batalla de Honnecourt Snayers

La batalla de Honnecourt –aunque erróneamente catalogado como Sitio de Bar-le-Duc– por Peter Snayers (1592-1667), Museo Nacional del Prado. La pintura de Snayers nos brinda la oportunidad de observar la batalla de Honnecourt a vista de pájaro. El autor recreó con gran fidelidad el despliegue del Ejército de Flandes y la forma en la que llevó a cabo el asalto a las posiciones fortificadas francesas. A pesar de que durante el avance los mosquetes dieron fuego de cobertura, fueron las picas las que lograron romper la defensa francesa. Las “reinas de las armas” seguían siendo cruciales para los ejércitos del siglo XVII a pesar de que su número fue descendiendo con el transcurrir de la centuria. Tanto en la batalla de Honnecourt como en la de Montijo, acaecida dos años después, las picas demostraron su importancia dentro de las tácticas de ataque empleadas con éxito por los tercios.

En 1635 Francia declaró la guerra a la Monarquía Hispánica, por lo que Felipe IV y su valido, el conde duque de Olivares, se vieron obligados a plantar cara a Luis XIII y a su favorito, Richelieu, para mantener la hegemonía española en Europa.

La declaración formal gala se realizó melodramáticamente en Bruselas, dejando claro que los Países Bajos católicos iban a ser el objetivo prioritario francés, aunque posteriormente se fueron abriendo otros frentes militares donde se batieron los ejércitos de ambas coronas: Italia, las Provincias Vascas, el Rosellón y la Cerdaña. Con la entrada de Francia en la guerra, el Flandes hispánico quedó rodeado por el enemigo tanto al sur como al norte de sus fronteras, ya que desde el año 1621 la Monarquía volvió a estar en guerra con la República holandesa. En consecuencia el Ejército de Flandes se vio obligado a dividirse, al menos, en dos cuerpos para enfrentarse a los ejércitos francés y holandés al mismo tiempo. A este hecho no se le ha concedido la relevancia debida a pesar de la importancia que tuvo, como se verá más adelante.

Por tanto, Flandes sufrió el envite de dos campañas anuales diferentes que pusieron al límite los recursos económicos y militares de la Monarquía. Al tener que hacer frente a dos enemigos al mismo tiempo, la suerte de las armas españolas fue diversa. Tras varios años de conflicto, la estrategia seguida en el frente sur se perfiló claramente: ambos contendientes ponían sitio a las localidades fronterizas con la intención de tomarlas para mantener un control sobre el territorio enemigo y explotarlo mediante contribuciones, llevar la guerra a la población enemiga y librar a la propia del horror de la guerra.

Desde el comienzo de las hostilidades, los Países Bajos católicos estaban dirigidos por el Cardenal Infante, don Fernando, hermano de Felipe IV, el cual había demostrado ser un excelente militar, a pesar de haber sido criado como un hombre de la Iglesia: bajo su mando se habían alcanzado las victorias de Nördlingen y Kalloo (1638). Sin embargo, falleció el 9 de noviembre de 1641 en Bruselas. A partir de ese momento, la gobernación en régimen interino recayó en el portugués Francisco de Melo, conde de Asumar, hombre del conde duque de Olivares y que poseía experiencia cortesana, diplomática, gubernativa y militar (estuvo presente en la batalla de Tornavento, 1636). Tras haber sido embajador ante Génova, Lucca, Florencia y el Sacro Imperio Romano Germánico y virrey de Sicilia, fue reclamado por Bruselas para que sirviera al Cardenal Infante.

El comienzo de la gobernación de De Melo fue todo un éxito. La plaza de Aire-sur-la-Lys volvió a manos españolas tras un asedio que duró desde el 8 de septiembre hasta el 7 de diciembre de 1641. Durante las operaciones de expugnación el Cardenal Infante cogió las fiebres que acabaron con su vida. Aun así, De Melo fue capaz de finalizar felizmente el sitio. Tras la victoria, las tropas fueron acuarteladas en pleno enero. Lo más llamativo de esta operación fue que se desarrollase durante el otoño y el invierno, estaciones en las que los ejércitos de la Edad Moderna no solían campear.

Comienza la campaña

Los servicios de inteligencia hispanos informaron que el esfuerzo francés se iba a dirigir ese año fundamentalmente contra el Rosellón y la Cerdaña, y parecía que el propio Luis XIII se iba a poner al frente de sus tropas. Madrid se lo comunicó a De Melo, el cual decidió salir en campaña a la mayor brevedad para intentar divertir al mayor número posible de tropas francesas del frente español.

Tras poner a punto las defensas y guarniciones de todas las plazas fronterizas, se comenzó a reunir al completo al Ejército de Flandes, ya que los espías habían informado que ese año los holandeses tardarían en salir a campear. Con mucho secretismo De Melo preparó la ofensiva. Su primer objetivo fue la reconquista de La Bassée, situada tan en el interior de los territorios de Felipe IV que impedía al Ejército de Flandes tanto lanzar un ataque directo contra Francia, como exigir contribuciones a Lille y su comarca, y a parte de la provincia de Flandes. Sin embargo, antes de tomar aquella población se debía recuperar Lens para aislar el objetivo e impedir que un ejército de socorro pudiera sorprender a las tropas hispánicas. Andrea Cantelmo mandó las tropas que sitiaron Lens, las cuales solo tardaron dos días en retomarla tras desencadenar dos ataques tan feroces que el 19 de abril se abrieron las puertas de la población.

Con la retaguardia cubierta, el grueso del ejército se dirigió contra La Bassée, que estaba defendida por unos 3000 franceses. El sitio fue especialmente duro y complicado tanto por la excelente defensa que realizó la guarnición, como por el intento de romper el cerco que llevó a cabo un ejército de socorro francés. Tras reconocer el dispositivo de defensa puesto en marcha por De Melo, las tropas galas, al mando del conde de Harcourt y el mariscal de Guiche, se retiraron sin decidirse a entablar combate. Finalmente, cuando todo estaba preparado para que se volasen las murallas de la población mediante minas y se lanzase a continuación un ataque general contra la misma, el gobernador de la plaza decidió rendirla si en dos días no eran auxiliados por otro ejército de socorro. El 13 de mayo la plaza fue desalojada por los franceses, tras haber perdido unos 600 hombres en dieciocho días de asedio.

Antoine III Agénor de Gramont, duque de Gramont, conde de Guiche

Antoine III Agénor de Gramont, duque de Gramont, conde de Guiche y mariscal de Francia (1835), por Sophie Rochard (1810-1842), Palacio de Versalles. En sus memorias, Guiche justifica el hecho de haber presentado batalla a la magnífica posición defensiva que había ocupado. Sin embargo, comete algún error de bulto, como fiarse de que el maltrecho bosque que cubría parte del frente suponía un obstáculo de envergadura para los atacantes. Finalmente achacó su derrota en la batalla de Honnecourt a su gran inferioridad numérica, pero de eso ya había sido advertido por alguno de sus oficiales, quienes le habían recomendado retirarse al otro lado del Escalda. Guiche tendría que haber eludido la batalla, habida cuenta de que entre él y París no había ninguna fuerza de envergadura.

Tras el fin del sitio, parte de las tropas de De Melo tuvieron que desplazarse a la frontera norte, pues los holandeses comenzaban a preparar su ejército para su campaña anual. El gobernador general de Flandes, por su parte, maniobró con la intención de dividir al ejército de socorro francés, el cual, tras haberse retirado, estaba engrosando sus efectivos. La finta tuvo éxito: las tropas bajo el mando de Harcourt se dirigieron a Hesdin mientras que las dirigidas por Guiche lo hicieron hacia Le Châtelet. Gracias de nuevo a los excelentes servicios de información españoles, De Melo estuvo continuamente sobre aviso de los movimientos enemigos. Tras llamar al barón de Beck y al conde de Bucquoy para que con sus tropas se le unieran, se recibieron refuerzos imperiales al mando del barón de Enckevort.

La estrategia que perseguía el gobernador general era muy sencilla: situar su ejército entre los dos cuerpos franceses con la intención de impedir que volvieran a reunirse. Tras un consejo de guerra, el alto mando hispánico decidió avanzar sobre Guiche para desafiarle a dar batalla, a pesar de que su campamento se encontraba en territorio francés y muy bien fortificado. Durante la marcha el ejército español se dividió en tres cuerpos, vanguardia, batalla y retaguardia, dispuesto de tal manera por Beck, que sirvió como maestre de campo general durante la jornada, la cual se produjo el 26 de mayo.

La batalla de Honnecourt

El súbito avance hispano cogió totalmente desprevenido al ejército francés: unos 7000 infantes y 3000 jinetes con diez piezas de artillería. La infantería estaba compuesta por los regimientos de Rambures, Piémont, marqués de Persan, marqués de Saint-Mégrin, Vervins y se cree que por los de Huxelles, de Beausse, de Quincy, el inglés de Hill y los irlandeses de Bellings y de FitzWilliam. El total estaba dividido en ocho escuadrones, mientras que la caballería lo había sido en veintiuno, con un despliegue en forma de “L”, con cuatro escuadrones de infantería por lado y sus flancos exteriores cubiertos por la caballería. El campamento estaba situado en una colina y había sido fuertemente fortificado en dos de los cuatro flancos, mientras que el tercero lo cubría la abadía de Honnecourt y un bosque; el cuarto lo resguardaba el río Escalda. Los exploradores galos no detectaron al enemigo hasta que este se encontró a dos leguas de distancia y, además, en un primer momento, creyeron que solo se trataba de las tropas de Beck realizando una incursión.

Los primeros efectivos que llegaron ante los franceses fueron 2000 jinetes apoyados por 1000 mosqueteros, todos al mando de Baltasar Mercader, los cuales, para conocer el despliegue galo, empezaron a escaramucear. Mientras tanto, Beck comenzó a disponer al ejército hispánico, situando la artillería, al mando de Carlos Guasco, en una colina que señoreaba las posiciones enemigas. Debido a la mayor altura y la disposición en enfilada, los veinte cañones españoles bombardearon con gran efectividad el campo francés.

En una cota por debajo de la artillería se situó la infantería hispánica, unos 14 000 hombres, dividida en tres líneas. En la primera, de derecha a izquierda, se situaron los tercios españoles de Alonso de Ávila, el duque de Alburquerque, Jorge de Castelví, el conde de Villalba y Antonio Velandia, seguidos por los tercios italianos del conde Strozzi y Giovanni de Liponti. Los españoles, como era costumbre a la hora de escuadronar, cubrían el flanco derecho, el más expuesto a los ataques enemigos y, por tanto, el de mayor riesgo. Los italianos, por su parte, cubrían el derecho, en teoría no tan expuesto pero en la misma fila que los españoles. La precedencia a la hora de marchar y combatir era un punto de honor entre estas dos “naciones”, el cual más de un vez llegó a ser dirimido por el filo de las espadas. Ningún oficial, ya fuese español o italiano, aceptó nunca que su unidad fuese retrasada a un lugar menos expuesto. El honor y la gloria lo eran todo para un militar.

En la segunda fila se situaron, otra vez de derecha a izquierda, el tercio de irlandeses de Owen Roe O’Neill y los tercios valones del príncipe de Ligne, del barón de Grobbendonk y de monsieur de la Grange. Hay que señalar que Beck situó en el flanco derecho, como ya se ha dicho el más peligroso, a los irlandeses y no a los valones. La “nación” irlandesa disfrutaba en ese momento de una merecida fama de hombres arriscados y fieles seguidores de la Monarquía, por lo que eran tratados casi como si fueran españoles a pesar de no ser vasallos de Felipe IV. Su maestre de campo, Owen Roe O’Neill, durante años había sido considerado por el Cardenal Infante como uno de los oficiales más competentes que servían en el Ejército de Flandes, por lo que siempre se había negado a reformar su unidad, a pesar de las órdenes llegadas de Madrid en ese sentido.

En la tercera fila se situaron, de derecha a izquierda, un escuadrón alemán formado por los regimientos de Beck y de Frangipani, el tercio valón de monsieur de Conteville y los regimientos alemanes de Bergh, Rouvroy y Metternicht.

Como era habitual en la época, los flancos de la infantería eran guardados por la caballería, unos 5000 efectivos. El flanco derecho, formado por veinte unidades españolas, italianas y alemanas, estaba al mando del marqués de Velada. El izquierdo, compuesto por otras veinte unidades de caballería del país, de Alsacia y de Luxemburgo lo estaba bajo Bucquoy.

mapa batalla de Honnecourt

Mapa de la batalla de Honnecourt, 26 de mayo de 1642. Pincha en el mapa para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

Beck ordenó a los tercios de Villalba y Velandia, apoyados por toda la segunda fila, que avanzasen, por lo que bajaron la colina y se situaron en el valle formado entre las dos elevaciones, justo enfrente de uno de los flancos guardados por fortificaciones. A su izquierda, Bucquoy se lanzó sobre el hueco que existía entre la abadía y el bosque, apoyado por los dos tercios italianos. Todo el cuerpo izquierdo se puso en movimiento.

Una vez que las unidades de Villalba y Velandia llegaron al valle, comenzaron a subir la colina enemiga a través del bosque, que estaba guardado por un gran número de soldados franceses. Para neutralizarles, los maestres de campo españoles ordenaron a cuatro mangas de mosquetería que se adelantasen y desatasen toda su potencia de fuego, lo que obligó al enemigo a retirarse tras haber dado una sola carga. Mientras, la caballería de Bucquoy atacó a la francesa, situada junto a la abadía, contando con el apoyo de la mosquetería de Strozzi. El ataque fue todo un éxito: los jinetes franceses se retiraron arrollando a dos regimientos de infantería propios. Bucquoy y sus hombres lograron entrar en el campamento enemigo mientras las mangas de mosquetería de Villalba y Velandia conseguían unirse a ellos tras haber cruzado el bosque. Los soldados tomaron posiciones dispuestos a soportar el contraataque enemigo, el cual no se hizo esperar debido a la libertad de acción que les había brindado la inactividad del cuerpo derecho hispánico.

Los jinetes de Bucquoy resistieron la embestida de la caballería gala como mejor pudieron. El Tercio de Liponti soportó un gran número de bajas al no poder tomar una disposición defensiva ya que la embestida le cogió con sus filas abiertas. Tras ver destruidas las mangas de mosquetería italiana, Guasco se puso al frente de la unidad e intentó con sus capitanes y oficiales reformados aguantar al enemigo a punta de pica, pero tuvieron que retirarse.

Mientras tanto, Beck, que había estado observando el desarrollo del ataque desde muy cerca, se vio obligado a refugiarse en el seno del Tercio de Velandia, el cual, después de cruzar el bosque, había detenido su avance y formado un escuadrón defensivo tras ver cómo eran rechazadas las fuerzas de Bucquoy. Por su parte, la unidad de Villalba había realizado la misma operación. Ambas, una vez inmóviles, comenzaron a disparar continuamente sobre las unidades francesas que contraatacaban, facilitando con ello que los soldados de Liponti, Strozzi y Bucquoy lograran reagruparse tras llegar al valle entre ambas colinas. El fuego español había logrado que los franceses desistiesen de su contraataque y volvieran a su campamento.

Por segunda vez el cuerpo izquierdo hispánico volvió a cargar cuesta arriba a través del hueco existente entre la abadía y el bosque. Con todo, fue rechazado de nuevo debido a los refuerzos que habían recibido las unidades francesas de dicho sector. Sin embargo, esta vez la segunda línea, formada por los irlandeses y los valones, se unió al ataque tras subir la pendiente y aguantar tres cargas de la caballería enemiga una vez que llegaron a lo alto de la elevación. Dicha acción permitió que por tercera vez la caballería de Bucquoy y la infantería de Liponti y Strozzi avanzaran, logrando romper definitivamente la resistencia enemiga.

De Melo, tras ser informado del resultado de la última carga, ordenó finalmente al cuerpo derecho que avanzase contra el enemigo. Los tercios de Alburquerque, De Ávila y Castelví se lanzaron al ataque, secundados por la caballería de Velada y las tropas de Mercader. Los jinetes hispánicos chocaron con los franceses mientras algunas unidades quedaban guardando el flanco de la infantería, la cual se posicionó frente a cinco escuadrones galos que estaban al resguardo de sus trincheras. Por tres veces la infantería española subió la colina y por tres veces fue rechazada. Sin embargo, al cuarto intento, los tercios lograron asaltar las trincheras y entrar en el campamento enemigo, a pesar de estar algo desorganizados. Los jinetes de Velada y de Mercader les secundaron tras hacerlo por un lugar más lejano.

No obstante los éxitos parciales hispánicos, los franceses no se rindieron, lo que obligó a De Melo a hacer avanzar a la tercera fila, al mando de Enckevort. Esta recorrió el mismo camino por el que habían subido las unidades españolas. Al unirse personalmente De Melo al ataque, este ganó en intensidad. Los infantes españoles, azuzados por la presencia del gobernador general, se lanzaron contra los enemigos a pecho descubierto y lograron sortear las trincheras, hacer retirarse a la infantería adversaria y tomar la artillería. Velada, por su parte, rompió la caballería enemiga. Cuando todo parecía indicar la victoria del Ejército de Flandes, los jinetes franceses, sacando fuerzas de flaqueza, volvieron a contraatacar. Pero Velada y sus hombres, apoyados por un grupo de caballería que hasta ese momento había escoltado a De Melo, desbarataron finalmente a los jinetes galos.

Tras las victorias parciales, primero del cuerpo izquierdo y después del derecho, los laureles del triunfo estaban en posesión del ejército español. Los infantes franceses, después de perder la artillería y ver totalmente deshecha su caballería, iniciaron una retirada desorganizada que acabó convirtiéndose en fuga. Guiche escapó a duras penas mientras que muchos supervivientes de su ejército se ahogaron al intentar cruzar un puente sobre el Escalda tras ser atacados por los mosqueteros de Mercader. Otros lograron llegar hasta Le Châtelet, donde se refugiaron. Aun así, muchos sucumbieron bajo las espadas de la caballería española, alemana y croata, que se lanzaron en persecución de los huidos. Mientras, los soldados alemanes de Enckevort junto a algunas unidades de caballería saquearon el bagaje enemigo.

Escaramuza de caballería en un paisaje abrupto (aprox. 1630), con un convoy detrás, por Joos de Momper II (1564-1635) y Peter Snayers (1592-1667), Galerie Gismonde, París.

Se calculó que las bajas francesas habían ascendido a unas 4000, mientras que fueron apresados casi 3000 hombres. Guiche perdió todas sus banderas y estandartes, entre ellas la famosa Cornet Blanche, que nunca había caído en poder enemigo tras 200 años de combates. El botín en general fue muy rico: unos 500 carros, toda la artillería… La infantería hispánica se había mostrado tan decisiva como era de esperar; incluso la caballería en esta batalla había logrado no solo estar a la altura de la francesa, sino incluso aventajarla.

Esa noche el ejército de De Melo durmió en el mismo campo de batalla, vigilando que los restos de las unidades de Guiche no se uniesen con el ejército de Harcourt, que avanzaba a marchas forzadas hacia la zona, para volver a dar batalla. Como esto no ocurrió, los soldados hispánicos pudieron descansar por tres días.

A pesar de lo que se ha escrito sobre la falta de actividad de De Melo tras la victoria, sin ninguna base, todo hay que decirlo, aquel no pudo explotar su éxito. Su atención se tuvo que dirigir a la frontera del Rin, ya que en el Arzobispado de Colonia estaba operando un ejército mercenario a sueldo de Francia, y a la frontera norte, donde los holandeses habían comenzado a movilizar sus tropas. Además, Harcourt siguió maniobrando por la frontera sur. Por todos estos motivos, el Ejército de Flandes se tuvo que dividir en tres cuerpos, lo que imposibilitaba iniciar una ofensiva contra el corazón de Francia.

Conclusión

Si la Guerra Hispano-Francesa (1635-1659) hubiera acabado en 1642, tras la batalla de Honnecourt, se afirmaría que De Melo fue un gobernador general excelente, que el Ejército de Flandes había sido el instrumento de la victoria y que Beck podría ser tenido por uno de los mejores maestres de campo generales de su historia.

El despliegue hispánico para la batalla –la infantería dispuesta en tres líneas y en ajedrezado con los flancos protegidos por la caballería (que a su vez era apoyada por mosquetería) mientras que la artillería cubría su avance– indica que el alto mando del ejército conocía a la perfección las últimas innovaciones del arte de la guerra y las ponía en práctica. Además, la potencia de fuego fue fundamental en la victoria, sin olvidar que las picas también tuvieron su papel a la hora de asaltar las fortificaciones enemigas. El desarrollo de la batalla muestra una constante comunicación entre los diversos miembros del alto mando y una gran flexibilidad a la hora de operar: la primera línea llega a dividirse en dos para atacar tanto a derecha como a izquierda.

Todo lo anterior indica que la concepción de la guerra del Ejército de Flandes no estaba obsoleta, ni mucho menos. La arrolladora victoria se debió al tamaño del ejército, casi el doble que el francés, pero también a la determinación de las tropas al asaltar el campo fortificado enemigo. Los Tercios seguían siendo unidades de élite y como tales cumplieron.

Al año siguiente las mismas tropas que habían obtenido la victoria fueron derrotadas, curiosamente por un ejército también más numeroso esa vez que el hispánico. Pero el Ejército de Flandes no pereció en Rocroi, ya que el consabido par de cuerpos de ejército había vuelto a operar, por lo que no todas las tropas se hallaron ante la ciudad francesa y las bajas no fueron tan altas como algunos historiadores galos se han obcecado en escribir, e historiadores españoles en copiar sin contrastarlas. A pesar del revés –que algunos han llegado a denominar como “la tumba de los Tercios”– en febrero de 1644 el Ejército de Flandes contaba con 12 992 oficiales y 64 745 soldados; 77 737 efectivos en total, de los que 5935 eran infantes españoles. Durante el resto del siglo XVII Flandes continuó siendo la plaza de armas por excelencia de los Tercios hasta el decreto de extinción de estos, firmado por Felipe V de Borbón.

Bibliografía

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Eduardo de Mesa es doctor por el Univeristy College Dublin (2013) y la Universidad Autónoma de Madrid (2016). Actualmente es miembro permanente del comité asesor de historia y arte del patronato de la Fundación Carlos de Amberes. Experto en la historia militar de la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII, ha publicado libros y artículos sobre sus investigaciones tanto en España como en el extranjero. Recientemente ha iniciado un proyecto sobre las Guerras de Italia entre 1494 y 1535 y el destacado papel que tuvo en ellas la Monarquía Hispánica.

Este artículo apareció publicado en el Desperta Ferro Historia Moderna n.º 8 como adelanto del siguiente número, el Desperta Ferro Historia Moderna n.º 9: Richelieu contra Olivares. Francia en la Guerra de los Treinta Años.

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