L’Olonnais. El pirata despiadado

Francois Lolonois (1678), grabado perteneciente a la primera edición del libro De Americaensche Zeerovers (Los bucaneros de América), de Alexandre Exquemelin. L’Olonnais llegó a América como engagé una figura jurídica muy difundida en la época, tanto en las colonias británicas como en las francesas, que consistía en que una persona se comprometía a trabajar para otra a cambio de que esta sufragara su viaje al nuevo mundo. En el caso de las colonias francesas, estos hombres recibieron también el apelativo de “36 meses”, por el tiempo que duraba su “contrato” de trabajo, que no era otra cosa que una servidumbre cuyas condiciones podían depender en gran medida de los patronos que los hacían traer. Esta institución fue regulada mediante diversas ordenanzas, entre ellas la de 19 de febrero de 1698, que ordenaba que todos los barcos que partieran a las islas de América llevaran engagés a bordo –entre 3 y 6 de ellos, según el tamaño de su nave, salvo que alguno tuviera una profesión, en cuyo caso valía doble “en consideración a la utilidad que supondrán para las colonias”–. Una vez terminado el plazo, el trabajador era libre para establecerse en la colonia comprando tierras, ejerciendo un oficio o, como en el caso de nuestro protagonista, dedicándose a la piratería.

L’Olonnais, cuyo nombre real era Jean-David Nau, fue conocido en el Caribe con el sobrenombre de “el hombre de Les Sables d’Olonne”, una localidad de la costa atlántica francesa que tenía grandes arenales. Quizá pudo haber sido pescador, o marinero, porque, indudablemente, conocía el mar. Al parecer llegó al Caribe como engagé entre los años 1650 y 1660, y  después de los tres años de servicio obligatorio se dirigió a La Española y posteriormente a Tortuga. Tras haber viajado a esta isla, que era hogar de bucaneros, en dos o tres ocasiones, llamó la atención del gobernador, M. de la Place, quien le ofreció un barco y lo nombró capitán. L’Olonnais comenzó su carrera con apenas 20 hombres, pero gracias a sus innegables dotes de mando y, sin duda, al acuerdo que suscribió con el gobernador para repartirse las riquezas, pronto comandaría 8 barcos y 400 tripulantes.

Según narra el escritor, cirujano y también bucanero Exquemeling, su atributo más significativo fue su odio acérrimo hacia los españoles y la crueldad que mostró hacia ellos. Así, por ejemplo, cuando los prisioneros no le ofrecían la confesión que buscaba, los macheteaba hasta la muerte y “lamía la sangre de la hoja con la lengua…”. Es Exquemeling quien nos brinda casi todos los detalles conocidos de la vida de L’Olonnais en su obra Los bucaneros de América, publicada por primera vez en holandés en 1678, en castellano (traducida del flamenco) en 1681 y después en inglés en 1684.

La primera acción de este atroz pirata de que se tiene noticia sucedió en Campeche, México, cuando una tormenta arrastró a tierra a su tripulación, donde fue atacada por los españoles, los cuales mataron e hirieron a la marinería, incluyendo a L’Olonnais, aunque este consiguió salvarse cubriéndose con arena y sangre y fingiendo estar muerto. Después, corrió para internarse en la espesura, curó sus heridas y volvió a Campeche donde, gracias a la ayuda de algunos esclavos que encontró en su huida, se hizo con una canoa y regresó a Tortuga.

Allí, consiguió dos piraguas grandes y una tripulación de 20 bucaneros, con los que zarpó hacia Cuba y llegó hasta la villa de Los Cayos, donde fueron descubiertos. Los habitantes suplicaron al gobernador de la isla que les ofreciera ayuda y este envió un barco de 10 cañones con una numerosa marinería. L’Olonnais y sus bucaneros atacaron el navío al anochecer, desplegando las canoas por ambas amuras para esquivar los cañones y poder abordar la nave, tras lo cual, junto con sus hombres, obligó a los tripulantes a meterse bajo la cubierta para irlos sacando uno a uno y decapitarlos, incluyendo a un hombre negro enviado para ser su verdugo. Únicamente indultó a un español, con el fin de que llevara al gobernador de Cuba un mensaje insultante que, según narra Exquemeling, decía “Jamás daré cuartel a ningún español y ansío poder proceder con vuestra persona con semejante castigo al que he sometido a aquellos a quienes habéis mandado contra mí”. Es posible que este acontecimiento, junto con lo sucedido en Campeche, fuera el origen de la inquina de L’Olonnais hacia los españoles.

Expedición a Maracaibo

Mientras tanto, navegó con el barco que había apresado en Cuba hasta el puerto de Maracaibo, en Venezuela, donde capturó una nave cargada de plata, regresando a continuación a su guarida en Tortuga, donde fue bien recibido. Entonces planeó una expedición de saqueo a gran escala a la misma ciudad y, al anunciar una empresa de envergadura, se unieron a su tripulación unos 400 hombres. También llegó a un acuerdo con el soldado Michel Le Basque, quien dirigiría las operaciones en tierra mientras L’Olonnais lo hacía en el mar. En conjunto, en abril de 1667 se pusieron en camino 600 hombres y 8 naves. Su primera escala fue para hacer acopio de provisiones en las costas norte y este de La Española, donde se topó con un barco español que transportaba cacao y al que logró imponerse tras tres horas de feroz combate. Quedó complacido al descubrir que, además del cacao, había 40 000 reales de a ocho y otros 10 000 más en joyas. El pirata envió el barco a Tortuga, junto con su carga, donde el gobernador lo descargó con regocijo y lo envió de vuelta con provisiones (cuestión de vital importancia para los bucaneros).

Una vez dispuesto, L’Olonnais zarpó hacia su objetivo a finales de julio de 1667. En la bocana de la laguna de Maracaibo había un fuerte, llamado de la Barra, que protegía el angosto acceso, y que atacaron con gran valor, armados tan solo con espadas y pistolas, hasta conquistarlo. Tras ello, dieron la señal al resto de la flota para que entrara en la laguna y se dirigiera a la ciudad de Maracaibo, cuyos habitantes habían huido, aunque algunos de ellos fueron localizados en los bosques y los piratas les aplicaron sus métodos habituales para arrancarles la información de dónde habían enterrado sus tesoros. Al igual que hiciera Henry Morgan, los ciudadanos fueron pasados por el potro de tortura para obligarles a confesar en qué lugar habían ocultado sus riquezas, mientras L’Olonnais macheteaba hasta la muerte a un desafortunado prisionero exclamando, tal y como relata Exquemeling, “si no confesáis dónde habéis escondido el resto de vuestras pertenencias, haré lo mismo con todos vuestros compañeros”.

Tras dos semanas expoliando a los habitantes de Maracaibo, L’Olonnais y su flota pusieron rumbo a Gibraltar, una población al otro extremo de la laguna, pero el gobernador local había reunido 400 hombres que, junto a otros 400 de la propia ciudad, emplazaron baterías y se aprestaron para la lucha. L’Olonnais organizó un consejo de guerra y decidió atacar con aproximadamente 380 hombres de su flota, cada uno armado con una espada, una o dos pistolas y 30 cargas de pólvora. “[…] Al primero que muestre el más mínimo temor […] yo mismo le dispararé” les dijo, aunque también les arengó: “Venid, hermanos, seguidme y tened valor”. Entonces, los bucaneros chocaron sus manos y atacaron, pero la determinación de la defensa les produjo bajas suficientes como para verse obligados a retirarse. Fue entonces cuando L’Olonnais utilizó la vieja táctica de fingir que huía junto con sus hombres para atraer tras ellos a los defensores y volverse repentinamente para aniquilarlos. Así consiguieron capturar las baterías y la ciudad. Según Exquemeling, las bajas españolas ascendieron a unos 500 muertos y 150 prisioneros; y alrededor de 500 esclavos, mujeres y niños quedaron bajo la custodia de L’Olonnais. Los bucaneros solo debieron de sufrir unos 40 muertos y otros tantos heridos, lo que nos lleva a pensar que, muy probablemente, la cifra de víctimas españolas sea exagerada, pero no podemos saberlo porque L’Olonnais las apiló en dos grandes embarcaciones y las hundió en la laguna.

Se sucedieron las ya conocidas torturas a los prisioneros y habitantes de Gibraltar para averiguar dónde estaban escondidos sus tesoros. No cabe duda de que L’Olonnais también pretendía crearse una imagen de fiereza que causara la rendición inmediata de sus rivales y fomentara que los prisioneros entregaran sus pertenencias. Como relata Exquemeling “era costumbre en L’Olonnais, si los individuos no confesaban después de haber recibido tormento, cortarles tajadas con su sable y arrancarles la lengua; deseoso de hacer lo mismo a todos los españoles del mundo”. El método funcionaba porque cuando se fueron de Gibraltar, al cabo de un mes, los bucaneros se habían embolsado un rescate de 10 000 reales de a ocho y, en el camino de regreso por la laguna, consiguieron de Maracaibo otros 20 000, además de 500 vacas y las campanas e imágenes de la iglesia. L’Olonnais y sus hombres se dirigieron entonces a la isla de Vaca, en la costa sureste de La Española, para repartirse el botín, que ascendía a un total de 260 000 reales de a ocho, además de joyas y algunas mercancías como seda y lino. Cada hombre recibió 100 reales de a ocho –como era costumbre entre bucaneros y piratas, los heridos tenían prioridad y recibían una cantidad en función de la naturaleza de sus lesiones– , mientras que el capitán y los profesionales, como cirujanos o carpinteros, percibían, también como práctica habitual, una cantidad mayor. Excepcionalmente, incluso los fallecidos recibieron su paga, siendo sus amigos quienes se hicieron cargo de sus montantes para entregárselos a los parientes de los bucaneros muertos. Exquemeling afirma que el gobernador de Tortuga también sacó tajada, como se esperaba, al abonar solo la vigésima parte del valor de la carga de cacao del barco español capturado anteriormente.

Mapa Piratas Caribe L’Olonnais

Mapa de las acciones de L’Olonnais en el Caribe (1665-1671). Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

Ambición sin límites

L’Olonnais salió entonces de caza hacia el sur de Cuba para despojar de sus canoas a los pescadores y utilizarlas en su nueva gran empresa: la invasión de la ciudad de Granada, en las orillas del lago Nicaragua. Estas embarcaciones eran imprescindibles en las aguas poco profundas de los ríos y los lagos y muy útiles también para atacar barcos por sorpresa. Por supuesto, el plan era tratar de emular el anterior ataque a Granada protagonizado por Henry Morgan y otros entre 1663 y 1665, quienes remontaron el río San Juan en canoa hasta el lago Nicaragua. L’Olonnais partió con 700 hombres y seis navíos, el último de ellos un gran navío español que había apresado en la incursión a Maracaibo en el que embarcó él mismo con 300 hombres.

Sin embargo, las cosas no fueron tan bien en esta expedición. Para empezar, los buques se encontraron inesperadamente con una “pesada calma”, y fueron a la deriva hacia el cabo Gracias a Dios, en el límite entre Nicaragua y Honduras. Es probable que los bucaneros decidieran atacar los pueblos costeros para hacerse con provisiones, pues algunos se valieron de canoas para surcar el río Aguán saqueando mijo, cerdos y pollos a los indios nativos. En el mar alcanzaron finalmente Puerto Caballos, donde vaciaron dos almacenes pertenecientes a los españoles, les prendieron fuego, tomaron prisioneros y se apoderaron de un barco español de 24 cañones y 16 pedreros. Según narra Exquemeling, los prisioneros fueron torturados con “las más desvergonzadas e inhumanas crueldades que jamás bárbaros inventaron, sometiéndoles a las peores torturas que podían imaginar”, lo cual quizá responda a los esfuerzos del escritor para añadir interés a la historia.

A continuación, L’Olonnais dividió su tripulación, dejando a su lugarteniente, el holandés Moses van Klijn, a cargo de la vigilancia del puerto mientras él, con 300 hombres, se encaminaba hacia la ciudad más cercana, San Pedro Sula, librando por el camino una serie de combates contra las emboscadas españolas. Lograron progresar arremetiendo con furia y empleando “bolas de fuego” (granadas), pistolas y espadas. Es aquí donde se dice que L’Olonnais cometió su mayor atrocidad, al interrogar a varios soldados españoles a los que había capturado acerca de otras posibles emboscadas en el camino hacia San Pedro Sula. Estos dijeron desconocer si se tenderían más y no pudieron señalarle otro camino alternativo para entrar en la ciudad y, entonces, según el relato de Exquemeling, a L’Olonnais le consumió la ira:

«Sacó su sable, abrió el pecho a uno de esos pobres españoles y, arrancándole el corazón con sus sacrílegas manos, comenzó a morderlo y a roerlo con sus dientes como un lobo hambriento, diciendo al resto: “Os haré a todos lo mismo si no me mostráis otro camino”.

Una vez más este episodio parece algo exagerado, pero formaba parte de la imagen de sanguinario bucanero de L’Olonnais. En cualquier caso, no le sirvió de ayuda, pues los españoles defendieron bien San Pedro Sula con sus cañones y frustraron cualquier intento de acercarse a ella rodeándola con arbustos espinosos. Al final, con los bucaneros agachándose cada vez que los españoles disparaban sus piezas, tal y como se les había dicho, mientras respondían con granadas y disparos de mosquete, el combate llegó a un punto muerto y los españoles acabaron por mostrar bandera blanca. A continuación, se negoció un acuerdo de rendición según el cual se dieron dos horas a los habitantes para abandonar la localidad sin sufrir daño, que los bucaneros respetaron, tras las cuales la saquearon pero solo encontraron algunos sacos de tintura de índigo, resultando también infructuosa la persecución de los habitantes.

A continuación, L’Olonnais y sus hombres volvieron a la costa y pasaron cerca de tres meses carenando sus barcos en la bahía de Honduras y cazando tortugas para alimentarse. Los bucaneros albergaban la esperanza de poder apresar algún suculento barco procedente de España y esperaron pacientes en la desembocadura del río Guatemala hasta que llegó uno, armado con 42 cañones y una tripulación de 130 hombres. Se desató entonces una lucha implacable en la que L’Olonnais empleó su siempre eficaz método de desplegar cuatro canoas a los costados de la embarcación y una cortina de humo para abordar el barco “mientras el humo de la pólvora siguiera siendo muy denso” y capturarlo. Sin embargo, al final los bucaneros se vieron frustrados pues el barco solo transportaba 50 lingotes de hierro, algo de papel y vino.

Cruel final para un cruel pirata

Siempre en busca de nuevas empresas, L’Olonnais propuso entonces una incursión a Guatemala, pero gran parte de su tripulación, liderada por Moses van Klijn y Pierre le Picard, se mostró escéptica con la idea y le abandonó en busca de sus propias empresas piráticas. Entonces, escaso de provisiones, L’Olonnais navegó por la bahía de Honduras hacia los Cayos de Perlas, buscando víveres en la costa y viéndose obligado a matar monos y otros animales por desesperación. Durante esta travesía el barco en el que viajaba, grande y desvencijado, el mismo que había apresado en Maracaibo, encalló entre las islas. Los bucaneros sobrevivieron en aquel lugar durante unos seis meses, cultivando vainas y frutas y comiendo trigo español, que cocían en sus hornos portátiles, al tiempo que construían una barcaza con la madera y los clavos del barco varado. Una vez terminada, echaron a suertes quién debía embarcarse y quién debía quedarse en tierra, y L’Olonnais zarpó hacia el río San Juan, donde españoles e indios se abalanzaron sobre los bucaneros y asesinaron a muchos de ellos. Forzados a continuar travesía, él y su mermada tripulación desembarcaron cerca de Cartagena, en el golfo del Darién, dispuestos a hacerse con canoas para rescatar a los bucaneros que se habían quedado en Cayos de Perlas. Aquí conocería el desastre, pues los indios locales “lo hicieron prisionero y lo descuartizaron vivo, arrojando uno a uno los miembros al fuego y lanzando sus cenizas al aire […]”. Exquemeling escuchó estos detalles a uno de los supervivientes del suceso, ya que la mayoría de la tripulación también fue desmembrada y arrojada al fuego. Este fue el fin de uno de los más notables piratas de la historia, conocido por su crueldad.

Pero, ¿fue excepcional el comportamiento de L’Olonnais? La mayoría de sus torturas y abusos tan solo imitaron los métodos de Henry Morgan y su crueldad con los prisioneros tuvo como objeto obtener riquezas o información, es decir, que no torturaba por su propio placer. También podría ser que Exquemeling, principal fuente de conocimiento del personaje, quien también fue bucanero y vivió junto a Henry Morgan el asalto a Panamá de 1670, tampoco sintiera aprecio alguno por los españoles y quisiera exagerar el modo en que L’Olonnais los trataba. Además, es posible que pretendiera hacer más atractivos sus relatos y embaucar al lector enfatizando los episodios de brutalidad y tortura, y es igualmente probable que L’Olonnais, como el pirata Barbanegra, quisiera dar de sí mismo una imagen despiadada que le fuera de ayuda en sus asaltos a las ciudades y barcos españoles y en los interrogatorios a sus prisioneros, por no hablar de atraer seguidores. Dicho esto, existe cierto componente psicológico en las acciones de L’Olonnais que parecen convertir su carrera pirática en más violenta de lo que era habitual, incluso para el agresivo mundo de los bucaneros del Caribe del siglo XVII.

Bibliografía

  • Alexandre O. Exquemelin, Bucaneros de América (edición de Carlos Barral, Madrid, 1999).
  • Konstam, A. (2010): The World Atlas of Pirates. Guilford: Lyons Press.
  • Travers, T. (2007): Pirates, a History. Chalford: Tempus Publishing.

Tim Travers, doctor por la Universidad de Yale, es profesor emérito de la Universidad de Calgary, donde impartió clases durante más de treinta años. De entre sus publicaciones destacan The Killing Ground: The British Army, the Western Front and the Emergence of Modern Warfare, 1900-1918 (1987) y Pirates: A History (2007).

Este artículo apareció publicado en el Desperta Ferro Historia Moderna n.º 16 como adelanto del siguiente número, el Desperta Ferro Historia Moderna n.º 17: Piratas en el Caribe.

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