Retrato de Silio Itálico Punica Laro

Retrato de Silio Itálico, de Francesco Pesellino, ca. 1448, de una edición manuscrita de Punica (Biblioteca Nazionale Marciana, BNM ms Lat. XII, 68). En esta obra, Itálico será el creador del personaje de Laro.

En el siglo I d. C. un nuevo héroe apareció en la literatura. Entonces Silio Itálico escribió Punica, un poema épico sobre la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. C.) que enfrentó a cartagineses y romanos. En cierto momento del relato, surge un guerrero extraordinario:

«Apenas un solo hombre mostró una determinación digna de ser transmitida a la posteridad y que merezca obtener la recompensa de la fama. Incluso privado de sus armas, el cántabro Laro podía hacerse temer por la estatura y corpulencia de sus miembros». (16.44-47, trad. de J. Villalba).

La acción se sitúa en el asalto romano al campamento de Hannón en el 207 a. C., y Laro es un mercenario que lucha en las filas cartaginesas. Continúa Silio:

«A la manera de su gente, entraba en feroz combate con el hacha en su diestra. Y, aunque en torno a él veía que los ejércitos se habían visto forzados a huir y dispersarse, que la tropa de guerreros de su tribu había sido exterminada, él llenaba por sí sólo el espacio de los muertos. Si el enemigo lo abordaba de cerca, le agradaba saciar su ira golpeándole en la frente; si le atacaban por la izquierda, giraba su arma golpeando del revés. Pero, cuando un rival fiero y convencido de su victoria le venía por la espalda, sin inmutarse por nada, era capaz de lanzar su hacha por detrás; desde cualquier parte que lo acometieran, se mostraba él como un temible guerrero». (16.48-57, trad. de J. Villalba).

A continuación, describe su apoteósico combate con Lucio Cornelio Escipión, que, finalmente, con grandes dificultades, consigue abatirlo. Esta es la única mención antigua que existe de este excepcional personaje.

Dios Marte, de Francesco Pesellino, ca. 1448, de una edición manuscrita de Punica de Silio Itálico (Biblioteca Nazionale Marciana, BNM ms Lat. XII, 68).

El escritor y los bárbaros

¿Existió Laro? Probablemente no. Punica, aunque bien documentada históricamente, es pura literatura, una gran epopeya al estilo de la Ilíada o la Eneida en la que poderosos guerreros pugnan para decidir el destino del mundo. Al construir su universo, Silio utilizó nombres exóticos, históricos y mitológicos, para crear a sus personajes secundarios, mezclando elementos de distintas épocas con los que adornar su obra. Con toda probabilidad, Laro no es más que eso, un atractivo recurso literario.

De hecho, ni siquiera hubo cántabros en la Segunda Guerra Púnica; ni romanos ni cartagineses habían tenido suficiente contacto con esos pueblos todavía. Lo que ocurre es que, cuando Silio escribió su obra doscientos años después, estaba reciente la Guerra Astur-Cántabra (29-19 a.C.), que culminó el dominio romano del norte de Hispania. Además, este conflicto se acompañó de un potente aparato propagandístico: se vendió como el gran logro militar de Augusto, presentando a los pueblos cantábricos como los bárbaros por excelencia. Por eso Silio introdujo en su relato personajes norteños y reprodujo diversos tópicos sobre su salvajismo y ferocidad, porque ese tema resultaba fácilmente reconocible para el público de su época, aunque no tuviese nada que ver con el tiempo histórico del que estaba hablando. Laro es un mito concebido por la imaginación de un poeta en un determinado contexto político.

Laro, el héroe cántabro

Después, durante siglos, Laro permaneció prácticamente en el olvido, mientras que otros hispanos, como Viriato o los numantinos, fueron convirtiéndose en auténticos héroes nacionales. Pasó desapercibido incluso en el siglo XIX, cuando los indómitos pueblos cantábricos empezaron a ser vistos como un perfecto ejemplo romántico de independencia frente al extranjero. Al fin y al cabo, la historia de Laro no era la más apropiada, pues su único mérito fue luchar como mercenario de los invasores cartagineses, una de las civilizaciones más denostadas de la tradición española, que seguía en esto la estela grecorromana.

Guerras cántabras, grabado de Recuerdo de un viage por España, de Francisco Paula Mellado, 1849-1851.

Sin embargo, de pronto, Laro renació. Los cántabros, de Joaquín González Echegaray (1966), puede considerarse una obra pionera de la historiografía académica sobre la Antigüedad de esa región. En ella, este personaje tiene un papel importante, por ejemplo, para especular sobre la apariencia que debió tener su pueblo: “parece, pues, que el cántabro era de ordinario alto y fornido, lo que nos permite asimilarle a un tipo racial nórdico más que al tipo mediterráneo, bajo y nervioso” (p. 123). Aunque admitía su carácter literario, fue más fuerte la tentación de imaginar a sus queridos cántabros como colosales guerreros norteños, utilizando a Laro como el prototipo de toda una etnia.

El libro de Echegaray es solo una muestra temprana. Lo cierto es que, en las siguientes décadas, Laro pasó a un primer plano en el ámbito regional. Ciertos trabajos científicos y divulgativos han mantenido esa tendencia a la idealización, mientras que el cómic y la novela histórica lo han convertido en todo un icono popular, omitiendo su papel de mercenario y transformándolo en un cabecilla de la resistencia antirromana. Hasta el propio nombre de Laro se extendió entre los bebés cántabros. ¿Cómo un olvidado personaje literario puede convertirse en un héroe de ese calibre?

Monumento al cántabro, de Ramón Ruiz Llorena, Santander, 1985. En el pedestal una inscripción reproduce la frase de Horacio: Cantabrum indoctum iuga ferre nostra (“el cántabro, que nuestro yugo a soportar no aprende”, C. 2.6.1-2, trad. de J. L. Moralejo). Fuente: Wikimedia Commons

Un momento propicio

Las fechas son clave. La figura de Laro empezó a popularizarse entre los años 60 y 80, la época de la Transición democrática. No fue el único, también lo hizo Corocotta, el otro héroe cántabro, en este caso “inventado” por Adolf Schulten. Realmente, aquel periodo fue fundamental en la investigación del pasado remoto de la región, su recreación en la literatura y el cine, y su conmemoración en monumentos públicos. Muchos de los resultados científicos y creativos de ese fenómeno han sido muy valiosos, pero igual de interesantes son sus implicaciones políticas.

Evidentemente, el redescubrimiento de Laro tiene mucho que ver con la conformación de la comunidad autónoma de Cantabria. En el proceso de construcción del régimen de las autonomías de 1978, las zonas que tenían una escasa tradición nacionalista o regionalista previa, como es el caso cántabro, tuvieron una especial dificultad para justificar la reivindicación de sus competencias frente al centralismo franquista y en competencia con el resto de comunidades. En este proceso de legitimación resultó fundamental rescatar cualquier recurso histórico que respaldase su discurso identitario, por endeble que fuese a veces. Al parecer, el nuevo proyecto político de futuro requería reconstruir un pasado que estuviese a la altura.

Laro el cántabro

Laro el cántabro, de Andrés Torre González (Andy), 1999, a partir de la tira publicada en el diario Alerta en los años 70.

Sin duda, la resistencia que los cántabros ofrecieron a la conquista romana era una buena hazaña que celebrar en ese sentido, pero en aquel relato faltaba un héroe conocido, un individuo ejemplar que sirviese de referente. Rebuscando entre las fuentes, el poema de Silio aportó el líder singular que se necesitaba. En un ambiente ideológico que alimenta este tipo de mitos, Laro ha acabado por asumirse en el imaginario colectivo como un símbolo ancestral de la cultura cántabra. El héroe, convenientemente reinventado, estaba listo para cumplir su nuevo cometido.

Bibliografía

  • Aja Sánchez, J. R. et al. (eds.) (2008), Los cántabros en la antigüedad: la historia frente al mito. Santander: Universidad de Cantabria.
  • González Morales, M. R. (1992): «Racines: la justification archéologique des origines régionales dans l’Espagne des Communautés autonomes», en Shay, T. y Clottes, J. (eds.), The limitations of archaeological knowledge. Liège: Marcel Otte-Université de Liège, pp. 15-28.
  • Núñez Seixas, X. M. (2005), «Inventar la región, inventar la nación: acerca de los neorregionalismos autonómicos en la España del último tercio del siglo XX», en Forcadell Álvarez, C. y Sabio Alcutén, A. (eds.), Las escalas del pasado. Huesca-Barbastro Instituto de Estudios Altoaragoneses-UNED, pp. 45-80.

Tomás Aguilera Durán es doctor en Estudios del Mundo Antiguo por la Universidad Autónoma de Madrid y actual investigador posdoctoral en la Universidade de Santiago de Compostela. Está especializado en el estudio de las visiones de la Antigüedad en la cultura moderna y contemporánea.

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