. Iba contra toda lógica militar que un ejército abandonase una posición segura, avanzase a través de un estrecho valle que le negaba su ventaja numérica y luego atacase a un ejército veterano dispuesto sobre una posición fuerte. Por ello César solo puso a la primera fila de sus soldados en alerta, y ordenó al resto que continuase trabajando en la fortificación del campamento, confiado en que una vez que Farnaces hubiese demostrado a sus hombres que no estaba escondiéndose de los romanos, el ejército de Ponto volvería a sus cuarteles.
Pero los pónticos se acercaban, y cuando el ejército enemigo comenzó a ascender las laderas de la colina que los romanos estaban fortificando es cuando César finalmente se dio cuenta de que Farnaces iba en serio. Se produjo un horrible desconcierto entre las filas romanas cuando se ordenó a los legionarios, que habían estado imperturbablemente cavando e ignorando al enemigo que se acercaba, que abandonaran las herramientas para el atrincheramiento y se preparasen de inmediato para la acción.
«Conmovido César, o de su temeridad, o de su confianza, al verse sorprendido sin pensarlo, a un mismo tiempo llama a los soldados de las obras, mándales tomar las armas, oponer sus legiones y las ordena para la refriega, repentina disposición que no dejó de causar alguna confusión en los nuestros». (César, Guerra de Alejandría, LXXV).
Este raro momento de confusión en las filas romanas era el momento ideal para que Farnaces lanzase sus carros falcados, y eso es lo que hizo. Los carros aumentaron la confusión, apoyados además por la caballería. Las cosas podían haberse torcido para los romanos si la lucha hubiese sido en terreno llano, pero afortunadamente para César los carros, que cargaban cuesta arriba perdieron rápidamente empuje, mientras que la pendiente ayudaba a que los legionarios lanzasen sus proyectiles hasta conseguir que los vehículos se detuviesen. Los carros habían hecho su trabajo, que era mantener la confusión entre los romanos mientras el resto del ejército póntico les seguía para cargar entre las apresuradamente formadas filas enemigas. El resultado fue que, aunque los pónticos cargaban cuesta arriba, las legiones tuvieron problemas para lidiar con este asalto feroz e inesperado. La lucha en el centro de la línea fue dura y prolongada, y el resultado dudoso.
Pero no pasaba lo mismo en el ala derecha romana, donde estaba estacionada la Legión VI. Como veteranos que eran estos hombres se habían desplegado más ágilmente, y por tanto estaban mejor dispuestos cuando el ataque les alcanzó. Años de campaña con César les habían enseñado a estar preparados para lo inesperado, por lo que al menos ellos estaban listos y esperando la acometida. Este flanco consiguió imponerse rápidamente sobre sus atacantes, y con la Legión VI dando ejemplo el resto del ejército se mantuvo firme.
Una vez que la sorpresa del ataque pasó, las inherentes ventajas de las legiones romanas entraron en lid. Tropas disciplinadas entrenadas en la lucha cuerpo a cuerpo acabarán imponiéndose sobre los más entusiastas de los amateurs, especialmente si estos últimos luchan cuesta arriba. La ventaja de que las legiones contaran con la pendiente a su favor hizo incluso más fácil si cabe hacer retroceder al enemigo y, una vez que el ejército del Ponto comenzó a ceder terreno, su cohesión desapareció. Pronto las tropas de Farnaces huían con tanta energía como con la que antes habían cargado. La estrechez del valle entorpeció esta indisciplinada retirada y, tras haber tenido un buen susto, los legionarios no estaban como para ser clementes. Aunque las fuentes no lo confirman, es probable que César lanzase en este momento a su caballería capadocia y gálata a sumarse a la matanza. La elevación fortificada no sirvió como protección, ya que los romanos pisaban los talones al enemigo en fuga demasiado cerca como para que los comandantes pónticos organizasen cualquier intento de resistencia. Farnaces pronto se dio cuenta de que la jornada se había perdido y huyó con un pequeño número de guardaespaldas a caballo; más tarde su gobernador rebelde Asander lo encontraría y asesinaría. El resto del ejército no tenía dónde huir, y el narrador cesariano (Guerra de Alejandría, LXXVI) señala desapasionadamente que “[…] muertos muchos soldados, muchos otros murieron aplastados durante la huida”. Unas cuatro horas después de que Farnaces condujese a sus hombres fuera de su campamento fortificado, el levantamiento del Ponto había sido completamente aplastado. César llevaba cinco días en el país. La brevedad de la campaña inspiró su famoso informe al senado: Veni, vidi, vici; Vine, vi, vencí.
Más tarde César comentó con desdén que Pompeyo había sido afortunado al ganar su reputación contra enemigos tan pobres como estos que él había encontrado. Este desdén era injustificado, porque el ejército del Ponto había combatido con dureza y había derrotado a Domicio Calvino en Nicópolis. No era culpa de las tropas que un mal general les hubiese conducido a una posición insostenible.
César erigió un gran monumento a su victoria en la batalla de Zela. Deliberadamente lo colocó junto al que Mitrídates había levantado para conmemorar la suya sobre los romanos en 67 a. C. Por su tamaño y grandeza César se aseguró de que su monumento sobrepasase al de Mitrídates, y de hecho su victoria también fue más significativa: tras esta batalla Anatolia permaneció en manos romanas durante siglos, más incluso que la propia ciudad de Roma.
Fuentes primarias
- César, La guerra de Alejandría. Sarpe. (Trad. Goya Munián, J.).
- Dión Casio, Historia. Gredos. (Trad. Candau Morón, J. M., Puertas Castaños, Mª. L.).
- Plutarco, Vidas paralelas, César. Gredos. (Trad. Bergua Cavero, J, Bueno Morillo, S., Gúzman Hermida, J. M.).
Bibliografía
- Goldsworthy, A. (2007): César, la biografía definitiva. La Esfera de los Libros, Madrid.
- Keaveney, A. (2007): The Army in the Roman Revolution. Routledge.
Philip Matyszak es doctor por la Universidad de Oxford, y actualmente da clases vía e-learning en el Institute of Continuing Education de la Universidad de Cambridge. Ha escrito profusamente sobre el mundo antiguo, y sus libros han sido traducidos a una docena de idiomas. Vive en las montañas de la Columbia Británica, donde probablemente posee la mayor biblioteca de clásicos en Canadá al oeste de las Montañas Rocosas.
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