Como es bien sabido, el ataque fracasó después de que tres acorazados quedaran fuera de combate por el fuego de las baterías costeras. Este fracaso sentó las bases para la posterior decisión de ejecutar la operación anfibia de desembarco de tropas en la península de Galípoli, llevada a cabo el 25 de abril, que solo consiguió, a costa de enormes bajas, asegurar una exigua cabeza de puente en la orilla. Un segundo desembarco, ejecutado en agosto, no conseguiría romper el punto muerto y finalmente, tras numerosas pérdidas y ante los enormes problemas logísticos, las cabezas de playa serían evacuadas entre diciembre de 1915 y enero de 1916. Paradójicamente, teniendo en cuenta la confusión y el fracaso asociados a las anteriores operaciones, esas evacuaciones se planificarían y ejecutarían con brillantez y supondrían un ejemplo de cooperación entre el Ejército y la Marina.
La campaña de los Dardanelos tuvo su origen en la solicitud de ayuda aliada por parte del comandante en jefe ruso para distraer la atención turca en el Cáucaso, donde las fuerzas rusas estaban siendo presionadas; aunque, irónicamente, cuando los británicos y franceses iniciaron su ataque en febrero de 1915 la situación en el Cáucaso ya se había invertido y eran los otomanos quienes estaban en retirada. La solicitud llegó en un momento en el que el Consejo de Guerra británico estaba considerando opciones más allá del Frente Occidental, donde se asumía que no podrían tener lugar nuevas ofensivas hasta la llegada en unos meses de las primeras divisiones del Nuevo Ejército. Se valoró un ataque sobre Cattaro (hoy Kotor), en la costa de Montenegro, lo que se consideraba que podría animar a los italianos a unirse a la causa aliada. Al mismo tiempo, había propuestas para desembarcar tropas en Alejandreta (Iskenderun), cerca de la actual frontera entre Turquía y Siria, lo que ofrecería una provechosa base naval en el Levante desde la que cortar las comunicaciones ferroviarias entre Egipto y Mesopotamia, e igualmente, se consideró un desembarco en Salónica, donde finalmente se establecería una fuerza aliada en octubre de 1915.
En parte, se eligieron los Dardanelos antes que las demás opciones porque ofrecían un premio mayor ya que, de tener éxito, se podría amenazar Constantinopla, la capital, y precipitar la caída del régimen otomano o forzarlo a solicitar la paz, además de que separaría la Turquía europea de Anatolia y aislaría a las fuerzas otomanas en Tracia, lo que podría empujar a Grecia y a Bulgaria a unirse a la causa aliada y, por tanto, proporcionaría los contingentes necesarios para expulsar a los turcos de Europa y abrir una ruta para apoyar a la asediada Serbia. Además, si se abrían los estrechos, Rusia podría usar de nuevo esa ruta para intercambiar cereal por armas y financiación, imprescindibles, de las que carecía gravemente. En última instancia, se esperaba que la operación en los Dardanelos desviara tropas de otros frentes y ayudara a los rusos en el Cáucaso y a los británicos en Egipto y Mesopotamia. Otro motivo clave por el que se eligieron los Dardanelos fue que el éxito podría conseguirse, según argumentaban, con buques anticuados y sin comprometer demasiadas tropas.
Las esperanzas iniciales de que los griegos se unieran a los aliados y aportaran contingentes para apoyar una operación conjunta resultaron infundadas. En ausencia de un número significativo de tropas terrestres británicas o francesas de las que sabía que, probablemente, no se dispondría, Winston Churchill, primer lord del Almirantazgo –ministro del Gobierno responsable de la Royal Navy–, abogó por la opción de un ataque netamente naval. El 13 de enero logró asegurarse el consentimiento del Consejo de Guerra de que “el Almirantazgo debía prepararse para una expedición naval en febrero para bombardear y tomar la península de Galípoli con Constantinopla como objetivo”. Para apoyar esta opción, Churchill obtuvo un informe del comandante británico en los Dardanelos, el vicealmirante Sackville Carden, que sugería que semejante ataque podía tener éxito si se ejecutaba metódicamente.
Es digno de mención que el almirante John Fisher, primer lord del Mar –responsable profesional de la Marina–, estuviera deseando apoyar una acción en los Dardanelos pero se opusiera a la idea de un ataque naval conjunto sin el apoyo de tropas. Ciertamente, la opinión de la Marina, tanto en el Reino Unido como en Francia, parecía ser escéptica en cuanto a las posibilidades de éxito. Incluso un siglo después sigue sin estar claro cómo una armada podría “tomar” una península sin el apoyo de tropas de tierra. Desgraciadamente para los aliados, lord Kitchener, secretario de Estado británico para la Guerra, se opuso sistemáticamente a permitir que se proveyera un número significativo de tropas para esta operación. De todos los miembros del Consejo de Guerra, él fue quizás el más vehemente en su convicción de que la Marina podía obtener la victoria sin ayuda y, en consecuencia, se negó hasta el 10 de marzo, cuando ya era excesivamente tarde como para que fuera de utilidad en el ataque, a enviar a la 29.ª División, la última de tipo profesional que quedaba del Ejército de preguerra. Aquellos soldados, que podían haber superado a finales de febrero las indefensas playas, fueron obligados a asaltarlas en abril bajo un intenso fuego. De ese modo, la armada iba a verse obligada a derrotar a un oponente en tierra con el apoyo exclusivo de sus destacamentos de Royal Marines y grupos navales de desembarco.
El Consejo de Guerra aprobó el ataque naval el 28 de febrero en una reunión en la que los políticos se entusiasmaron con los frutos potenciales de la victoria y el primer lord del Mar tuvo que ser persuadido de no dimitir en protesta, dando lugar a uno de los rasgos reseñables de este asunto: la planificación de una gran operación naval con la oposición del responsable profesional de la Marina.
Las defensas de los Dardanelos
El estrecho de los Dardanelos, que conecta el mar Egeo con el de Mármara y, tras él, con Constantinopla y el Bósforo, tiene en torno a 60 km de largo y varía en anchura desde los 6 km hasta solo 1,2 km en los estratégicos Narrows, cerca de Çanakkale. La entrada al estrecho estaba protegida por fuertes exteriores equipados con un total de 17 cañones pesados y 10 de alcance medio, instalados tras antiguos muros de piedra; dentro había una defensa intermedia compuesta de cañones de calibre medio ubicados en cuatro fuertes en el lado asiático y otro en el europeo; y aguas arriba, en los Narrows, estaban las fortalezas de Kilid Bahr (en Europa) y Çanakkale (en Asia), con un total de 88 cañones de distintos calibres, entre piezas de 14”, 11” y 9,4”. Además, para bloquear el acceso de buques enemigos se habían distribuido a lo largo de la bahía más de 300 minas, en diez líneas, cubiertas por reflectores, y reforzado las defensas con la llegada de 8 baterías, de cuatro piezas cada una, de obuses móviles de 6”, capaces de suministrar fuego indirecto contra cualquier intento de emplear dragaminas.
En un informe sobre aquellas defensas redactado en 1912 y publicado al año siguiente en el Journal of the Royal Artillery, un oficial británico señaló de forma bastante premonitoria que “si esas baterías están bien servidas y manejadas con eficacia, parece casi imposible para cualquier buque cruzar a salvo entre dos fuegos y evitar, además, las minas y atravesar las barricadas”. La Marina italiana había bombardeado en 1912 los fuertes exteriores y ejecutado una incursión nocturna con torpederas rápidas sin sufrir bajas significativas pero, a pesar del generoso dispendio de medallas y promociones entre los involucrados, aquella incursión en el estrecho, breve, limitada y encubierta, ofrecía pocas lecciones relevantes en 1915 para los aliados y solo había animado a los turcos a dedicar mayor atención a la defensa de esta vía navegable. Del mismo modo, un bombardeo de los fuertes exteriores por parte de buques franceses y británicos el 3 de noviembre de 1914, antes de que se hubiera concebido la ofensiva de los Dardanelos, no tuvo consecuencias considerables, más allá de incitar a los turcos a reforzar sus defensas.
El almirante Carden reconocía que no era posible precipitarse contra el estrecho, pero opinaba que una estrategia más metódica podría obtener mejores resultados y planificó una en consecuencia. Además del moderno acorazado superdreadnought HMS Queen Elizabeth, armado con poderosos cañones de 15”, y del crucero de guerra HMS Inflexible, la flota bajo su mando contaba también con 12 acorazados británicos –de los que 8 estaban programados para el desguace– y 4 franceses, anteriores a los dreadnoughts, menos impresionantes y más prescindibles que los dos primeros, pues eran demasiado viejos y lentos como para ser de utilidad en el mar del Norte. Sin embargo, se consideró que seguían portando unos útiles cañones de 10” y 12” con lo que también podían emplearse en tareas importantes y, de perderse, no importaría demasiado. Carden contaba también con el apoyo de varios cruceros y destructores, un portahidroaviones –el HMS Ark Royal–, 6 submarinos británicos y 4 franceses y más de 20 arrastreros convertidos en dragaminas. Estos últimos estaban faltos de potencia y eran lentos, una restricción significativa dada la fuerte corriente del estrecho.
El bombardeo de los fuertes exteriores comenzó el 19 de febrero, con el mar en calma, pero el mal tiempo hizo que el ataque no pudiera continuar al día siguiente y no se retomó hasta el día 25. Para destruir los cañones en tierra eran necesarios impactos directos, lo que resultaba difícil a larga distancia con los cañones de trayectoria rasante de los acorazados; sin embargo, sí era posible someter los fuertes desde más allá del alcance de los cañones de costa y, una vez logrado, los acorazados podrían aproximarse para rematar el trabajo. De este modo, al final del día los fuertes habían sido silenciados y el 26 de febrero los grupos de desembarcos de marineros y marines alcanzaron la orilla para culminar los trabajos de destrucción con cargas explosivas. Las piezas fueron eliminadas y una partida de marines avanzó hasta el pueblo de Krithia, antes de que la llegada de refuerzos turcos obligara a retirarse el 4 de marzo.
Con las defensas exteriores anuladas, Carden podía ahora centrarse en las del interior del estrecho. El bombardeo de los fuertes interiores comenzó el 26 de febrero, cuando fuertes y acorazados intercambiaron fuego sin infligirse mutuamente daños críticos, pues muchos de los cañones turcos carecían de penetración suficiente para atravesar el pesado blindaje de un acorazado y los buques hicieron todo lo posible por destruir, más que contener, las defensas costeras a larga distancia. Con el afán de ensayar algo diferente, el HMS Queen Elizabeth bombardeó los fuertes desde retaguardia, a través de la península de Galípoli, con sus cañones de largo alcance, pero la falta de precisión limitó sus efectos. Lo que hubiera necesitado realmente la flota eran observadores en la costa para dirigir el fuego, o aeroplanos capaces de corregir la falta de impactos sobre el objetivo, lo que desgraciadamente no fue posible pese a los intentos de emplear los aparatos del HMS Ark Royal como observadores aéreos.
Pero lo peor es que los obuses móviles turcos se mantuvieron ocultos y virtualmente invulnerables al fuego naval y, cuando eran detectados, simplemente se movían a otra posición. Los proyectiles que disparaban no podían amenazar seriamente a los acorazados, pero eran un serio peligro para los dragaminas, carentes de blindaje, que eran necesarios para limpiar los cinturones de minas que impedían a los acorazados acercarse hasta tener los fuertes al alcance y avanzar más allá de los Narrows.
Los arrastreros-dragaminas no eran aptos para la tarea que afrontaban; carecían de potencia suficiente y solo podían desarrollar dos o tres nudos a contracorriente, lo que los convertía en blanco fácil para las baterías de costa y los obuses móviles. Para dragar a favor de la corriente deberían haber navegado todo el estrecho bajo una lluvia de fuego antes de volverse y llevar a cabo el dragado, de modo que resultaron inadecuados para su cometido. Estaban pilotados por sus tripulaciones de tiempos de paz, comprensiblemente amedrantados por el fuego, pese a que luego fueron ayudados por voluntarios navales que intentaron reforzar su moral con escaso resultado. Los intentos de limitar los riesgos dragando por la noche también fracasaron, ya que los reflectores turcos podían iluminar el objetivo y, era necesario un impacto directo para dejarlos fuera de combate al igual que a los cañones a los que orientaban. Pese a numerosos intentos, los dragadores fueron incapaces de limpiar las minas y, tras un nuevo fracaso el 13 de marzo, Carden optó por revisar sus tácticas. Hasta el momento su intención había sido limpiar las minas antes de que los acorazados silenciaran las baterías de costa, pero ahora optó por que los buques de guerra destruyeran o contuvieran las defensas costeras para permitir a los dragaminas hacer su trabajo, aunque esto solo era posible durante el día ya que los buques necesitaban visibilidad.
El ataque decisivo a los Dardanelos
La gran ofensiva diurna tuvo lugar el 18 de marzo y antes del primer disparo ya se había cobrado la primera baja. La salud del almirante Carden, al que nunca se le había considerado un candidato adecuado para dirigir una operación de semejante nivel, se había deteriorado significativamente por la presión y antes del ataque se sintió gravemente enfermo y fue sustituido por su segundo, el vicealmirante John de Robeck. El plan de ataque para la flota consistía en que los acorazados silenciaran las baterías pesadas de los Narrows con fuego de largo alcance y, una vez logrado, avanzaran hasta el estrecho para enfrentarse a las baterías que protegían los campos de minas. Con las baterías acalladas, los dragaminas podrían hacer su trabajo y los acorzados estarían en disposición de acercarse a los fuertes y, al igual que habían hecho con los fuertes exteriores, destruirlos a corta distancia antes de penetrar en el mar de Mármara. Para ello los grandes buques fueron distribuidos en tres líneas. La línea A, con el moderno superdreadnought HMS Queen Elizabeth y el crucero de guerra HMS Inflexible, acompañados por los dos acorazados pre–dreadnought más recientes, el HMS Agamemnon y el HMS Lord Nelson, debía acallar los fuertes a larga distancia (12,8 km). La línea B, con los acorazados británicos Majestic y Swiftsure, y los franceses Gaulois, Charlemagne, Bouvet y Suffren, avanzaría más allá de la línea A una vez hubiera silenciado esta los cañones enemigos para enfrentarse a los fuertes de los Narrows, a 7,3 km de distancia, con el apoyo, tras ella, de dicha línea A. La línea C, compuesta por 4 viejos buques británicos –Vengeance , Irresistible, Albion, y Ocean–, permanecería en reserva y sería destacada para relevar a la línea B en el momento oportuno.
La flota entró en el estrecho a las 10.30 horas y la línea A estuvo en posición de abrir fuego a las 11.00. A las 11.50 se ordenó avanzar a la línea B y los barcos franceses progresaron hacia el estrecho bajo una lluvia de fuego. El blindaje de los acorazados protegía sus partes vitales, pero el Gaulois fue alcanzado por un proyectil de 14” bajo la línea de flotación, se vio obligado a retirarse y su capitán lo hizo encallar para evitar que se hundiera. A las 14.00 horas la situación en tierra se estaba volviendo complicada; algunos cañones habían quedado fuera de combate, otros tantos habían quedado desbaratados o sepultados entre los cascotes por la lluvia de fuego y algunos fuertes se estaban quedando cortos de munición y sus dotaciones exhaustas. En ese momento, De Robeck ordenó a la línea C que avanzara pero, conforme los buques de la línea B viraban a estribor para abandonar la acción, una explosión estremeció al segundo buque en línea, el Bouvet, que enseguida volcó y se hundió, sin que en un primer momento quedara clara la causa. El bombardeo continuó y a las 16.00 horas los cañones pesados en tierra quedaron mayoritariamente silenciados pero, desgraciadamente, los obuses móviles seguían suponiendo una amenaza y se comprobó que los dragaminas, que huyeron del estrecho sin cumplir su misión, no resultaban adecuados. Peor aún, poco después de las 16.00 horas, el crucero de guerra Inflexible chocó con una mina cerca de la orilla asiática y tuvo que huir con dificultad, evitando hundirse por muy poco antes de lograr encallar en la isla de Tenedos, en el Egeo. La situación empeoró cuando también el Irresistible embistió una mina y comenzó a ir a la deriva hacia la orilla asiática y, para completar el desastre, el Ocean quedó inutilizado por otra mina en torno a las 19.00 horas. Tanto el Irresistible como el Ocean se hundieron aquella tarde y, por si no fuera suficientemente grave, el acorazado francés Suffren quedó incapacitado para más acciones ofensivas debido al daño sufrido por el fuego desde la costa. Lo positivo es que las bajas habían sido leves; salvo los 639 hombres del Bouvet, casi todos los demás fueron rescatados.
La causa de las graves pérdidas de la jornada fue una hilera de minas, tendida en paralelo a la orilla en Erin Keui Nay por el minador otomano Nurset la noche del 8 de marzo, que pasó de desapercibida hasta cobrarse su presa diez días después. A pesar de esto, no quedó claro inmediatamente que el ataque hubiera concluido y De Robeck, animado por la noticia de que había refuerzos en camino para resarcirse de sus bajas, contempló en un primer momento retomar la ofensiva. Roger Keyes, su jefe de Estado Mayor, estaba seguro de que un nuevo ataque lograría romper las defensas y trabajó sin descanso para erigir una fuerza de dragaminas más efectiva con destructores reconvertidos, pero no tuvo ocasión de demostrar su teoría y seguiría convencido, hasta su muerte, de que una vez que hubiese estado lista –para abril– habría tenido éxito.
En una reunión de los mandos superiores aliados en el HMS Queen Elizabeth el día 22 de marzo, De Robeck, declaró que no creía que la flota pudiera abrirse camino sin ayuda, apoyado en este extremo por el general sir Ian Hamilton, comandante de las fuerzas terrestres enviadas con retraso por lord Kitchener. Por tanto, la Marina aceptó la derrota del 18 de marzo y pasó el testigo al Ejército, sentando las bases del fracaso aún mayor que estaba por llegar.
Un siglo después sigue sin haber consenso sobre si un nuevo ataque podría haber tenido éxito. Las defensas en los Dardanelos consistían en un sistema interconectado de cañones fijos, baterías móviles y campos de minas que, juntos, planteaban un reto superior al que representaban por separado. Los acorazados se mostraron capaces de acallar los fuertes, pero no pudieron aproximarse lo suficiente como para destruirlos completamente ni atravesar los Narrows sin que se hubiesen limpiado las minas. Desgraciadamente, los dragaminas no fueron capaces de conseguirlo bajo el fuego y los acorazados poco pudieron hacer para silenciar las baterías móviles que las cubrían. La introducción de dragaminas más eficaces y tripulaciones capacitadas para trabajar bajo el fuego podrían haber sido la clave del éxito. Es lo que pensaba Roger Keyes. Ciertamente, los turcos habían sufrido mucho con el bombardeo del 18 de marzo y se estaban quedando sin munición para sus piezas pesadas pero, por su parte, los mandos otomanos y alemanes tenían confianza en que podían haber derrotado nuevos intentos de limpiar las minas y, como admitió el historiador oficial británico tras la guerra, “su confianza estaba probablemente justificada”.
Aún quedan más dudas, como qué esperaba hacer la flota una vez que hubiera forzado el paso hacia el mar de Mármara. Se admitía que, aunque se hubiesen eliminado las minas y destruido las baterías fijas, sin un ejército para asegurar el terreno a uno u otro lado del estrecho habría sido imposible detener el fuego de las baterías móviles sobre los buques en tránsito por los Narrows. Por tanto, solo los navíos acorazados habrían podido cubrir el trayecto y no los transportes de suministros o tropas. La flota de guerra podría haber aparecido ante Constantinopla y hacer una demostración, e incluso quizá bombardear la ciudad, pero al final se habría quedado sin combustible y munición y si el Gobierno otomano no se derrumbaba, los aliados se enfrentarían a la perspectiva poco apetecible de tener que abrirse paso de vuelta a través de los Narrows, tal y como se vio obligado a hacer el almirante Duckworth en 1807, cuando otra flota británica entró en el mar de Mármara sin un ejército para encontrarse con un enemigo poco dispuesto a rendirse.
Las actas de las trascendentales reuniones del Consejo de Guerra en Londres denotan la suposición aún más irresponsable de que los turcos se desmoronarían solo con que la flota cruzara los Narrows, lo que parece basarse en poco más que un deseo. Una valoración más realista se habría percatado desde el principio de la necesidad de una considerable campaña conjunta en la que el Ejército y la Marina pudieran operar concertadamente para asegurar el control del estrecho y ejercer una presión conjunta sobre Constantinopla. Esta había sido la alternativa defendida por la Marina al principio. Que el precursor de los planes para una ofensiva íntegramente naval fuera Churchill, el responsable político de la Marina, en contra de la opinión de Fisher, el responsable profesional, es uno de los hechos más destacables de la operación y en estas circunstancias no nos debe sorprender el resultado.
Bibliografía
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- Massie, R. (2004): Castles of Steel. Britain, Germany and the Winning of the Great War at Sea. London: Jonathan Cape.
Ian Speller es director del Centro de Historia Militar y Estudios de Defensa y catedrático de Historia de la National University of Ireland Maynooth. También imparte clases en el Irish Military College y es conferenciante ocasional sobre historia y estrategia navales en la UK Defence Academy y otras instituciones militares. Sus ámbitos principales de investigación se centran en la historia y estrategia navales y entre sus numerosas publicaciones se encuentran Understanding Naval Warfare (Routledge, 2014) y Small Navies. Strategy and Policy for Small Navies in War and Peace (Ashgate, 2014).
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