Básicamente, esos dos ejércitos soviéticos iban a ser sacrificados con la única finalidad de atraer a la ciudad fuerzas alemanas operativas y, una vez allí, desgastarlas en una combate urbano para el que no estaban adiestradas ni acostumbradas y en el que los soldados soviéticos, al “pegarse” a ellos y disputar cada edificio, privarían a los alemanes de su sustancial superioridad en potencia de fuego y maniobra. Entretanto, los combates en Kotluban y Yerzovka, al norte de Stalingrado, desempeñarían la función de fijar al VIII Cuerpo y al XIV Cuerpo Panzer del Sexto Ejército, evitando que reforzaran el combate en la ciudad.
Aunque los alemanes rechazaron los repetidos asaltos soviéticos en ambas localidades, estos combates afectaron negativamente al destino del Sexto Ejército. En primer lugar, además de retrasar significativamente el avance inicial de Paulus hacia Stalingrado, desbarataron sus planes ofensivos al evitar que el XIV Cuerpo Panzer tomara parte en el asalto al distrito industrial como parte de una pinza por el norte de la ciudad, lo que a su vez frustró el intento de capturar Stalingrado “sobre la marcha”. En segundo lugar, aunque pírricas, las repetidas victorias del XIV Cuerpo Panzer y el VIII Cuerpo, combinadas con el éxito posterior del 4.º Ejército Panzer al repeler los ataques del 64.º Ejército al sur de la ciudad, sumió a los mandos alemanes en la autocomplacencia, convencidos de que podrían derrotar los ataques, contragolpes y contraofensivas soviéticos cuando y donde fuera.
Por tanto, para el 26 de septiembre, la batalla por la ciudad había degenerado en una disputa farragosa, manzana a manzana y edificio por edificio, desesperantemente lenta, agotadora e inmensamente costosa, entre Paulus y Chuikov, en la que las fuerzas alemanas lograron abrirse paso, aunque solo desde el oeste y el sur. La decisión de Stalin de defender la ciudad apartó a los alemanes de su tradicional ventaja en cuanto a movilidad, maniobra y fuego de apoyo aéreo y artillero, y los obligó a tener que “roer” las defensas de Chuikov para abrirse paso en una batalla que recordaba más al Somme o a Verdún de 1916 que a la Blitzkrieg de los tres veranos anteriores. Pese a que fue Hitler quien les obligó a tomar este objetivo, la decisión de Weichs y Paulus de tomar Stalingrado mediante un asalto comprometió al Sexto Ejército en una lucha que no podía ganar, sobre todo porque para la Stavka resultaba secundario quién controlara la ciudad, pues su objetivo principal era montar una contraofensiva general para destruir a las fuerzas de Paulus.
La «picadora de carne» de Chuikov
Independientemente del resultado final, la lucha en Stalingrado era solo un elemento más de la estrategia que Stalin y la Stavka habían perseguido desde finales de julio de 1942: detener, o al menos ralentizar, el impulso alemán lo suficiente como para permitir al Ejército Rojo conducir una contraofensiva masiva contra las fuerzas del Eje cuando se hallaran sobreextendidas, cosa que la cúpula soviética consideraba inevitable. Esta estrategia no tuvo éxito entre finales de julio y septiembre sencillamente porque, en los momentos decisivos y pese a los frecuentes contraataques del Ejército Rojo, el Grupo de Ejércitos B lograba retomar el ímpetu del avance del Sexto Ejército. En cambio, a mediados de septiembre, la decisión de Hitler de capturar Stalingrado al asalto le escamoteó la iniciativa para dejarla claramente en manos del enemigo. Desde la perspectiva de Stalin y la Stavka, el cruel sacrificio en las calles y ruinas de Stalingrado de los 50 000 hombres de Chuikov, más el de todos los refuerzos que fueron necesarios para mantener operativo su ejército, era un precio bajo por la victoria, comparado con el millón de hombres que llevarían a cabo la contraofensiva prevista por el Ejército Rojo.
A partir del 26 de septiembre, cada pieza de este mosaico de operaciones desempeñó un papel fundamental en dicha estrategia y el asalto de Paulus a Stalingrado condujo al Sexto Ejército a una batalla premeditadamente inmovilizante que minó su fuerza y le obligó a debilitar sus defensas en otros sectores clave, donde tuvo que sustituir tropas veteranas alemanas por unidades rumanas e italianas sin foguear.
Una vez bloqueados en una lucha mortífera en la ciudad, los grupos de choque del Sexto Ejército sufrieron tantas bajas que Paulus se vio obligado a enviar un flujo constante de divisiones de refresco a la “picadora de carne” a costa del ala izquierda del Grupo de Ejércitos B. A su vez, el poder acorazado de Paulus –la principal fuerza motriz que le había impulsado hasta Stalingrado– menguó espectacularmente, lo que despertó de nuevo el terrible fantasma de una derrota catastrófica en el momento en el que el Ejército Rojo aprendiera a emplear con eficacia, si lo hacía, su aparentemente infinito suministro de tanques y dotaciones.
En este contexto, Paulus empleó la 24.ª División Panzer en un último vestigio de maniobra para penetrar y capturar el sur de la ciudad, primero, y la mitad occidental de los barrios obreros de Krasnoobtyabrski y Barrikadi en el distrito industrial septentrional, después, durante la segunda mitad de septiembre. Mientras, otras fuerzas rodearon a los soviéticos en el saliente de Orlovka y capturaron casi la mitad del Mamáyev Kurgán, pero el desgaste anuló finalmente la maniobra e incapacitó a los tanques de la 24.ª Panzer para finalizar su cometido. Como resultado, Paulus reforzó los grupos de choque que combatían en el distrito industrial con otra la 14.ª División Panzer del 4.º Ejército Panzer y, tras la toma de Orlovka, con la 389.ª División de infantería. Esta fuerza, que fue llamada Grupo Jänecke, logró progresar hacia el sur y capturar la mayor parte de la fábrica Barrikadi a finales de octubre antes de sucumbir a la extenuación.
La lucha en el distrito industrial de Stalingrado degeneró poco a poco en combates cada vez más episódicos: por asentamientos obreros y fábricas; luego por manzanas y partes de fábricas; por edificios, calles, talleres y barrancos; y al final, por meras plantas o estancias en los edificios o distintos puntos de un mismo barranco u hondonada. Con su ejército desangrándose lenta pero inexorablemente, Paulus no tenía más remedio que detener su avance, ininterrumpido a lo largo de octubre y noviembre, para reunir fuerzas lo suficientemente aptas con las que continuar la lucha. De este modo, logró aportar a la batalla seis divisiones relativamente frescas: las divisiones 389.ª y 94.ª de infantería, la 14.ª Panzer, la 100.ª Jäger, la 305.ª de infantería y, por último, la 79.ª de infantería, todas a costa de debilitar su propio ala izquierda y la del Grupo de Ejércitos B. En noviembre, como ya no le quedaban más divisiones disponibles, tuvo que desguazar algunas de ellas para tomar sus batallones de ingenieros.
Por su parte, conforme su cabeza de puente en la orilla occidental del Volga mermaba inexorablemente, el 62.º Ejército de Chuikov sufría también un terrible desgaste, pero su objetivo era defenderse tenazmente, contraatacar cuando y donde fuera posible y, si era necesario, morir en el sitio, todo ello con la única misión de infligir todo el daño que pudiera al ejército de Paulus. Como consecuencia, su ejército se fue reduciendo, primero con la pérdida de las fuerzas que combatían en el sur de Stalingrado, luego de las que defendían el Mamáyev Kurgán, los asentamientos obreros y Orlovka, y por último, de muchas de las que defendían las propias fábricas. Para asegurarse de que el ejército de Chuikov cumplía con su misión, la Stavka y Yeriómenko suministraron carne fresca a la picadora de Stalingrado: una amalgama sucesiva de divisiones y brigadas que, aunque impresionantes sobre el papel, eran formaciones ya desangradas por combates previos y, generalmente, sin armamento adecuado, pero lo suficientemente fuertes como para mantener la maquinaria de desgaste de Chuikov en marcha. Lo que le pasó a Paulus en octubre y noviembre seguía el patrón de lo sucedido a finales de julio, agosto y septiembre. En los momentos más críticos de su avance, el Sexto Ejército careció de la fuerza necesaria para imponerse, derrotar y destruir decisivamente a las fuerzas soviéticas sin refuerzos adicionales, y para mediados de noviembre los alemanes ya habían agotado sus reemplazos.
Mientras, la Stavka aprovechó esta batalla de desgaste para reorganizar y reposicionar sus fuerzas para operaciones ofensivas más decisivas contra el Grupo de Ejércitos B en la región de Stalingrado. Conforme a las sugerencias de Yeriómenko, se formaron, sobre el curso del Don, al noroeste de la ciudad, los nuevos frentes del Don y del Sudoeste que, reforzados con tropas de refresco, recibieron la misión de preparar futuras ofensivas desde las cabezas de puente de Serafimovich y Kletskaya. Estos frentes y los ejércitos soviéticos situados al sur de la ciudad aprovecharon los momentos más decisivos de la lucha por el distrito industrial para aumentar la presión sobre el Sexto Ejército con la reanudación de los contragolpes al norte y al sur.
La lucha de Paulus en la mitad meridional del distrito industrial durante la semana final de octubre y la primera mitad de noviembre desembocó en un enfrentamiento terrible y desesperado para ambos bandos. Incapaz ya de maniobrar, el LI Cuerpo de Seydlitz, tratando de desalojar como ratas de sus madrigueras a los defensores de las fábricas Barrikadi y Octubre Rojo, se enfrentó frontalmente, en una lucha brutal de infantería e ingenieros, a los restos del 62.º Ejército de Chuikov.
Durante esta lucha los defensores aguantaron “tanto como fue necesario”, con el resultado final de que los remanentes, hechos añicos, hasta sumar menos de una división completa, tendrían que defender una mermada cabeza de puente hasta que el Ejército Rojo pudiera montar su largamente esperada contraofensiva de otoño. En lo que al Sexto Ejército de Paulus y el Grupo de Ejércitos B se refiere, seguramente sospechaban que el Ejército Rojo “andaba en algo”, aunque nunca pudieron identificar en qué. Para agravar la confusión sobre las intenciones soviéticas y, basándose en sus propias experiencias, los comandantes de campo alemanes creyeron firmemente que podrían lidiar con cualquier eventualidad. (Para una descripción pormenorizada de la ofensiva alemana sobre Stalingrado, véase Desperta Ferro Contemporánea n.º 2: Stalingrado (I). El asalto de la Wehrmacht).
Planes para la Operación Urano
Durante los meses previos a octubre, Stalin, Zhúkov y Vasilevski habían insistido en que sus fuerzas en la región de Stalingrado derrotaran y destruyeran al Sexto Ejército alemán rodeándolo con penetraciones superficiales desde las regiones de Kotluban y Beketovka, al noroeste y al sur de la ciudad respectivamente. Calificados como “la vieja solución”, estos envolvimientos cortos, con contingentes de entre tres y cinco ejércitos fallaron estrepitosamente en cuatro ocasiones y con muy graves pérdidas para los atacantes. A primeros de octubre el general Yeriómenko, comandante del Frente de Stalingrado, que se oponía enérgicamente a conducir otra previsible carnicería, sugirió, literalmente en la víspera de la quinta intentona, una nueva solución a este viejo problema. Basada en la debilidad de las fuerzas rumanas contrincantes, la “nueva solución” de Yeriómenko recomendaba rodear a todas las fuerzas del Eje en Stalingrado, para lo que proponía primero una operación de ruptura contra las fuerzas rumanas que defendían el Don en el noroeste de la ciudad y en la región de los lagos al sur y, posteriormente, una incursión a gran escala de los cuerpos de caballería, en cooperación con fuerzas mecanizadas, que se encontrarían en Kalach del Don, a la espalda del Sexto Ejército. El general Zhúkov, adjunto a Stalin en el Alto Mando Supremo, aceptó la idea de Yeriómenko de un envolvimiento más amplio y reforzó significativamente los contingentes adscritos para materializarla, dando lugar a lo que sería el plan de la Operación Urano.
Así, al contrario de lo que afirman interpretaciones anteriores, que atribuyen a Zhúkov el desarrollo de este concepto operacional durante una reunión con Stalin el 12 de septiembre, fue realmente Yeriómenko quien anticipó, el 6 de octubre, la idea de esta “nueva solución”. Una vez que Zhúkov aceptó la recomendación de Yeriómenko, los planes reales para Urano y la subsidiaria Operación Marte –una ofensiva contra el Noveno Ejército alemán en el saliente de Rzhev-Viazma, al oeste de Moscú– fueron desarrollados entre el 12 y el 31 de octubre, con unos retoques finales el día 18 de noviembre.
La concepción imaginativa de las operaciones de Yeriómenko, apuntalada por el fuerte respaldo y las revisiones de Zhúkov, dieron a Urano otro rasgo distintivo frente a las anteriores ofensivas fallidas, concretamente, su largo proceso de elaboración. La nueva idea, sumada a una planificación y una preparación más minuciosas y a unos contingentes del Ejército Rojo mejor instruidos –sobre todo los cuerpos mecanizados y de tanques– allanaron el camino para posteriores victorias soviéticas, aunque cierto es que también contribuiría a la victoria la tendencia alemana a permitir que sus fuerzas alcanzaran un grado de debilidad sin precedentes.
La recomendación de Yeriómenko de golpear a las defensas rumanas en vez de a las alemanas no fue menos importante para el éxito y se basaba en su apreciación sobre la relativa facilidad con la que sus fuerzas habían penetrado en las defensas rumanas en la región de los lagos al sur de Stalingrado el 28-30 de septiembre, comparado con el singular fracaso en la penetración en las defensas alemanas en torno a la región de Beketovka. También fue él quien escogió el sector de Serafimovich para el brazo norte de la pinza en virtud de los progresos de los ejércitos 63.º y 21.º contra las tropas italianas a finales de agosto de 1942, ya que, con raras excepciones, las fuerzas del Ejército Rojo jamás habían logrado penetrar una defensa alemana bien organizada antes de noviembre. Finalmente, aunque Yeriómenko planteó la ofensiva al principio como una incursión de caballería a gran escala con varias brigadas de tanques de apoyo, su idea ofrecía un marco excelente para emplear los cuerpos de tanques reorganizados y los cuerpos mecanizados de nueva formación cuyos mandos y tropa, para octubre de 1942, eran más eficaces en la ejecución y sostenimiento de operaciones en profundidad, después de varios ensayos fallidos.
Por lo tanto, aunque Yeriómenko merece el mérito de haber desarrollado el concepto de la Operación Urano, Zhúkov tiene el de haber valorado y aceptado la idea, actuado con decisión y haberla convertido en una contraofensiva a gran escala con altas probabilidades de éxito; mientras, en la organización y conducción de la ofensiva el reconocimiento debería recaer naturalmente en los generales Vatutin, Yeriómenko y Rokossovski, comandantes de los tres frentes que ejecutaron la operación. Dos de ellos tuvieron que planificar la acción mientras sus fuerzas seguían enfrentadas en mortíferos combates con los alemanes pero, a pesar de ello, por primera vez en toda la guerra la Stavka y los comandantes de los frentes y de los ejércitos que estaban diseñando la contraofensiva tuvieron tiempo más que suficiente para terminar su labor. Antes del otoño de 1942, la planificación soviética de las operaciones ofensivas era apresurada por naturaleza, literalmente “sobre la marcha”, o deficiente por falta de dirección desde arriba. En cambio, las operaciones Urano y Marte resultaron diferentes; tras aceptar la idea de operaciones entre el 10 y el 15 de octubre, la Stavka y el NKO [N. del T.: Narodni Komissariat Oboroni, “Comisariado del Pueblo de Defensa”] tuvieron cerca de un mes para formar el nuevo Frente Sudoeste, que encabezaría la operación, y los comandantes de los tres frentes y de los diez ejércitos designados para conducir la contraofensiva tuvieron justo un mes para planificarla. Es más, gracias al sacrificio del 62.º Ejército, los recién formados Frente del Sudoeste y Frente del Don, así como los remanentes del Frente de Stalingrado, pudieron hacer su trabajo sin ninguna interferencia alemana.
La planificación de Urano no pudo ser más concienzuda. Las consultas entre la Stavka y los frentes, que recayeron en el cargo recién creado de representante de la Stavka, resultaron extremadamente útiles, y sucedió lo mismo con la coordinación entre los frentes y sus ejércitos subordinados, o entre estos últimos. Todo esto fue, en su mayoría, resultado de la disponibilidad de tiempo y de la mejor capacitación de los mandos de frente, ejército y división, cuyos comandantes, en mucha mayor medida que el año anterior, podían prescindir del uso de las órdenes como herramienta de aprendizaje de la conducción de la guerra moderna.
Dado el gran interés de Stalin en cada aspecto de la operación y sus resultados, la Stavka, el NKO y el Estado Mayor General del Ejército Rojo hicieron todo lo posible para aportar los recursos y las directrices necesarias para obtener el éxito. En concreto, estos órganos no ahorraron energías en la formación de nuevos cuerpos, divisiones, brigadas, regimientos y batallones sueltos y en desplazar las formaciones y unidades existentes designadas para crear el Frente del Sudoeste. Se puede decir lo mismo del personal, el armamento y el resto del equipo necesarios para reemplazar a los 1,2 millones de hombres –incluidos los cerca de 700 000 caídos o capturados– que se perdieron en los ejes de Vorónezh y Stalingrado, del 28 de junio al 18 de noviembre; así como los aproximadamente 3 millones de bajas sufridas en el resto del frente germano-soviético.
A pesar de su esfuerzo hercúleo, el Alto Mando soviético no podía controlar las peculiaridades de la subdesarrollada red de comunicaciones de la Unión Soviética, la carencia general de camiones y las exigentes condiciones climáticas. Durante la preparación de la Operación Urano los responsables de la logística sufrieron, con frecuencia, interrupciones en los movimientos de tropas o el envío de material que confundían hasta a los planificadores más competentes. Como resultado, algunas de las fuerzas y equipos designados para participar en la contraofensiva llegaron tarde a su destino y parte de la munición, el combustible y otros suministros se demoraron o no llegaron en cantidades suficientes. Los problemas logísticos y de transporte fueron responsables, al menos en parte, de la demora en la fecha de inicio de la contraofensiva pero, dado el desarrollo de la lucha en Stalingrado, este retraso tuvo escasas consecuencias.
Aunque no tan alarmantemente como en los meses previos, el carácter descomunal, y a veces la precipitación, de los preparativos de la ofensiva dificultaron la disposición de las unidades y el grado de adiestramiento individual de los soldados del Ejército Rojo. Así, algunas de las divisiones de guardias no resultaron ser esa élite que se les suponía y muchos de los reemplazos enviados para completar las divisiones y brigadas estaban inadecuadamente entrenados.
Los meses de intensa lucha en la región de Stalingrado durante el otoño habían debilitado a muchas divisiones, sobre todo en número de “bayonetas” (fusileros y zapadores). Esto era particularmente cierto en los ejércitos del Frente del Don y en el 62.º y el 64.º del Frente de Stalingrado. Los ejércitos del primer frente y el 64.º del segundo habían participado, desde finales de agosto, en incesantes y costosos contragolpes; y el 62.º Ejército estaba todavía más consumido por la aún más sangrienta lucha por la ciudad de Stalingrado. Por lo tanto, aunque las divisiones del Frente del Sudoeste tenían unos 8800 hombres de media cada una, las de los ejércitos del Frente del Don y del 62.º y 64.º ejércitos del Frente de Stalingrado tenían entre 4000 y 5000 hombres, y las divisiones de los ejércitos 65.º del Frente del Don y 51.º y 57.º del Frente de Stalingrado, entre 6500 y 7000 hombres. A pesar de la debilidad numérica de las divisiones del Ejército Rojo, que persistiría y en algunos casos llegaría a ser mucho más pronunciada conforme avanzaba la guerra, la Stavka consiguió congregar una masa de ataque de más de un millón de hombres y 1550 carros de combate para ejecutar la contraofensiva, repartidos en 390 000 hombres y 721 carros en el Frente Sudoeste, 368 000 hombres y 575 carros en el Frente de Stalingrado y 258 000 hombres y 254 carros en el Frente del Don. Por último, para engañar a los alemanes sobre las intenciones soviéticas, la Stavka ocultó cuidadosamente los preparativos de la ofensiva y encomendó a sus fuerzas en la región de Stalingrado que continuaran ejecutando operaciones ofensivas en los mismos ejes anteriores. Sumado a los preparativos de la Operación Marte, las medidas confundieron a la inteligencia alemana en relación a cuándo, dónde y con qué fuerzas golpearía finalmente el Ejército Rojo.
Bibliografía
- Glantz, D. M., House, J. M. (2016): A las puertas de Stalingrado. Madrid: Desperta Ferro Ediciones.
- Glantz, D. M., House, J. M. (2018): Armagedón en Stalingrado. Madrid: Desperta Ferro Ediciones.
- Isaev, A. (2008): Stalingrad: Za Volgoi dlia nas zemli net. Moskvá: Iauza Eksmo.
- Yeriómenko, A. I. (2006): Stalingrad: Uchastnikam Velikoi bitvy pod Stalingradom posviatshchaetsia. Moskvá: AST.
- Zolotarev, A. M. (ed.) (1996): “Stavka VGK: Dokumenty i materialy 1942”, en Russkii arkhiv: Velikaia Otechestvennaia [voina], 16 (5-2). Moskvá: Terra”.
El coronel (r) David M. Glantz es editor jefe de The Journal of Slavic Military Studies y uno de los primeros norteamericanos en ser miembro de la Rossiskaia Akademia estestvennyj nauk [Academia de Ciencias Naturales de Rusia (antes Soviética)]. Ha escrito más de treinta obras sobre el Ejército Rojo/Soviético y el conflicto germano-soviético de 1941-1945 entre los que destaca Choque de titanes y su afamada trilogía sobre la batalla de Stalingrado.
Comentarios recientes