A pesar de que su invasión y anexión de Silesia durante la Guerra de Sucesión Austriaca había sido formalmente reconocida por la Paz de Dresde de 1745, Federico el Grande sabía que era solo un armisticio. En un “testamento” confidencial elaborado en 1752, afirmó que dado que Austria era el país al que Prusia había “injuriado más gravemente”, la paz era una mera tregua. Ya en 1749 había pronosticado que estallaría una guerra en 1754 o 1755 –conflicto que dirimiría quién debía alzarse como poder dominante en Alemania: Austria o Prusia–. Tampoco pudo evitar llegar a la conclusión de que cuando el conflicto se renovase, Prusia se encontraría en una excelente posición para continuar su política expansionista y admitió: “me gustaría mucho arrebatar Bohemia [a la emperatriz María Teresa]”, planeaba intercambiarla por el codiciado Electorado de Sajonia. Como resultado, Federico comenzó a prepararse para la guerra desde el día en que el conflicto anterior hubo terminado.
Los preparativos
Para el verano de 1756, el tesoro de guerra prusiano ascendía a alrededor de dieciséis millones y medio de táleros, que según los cálculos del rey cubrirían tres campañas; a esto había que añadir que se habían almacenado un uniforme adicional para cada soldado de infantería y municiones de artillería para dos campañas, y que se había acumulado una reserva de armas suficiente para doblar los efectivos de la caballería e incrementar la infantería en un 50%. Desde 1752, los almacenes de suministro estaban preparados para aprovisionar a un ejército de 100 000 hombres durante dieciocho meses, pero Federico se dio cuenta de que aunque reforzara su ejército hasta su máxima capacidad y lo aprovisionara adecuadamente, no podría igualar los efectivos que sus enemigos iban a ser capaces de desplegar. Inmediatamente después de la Segunda Guerra de Silesia escribió un manuscrito titulado “Principios Generales de la Guerra”, que circuló, en medio del más estricto secreto, entre sus generales durante 1753. Prusia no podía permitirse una guerra prolongada, apuntaba, por lo que sus guerras “debían ser cortas y enérgicas”, tenía que buscar respuestas rápidas a través de batallas decisivas, en las que todo dependía “de la velocidad de movimiento y la necesidad de la ofensiva”.
Aunque Federico comenzó la guerra en 1756 con esta idea en mente, calculó que el golpe definitivo para terminar el conflicto no podría darse hasta la campaña de 1757; durante el primer año pretendía tan solo “colocar las piezas sobre el tablero de ajedrez” para asegurar el éxito al año siguiente. Desde su perspectiva, dicho tablero favorable requería la ocupación del Electorado de Sajonia y la del norte de Bohemia, para establecer cuarteles de invierno en territorio enemigo y, además, servir de punto de partida para la operación decisiva.
La primera parte del plan tuvo un éxito considerable, pero luego, durante la invasión de Bohemia de 1756, Federico se vio superado tácticamente por el mariscal de campo Habsburgo, Maximilian Ulysses von Browne, quien le llevó a un punto muerto en Lobositz (actual Lovosice), por lo que se replegó hacia Sajonia a finales de octubre. Sin embargo, el objetivo estratégico de Federico siguió siendo un enfrentamiento decisivo que terminara con la guerra en la campaña de 1757 –pensaba en la batalla de Farsalia entre Julio César y Pompeyo–. Mientras tanto, en Viena, a pesar de las enormes ventajas que el rey prusiano se había asegurado con la toma de Sajonia, el Gabinete de Guerra austriaco –creado al comienzo de la guerra bajo el auspicio del conde Kaunitz, canciller de Estado (o ministro de Asuntos Exteriores)– siguió convencido de que las perspectivas después de la campaña de Lobositz eran inmejorables. Aunque había consenso en torno a conservar la fuerza militar para conseguir golpear con más efectividad al inicio de la siguiente operación, había pocas esperanzas de que la guerra pudiera terminar en 1757. Durante el invierno Kaunitz cimentó alianzas ofensivas tanto con Francia como con Rusia –la misma coalición que Federico había pretendido evitar al lanzarse a la guerra– y aseguró una declaración de guerra contra Prusia por parte de la Dieta del Sacro Imperio Romano. Los austriacos estaban convencidos de que estas ventajas políticas terminarían por poner al enemigo de rodillas, por lo que su objetivo para la campaña de 1757 fue asegurar una posición sólida en los territorios controlados por Prusia –Sajonia, Lusacia y, sobre todo, Silesia– desde donde lanzar nuevas ofensivas en campañas sucesivas.
Otra cuestión que se le presentó a Austria a lo largo del invierno fue la del mando militar supremo. Kaunitz era partidario entusiasta de Browne a pesar de que este estuviera cada vez más debilitado por la tuberculosis, el conde Haugwitz, líder del Directorium –la administración doméstica central–, favorecía al mariscal de campo Leopold Daun y, por otro lado, la pareja imperial –Francisco y María Teresa– se inclinaba por el hermano de este, el príncipe Carlos Alejandro de Lorena, a pesar de su desastrosa actuación en la última guerra.
El ejército austriaco había sido acantonado a lo largo del norte de Bohemia y Moravia y, mientras que el Gabinete de Guerra tuvo que lidiar con problemas derivados del proceso de movilización, el aprovisionamiento parecía estar controlado. En un consejo de guerra, convocado a finales de febrero, se aprobó el plan diseñado por Browne para reunir las tropas en cuatro grandes campamentos y se discutieron las posibles ventajas de lanzar ofensivas eventuales en Sajonia o Silesia, aunque por el momento se adoptó una postura defensiva en la frontera norte. Sin embargo, las concentraciones propuestas se pospusieron debido a que el agregado militar francés persuadió a todos de que el prusiano sería incapaz de llevar a cabo una acción militar de importancia antes de principios de mayo, y por tanto los movimientos de tropas solo servirían para cansar al ejército de forma innecesaria. Por su parte, Federico parecía indeciso sobre la estrategia a seguir ya que su “tablero de ajedrez” no se había dispuesto tal y como él había esperado. Parece que barajó la posibilidad de luchar según las ofensivas aliadas le amenazaran, pero los dos generales superiores prusianos más cercanos a su persona –el teniente general Hans Karl von Winterfeldt y el mariscal de campo Kurt Christoph von Schwerin– le disuadieron de seguir con esa estrategia defensiva mientras le presionaban para realizar una acción preventiva contra Austria y, a comienzos de abril, Federico no solo había aprobado el plan, sino que había ampliado su escala.
El rey decidió comprometer todas sus tropas, en torno a 116 000 hombres, en una ofensiva a gran escala que se dirigiría en cuatro columnas hacia el interior de Bohemia. Un ejército avanzaría desde Sajonia occidental a lo largo del valle del río Eger (Ohře) y se uniría con otro que descendería desde Dresde a lo largo de la ribera occidental del Elba; mientras en el este, un tercero cruzaría desde Silesia hacia Trautenau (Trutnov) para unirse con otro que debía cruzar desde Lusacia hacia Jung-Bunzlau (Mladá Boleslav). Federico anticipó que sería capaz de fusionar esos dos grandes contingentes en los alrededores de Leitmeritz (Litoměřice) y asestar un revés decisivo contra las fuerzas austriacas que decidiera el resultado final de la guerra.
En consecuencia, el 18 de abril de 1757 comenzó la invasión de Bohemia, que debía ser “el gran golpe” que terminara por desestabilizar la balanza hacia el lado prusiano. Carlos de Lorena, al que finalmente se eligió para el mando supremo, fue cogido completamente desprevenido, y en diez días los cuatro ejércitos invasores prusianos se habían transformado en una gran pinza que empujaba a las fuerzas de los Habsburgo hacia Praga. Browne instó en atacar a una de sus partes antes de que pudieran unirse, pero Carlos prefirió atrincherarse cerca de Praga y esperar al enemigo hasta que un segundo ejército, comandado por el mariscal de campo Daun, pudiera llegar desde el sureste de Bohemia, lo que daría la superioridad numérica a las fuerzas austriacas. Como consecuencia, la gran pinza prusiana se cerró el 6 de mayo y, superior numéricamente, atacó.
La batalla de Praga
Los austriacos habían sido desplegados en dos líneas a lo largo de un terreno elevado al este de Praga. Al valorar la situación, Federico rechazó rápidamente un ataque frontal desde el norte, por lo que optó por un movimiento de flanqueo alrededor de la derecha austriaca, una táctica que funcionaba bien en el campo de entrenamiento pero que podía ser suicida si el enemigo era capaz de predecirla. Browne, que comandaba la segunda línea austriaca, intuyó la maniobra e hizo rotar a sus fuerzas para llevar a cabo un contraataque, por lo que el avance prusiano fue roto, algunos regimientos huyeron en desorden y las unidades sajonas que servían forzosamente en sus filas cambiaron de bando con rapidez. El intento del mariscal de campo Schwerin de reagrupar las tropas tuvo poco éxito, ya que el viejo general murió al intentar convencerlas de que le siguieran a la lucha; mientras que, en el otro bando, Browne podría haberle dado la vuelta a la lucha, pero fue herido mortalmente por un disparo de cañón y evacuado del campo de batalla.
Mientras el combate arreciaba no se vio a Federico por ninguna parte; posteriormente el rey explicaría que había abandonado el terreno porque sufría calambres estomacales. Aparentemente, gracias tan solo a la iniciativa de los comandantes de los regimientos y ciertamente sin ninguna orden del rey, los prusianos atacaron por una brecha justo al sur de Kyje, entre el extremo derecho de la primera línea austriaca, aún dispuesta en una posición este-oeste, y por la izquierda de la línea que llevaba a cabo el contraataque de Browne. Carlos, que se encontraba en un estado casi catatónico, no consiguió taponar la brecha con refuerzos mientras que, al mismo tiempo, la derecha de la línea de Browne, delimitada por la caballería, fue flanqueada por los húsares prusianos del general Hans Joachim von Zieten. Justo entonces Carlos se desvaneció a causa de dolores en el pecho y también fue retirado del campo. Desprovisto de líder, el contraataque austriaco se debilitó y tuvo que retroceder al tiempo que mantenía una dura lucha. A media tarde, la línea principal austriaca se enfrentaba a un ejército prusiano que había rodeado su flanco con éxito por lo que, ante la amenaza de una derrota total, los comandantes regimentales ordenaron la retirada hacia Praga.
Los prusianos ganaron la jornada tras haber sido protegidos por contraataques suicidas de su caballería, pero el grueso del ejército austriaco había conseguido evitar descomponerse para retroceder con éxito tras los muros de la ciudad. Las fuerzas de los Habsburgo habían luchado con obstinación y eficacia y, de nuevo, como en Lobositz el año anterior, los prusianos sufrieron las pérdidas más graves (unos 14 400 frente a los 13 400 de Austria, 4500 de los cuales, sin embargo, fueron prisioneros de guerra). El fracaso de los Habsburgo tuvo lugar a nivel de mando pues el ejército en conjunto había sido derrotado, aunque hubiera escapado al aniquilamiento, al menos por el momento, y Federico tenía confianza en que no sería por mucho tiempo ya que, según las noticias recibidas, solo algunos restos de la fuerza austriaca se habían retirado hacia el sur, el grueso estaba encerrado dentro de la ciudad, por lo que previó una capitulación inminente, momento en el que Viena estaría preparada para entablar conversaciones de paz y la guerra terminaría.
El sitio de Praga
Aunque los prusianos carecían del equipo de asedio necesario para tomar Praga, asumieron que los suministros dentro de la ciudad serían limitados y que el hambre forzaría a los defensores a una pronta rendición. Sin embargo, para cuando llegaron los cañones de asedio, a finales de mayo, había pocas señales de que los austriacos fueran a darse por vencidos. Tras cinco días de bombardeos parecía que no se habían infligido daños suficientes que acelerasen la sumisión y entonces Federico empezó a preocuparse por la posibilidad de que un ejército de socorro austriaco pudiera intervenir antes de que el asedio se completara con éxito. A pesar de que él sabía muy poco de Daun como comandante en jefe, envió, como medida de precaución, una fuerza de 24 600 hombres bajo el mando del duque de Bevern para mantener a raya al ejército de socorro. En Viena, Kaunitz, quien se había dado cuenta de cómo la monarquía había estado en peligro por los lentos movimientos de tropas en el otoño de 1756 y por la descuidada concentración de las mismas en abril de 1757, presionaba para pasar a la acción. Si el refuerzo de Daun no llegaba con la suficiente prontitud, se estaría invocando al desastre.
El 8 de junio, Kaunitz ordenó a Daun comenzar la ofensiva para liberar Praga. El mariscal inició su avance el 12 de junio, el mismo día en que Federico decidió que ya era hora de eliminarlo antes de que recibiera más refuerzos. La primera escaramuza tuvo lugar el día 13, cuando un cuerpo avanzado prusiano fue obligado a retroceder en Kuttenberg (Kutná Hora). Ese mismo día, Federico llegó al campamento de Bevern con refuerzos adicionales, concentrando así una porción substancial del ejército prusiano (unos 40 000 hombres) para una gran ofensiva; el día 15, dicho contingente prusiano marchaba en dirección este desde Praga, hacia la ciudad de Kolín.
La batalla de Kolín
Las estimaciones erróneas de las fuerzas enemigas efectuadas por ambos bandos determinaron la forma de la batalla. Daun tenía informes de que Federico se acercaba con 60 000 hombres, mientras que según este, el contingente austriaco era substancialmente más reducido que sus 53 000 efectivos. En todo caso, el austriaco, cauteloso por naturaleza, se atrincheró en una posición ventajosa en las colinas al sur de la carretera de Praga a Viena –la llamada Kaiser-Straße– al oeste de Kolín, cerca de las poblaciones de Planian (Plaňany) y Chocenitz (Chocenice) para esperar a los prusianos. El 17 de junio, Federico recibió informes de los reconocimientos según los cuales Daun se encontraba alojado en una posición norte-sur tan fuerte que un ataque frontal era imposible, por tanto resolvió rodear el flanco derecho austriaco al marchar con su ejército hacia el norte, a la Kaiser-Straße, y desde allí hacia el este, rumbo a Kolín. En la mañana del 18, el contingente prusiano al completo mantenía la posición a lo largo de la carretera, justo al este de Planian. Federico, tras ascender el campanario de una iglesia, quedó desconcertado al constatar que Daun se había anticipado a su movimiento: también había desplazado sus fuerzas durante la noche, por lo que la línea austriaca corría ahora en dirección este-oeste, a lo largo de las colinas que dominaban la Kaiser-Straße, con su centro en el pueblo de Chocenitz.
Aun así, el prusiano no se desanimó y siguió centrado en rodear la derecha austriaca e hizo marchar a su ejército por la citada carretera –la vanguardia estaba al mando del general Johann Dietrich von Hülsen y la caballería al de Zieten– para girar al sur de la carretera en el pueblo de Krzeczhorz (Křečhoř), que delimitaba la nueva derecha austriaca. Al principio todo pareció ir bien pero, una vez que Hülsen alcanzó la cima de la colina, quedó patente que Daun había vuelto a reaccionar con efectividad al adelantar a ese sector una división de su reserva, al mando del teniente general Heinrich Karl von Wied-Runkel, aunque la feroz lucha que se entabló forzó a Daun a desplazar aún más reservas hacia su derecha. Parece que el polvo levantado por el movimiento de estas tropas persuadió a Federico de que la línea principal austriaca a lo largo de la cresta de la colina había sido lo suficientemente debilitada como para lanzar un asalto frontal, pero una vez más subestimó a su rival y los repetidos ataques prusianos fueron rechazados por la artillería y el fuego de la infantería austriaca. A última hora de la tarde, en pleno clímax de la batalla, los prusianos parecieron estar a punto de hacer algún progreso al este de Chocenitz, pero un exitoso contraataque de la caballería contraria consiguió romper a la infantería y convertir la batalla en una desbandada. Fue la primera gran derrota de Federico, la cual se cobró un alto precio entre sus mejores tropas: las pérdidas prusianas (unos 14 000 hombres) eran de nuevo superiores a las de los austriacos (unos 9000).
Tablas
El episodio de Kolín provocó una euforia generalizada en el bando austriaco, pero también un escaso deseo por entablar otra confrontación de importancia. Tanto el emperador como la emperatriz sugirieron expulsar a Federico de Bohemia sin arriesgarse a otra gran batalla, una estrategia que demostraría ser innecesaria ya que este no tenía intención de permanecer en la provincia. Por otro lado, el bando prusiano estaba, como informó el enviado británico, lleno de “desánimo, descontento y aprensión”. El efecto estratégico inmediato de la batalla de Kolín fue forzar a Federico a retirarse de Bohemia con una presteza sin precedentes. El repliegue se realizó en dos columnas de aproximadamente 35 000 hombres cada una, el propio rey lideraba una de ellas, junto a su hermano el príncipe Enrique y el mariscal de campo James Keith, y subió por el valle del Elba, mientras que la otra, dirigida por su otro hermano, el príncipe Guillermo, lo hizo por la orilla derecha hacia Lusacia.
La retirada tuvo un importante número de efectos secundarios para ambos bandos. En el lado austriaco, en cuanto las fuerzas sitiadoras comenzaron a replegarse, Carlos de Lorena realizó una salida y persiguió brevemente al enemigo en retirada. Esta insignificante acción tuvo, sin embargo, consecuencias importantes ya que, cuando las noticias de la salida llegaron a Viena, María Teresa decidió no solo considerarla como una acción militar trascendental, sino como una prueba de la habilidad de Carlos como general, de tal modo que cuando Daun llegó con sus fuerzas a Praga el 23 de junio, aquel recuperó el mando supremo, lo que provocaría desastrosos efectos posteriormente. En el lado prusiano, la retirada daría a Federico la ocasión de recriminar su papel no solo a sus generales sino especialmente a su hermano Augusto Guillermo. El rey no supo apreciar las dificultades que este sufrió a medida que más y más elementos del ejército austriaco se dedicaban a perseguirlo. Tan solo un contingente de 12 500 hombres (la mayoría de ellos húsares húngaros y caballería e infantería de los temidos regimientos fronterizos serbios y croatas) bajo el general Ferenc Lípot Nádasdy hostigó y acosó a Enrique y al rey, mientras que el contingente principal austriaco de 73 000 hombres, así como 8000 tropas ligeras, pisaban los talones de Guillermo. La ciudad de Gabel (Jablonné), postrero puesto avanzado prusiano en Bohemia, fue capturada por los generales Johann Sigismund Macquire y Carl Raimund von Arenberg el 15 de julio, lo que dejó expedito el camino para que el ejército principal austriaco siguiera al enemigo en dirección a Lusacia. Acosados por las tropas ligeras, los últimos prusianos cruzaron la frontera el 20 de julio con grandes pérdidas de suministros, alimentos, pontones y artillería. Varios miles más de sajones que habían sido obligados forzosamente a servir en el ejército prusiano también desertaron.
El fracaso de Federico a la hora de conseguir su objetivo estratégico en la campaña de Bohemia de 1757 le condenó, en la práctica, al tipo de guerra prolongada que había querido evitar a toda costa. Hacia finales de julio la iniciativa pasó a Austria y sus aliados, que trasladaron las operaciones a Sajonia, Lusacia, Silesia y el este de Prusia. A pesar de ello, el rey fue capaz de prevenir el colapso de su esfuerzo bélico con dos victorias decisivas a finales de ese año: en Rossbach sobre los imperiales y franceses y en Leuthen sobre los austriacos, pero a pesar de la escala de dichos triunfos, no fueron los “golpes” capaces de terminar la guerra con los que él había contado. La contienda continuó durante otros cinco años y le llevó al borde de la derrota, tan solo se salvó por una anomalía histórica tan extraña que desafía a la lógica: la prematura muerte de la emperatriz Isabel de Rusia y el cambio de bando de su sucesor. Podría argumentarse que lanzar una guerra preventiva en 1756 fue un error de cálculo desde el principio, pero está claro que el fracaso de la campaña bohemia reveló debilidades no solo en el pensamiento estratégico de Federico sino también en su manejo táctico de la que era, sin duda, la más disciplinada y motivada máquina militar en Europa. Entre estas faltas, la más importante fue el menosprecio del enemigo, como expresó el enviado británico a la corte prusiana, sir Andrew Michaels, “la causa de nuestros infortunios debe mucho al gran éxito que las armas del rey de Prusia han tenido […] contra los austriacos [en el pasado]… lo que hizo a su majestad prusiana imaginar que podía expulsarlos de las posiciones más ventajosas”.
Bibliografía
- Broucek, P. (1982): Der Geburtstag der Monarchie: Die Schlacht bei Kolin 1757. Viena: Osterreichischer Bundesverlag.
- Duffy, C. (1985): Frederick the Great: A Military Life. London: Routledge.
- Duffy, C. (2000): The Austrian Army in the Seven Years War, Volume 1: Instrument of War. Illinois: Emperor’s Press.
- Showalter, D. E. (1995): The Wars of Frederick the Great. London: Longman.
- Szabo, F. A. J. (2008): The Seven Years War in Europe, 1756-1763. Harlow: Pearson.
Franz A. J. Szabo es profesor emérito de Historia de Austria y de los Habsburgo en la University of Alberta en Edmonton, Canadá, y fue el fundador y director del Instituto Wirth para el estudio de Austria y Centroeuropa entre 1998 y 2011 en dicha universidad. Ha publicado abundantemente en Europa y Norte América sobre la historia y cultura de Austria, es autor y editor de numerosos trabajos, entre los que se encuentra Kaunitz and Enlightened Absolutism, 1753-1780 (Cambridge, 1994) –premiado varias veces– y The Seven Years War in Europe, 1756-1763 (Pearson Longman, 2008).
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