El HMS Petard era uno de esos cuatro destructores. Era muy popular entre sus compañeros de flotilla por su fiabilidad en los avistamientos y su precisión en la maniobra. Ambas cualidades eran producto de la obsesión puntillosa del capitán Thornton, un veterano de la lucha antisubmarina en el Atántico Norte. Pagaba su popularidad entre los capitanes con el resentimiento de la tripulación, harta de continuos simulacros de zafarrancho y de castigos draconianos al menor despiste.
El procedimiento establecido para la caza era formar un triangulo con tres destructores en los vértices localizando al submarino con el sónar, mientras el cuarto lanzaba las cargas de profundidad sobre la posición que le daban. Empezó lanzando el HMS Pakenham, que ese día era el buque insignia. Desde el principio se vio que el comandante del submarino era un veterano experto. Navegaba con un rumbo rectílineo hasta que oía las cargas chocando con la superficie. Entonces viraba noventa grados y se alejaba del lugar en que explotarían. Las burbujas creadas por las explosiones cegaban el sónar durante unos minutos, por lo que cada vez había que localizarlo otra vez para empezar la maniobra desde cero. La secuencia se repitió muchas veces a lo largo del día, con los barcos turnándose a lanzar y las tripulaciones cada vez más fatigadas por la tensión. La habilidad del comandante del submarino hizo que poco a poco ganara aguas más profundas. La teoría del manual era que las baterías eléctricas del submarino se agotarían, pero cayó la noche sin que eso hubiera sucedido. Dos destructores habían agotado las cargas y partieron hacia puerto para reponerlas.
El Petard aún tenía munición y tomó la posición de lanzador por tercera vez desde que había comenzado la caza. Sobre las once de la noche, Eric Sellars, el oficial al mando de los operadores de sónar comunicó al capitán Thornton que habían perdido al submarino. Sin embargo, poco después reportó que habían encontrado una señal muy débil y difusa. Estaba parado sobre el fondo a mucha profundidad.
Los oficiales del HMS Petard celebraron una reunión en el puente. En opinión de Sellars, el submarino ya no disponía de baterías para seguir maniobrando y por eso su comandante lo había posado en el fondo. Estaba por debajo de la profundidad máxima de explosión de las cargas, que supuestamente era también la profundidad máxima de navegación de los submarinos. En la escuela de la marina donde había estudiado la especialidad de sónar, Sellars aprendió qué hacer en esa situación. El mecanismo que detonaba las cargas era un pequeño recipiente interior que se llenaba de agua mediante un orificio. Cambiando el tamaño del orificio se graduaba la profundidad de detonación. Si el submarino estaba sobre el fondo, se podía tapar el orificio con jabón corriente de pastilla. Esto retrasaba mucho la explosión pero como las cargas quedaban sobre el fondo, no afectaba a la puntería. Se lanzaron ocho cargas simultáneas y cuando explotaron todas a la vez, el efecto fue tan violento que más de uno temió que la desmesura de su capitán provocara la destrucción del HMS Petard. Cuando las aguas volvieron a ser transparentes al sonido, el experto oído de Sellars confirmó que el submarino subía a la superficie. Pocos minutos después los focos del iluminaban una torreta de color gris negruzco con un pequeño caballo blanco pintado. La tripulación del submarino empezó a salir y desde barco los acribillaron con el armamento antiaéreo. Seis alemanes resultaron muertos en el acto y varios más heridos mientras salían y saltaban al mar. El capitán Thornton detuvo el fuego y muy pronto las aguas alrededor del submarino hervían de alemanes manoteando.
Fueron lanzados dos botes, uno de ellos al mando del segundo oficial, el teniente Tony Fasson de 28 años. En medio de la oscuridad y la confusión, el cantinero de 16 años Tommy Brown se coló en ese bote sin que nadie se diera cuenta. Los marineros ingleses remaron con dificultad, procurando no herir a los que estaban en el agua pero soltando sin contemplaciones a los que se aferraban a las bordas. Fasson estaba impaciente por llegar al submarino. Meses atrás había realizado una capacitación secreta sobre abordaje a submarinos y ahora se le hacía eterna la espera. Sabiendo que el marinero Colin Grazier que estaba en el mismo bote era un buen nadador, Fasson le ordenó saltar al agua con él y ambos nadaron hacia la torreta. El cantinero Tommy Brown los vio nadar desde la proa del bote y bajar al interior del submarino. Cuando el bote estuvo junto al submarino, Brown saltó a la cubierta, subió a la torreta y trató de afirmar un cabo pero el movimiento del mar lo rompió.
Los héroes anónimos de la captura del U559
Mientras pedían otro cabo al barco, Tommy Brown con la inconsciencia de la juventud se lanzó escotilla abajo por la escalera. Bajó dos pisos hasta llegar a la sala de control donde encontró un espectáculo fantasmagórico. El agua le llegaba hasta las rodillas y un chorro continuo caía desde el techo. El teniente de navío Tony Fasson y el marinero Colin Grazier se movían como fantasmas a la luz espectral de las bengalas.
El primero estaba en el camarote del capitán, descerrajando cajones a culatazos con un subfusil. Detrás de la puerta encontró unas llaves y con ellas abrió un armario del que sacó un montón de libros. Los metió en un bolsón de lona alquitranada y se lo entregó a Tommy que le miraba absorto. Este subió por la escalera y antes de llegar arriba se encontró con el marinero Lacroix al que pasó el bolsón. Volvió a bajar y vio cómo Fasson y Grazier trataban de arrancar una caja que estaba sujeta a la mesa con varios cables. Tommy notó que el agua estaba más alta que antes.
Fasson ordenó que le lanzaran un cabo por el hueco de la escalera para izar una caja más grande que la anterior y que tenía un cristal en un lado. Lacroix y otro marinero la izaron. Tommy subió con una segunda bolsa de documentos y cuando iba a bajar oyó el grito de “!Abandonen el barco!”. Se asomó por la escotilla. miró hacia abajo y vio a alguien que él pensó que que era Fasson o Grazier pero que probablemente era Lacroix. Le pasó la orden a gritos y mientras lo hacía se encontró en el agua, en medio de un remolino que le absorbía. Braceó medió ahogado sin saber dónde estaba la superficie hasta que notó que le tiraban del pelo y su cabeza salía del agua. El bote volvió hacia el Petard con Tommy Brown a remolque asido de la cabellera por un marinero, Lacroix vomitando agua sobre la borda y un par de alemanes heridos que miraban los bolsones con aprensión, sabiendo que no deberían haber permitido la captura. Aunque se los buscó durante mucho más tiempo del razonable, Fasson y Grazier no aparecieron. El capitán Thornton realizó una revista formal en cubierta y a continuación anotó su ausencia en la bitácora. Fasson y Grazier se habían hundido con el submarino.
El Petard atracó en el puerto de Haifa al amanecer. Los prisioneros fueron desembarcados y entregados a la policía militar. Se les mantendría aislados y la correspondencia a sus familiares sería censurada para impedir que la noticia del abordaje llegara a Alemania. Cuando todos los marineros se habían alejado buscando un tugurio abierto a esa hora tan temprana, apareció un coche sin marcas del que bajaron dos oficiales del SIS. Subieron al barco para reunirse con Sellars y Thornton que les estaban esperando. Estos les hicieron entrega de los bolsones y prometieron no revelar a nadie el secreto. Pocas semanas después los bolsones estaban en Bletchley Park. Contenían el libro de abreviaturas y el de códigos metereológicos, dos fuentes de palabras probables para ser utilizadas en el desciframiento de mensajes cifrados con la Enigma naval.
Fasson y Grazier fueron héroes anónimos durante muchas décadas hasta que una película de Hollywood asignó la hazaña a marinos estadounidenses. Un periódico británico lanzó una campaña nacional de reivindicación que culminó con el levantamiento del secreto oficial. El interés del público llevó a los periodistas hasta la casa del único superviviente, un anciano Eric Sellars –el hombre que había propuesto obturar las cargas con jabón de pastilla 60 años antes– que accedió a hablar públicamente del episodio por primera vez en su vida.
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