En principio, la Primera Guerra Civil castellana no fue muy distinto del paradigma de la guerra medieval tal y como se había conocido hasta entonces, donde las principales acciones bélicas consistían, más allá de las ocasionales batallas campales, en las cabalgadas en profundidad sobre tierras enemigas y en el asedio a distintos puntos fuertes, fuesen castillos, ciudades o villas amuralladas. Pero lo que sí lo hará especial, principalmente en los años finales del conflicto, será la puesta en práctica de todo un conjunto de estrategias y recursos que llevará a ambos contendientes al límite de sus posibilidades, tanto en hombres como en intendencia, agotando sus recursos, empujándoles a acciones de rapiña y tierra quemada, y concentrando miles de combatientes y máquinas de asedio en las principales plazas objeto de disputa.
Tradicionalmente, este episodio bélico, como propuso en su día el profesor Julio Valdeón, se ha venido dividiendo en tres grandes periodos cronológicos, con diversas fases, que creemos conveniente mantener para el análisis del tema que nos ocupa. El primero iría desde el año 1350 hasta 1356, etapa en la que se producen las primeras rebeliones nobiliarias contra el monarca y en la que se suceden diversos cercos, de proporciones variables, como es el caso del asedio de Segura de La Sierra (1354), el de Toledo (1355) o el de Toro (1355). El segundo momento se encuadra entre los años 1356 y 1366, en la denominada Guerra de los Dos Pedros, fase en que la corona aragonesa y la castellana dirimirán sus diferencias, con una importante participación de la nobleza rebelde contraria a Pedro I, llevándose a cabo todo un conjunto de episodios bélicos, tanto marítimos como terrestres, en los que la guerra de asedio tuvo un papel fundamental. Finalmente, el periodo que se considera como la Primera Guerra Civil castellana propiamente dicha, entre 1366 y 1369, cuando tras la contundente victoria petrista en la batalla de Nájera (1367) y la defección subsiguiente del Príncipe Negro, la balanza se vuelca definitivamente a favor del bando trastámara que, conquista tras conquista, consigue finalmente vencer a Pedro I en la batalla de Montiel y tras el correspondiente asedio de su villa y fortaleza, se acaba con el regicidio perpetrado a los pies del castillo de La Estrella (23 de marzo de 1369).
Diversos hechos de armas que efectivamente se produjeron a lo largo de los años que duró la pugna entre Pedro I y Enrique de Trastámara, nos van a servir para ilustrar las operaciones de asedio de este momento, acciones que se convirtieron en fundamentales en el teatro de operaciones de la lucha fratricida. En esta dinámica, en la línea de lo que se venía produciendo en otros conflictos militares de la época, como ha estudiado el profesor Francisco García Fitz, la batalla campal fue un recurso ciertamente excepcional y, salvo para el caso de Montiel, sus resultados nunca fueron decisivos, al menos a largo plazo. La forma habitual de hacer la guerra en el otoño de la Edad Media fue, como en tiempos pasados, la cabalgada, el desgaste (psicológico y material) y el asedio y las empresas de expugnación de villas y castillos. Con frecuencia estas últimas llevaban aparejadas acciones paralelas de diverso tipo que, en algunos casos, se convirtieron en auténticas operaciones especiales dignas de ser noveladas. Además, la paulatina transformación de los ejércitos, con unas bases logísticas y económicas cada vez más sólidas, permitieron que se pudieran llevar a cabo cercos de ciudades y castillos durante un periodo prolongado de tiempo. Ejemplo de esta guerra de posiciones, en donde estaba en juego tomar o defender plazas estratégicas, fueron dos episodios que tuvieron como epicentro la ciudad de Toledo, urbe regia y baluarte central en el tablero de operaciones en el que se había convertido el reino de Castilla en los años centrales del siglo XIV.
La disputa por Toledo y la batalla del puente de San Martín (1355)
En el mes de enero del año 1355 el legado del papa Inocencio IV excomulgó al rey Pedro I en la ciudad de Toledo, pronunciando el entredicho de su reino desde la misma catedral primada, todo un símbolo de permanencia y legitimidad dinástica que entroncaba nada más y nada menos que con la antigua estirpe de los reyes godos. Las causas que habían llevado a esta situación eran variadas, pero la principal razón esgrimida por el prelado era el repudio y encierro de la reina doña Blanca a los pocos días de la boda con el monarca. Este hecho brindó a los rebeldes y a sus partidarios una causa legítima de gran valor moral que les conectaba con el pueblo ante el drama que sufría la “reina ultrajada”. Al calor de estos sucesos se inició una revuelta por toda la ciudad que acabó con el alcázar ocupado por tropas afines al conde de Trastámara, lo que fue un golpe de mano de gran repercusión. No obstante, con el paso del tiempo, la situación de los sublevados se hizo precaria, sobre todo por los avances que los petristas iban consiguiendo a lo largo del territorio, recuperando fortalezas y ciudades, y consiguiendo el regreso de parte de la nobleza al bando realista. En este contexto, el siguiente gran objetivo militar para el rey Pedro era recuperar la ciudad de Toledo, estandarte de los rebeldes.
Conscientes del panorama que ya se cernía, en la primavera de 1355 se inició una carrera contrarreloj por parte de ambos contendientes por llegar cuanto antes a la ciudad de Toledo con una mesnada lo suficientemente fuerte como para consolidar la posición, en el caso de los rebeldes, o para recuperar la plaza, caso de los realistas. Enrique, al que esperaba su hermano y maestre de la Orden de Santiago en la ciudad de Talavera, se dirigió rápidamente hacia el sur, para lo que debía atravesar la sierra de Gredos por el puerto del Pico. Por su parte, el rey Pedro, en secreto, había movilizado a tropas de la tierra de Segovia y Ávila, dejando a las milicias de Colmenar guardando y protegiendo este punto clave, donde prepararon una emboscada. Los de la “tierra”, como se refieren a ellos las crónicas, dejaron que las tropas de los sublevados se fueran introduciendo lentamente en el puerto, que era un paso difícil y se encontraba lleno de malezas y piedras, conscientes de que este escenario jugaría en su favor.
Cuando gran parte de la milicia empezaba a descender y vislumbraba ya las tierras del valle del Tiétar, los colmenareños, así como algunos refuerzos que habían ido llegando, cayeron sobre ella por varios flancos. Este moviendo sorpresivo permitió no solo cortar el avance sino también la retirada de los sublevados, matando a muchos que se quedaban atrapados en un terreno áspero e intrincado. Entre ellos perdería la vida algún personaje ilustre, caso de Hernán Sánchez Manuel, llamado el Mozo, hijo de don Sancho Manuel, señor del Infantado y de Escalona y adelantado mayor del reino de Murcia. Viendo lo complicado de la situación, el conde Enrique realizó una maniobra desesperada, intentado salir del camino y alcanzar un punto alto en que defenderse, tras lo que logró, no sin esfuerzo, salir huyendo a la carrera hacia la villa de Talavera, dejando por el camino gran parte de sus huestes, algo que no olvidaría fácilmente. En efecto, días después, apoyado por las tropas santiaguistas de su hermano Fadrique, maestre de la Orden de Santiago, arrasó por completo el lugar de Colmenar de Ávila en venganza por la derrota sufrida.
Por su parte, Pedro I, sabedor de que no había podido capturar a su medio hermano, cruzó los pasos por el puerto de Tablada y dispuso en Torrijos su base de operaciones para esperar noticias de Toledo. Con la llegada del rey, sus partidarios comenzaron una labor de propaganda por toda la ciudad con el fin de socavar las posiciones trastámaras y conseguir una sublevación interna que le facilitara el acceso por alguna de las puertas. Las fuerzas combinadas de Enrique y Fadrique, que sabían de estos movimientos en la ciudad, avanzaron con un gran contingente armado, entre el que se encontraban algunas mesnadas de las órdenes militares, y llegaron al puente de San Martín el día dos de mayo; sin embargo, diversos banderizos petristas que se habían hecho fuertes en este lugar les impidieron la entrada. Ante esta situación, dispusieron su campamento en la Huerta del Rey, junto al Tajo, hasta que un día después, una operación de subterfugio de sus seguidores en el interior de la ciudad, les permitió controlar la puerta que daba al puente de Alcántara y poco después, consiguieron penetrar por ella.
Durante los siguientes días se produjeron importantes desmanes contra los leales al rey y, especialmente, contra la población judía. En este sentido, como nos narra el canciller de Ayala, principal cronista de estos hechos de armas, se realizó una gran matanza de hebreos y se puso asedio a la judería mayor, que contaba con una cerca defensiva y un castillo. El ensañamiento contra esta minoría no era de extrañar, ya que la propaganda trastámara acusaba al rey Pedro de ser amigo de los mismos, pero los motivos posiblemente eran otros y más profundos. La judería de Toledo era una de las más importantes del reino y tenía un gran poder económico, algo de lo que se había estado beneficiando el monarca para financiar gran parte del esfuerzo bélico. Los ataques contra los muros de la judería fueron constantes pero infructuosos, bien defendida por sus habitantes, a los que se habían sumado algunas tropas realistas que sabían del triste destino que les esperaba si los asediantes lograban entrar. Ante esta situación, se comenzaron poco a poco a hacer labores de expugnación. En varios días ya se habían abierto pequeñas brechas en la muralla, creándose algunos butrones en los que se luchaba de forma encarnizada por su control, lo que hacía presagiar un fatal desenlace para sus defensores.
Pero las tropas reales, cada vez más numerosas gracias a los refuerzos llegados de retaguardia, habían comenzado ya su avance y el día 8 de mayo estaban frente a los muros de Toledo, con un contingente de cerca de tres mil hombres de a caballo. El lugar elegido para intentar entrar en la ciudad y donde se concentraría el ataque principal era el puente de San Martín, ya que se trataba del punto más cercano a la judería. El plan de guerra, en el que debió tener mucho que ver el privado del rey Juan Fernández de Henestrosa, un genio militar de la época, tenía dos vertientes que aprovechaba la superioridad numérica frente a los defensores. En primer lugar lanzaron un ataque contra el puente, cuyo objetivo principal era prender fuego a las puertas para concentrar el mayor número de tropas trastámaras en este punto. Cuando los rebeldes cayeron en la trampa, comenzó la segunda parte del plan, que podríamos considerar un auténtico golpe de mano. Para ello se escogieron trescientos hombres de armas avezados en operaciones especiales que comenzaron a cruzar el río por las azudas del Tajo, poco caudalosas en ese momento, guiándose por unas cuerdas de cáñamo que habían colocado los de la judería en lo ancho del cauce para evitar que la corriente arrastrase a los soldados con su equipamiento. Una vez que, sanos y salvos, alcanzaron el pie de la muralla de la judería, pudieron ascender hasta la misma gracias a las sogas que les lanzaron los que allí se encontraban.
A partir de aquí se abría un segundo frente en la lucha por romper la resistencia de los defensores del puente, que aguantaban a duras penas ante las continuas descargas de los ballesteros, lo que convirtió el lugar, junto a las llamas que ya estaban propagándose por la torre de entrada, en un auténtico infierno. No obstante, las milicias santiaguistas, entre otras, mandadas por el comendador de Montiel Pedro Ruiz de Sandoval, resistieron de forma heroica la acometida, aunque finalmente el humo, las saetas y la falta de pretil y almenas en el coronamiento de la torre, les hicieron replegarse. La situación se tornaba, pues, desesperada, por lo que la caballería pesada enriqueña al mando del propio conde, de su hermano Fadrique y del maestre de la Orden de Calatrava, entre otros, con numerosos efectivos (unos ochocientos de a caballo), salieron de Toledo por el puente de Alcántara con el fin de atacar a los que seguían cruzando el río y sorprender a los que asaltaban el puente de San Martín por retaguardia. No obstante, cuando estaban próximos a alcanzar su objetivo, las puertas del puente de San Martín cedieron por el fuego y un fuerte contingente de tropas petristas al mando del propio rey consiguió penetrar en la ciudad. Los siguientes momentos, como solía suceder en los asedios medievales cuando se abría brecha en un muro, fueron una sangría que acabó con la escasa resistencia trastámara que todavía quedaba en la ciudad. Se abrió paso el rey Pedro hasta el alcázar toledano, el que había sido el principal bastión enemigo en la ciudad y donde se encontraba su esposa, la reina doña Blanca, a la que mandó encerrar en el castillo de Sigüenza. Por su parte Enrique, con los restos de su ejército, saqueó las acémilas y demás bagajes de los petristas que habían quedado fuera y se dirigió a Talavera para, posteriormente, volver a la ciudad de Toro que aún tenía en sus manos.
El gran asedio de Toledo y la batalla de Montiel (1368-1369)
El segundo episodio que vamos a tratar se produce en los momentos finales del conflicto, toda vez que Enrique, repuesto de la derrota en Nájera en 1367 a manos de las tropas combinadas anglo-castellanas, volvió de su segundo exilio en tierras francesas. Durante su estancia en el extranjero, a pesar de todos los contratiempos, el conde de Trastámara había sabido jugar muy bien sus cartas preparando el terreno para su regreso. Por medio de hábiles maniobras políticas y diplomáticas, no exentas de promesas, mercedes y sobornos, gran parte de la nobleza y de las ciudades castellanas estaban de su parte, por lo que todo quedaba preparado para una nueva invasión. En este caso, al igual que ocurrió en 1366, tras pasar por Calahorra, el primer objetivo fue la ciudad de Burgos, donde se había coronado rey de forma solemne un año antes. Tras entrar sin problemas en la ciudad, las tropas enriqueñas encontraron una gran resistencia en el barrio de la judería y en el castillo, desarrollándose un asedio muy violento que terminó, finalmente, con la rendición de la fortaleza.
Mientras tanto, el rey Pedro se había hecho fuerte en Andalucía, en concreto en su fortaleza de Carmona, donde había concentrado a su familia y había reunido su tesoro con el fin de preparar el futuro enfrentamiento con su medio hermano. A partir de entonces se comenzaron a poner las bases para lo que debía ser uno de los objetivos principales de la contienda, la conquista de Toledo, ciudad ahora petrista que era considerada pieza fundamental en la estrategia territorial de ambos contendientes. Para ello, Enrique había enviado a gran parte de sus tropas por delante con su mujer Juana y su primogénito, Juan, que fueron obteniendo victoria tras victoria en su avance hacia el sur. En primer lugar pusieron cerco al castillo de Dueñas (Palencia), fortaleza clave en el camino hacia Valladolid, donde mostraron su poder desplegando numerosos trabuquetes hasta conseguir rendir el enclave. Cuando llegó a Buitrago, sus fuerzas ya habían conseguido la entrega de la ciudad, caso similar a lo que pasó en Madrid. De forma paralela, parte de sus mesnadas habían estado recorriendo la vega del Tajo y las poblaciones cercanas a Toledo, con el fin de ir eliminando la resistencia de los focos leales al rey y dejar expedito el camino. Tras realizar su consejo en la villa de Illescas, decidió iniciar el asedio de la ciudad de Toledo, empresa que se presumía dura y prolongada. De esta forma, el día 30 de abril de 1368, el pabellón del autoproclamado monarca con más de mil hombres de armas se plantaba a las puertas de Toledo, en la zona de la Vega Baja y comenzaron los trabajos propios del asedio.
En un primer momento se mandaron contingentes para cerrar todos los posibles accesos a la ciudad, en especial a los puentes que habían sido determinantes años atrás y que lo volverían a ser en los meses siguientes. Además se puso un especial cuidado en cortar los puntos de suministros de agua y comida a la ciudad. A partir de aquí se inició el trabajo de los cuerpos especializados, como eran artilleros, carpinteros y obreros, que se habían sumado al cuerpo del ejército y que iban a tener un protagonismo principal en el asedio. En efecto, los ingenios de artillería habían tenido un papel inusitado desde la conquista de Burgos, ya que sembraban el terror de los defensores y se habían mostrado eficaces para batir los puntos débiles de las fortalezas. Por otro lado los carpinteros iniciaron los trabajos para construir bastidas y un puente de madera.
A lo largo de los meses siguientes se fueron alternando los ataques y contrataques, en general infructuosos, con la destrucción de varias bastidas fabricadas para el asalto de las murallas. No obstante, el paso del tiempo hizo mella entre los defensores de la ciudad y además, la quinta columna del bando enriqueño, que debía ser todavía numerosa en el interior de la urbe, propició varios altercados entre las dos facciones, como, por ejemplo, los sucesos que ocurrieron en la torre de los Abades. En este punto, ubicado en el frente norte, de cara a la vega, se había preparado una acción secreta para su asalto. A partir de aquí, la torre, debía servir de punto de acceso para un grupo que, posteriormente, tenía la misión de abrir uno de los accesos de la ciudad. La acción comenzó cuando un grupo de seguidores de los Trastámara, tras reducir a la guardia, se hicieron fuertes en el interior de la torre y lanzaron proclamas: “¡Castilla por el rey don Enrique!”, señal pactada para que las tropas enriqueñas, ubicadas en el real cercano, iniciaran el asalto por este punto. El movimiento fue muy rápido y los atacantes colocaron escalas para ascender hasta la torre pero, cuando estaban entrando los primeros soldados, unos cuarenta dicen las crónicas, los defensores habían comenzado la pugna por recuperar este punto fuerte. Al no poder acceder al mismo, iniciaron el acarreo de materiales inflamables, que iban depositando junto a la torre, tras lo que le prendieron fuego y obligaron a los atacantes a salir huyendo, de nuevo, por las escalas.
De forma paralela a estas acciones, el principal punto de ataque, como ya hicieran los petristas en 1355, era la torre que defendía el acceso al puente de San Martín. En este punto, cuerpos de zapadores estaban trabajando en una mina para derribarla, aunque la acción tenía una gran dificultad por las constantes salidas de los defensores, a lo que los atacantes respondían con el disparo de bolaños desde los trabucos instalados en las proximidades. No obstante, viendo el avance de las minas, los petristas intentaron inutilizar el puente mediante la destrucción de un arco, al tiempo que construían un muro interno de tapias, al otro lado del puente, para cerrar el acceso ante una eventual caída de la torre. Ante esta situación, en el mes de diciembre de 1368, los asaltantes se apremiaron en los trabajos de minado, excavando y entibando sin descanso, hasta que días después parecía todo listo para el golpe de gracia a Toledo.
El asalto se preparó para ejecutarse al alba. Las tropas enriqueñas se congregaron en el entorno de la torre mientras que se intensificaba el trabajo de los artilleros que con grandes piedras batían a los defensores, que ya eran conscientes del peligro que se cernía sobre ellos. A partir de aquí los acontecimientos se precipitaron de forma dramática. Todo comenzó con la quema de los puntales de la mina que, finalmente, no fue suficiente para que la torre quebrara. Ante esto y pensado en un asalto a las bravas, los sitiados reaccionaron con gran premura completando sus labores de derribo intencionado del puente, bajo fuertes descargas de piedras del enemigo, hasta que uno de los arcos se quebró y cayó por completo. Con el desplome de esta gran estructura, que amargamente describe el cronista Pedro López de Ayala, el cerco entró en un aparente punto muerto.
Por su parte, Pedro I estaba bien informado de la suerte de los defensores toledanos y de lo pronto que caería la ciudad si no se prestaba a levantar el sitio. Desde sus bases sevillanas había intensificado sus acciones para reunir un ejército con el que volver a restituir el statu quo, a la vez que, junto a sus aliados nazaríes, realizaban ataques contra los principales enclaves trastámaras en la zona andaluza, principalmente en Córdoba. En el mes de marzo de 1369, con una mesnada de cierta entidad, los petristas ascendieron hacia tierras de Badajoz y tras pasar por Puebla de Alcocer, atravesaron el Campo de Calatrava con destino a la ciudad de Alcaraz, con el fin último de reunir un ejército lo suficientemente potente como para poder levantar el asedio de Toledo. El día 13 de marzo de 1369 llegó Pedro I a la villa de Montiel y se dispuso a pasar la noche en el castillo de La Estrella, dispersando las tropas por las aldeas de los alrededores para que pudieran avituallarse.
Mientras tanto, los espías del bando enriqueño, que eran numerosos en Villa Real (hoy Ciudad Real) y otros lugares del Mediodía, mantenían convenientemente informado a Enrique Trastámara de los movimientos de su medio hermano. En esta coyuntura, días antes, en una decisión arriesgada pero que a la postre se tornará decisiva, decidió reunir su consejo y marchar al encuentro del enemigo. Se buscaba el enfrentamiento directo, consciente como era de la debilidad del monarca castellano y del favor del efecto sorpresa. Tras dejar un contingente suficiente para continuar el asedio de Toledo al mando del arzobispo de la ciudad, se puso al frente de lo más granado de su ejército, y tras una cabalgada frenética atravesando los campos de La Mancha, llegó a las cercanías de la villa de Montiel en la noche del 13 al 14 de marzo de 1369.
Explicar los sucesos que ocurrieron a partir de este momento excede con mucho el propósito de este texto, por lo que haremos un acercamiento somero a los mismos (véase un análisis completo en “El fin de un reinado (1367-1369). Los destinos marcados” en Desperta Ferro Antigua y medieval n.º 44). En la madrugada del día 14, una avanzadilla de tropas petristas que habían salido del castillo de Montiel a otear el terreno, se replegaron hasta Montiel anunciando la llegada del ejército trastámara. Pedro, sorprendido y con sus tropas diseminadas por el entorno, se apresuró a presentar batalla. Logró a duras penas formar una línea con peones y la caballería nazarí como tropas auxiliares, dejando el castillo de Montiel a su espalda. Al frente de los enriqueños llegó la caballería pesada formada por las órdenes militares de Santiago y Calatrava, así como los mercenarios de las Compañías Blancas francesas, quienes, tras dar un breve descanso a las monturas, realizaron una carga en la que participaron varios centenares de jinetes. El choque debió ser brutal, pero el rey Pedro resistió al frente de sus hombres hasta que, Enrique, con lo que quedaba de su ejército, realizó una maniobra envolvente y, cruzó los vados del río Jabalón para atacar por el flanco norte. A partir de aquí la línea petrista se rompió y comenzó la retirada. El rey se refugió en el castillo de Montiel, que alcanzó a duras penas, mientras que las tropas nazaríes huyeron en desbanda hacia el sur.
En los días siguientes se llevó a cabo el asedio del castillo, construyéndose un muro a su alrededor para evitar la posible huida del rey Pedro. Nos consta que hubo algún intento de asalto o al menos escaramuzas delante de la muralla de la villa, como demuestran los virotes de ballesta hallados en las excavaciones arqueológicas del lugar y las menciones a los ballesteros genoveses que se citan en las fuentes de la época. Finalmente el rey Pedro, desesperado, intentó huir en la madrugada del día 23 de marzo, pero fue conducido con engaños hasta el interior de una tienda donde le esperaba su medio hermano. Al reconocerse ambos, se enzarzaron en una lucha sin cuartel en la que finalmente, Pedro I, sujeto por la espalda por el francés Bertrand Duguesclin, recibió varias puñaladas de manos de su propio hermano, Enrique II, consumándose el regicidio y el definitivo cambio de dinastía en la corona de Castilla.
Mientras, Toledo, aún seguía cercada y soportando una gran carestía después de casi un año de asedio. Con las noticias llegadas de Montiel, la moral se vino por los suelos e hizo comprender a los realistas que todo estaba perdido. Por ello y a pesar de que algunos petristas se habían reunido en Carmona para seguir, a la desesperada, la lucha de su bando frente a la casa Trastámara, las puertas de la ciudad se abrieron definitivamente a las tropas enriqueñas. Días después comenzó una gran represión en la que, nuevamente, los judíos se llevaron la peor parte, teniendo que pagar una gran suma de dinero e, incluso, muchos de ellos acabaron siendo vendidos como esclavos.
Conclusiones
La llamada Primera Guerra Civil castellana fue un conflicto que se desarrolló bajo los paradigmas clásicos que habían marcado los episodios bélicos medievales en la Península. Las batallas campales, salvo el citado episodio de Montiel, fueron escasas y poco decisivas a largo plazo, como ocurrió con las dos batallas de Nájera (1360 y 1367) y la batalla de Araviana (1359), mientras que la guerra de desgaste y los asedios y conquistas de las plazas fuertes fueron las que marcaron poco a poco el devenir de la contienda. En este sentido, ambos bandos debieron poner en funcionamiento importantes recursos para poder prolongar en el tiempo los asedios y disponer de todo un conjunto de herramientas para doblegar al enemigo, contando incluso con el concurso de tropas extranjeras, lo que supuso un quebranto económico considerable (véase “Liberando a los perros de la guerra. Mercenarios extranjeros y Grandes Compañías” en Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 44).
No obstante, la guerra entonces, como lo será en tiempos venideros, no puede basarse en un único tipo de acción, sino que la hábil conjunción de diplomacia, estrategia, táctica y apoyo logístico, se tornará fundamental para decantar la victoria para uno u otro bando. El provecho que supo sacar Enrique de sus victorias, la hábil política diplomática, la labor de propaganda y contrapropaganda contra el rey Pedro, desacreditándole e infundiendo bulos sobre su legitimidad, el espionaje, y como hemos visto en este texto, los asedios y operaciones especiales, fueron sin duda acciones, que en conjunto, tuvieron un resultado positivo para los intereses del aspirante al trono y fueron decisivas en el devenir de la guerra.
Fuentes primarias
Pedro López de Ayala, Crónicas. Buenos Aires: Secrit, 1997.
Jean Froissart, Crónicas. Madrid: Siruela, 2000.
Gutierre Diaz de Games, El Victorial. Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1997.
Bibliografía
- García Fitz, F. (2007): “Las guerras de cada día en la Castilla del siglo XIV”, Edad Media. Revista de Historia, 8, pp. 145-181.
- García Fitz, F. (2019): “Usos de la guerra y organización militar en la castilla del siglo XIV”. Memoria y Civilización, 22, pp.117-142.
- Rojas Gabriel, M. (1997): “Nuevas técnicas, ¿viejas ideas? Revolución militar, pirobalística y operaciones de expugnación castral castellanas en las guerras contra Granada (c.1325-c.1410)”. Meridies, IV, pp. 31-56.
- Valdeón Baruque, J. (1966): Enrique II. 1369-1379. Palencia, La Olmeda
- Valdeón Baruque, J. (2002): Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara, ¿la primera guerra civil española? Madrid, Aguilar.
- VV.AA. (2017): Desperta Ferro Antigua y Medieval n.º 44: Pedro I el Cruel.
Jesús Molero es doctor en Historia y profesor de Historia Medieval en la Universidad de Castilla-La Mancha. Sus investigaciones se han centrado en temas como la frontera, el hábitat, las fortificaciones y demás aspectos propios de la arqueología medieval. Codirige los trabajos arqueológicos en el Conjunto Arqueológico del Castillo de La Estrella y es investigador principal de varios proyectos de investigación tanto del Ministerio de Ciencia e Innovación como del Ministerio de Cultura.
David Gallego es arqueólogo e historiador del Arte por la Universidad de Castilla La Mancha. Actualmente es codirector del Conjunto Arqueológico Castillo de La Estrella. Forma parte de varios proyectos de investigación sobre las órdenes militares y, por otro lado, sobre la historia de las fortificaciones medievales y su poliorcética.
La primera no sería la guerra entre Alfonso VI y su hermano Sancho ambos reyes de Castilla?
El término lo acuñó el gran historiador don Julio Valdeón. Cuando se enfrentaron Alfonso y Sancho, el primero era rey de Leon y el segundo de Castilla tras el reparto realizado por su padre. Tras la muerte de Sancho se reunificó el reino.
Interesantísimo, muchas gracias.
Tenía ganas de ir a la conferencia que daría este mes Jesús Molero en el Museo Arqueológico Nacional.
«El conde y el maestre, una vez entraron en Toledo, se sosegaron en sus posadas, pero sus compañías comenzaron a robar una judería apartada, que llamaban El Alacava, y robáronla, y mataron a los judíos que hallaron; hasta mil y doscientas personas, hombres y mujeres, grandes y pequeños. Pero la judería mayor no la pudieron tomar, que estaba amurallada y con mucha gente dentro. Y algunos caballeros que tenían ya el partido del rey don Pedro ayudaban a los judíos y todos en uno defendían la judería mayor».
«[El rey don Pedro] como buen y audaz caballero que era, se detuvo en los campos e hizo desplegar su estandarte […] Y allí estaba [él], hombre tremendamente audaz, que combatía con valor y sostenía un hacha con la que asestaba tales golpes que nadie se atrevía a acercársele».
Uu