Y es falsa por varias razones. Primeramente, porque el hecho de que Balduino IV (reg. 1174-85) fuera un leproso no significa que fuera incapaz, o que lo fueran sus generales. En cuanto a Saladino, debemos recordar que hubo de sostener 30 años de guerras constantes para afianzar su poder y crear las condiciones necesarias para la victoria. La política del periodo es, en ocasiones, un tanto compleja y confusa, pero demuestra lo muy equilibradas que estaban las fuerzas en conflicto, y nos permite ver que, a pesar de la terrible enfermedad del rey, durante buena parte de su reinado sobre los francos [NdE: denominación musulmana para los estados cruzados] supuso una verdadera amenaza para Saladino.
Los inicios de su reinado
Balduino IV fue coronado rey de Jerusalén el 15 de julio de 1174, en el 75.º aniversario de la conquista de la Ciudad Santa (véase Desperta Ferro Antigua y Medieval nº. 20: La Primera Cruzada). Sus padres eran Amalarico e Inés de Courtenay, una relación controvertida pues parece que ella pudo estar ya casada, o al menos prometida, a Balián de Ibelín, un poderoso noble. Amalarico ignoró conscientemente tales componendas y tuvo dos hijos de ella, aunque en el momento de suceder a su hermano Balduino III en el trono, en 1162, hubo de renunciar a su matrimonio con Inés. Sin embargo, en los términos del acuerdo sus hijos Balduino y Sibila fueron considerados legítimos y por tanto posibles herederos del trono. Pero, a pesar de los apaños legales, no era esta la mejor manera para que Balduino IV iniciara su reinado en la Ciudad Santa cuando su padre falleció en 1174. Siendo aún menor, con tan solo trece años, requirió de un regente durante sus primeros años de reinado, papel que cumplió la mayor parte del tiempo el conde Raimundo III de Trípoli, el familiar más cercano de Balduino presente en Tierra Santa.
A medida que Balduino alcanzaba la pubertad su enfermedad no hizo sino agravarse. La bacteria causa una inflamación y daño en los nervios y en la piel que conduce a debilidad muscular, insensibilidad (síntomas descritos por su tutor Guillermo de Tiro, que indicaba que el niño no sufría dolor alguno tras haber peleado con otros niños) e incapacidad para sudar. La enfermedad provoca también heridas y úlceras, cuya infección puede llegar a destruir los huesos, generalmente de las manos y los pies, todo lo cual provoca a su vez deformidades. Con el tiempo la enfermedad del rey fue avanzando: perdió la vista y la bacteria destruyó su nariz. En semejante trance era evidente que debía de buscar un esposo para su hermana, Sibila, una decisión de gran importancia habida cuenta de que la persona elegida se convertiría inmediatamente en regente y sucesor de Balduino.
En 1176 Raimundo y los dirigentes de Jerusalén señalaron al candidato perfecto, probablemente la figura más distinguida a quien se hubiera ofrecido la mano de una heredera en el Levante. Guillermo de Montferrato (apodado Longaspata o “Espadalarga”), hijo del conde de Montferrato (cerca de Turín, Italia) procedía de una familia de cruzados y además estaba emparentado con los reyes de Francia y Alemania. Llegó a Levante en octubre de 1176 y casó casi de inmediato con Sibila. Así parecía que, en caso de que Balduino muriese o quedara incapacitado, su sucesión quedaba garantizada. En julio de 1176, a la edad de 15 años, Balduino IV alcanzó la mayoría de edad, poniendo fin a la regencia de Raimundo de Trípoli.
Primeros enfrentamientos con Saladino
Para comprender el reinado de Balduino IV debemos considerar también la situación en el mundo musulmán pues, si bien los francos habían perdido a su rey Amalarico en el verano de 1174, tan solo un par de meses antes habían perdido los musulmanes, por su parte, a su gran líder Nur al-Din. Su muerte causó la fragmentación política del mundo islámico y rompió la coalición entre Egipto, Siria y Al-Jazira (la Alta Mesopotamia) que había sido tan cuidadosamente establecida. Un autor musulmán relataba que “la confusión, la discordia y la anarquía reinan por doquier”. Sin embargo, trece años más tarde la Ciudad Santa caía ante Saladino. Tras la muerte de Nur al-Din, en mayo de 1174, estalló el conflicto entre sus sucesores y Saladino, que se proclamaba a sí mismo el verdadero sucesor del legado de Nur al-Din. Consolidó su autoridad en Egipto y, en octubre de 1174 tomó control de Damasco y se autoproclamó campeón de la ortodoxia suní. En los dos años que siguen pasó de consolidar su poder en Egipto y Siria a enfrentarse a los francos y sus oponentes musulmanes en el norte.
Saladino es célebre por su magnanimidad, y mientras que sus acciones en Jerusalén en 1187 son bien conocidas, cuando se analiza su historial previo se hace evidente que a menudo prefería perdonar la vida a los vencidos (a menudo musulmanes) para así mantener una continuidad en el gobierno y prevenir hostilidades futuras.
En el verano de 1177 murió Guillermo Espadalarga, con su esposa Sibila embarazada. Al caer de nuevo enfermo Balduino, se hizo evidente la necesidad de elegir a un nuevo regente, lo que supuso la aparición de otra figura de gran relevancia: Reinaldo de Châtillon, antiguo príncipe de Antioquía, quien por estas fechas también gobernaba en el área, estratégicamente vital, de Transjordania, el territorio que dividía las áreas musulmanas de Damasco y Egipto. Reinaldo era una personalidad extraordinaria, capaz de gran crueldad pero también de sobrevivir a un cautiverio de 15 años en manos musulmanas.
Mientras tanto, Saladino tenía la necesidad imperiosa de demostrar que él era el mejor candidato para liderar el Oriente musulmán. En noviembre de 1177 sus huestes avanzaron y cruzaron confiadas frente a Ascalón, pero a la altura de Montgisard, cerca de Ibelín, fueron sorprendidas por un pequeño contingente franco dirigido por el príncipe Reinaldo y, a pesar de su enfermedad, el rey Balduino. Su participación en esta campaña demostraba el denuedo que ponía para cumplir su cometido como soberano. El ejército musulmán fue puesto en fuga y Saladino escapó por muy poco. Muchos de sus hombres fueron muertos o hechos prisioneros, aunque los propios francos sufrieron también numerosas bajas, que según las crónicas ascendían a 750 heridos que hubo de llevar al hospital [NdE: fundado por mercaderes amalfitanos en 1084, y sede de lo que luego sería la Orden Hospitalaria] de Jerusalén. A pesar de ello, la gran victoria en Montgisard supuso un gran logro para el joven rey. Se hizo gran alarde de ella en Europa, lo que, irónicamente, pudo haber contribuido a dar la falsa impresión de que la posición de los francos era más segura de lo que realmente era, y por tanto desatender sus futuras peticiones de auxilio.
En cuanto a Saladino, los sucesos de Montgisard supusieron un gran revés. Resulta fácil para nosotros pensar en Saladino únicamente como el vencedor de Hattin y el conquistador de Jerusalén, pero la Historia tiende a olvidar o pasar por alto las terribles dificultades por las que atravesó anteriormente. La noticia de esta derrota fue inicialmente ocultada al pueblo egipcio, tal era su gravedad; y desde luego hizo que Saladino pasara a la defensiva. La batalla demostró, además, que las fuerzas de Damasco y Egipto eran insuficientes para derrotar a los francos y a su rey enfermo.
El valle de Jacob
Animados por su victoria en Montgisard, en el otoño de 1178 los cristianos dieron un paso muy arriesgado: comenzaron a erigir un castillo en el vado de Jacob, en el río Jordán. La construcción de esta fortaleza, a 55 km de Damasco, representaba una clara amenaza para los musulmanes. La fortificación se diseñó a gran escala y con un abultado presupuesto. Demostrando, una vez más, eficacia y liderazgo, Balduino permaneció varios meses en el castillo en el otoño de 1178 y la primavera de 1179. La pretensión era que los templarios lo guarnecieran con 80 caballeros (no escaso número) junto con otros 900 combatientes. Para contrarrestarlo, Saladino trató repetidas veces de sobornar a los francos, incluso ofreció reembolsar los gastos del proyecto, pero en vano. Es evidente que, tras la humillación de Montgisard, Saladino se sentía gravemente amenazado. La lucha era la única solución.
En junio lanzó un asalto a gran escala contra la fortaleza y cinco días más tarde –antes de que Balduino llegara con un ejército de rescate– el castillo sucumbió. Los defensores fueron capturados y los templarios y arqueros ejecutados. Los restos de cinco cruzados han sido descubiertos en las excavaciones modernas del castillo. Varios muestran múltiples puntas de flecha alojadas en sus huesos; uno de ellos sufrió la amputación del brazo justo sobre el codo –coincidiendo con el límite de su cota de malla–, la amputación de la mitad inferior izquierda de la mandíbula, tres heridas de flecha en el cuello y, finalmente, una herida traumática que seccionó su cráneo. Otro de ellos muestra una flecha en la pelvis que bien pudo haber seccionado su arteria y provocado su desangrado. Semejantes detalles forenses, espantosos, revelan la brutalidad de la guerra hasta un extremo que las descripciones literarias no son capaces de alcanzar; aunque por supuesto no pretendemos con esto negar que en el combate moderno suceda lo mismo. En todo caso, en el año 1179, Saladino no pudo explotar esta victoria porque en su ejército se declaró una epidemia, y hubo de regresar a Siria.
Agitación en el reino
En la primavera de 1180 el Reino de Jerusalén se encontraba en un estado de gran agitación. Dos años antes Sibila había dado a luz a Balduino, el hijo póstumo de Guillermo Espadalarga. Una vez acabado su periodo de luto era preciso que casase de nuevo. En esta ocasión el duque Hugo III de Borgoña fue el elegido, un sobrino de la reina de Francia que en 1171 había visitado el Reino de Jerusalén. Sin embargo, en 1180 todavía no había partido hacia el Levante. En el ínterin hizo su aparición Raimundo de Trípoli en Jerusalén. El rey Balduino se encontraba en un momento de gran debilidad a causa de su enfermedad y parece evidente que se sintió gravemente amenazado, quizá incluso temeroso de su destronamiento y matrimonio de Sibila con su antiguo admirador, y partidario de Raimundo, Balián de Ibelín. Animado por su madre, Inés de Courtenay, y por su tío Joscelino (antiguo conde de Edesa), el rey maniobró con rapidez para tratar de conservar su autoridad. Así, Sibila fue casada con Guido de Lusignan, cuya presencia en el reino era muy reciente, aunque su hermano, Aimerio, era el condestable real [NdE: título correspondiente al comandante general del ejército del reino]. Guido y Sibila se casaron en la Semana Santa de 1180, algo totalmente inaudito. La clave era, en este caso, el rechazo del candidato conde Raimundo por parte de Balduino, hecho que suscitó la ruptura del consenso entre las familias dirigentes del reino.
Halcones y palomas
Otros historiadores, como Runciman, tendían a tratar este episodio como una lucha entre “halcones” y “palomas”. Las palomas serían los barones nativos que preferían la paz con los musulmanes, entre ellos Raimundo de Trípoli, la familia Ibelín y el arzobispo Guillermo de Tiro. Los halcones (conocidos también como la facción cortesana) serían por el contrario recién llegados y con un afán mucho más agresivo, entre ellos Guido, Reinaldo de Châtillon, la madre de Balduino (Inés) y Gerardo de Ridefort, el maestre de los Templarios. El historiador Edbury, sin embargo, ha demostrado la inconsistencia de esta interpretación. Por ejemplo, en ocasiones, las palomas protagonizaron actos agresivos y los halcones negociaron treguas. La facción de los recién llegados incluía a personas como Inés y Joscelino, que provenían de familias asentadas en el Levante desde la Primera Cruzada. En realidad, la división correcta debería establecerse entre la línea materna de Balduino (Inés) y la línea paterna (sus primos, Raimundo y Bohemundo III).
Sea como fuere, hacia principios de 1180 el equilibrio de poder estaba cambiando. Guillermo de Tiro escribió: “una tregua tanto en tierra como en mar, para extranjeros y locales, fue acordada y confirmada por un intercambio de juramentos entre ambas facciones. Las condiciones eran un tanto humillantes para nosotros, puesto que se pactó la entente en términos de igualdad, sin ventajas de importancia para nosotros, que es algo que se dice no había ocurrido nunca antes”. En otras palabras, que los francos fueron tratados como iguales (a ojos de Guillermo de Tiro), lo cual suponía rebajarles de su posición de preeminencia de la que habían gozado hasta la fecha. Entretanto, el 24 de septiembre de 1180, el emperador bizantino Manuel Comneno moría, lo que suponía la pérdida de uno de los mejores aliados externos de los francos.
La reciente derrota del vado de Jacob y la progresiva incapacidad del rey Balduino suscitaron el envío de una nueva embajada a Europa. El papa Alejandro III conminó a una nueva cruzada, en 1181, a los miembros de la Iglesia y a los reyes Felipe II de Francia y Enrique II de Inglaterra. Alejandro escribió que Tierra Santa estaba siendo “hollada por las incursiones de los infieles”. Más importante fue, en todo caso, su valoración del rey Balduino: hizo clara referencia a la ausencia de un líder claro en el reino, y criticó explícitamente a Balduino. Explicó la lepra del rey como el castigo divino a causa de los pecados de los colonos –un comentario muy poco afortunado en el contexto de una petición de ayuda, y poco tendente a incitar el apoyo a la dinastía reinante en Jerusalén–. No debe sorprendernos, por tanto, el escaso éxito de esta petición.
En el Reino de Jerusalén las tensiones entre Guido y Raimundo continuaron, si bien en la primavera de 1182 se alcanzó algún género de reconciliación, ante la amenaza del final de la tregua con Saladino. En julio de 1182 los ejércitos franco y musulmán se encontraron en las cercanías de La Forbelet, en el sur de Galilea. Balduino estaba presente y el ejército franco, aunque de menor tamaño, obtuvo la victoria.
Regencias y candidatos a la sucesión
Por entonces, sin embargo, la salud del rey estaba ya muy quebrantada. No podía ver ni tampoco emplear sus manos o pies, y a pesar de todo se negaba a abdicar y trató de reinar lo mejor que pudo. Sin embargo, en otoño de 1183, su salud se deterioró tanto que se vio obligado a nombrar a un regente. Eligió a Guido de Lusignan, el marido de su hermana Sibila, un hombre que apenas tenía experiencia alguna como comandante en el Levante. Saladino preparaba su invasión y para hacerla frente Guido reunió todas las fuerzas militares del reino, a las que sumó tropas de Antioquía y Trípoli. Contabilizaba cerca de 1300 jinetes y 15 000 infantes. Los cristianos siguieron de cerca al ejército de Saladino en Galilea, pero no se produjo batalla alguna. Hacia mediados de octubre Saladino escaseaba en provisiones y hubo de retirarse. Desde la perspectiva franca la campaña parecía un éxito: los musulmanes no habían conquistado terreno alguno y los cristianos no habían perdido vidas. Pero el no enfrentarse al enemigo tras semejante esfuerzo de leva, el daño hecho a los terrenos de cultivos y una incursión contra el monasterio ortodoxo en el monte Tabor dejaron a Guido expuesto a la crítica por incompetencia. Sus oponentes políticos fueron hábiles en explotar esto, el rey Balduino fue convencido del error de no enfrentarse al enemigo y retiró la regencia a Guido. De modo que, aunque físicamente decaído, por virtud de su derecho como rey legítimo de Jerusalén Balduino fue capaz de ejercer su voluntad política.
Se decidió que el sobrino del rey, Balduino, de entonces 5 años de edad, fuera coronado rey junto a su tío. Es más, en el verano de 1184, la debilidad de Balduino IV, el creciente poder de Saladino y el establecimiento de un régimen anti-latino en Constantinopla incitaron a los francos a pedir de nuevo ayuda a Europa. Se trataba de la embajada de mayor categoría enviada hasta la fecha, pues estaba dirigida por el patriarca Heraclio de Jerusalén acompañado por los maestres de las órdenes templaria y hospitalaria. La decisión, carente de precedentes, de enviar a la cabeza de la Iglesia en el Levante en embajada enfatizaba la necesidad de defender el patrimonio de Cristo y evidenciaba la gravedad de la situación. La embajada fue recibida en Verona, en septiembre de 1184, por el papa Lucio III (1181-85). El pontífice emitió una bula para una nueva cruzada y los enviados viajaron hacia el norte, pero fracasaron en su intento de persuadir a los reyes Felipe II de Francia o Enrique II de Inglaterra para que tomaran la cruz y se dirigieran, a la cabeza de sus tropas, en defensa de Tierra Santa.
Mientras tanto, Saladino estaba implicado en el prolongado asedio de la fortaleza de Kerak, en Transjordania. Balduino no podía ya cabalgar por lo que fue conducido en litera hasta el castillo donde, ante la presencia del ejército que traía consigo, provocó la retirada de las tropas musulmanas. Ante la evidencia de la inmediatez de su propia muerte, Balduino quiso anular el matrimonio de Guido y Sibila para evitar que estos se hicieran con el poder tras de su óbito. Su animosidad hacia Guido era ya evidente; Guillermo de Tiro escribió que “el rencor había surgido con violencia”. Guido se negó a acudir a las llamadas del rey, pero para evitar un conflicto abierto Balduino hubo de permitirle que siguiera administrando sus territorios en Ascalón y Jaffa. A principios de 1185 Balduino tuvo que pedirle a Raimundo de Trípoli que se hiciera con la regencia.
Si bien hasta la fecha el rey se había resistido a otorgar a Raimundo cargos públicos de relevancia, la necesidad de contar con un comandante militar experimentado para hacer frente a Saladino era la prioridad absoluta. Balduino era consciente de su cercana muerte y pidió a sus vasallos que rindieran homenaje a Raimundo, así como al rey-niño Balduino V, si bien la regencia estaría limitada por una serie de condiciones que reflejan la desconfianza que algunos sentían por las ambiciones del conde.
Raimundo insistió en que él no era el guardián legal del joven rey, para así evitar problemas en caso de que Balduino V (un niño enfermizo) muriera. Por otro lado, los castillos reales quedarían bajo el control de las órdenes militares (es decir, fuera del alcance de Raimundo), y si Balduino V moría antes de alcanzar la mayoría de edad, un comité de líderes occidentales (el pontífice y los reyes de Inglaterra, Francia y Alemania) decidirían cuál de sus hermanas, Isabel o Sibila, habría de sucederle. Que un reino se preparase para dejar su destino en manos de extranjeros, por muy prestigiosos que estos fueran, es muestra de la gravedad de la situación en el Levante hacia mediados de la década de 1180.
Muerte y legado
Balduino IV murió finalmente en mayo de 1185, a la edad de 23 años. Había luchado valientemente contra la enfermedad y trabajado tan duramente como pudo para que su legado fuera viable. Se había preparado para dejar sitio a Enrique de Borgoña y Guillermo Espadalarga, aunque erró gravemente con el casamiento de su hermana con Guido, carente de apoyo popular. A pesar de su enfermedad no hubo quien se negara a obedecer sus órdenes, y tanto cristianos como musulmanes le tenían en gran estima. Un contemporáneo escribió de él: “A pesar de la enfermedad [de Balduino] los francos le eran fieles, le daban ánimos, contentos como estaban de tenerle como soberano […] trataban por todos los medios de mantenerle en el trono, sin prestar atención a su lepra”.
Quizá se pueda criticar a Balduino por no haber abdicado, y es cierto que su enfermedad creó las condiciones en las que las rivalidades políticas podían florecer. Sin embargo, es evidente que gozaba de un gran carisma, y la unión de su denuedo en mostrarse en campaña siempre que su salud se lo permitiese con su posición como monarca por derecho legítimo impidieron su destronamiento. Conviene recordar que destronar a un rey era algo verdaderamente extraordinario en la época: apartar a un monarca no era cosa fácil y para la joven familia dinástica de Jerusalén tal acción hubiera dado una imagen nefasta ante el resto de Europa, en cuyo auxilio confiaban.
Tras la muerte de Balduino, las tensiones entre Raimundo y Guido escalaron y las fisuras entre las familias dirigentes de Jerusalén no hicieron sino agravarse. En el verano de 1186 Balduino V moría (a la edad de nueve años) y Guido y Sibila lograron afianzar su control de la corona. Saladino aprovechó la oportunidad; tal y como Ibn al-Athir comenta: “De este modo su unidad [de los francos] quedó quebrada y su cohesión rota. Este fue uno de los principales factores que propiciaron la conquista de sus territorios y la liberación de Jerusalén”. En el verano de 1187 había reunido una coalición lo suficientemente poderosa como para reanudar su conquista y buscar la batalla con los francos. El resultado, como sabemos, fue la victoria total y la caída de Jerusalén; no se trató, sin embargo, de algo que podamos achacar al bravo joven que con anterioridad había sostenido la corona durante una década.
Bibliografía
- Barber, M. (2012): The Crusader States, London.
- Hamilton, B. (2000): The Leper King and his Heirs, Cambridge.
- Phillips, J. (2009): Holy Warriors: A Modern History of the Crusades, London.
Jonathan Phillips se licenció en la Universidad de Keele y obtuvo el doctorado en la escuela Royal Holloway de la Universidad de Londres, donde ejerce actualmente como profesor de Historia de las Cruzadas, así como presidente del Departamento de Historia. Ha publicado numerosos trabajos en torno a la historia de las Cruzadas así como su legado en la actualidad.
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