Manuel Joaquín Álvarez de Toledo Portugal y Pimentel VIII conde de Oropesa Carlos II

La Monarquía hispánica se conformaba por un gran complejo de familias nobiliarias. Manuel Joaquín Álvarez de Toledo Portugal y Pimentel, VIII conde de Oropesa, fue testigo del paso de una nobleza de sangre a la nueva aristocracia de mérito con la llegada de los Borbones. Esta imagen realizada en el siglo XIX nos muestra la destitución del conde tras el «motín de los gatos» de 1699. Fuente: Wikimedia Commons.

Manuel Joaquín Álvarez de Toledo nació en el seno de unas de las familias nobles castellanas mejor posicionadas, los Álvarez de Toledo, como hijo único de Duarte Fernando Álvarez de Toledo Monroy y Ayala, que ocupó diferentes cargos importantes durante el reinado de Felipe IV, casado con su prima Ana Mónica de Córdoba Pimentel y Zúñiga. Ambos compartían linaje con la familia de los Braganza, reyes de Portugal, lo que influyó de manera determinante en el desarrollo de la trayectoria política del conde de Oropesa.

Antes de comenzar con su trayectoria política, el conde de Oropesa inició una política matrimonial que unió su linaje con el de las familias nobles más importantes de la península, emparentando con casas de la talla de los Braganza, los Medinaceli y los Uceda. Este hecho nos resulta revelador ya que nos permite ver como se concebía el poder y la política en el seno de la nobleza peninsular, donde la cercanía o lejanía con respecto a los grandes linajes nobiliarios determinaban el posicionamiento político y social de los individuos.

Junto a esta basta red familiar que el conde tejió para asegurarse apoyos y estabilidad social, hay que añadir otra extensa red clientelar y de fidelidades personales con personalidades de la corte y mundo de la nobleza y la Iglesia. Esto nos muestra que, en la política hispana del siglo XVII, los contactos eran tan importantes como las alianzas matrimoniales, ya que estos consistían en el principal apoyo dentro del sistema cortesano una vez que se accedía a la administración. De entre la numerosa clientela social y política que Manuel Joaquín Álvarez de Toledo forjó a lo largo de los años, cabe destacar la figura de Fernando Joaquín Fajardo (marqués de los Vélez) y la de Manuel Francisco de Lira y Castillo. El marqués de los Vélez fue una pieza fundamental dentro del primer gobierno de Oropesa, ya que, al ser nombrado superintendente de Hacienda, el llevó el peso de muchas de las reformas tributarias que dieron fama a su periodo de valimiento.

En el contexto de la España del siglo XVII, la corte era una institución dividida en grupos de poder que se disputaban la atención real y, por ende, los apreciados puestos en la administración y favores reales que esta conlleva. Por ello, el conde de Oropesa también forjó una formidable red de adversarios, los cuales llevaron a cabo sendas campañas de ataques que minaron la autoridad del conde a lo largo de su carrera (consiguiendo su destitución en diferentes momentos). Cabe destacar, entre sus enemigos, al duque de Arcos y a Luis de Salazar y Castro, una figura principal dentro del mundo de la genealogía. Este último dedicaba unas palabras con respecto al uso que daba el conde de Oropesa de sus más allegados:

“[Oropesa] ha puesto en la casa de VM criados de criados de otros, e hijos de oficiales, contadores, secretarios, tesoreros, traficantes de origen tan bajo que fuera mejor no tener origen, necios, sin política, razón ni graduación, dando a este género de gente los títulos de Castilla, los honores, rentas, encomiendas, oficios y hábitos siendo casi todos estos y otros sujetos indignos de nombrarse en la presencia de VM…” (1)

Si queremos comprender de la manera más clara posible le gestión de Oropesa y cómo actuó a lo largo de esta, hemos de verla en tres niveles distintos: el nobiliario, el político y el diplomático.

A nivel nobiliario, Oropesa actuó bajo los principios del auxilium et consilium hacia el rey y el de fidelidad hacia su casa. Es importante señalar que, aunque la Edad Media queda lejos, los principios nobiliarios todavía siguen vigentes y cualquier miembro cortesano que perteneciera a un linaje había de velar tanto por su fidelidad al rey (ya que se encontraba sujeto a él), como por el de su propia familia. Por ello las mercedes reales y los puestos en la administración tenían un rol fundamental dentro de la mentalidad política de la corte, ya que dotaban de prestigio a la familia y, sobre todo, de poderío económico, aunque este se veía eclipsado debido al costo subyacente de mantener al ejército de sirvientes, así como los pagos que se debían de realizar al rey. Esta dinámica conocida como do ut es, fue también muy importante en la dinámica de relaciones de poder entre el rey y sus nobles (el rey daba y recibía).

Este contexto de relaciones personales, El conde de Oropesa, consiguió establecer una gran amistad con Carlos II tras ser nombrado gentilhombre de cámara en 1674. Este extracto de una carta enviada por Carlos II refleja como de buena era esa relación:

“He querido decirte aquí la seguridad con que puedes estar de mi satisfacción a tus grandes méritos y de que en cuanto se ofrezca a tu persona y casa se experimentará lo que siempre te he querido y lo que te estimo” (2)

La cordialidad y afecto presente en este fragmento contrasta con la relación que mantuvo el conde de Oropesa con las esposas del rey. Estuvo enfrentado tanto con María Luisa de Orleans (primera esposa del rey) como con Mariana de Neoburgo (segunda esposa), cuya enemistad le costó la dimisión de su primer gobierno en 1690. Esto es otra muestra de cómo de importantes eran las relaciones personales en la política del Antiguo Régimen.

A nivel político, Oropesa ocupó los principales puestos administrativos de la Monarquía hispánica, configurada bajo un sistema polisinodial de Consejos. Desde 1680, el conde formó parte de los Consejos de Estado y de Guerra, organismo compuesto por miembros de la aristocracia hispana, cuya función era la de gestionar los asuntos estatales tanto a nivel interior como exterior. Así mismo, en 1684 fue nombrado presidente del Consejo de Castilla (llegaría a serlo también de Italia), teniendo capacidad de actuación sobre los territorios de la Corona de Castilla. Este nombramiento le vino dado bajo el apoyo del duque de Medinaceli, al que sustituyó en el cargo tras su dimisión. Duró en su cargo hasta 1690, cuando la presión ejercida contra él, fruto de las conspiraciones orquestadas por Mariana de Neoburgo y el duque de Arcos, le obligaron a dimitir. Años más tarde, la misma reina lo llamaría para que creara un nuevo gobierno de carácter interino en 1698, pero nuevamente tuvo que dimitir del cargo debido a una nueva conspiración organizada, esta vez, por el cardenal Portocarrero y el marqués de Leganés.

Los dos gobiernos que el conde de Oropesa encabezó, con la eficaz asistencia de Manuel de Lira y el Marqués de los Vélez, se centraron en la puesta en práctica de reformas orientadas al sistema monetario, la agricultura y la industria, la hacienda, el aparato burocrático y la Iglesia. El hecho de que se centrara en esos puntos se explica por el contexto de asfixia económica que vivía la Monarquía, fruto de las malas cosechas y del constante estado de guerra.

Las primeras tentativas de reforma estuvieron enfocadas en la regularización y estandarización de la moneda, con el fin de mejorar la realidad monetaria del país dándole más liquidez a la economía. Seguida de esta reforma del sistema monetario, le siguió una puesta en marcha del sistema productivo de la Monarquía, a través de la Real y General Junta de Comercio, que pretendía movilizar los recursos existentes para expandir y fortalecer la industria hispana. Fueron de ayuda también las Juntas Provinciales (Granada, Sevilla, Valencia, Barcelona), que revitalizaron el tejido industrial, lo que se tradujo en una diversificación de la producción y una mejora sustancial en el índice de precios.

El otro gran bloque de reformas estuvo enfocado en la racionalización de ingresos y gastos de la Monarquía. Reasignó y modificó impuestos (como el de “millones”) y recortó en gastos y asignaciones como manera de aliviar la hacienda real. De la misma manera, intervino en la especulación de cargos, recortando y suprimiendo muchos puestos en la administración.

Todo esto tenía como objetivo, ejercer una mayor presión fiscal hacia las clases altas, disminuyendo la del pueblo llano. Esto, junto con la enemistad de la reina, lo llevó a ser víctima de diferentes ataques que, al final, lo llevaron a dimitir de su cargo en 1691.

En el aspecto diplomático, el conde de Oropesa también tuvo un papel muy significativo. Desde 1675 hasta 1691, se convirtió en una de las figuras más importantes dentro del Iberismo, doctrina diplomática que buscaba la reunificación con el reino Portugal. Como ocurrió con buena parte de sus medidas, este deseo se vio enfrentado a las intrigas palaciegas, protagonizadas por el bando austracista y el bando borbónico. Manejó diferentes bazas para conseguir este objetivo, pero todas se vieron obstaculizadas por las argucias de los diplomáticos franceses, que maniobraban para asegurar la sucesión borbónica. Con su regreso al poder, siendo consciente de la situación crítica que se estaba dando en el panorama político europeo, donde las diferentes cancillerías se estaban repartiendo los territorios de la Monarquía, el conde da su apoyo al bando Bavierista, ratificando en noviembre de 1698 el testamento de Carlos II, que legaba la corona al príncipe elector de Baviera, José Fernando Maximiliano. Oropesa no solo se enfrentó al fracaso de la alternativa Bávara (José Fernando muere prematuramente) si no que es víctima de un golpe de estado protagonizado por el cardenal Portocarrero y el marqués de Leganés (así como Francisco de Ronquillo y Luis de Salazar y Castro) acontecido en abril de 1699.

Este golpe de Estado fue efectuado a raíz de un levantamiento popular en Madrid denominado “el motín de los Gatos” donde el pueblo de Madrid se levantó de manera violenta, fruto de la carestía de alimentos y el desencanto de la situación política del momento, contra las autoridades. Oropesa se vio obligado a abandonar la Corte en mayo de ese año.

Pese a la gran derrota política sufrida en 1699, el conde de Oropesa todavía no estaba fuera de la escena política. Con la llegada de los Borbones al trono, prometió fidelidad al nuevo rey Felipe V en un intento de conservar su posición. Quedó en el olvido hasta que, en 1706, se pone al servicio del pretendiente austracista al trono, Carlos III, que lo convirtió de nuevo en primer ministro para reconstruir la Monarquía hispánica. Este encargo no le duró mucho ya que, falleció el 23 de diciembre de 1707 en Barcelona.

Como hemos visto la carrera del conde de Oropesa estuvo marcada por los continuos ataques contra su figura. Pero estos ataques no se limitaron a él, si no que vemos que se repiten tanto en sus predecesores como en sus sucesores. Cabe preguntarse el porqué de esta mecánica de acoso y derribo existente en la corte española del siglo XVII, que marcó el devenir político de la misma Monarquía en muchas ocasiones. El historiador Adolfo Carrasco Martínez lo refleja de una manera clara en la siguiente cita:

“Para la nobleza titulada y los grandes el problema se planteaba en términos de participación en el modelo de gobierno, es decir, en la determinación de la cuota de poder que les correspondía como grupo. Una vez fijado este principio, luego vendría la pugna entre aristócratas por obtener más parcela que los demás, por reducir el espacio de otros aristócratas o sus familias, aumentando el propio –casi una teoría mercantilista del poder” (3)

Notas

(1). 20 Ms. 11259/40, Memoria a Carlos II sobre el miserable estado de la Monarquía durante la presidencia del Conde de Oropesa, BNM, fol. 3 (r). visto en A. Testino-Zafiropoulos, «Querellas políticas en torno al Conde de Oropesa en las postrimerías del reinado de Carlos II», Atlante. Revue d’études romanes, 2, 2015, p. 264- 291

(2). AHN, Estado, L. 1009, fol. 113 visto en A. Testino-Zafiropoulos, «Querellas políticas en torno al Conde de Oropesa en las postrimerías del reinado de Carlos II», Atlante. Revue d’études romanes, 2, 2015, p. 264-291

(3). Adolfo CARRASCO MARTÍNEZ, “Los grandes, el poder y la cultura política de la nobleza en el reinado de Carlos II”, p. 84, Studia Historica, Historia Moderna, 20, 1999, p. 77-136.

Bibliografía

  • CARRASCO MARTÍNEZ, Adolfo, “Los grandes, el poder y la cultura política de la nobleza en el reinado de Carlos II”, Studia Historica, Historia Moderna, 20, 1999, p. 77-136
  • TESTINO-ZAFIROPOULOS. A, «Querellas políticas en torno al Conde de Oropesa en las postrimerías del reinado de Carlos II», Atlante. Revue d’études romanes, 2, 2015, p. 264-291.
  • BERNARDO ARES, JOSÉ MANUEL. (2018). Manuel Joaquín Álvarez de Toledo y Portugal | Real Academia de la Historia. [online] Dbe.rah.es. Recuperado de: http://dbe.rah.es/biografias/13723/manuel-joaquin-alvarez-de-toledo-y-portugal

 

Este artículo forma parte del II Concurso de Microensayo Histórico y Microrrelato Desperta Ferro en la categoría de microensayo. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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