Afganistán inexpugnable. Historia de un campo de batalla

Un Helicóptero UH-60 Black Hawk del Ejército estadounidense sobrevuela la provincia de Bamiyán, Afganistán. Este territorio es el centro de la región histórica de Hazarajat, en la que predomina la población hazara, de lengua darí y religión musulmana chií, que conforma la tercera minoría étnica del país –se estima que los hazara suponen un 12% de la población afgana, mientras que en Bamiyán, en la que la presencia pastún es irrelevante, representan el 67%–. Su abrupta orografía permitió a esta región una independencia casi absoluta con respecto al poder central hasta fechas recientes. Durante la ocupación soviética, Hazarajat estuvo dominada por grupos apoyados por Irán y la presencia extranjera fue limitada, lo que contribuyó a crear una conciencia de identidad política autónoma. En el periodo de vacío de poder posterior a la retirada soviética, Bamiyán se convirtió en el foco de la facción Hezb-e Wahdat que aglutinaba a los chiíes ante el resto de líderes muyahidín de diferentes etnias, pero todos ellos suníes. En el contexto de una creciente tensión étnico-religiosa tras años de conflicto civil, el ascenso al poder del fundamentalismo suní de los talibán chocó abiertamente con los hazara chiíes. Entre 1998 y 2001 la provincia de Bamiyán cambió de manos en varias ocasiones entre las milicias Wahdat y las fuerzas talibán, provocando en cada una de ellas graves masacres de población civil. Fotografía del U. S. Army.

El “Gran Juego” de Afganistán (ver Desperta Ferro Historia Moderna n.º 11, El Gran Juego) tuvo lugar a lo largo del siglo XIX, pero si uno mira doscientos años más atrás se encontrará con una situación similar, en este caso entre mogoles y persas, actuando como avatares tempranos de británicos y rusos. Este “Gran Juego” refleja claramente uno de los condicionantes básicos de la historia afgana: su ubicación en el corazón de Asia. Esta tierra es, en palabras del historiador Arnold Toynbee, “una encrucijada de imperios”. El diplomático británico William Fraser-Tytler también estaba en lo cierto cuando escribió que Afganistán se hallaba “en el punto de encuentro de tres grandes imperios”, pues esta región siempre había sido un Estado tapón entre tres grandes centros de poder imperial: la India hacia el sureste, Persia en dirección oeste y Asia Central en su frontera norte, esta última poblada a lo largo de la historia por pueblos como los escitas, inicialmente, y luego los turcos, los mongoles, los uzbekos y, finalmente, los rusos.

El condicionante geográfico

A lo largo de los siglos, todos aquellos que han intentado subyugar Afganistán se han topado con las trampas que aguardaban a quienes aspiraban a conquistar estas tierras casi impenetrables. En primer lugar, los accidentes geográficos que forman las defensas naturales del país: el Hindu Kush, que se estira de noreste a suroeste, y el río Oxo, en su frontera norte. Ambos suponen un formidable problema logístico para cualquier ejército invasor, especialmente las montañas, que entre noviembre y marzo están cubiertas de nieve, que cuando se derrite se convierte en rugientes torrenteras que provocan inundaciones en brevísimo tiempo, una circunstancia a la que tuvo que enfrentarse el mismísimo Alejandro Magno.

Pero no se trata tan solo de llevar tropas y equipo a través de pasos helados o de formidables cauces fluviales; el verdadero desafío consiste en mantener abiertas las líneas de suministro, una tarea que exige fortificar y defender asentamientos rodeados por un entorno hostil.

Una vez que un ejército había conseguido cruzar estas barreras, entonces tenía que enfrentarse a uno de los pueblos guerreros más salvajes de la historia, el afgano, que no podía permitirse ser expulsado de su hábitat por la simple razón de que no tenía otro adonde ir. Su falta de movilidad social y sus rígidas estructuras tribales lo ataban a su entorno inmediato, pues si ya era imposible que los afganos fueran aceptados por otros clanes de su propia etnia, mucho menos los aceptarían otros grupos tribales, ya que viven en un territorio demasiado pobre como para admitir refugiados. Además, los hombres, que eran y en gran medida siguen siendo fundamentalmente granjeros y pastores, no podían encontrar esposa fuera de sus cerradas comunidades. En otras palabras, los afganos nunca han luchado por defender un Estado-nación, o al menos una agrupación tribal, y lo mismo sucede hoy en día, en que la mayoría de los combatientes talibán luchan a tan solo unas pocos kilómetros de sus pueblos de origen.

Las tribus afganas han perfeccionado sus habilidades guerreras, luchando entre ellos por lo poco que pueda ofrecerles su territorio, desde los inicios de la Antigüedad. Esta lucha por la supervivencia se ha plasmado en guerras tribales entre los uzbekos, tayikos y turcomanos del norte del Hindu Kush, los hazara en las montañas centrales y, en conflicto con todos los demás, los todopoderosos pastunes, establecidos en sus imponentes baluartes del sur y del este, y cuyo dominio se extendía hasta lo que hoy es conocido como el cinturón tribal del noroeste de Pakistán.

Fue la ubicación de Afganistán en el corazón de Asia lo que provocó que estuviera frecuentemente en guerra. Podemos hallar un ejemplo clásico de ello en el periodo de ochenta años que transcurrió entre 1839 y 1919, en el que Gran Bretaña libró tres guerras en esta región con el único fin de crear un Estado tapón contra el expansionismo ruso (para la Primera Guerra Anglo-Afgana, véase El retorno de un rey, de William Dalrymple).

La orografía afgana puede convertirse en un baluarte contra los posibles invasores de la región, pero su localización geográfica la convierte en un bocado demasiado tentador para los ejércitos que puedan plantearse tratar de penetrar sus defensas, ya que es el punto de conexión entre los grandes imperios de Asia central y los cálidos y fértiles valles del subcontinente indio. Además, ubicada en el corazón de la Ruta de la Seda, era inevitable que se convirtiera en el escenario de continuos choques de civilizaciones, pues en ella han convergido las rutas comerciales provenientes de toda Asia y han circulado durante miles de años las valiosas mercancías de China, India, Persia, Mesopotamia, Asia Central y el Mediterráneo.

mapa etnias Afganistán

Mapa de la distribución étnica en Afganistán. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

Las invasiones nómadas

Las diferencias económicas causadas por la ubicación de Afganistán sobre las principales rutas comerciales de Asia provocaron una tensión perpetua entre las ciudades y los pueblos nómadas, que consideraban que su modo de vida era más honorable que el de los habitantes de las grandes urbes ya que estaban acostumbrados a desplazarse constantemente prescindiendo del lujo. Además, las ciudades, debido a la abundancia de riquezas que contenían y a la escasa habilidad guerrera de sus pobladores, eran blancos fáciles frente a los ataques repentinos de los nómadas. Estos, gracias a su habilidad con los caballos y la arquería, eran difíciles de batir en un campo de batalla: su táctica de aparecer cabalgando de la nada y disparar sus flechas a distancia para luego disolverse en la inmensidad de su territorio –la clásica guerra de guerrillas– hacía que para un ejército convencional, formado por densas formaciones de soldados de a pie pesadamente armados, fuera casi siempre imposible derrotarlos. Se trata de un patrón que puede observarse a lo largo de toda la historia en las relaciones entre los asentamientos urbanos y los pueblos nómadas de las estepas circundantes.

Las primeras invasiones nómadas del territorio que es hoy Afganistán las llevaron a cabo las tribus arias que cruzaron el río Oxo en dirección sur durante el segundo milenio antes de Cristo. Desde allí, una parte de las tribus se dirigió hacia el sur, entrando en la India por el paso de Bolán, otra giró hacia el oeste para establecerse en la meseta irania y otra permaneció en la región. Partiendo de este hecho, existe la idea equivocada de que Afganistán es un país que no puede ser conquistado y que toda potencia extranjera que lo ha intentado ha tenido problemas: la primera acepción es falsa, solo la segunda es verdadera.

Alejandro Magno es considerado popularmente como el líder de la primera gran expedición militar extranjera que entró en Afganistán. Esto sucedió entre 330 y 326 a. C., tras la conquista de Persia. Inicialmente entró de manera triunfal en Herat, tras tomar la ruta más sencilla desde el este de Persia. Al año siguiente siguió el cauce del río Helmand, al sureste de Kandahar, y luego se desplazó hacia el norte, a Kabul, en primavera. El historiador romano Quinto Curcio escribió tres siglos después de los acontecimientos que, en su camino, Alejandro tuvo que enfrentarse con “una tribu atrasada, extremadamente incivilizada incluso para los bárbaros”. Pero estos “bárbaros” eran parte de las mismas tribus guerreras que se enfrentaron contra todos y cada uno de los sucesivos invasores de la región. El historiador griego Heródoto, sin embargo, dice que 200 años antes de que el rey macedonio cruzara los Dardanelos para conquistar Asia, Ciro el Grande había sido capaz de subyugar grandes extensiones de este territorio.

Algunos de los que seguirían los pasos de Alejandro iban a provocar una increíble carnicería y sembrar la devastación a lo largo de Afganistán. El país apenas tuvo tiempo de recuperarse durante un corto periodo de paz antes de enfrentarse al avance letal de las hordas mongolas del siglo XIII. Según el historiador Louis Dupree:

«Que el Afganistán actual sea considerado un país duro y no frágil –acostumbrado a la guerra, en vez de tendente a una resistencia pasiva– se debe en gran medida a la completa destrucción de su población sedentaria durante esta época».

El ejército de Gengis Kan arrasó en su camino tanto las ciudades como los sistemas de irrigación, actos de vandalismo que obligaron a la gente a refugiarse en fortalezas de las montañas, donde desarrollaron y refinaron las habilidades guerrilleras que desconcertarían a los invasores de los siglos XIX y XX. Los mongoles, al menos, se dieron cuenta de que Afganistán era ingobernable, y que lo mejor era destruirlo, una tarea en la que se emplearon con asombrosa eficacia. Sus invasiones no terminaron con la muerte de Gengis Kan, sino que en 1583, Tamerlán, su descendiente, recorrió la habitual ruta hacia el sur desde Herat deteniéndose para destruir los reconstruidos sistemas de irrigación de Helmand, antes de llevar a cabo la matanza sistemática de todos aquellos que se cruzaron en su camino.

Otro de los imperios que conquistó la región y sembró la muerte en ella, fue el Imperio maurya, fundado en torno a 300 a. C., que cruzó la frontera desde la India para llegar a un acuerdo con los generales supervivientes de Alejandro Magno, por el que intercambiaron 500 elefantes a cambio de la mayor parte del sur de Afganistán, donde los indómitos pastunes estaban haciendo la vida imposible a los griegos. Sería Ashoka, el más grande de los reyes maurya, quien introduciría el budismo, una religión que prosperaría hasta la casi completa conversión al islam en el siglo X.

El ascenso del islam iba a tener poco efecto en las corrientes históricas de la zona. Los ejércitos árabes, súbitamente unificados por inspiración de Mahoma, fueron capaces de capturar con facilidad grandes extensiones de territorio de Oriente Medio, llegando a derrocar a la monarquía sasánida en el año 642 y conquistar la región que corresponde, aproximadamente, al actual Irán. Abdulá ibn Amir, gobernador de Basora, fue quien, con el fin de aprovechar este movimiento expansivo, ordenó que una fuerza árabe lanzara un ataque contra los principados de los territorios afganos. Su progreso no fue tan rápido como en conquistas anteriores, aunque consiguieron capturar la zona desértica meridional de Sistán, así como las ciudades de Herat y Balj, empleando esta última como base para futuros asaltos al Asia Central. Sin embargo, una serie de revueltas acontecidas en dicha ciudad impediría que los árabes siguieran hacia el este y penetraran en los dominios de Kabul y la dinastía hindú de los Shahi.

Afganistán en la Edad Contemporánea

Los pastunes han sido la fuerza dominante en el país desde mediados del siglo XVIII. Son un adversario temible, cuyos contingentes tribales forman más del 95% de las filas talibán. En 1932 fueron descritos por el general sir Andrew Skeen, un veterano de la frontera del Noroeste, como “los combatientes más formidables del mundo”, que descienden de las colinas “como grandes rocas despeñándose, no corriendo, sino saltando […] Estos hombres son duros como clavos; pueden vivir con muy poco y solo llevan un rifle y unos pocos cartuchos”.

Afganistán segunda guerra anglo afgana

Un destacamento de guerreros afridi en Jamrud en 1878, durante la Segunda Guerra Anglo-Afgana (1878-1880), fotografiados por el reportero John Burke. Los afridis son una tribu pastún asentada en la Provincia Fronteriza del Noroeste, en los alrededores de la ciudad de Peshawar y del paso de Jáiber. Históricamente, los afridi se han considerado a sí mismos como los protectores de los accesos entre Afganistán y la India. Buena parte de su actividad económica estaba vinculada a ofrecer seguridad y escolta a las caravanas que cruzaban el paso de Jáiber. También proporcionaron tradicionalmente sus servicios armados a los distintos gobernantes afganos y durante las guerras anglo-afganas del siglo XIX estuvieron alineados indistintamente en ambos bandos. Su actividad se mantuvo durante decenios y más recientemente, durante la década de 1980, el régimen prosoviético de Kabul trató de contratar sus servicios para amenazar las rutas de abastecimiento de los muyahidín. Los afridi aceptaron el pago pero, sin embargo, no solo no cumplieron con su cometido, sino que, adicionalmente, se lucraron con el peaje impuesto por el paso de dichos suministros destinados a la insurgencia. Fotografía de la British Library.

Cuando los grandes imperios ruso y británico del siglo XIX convergieron en las fronteras afganas, la intervención armada se hizo inevitable. Llevando el principio de “denegar a los demás” al extremo, fueron los poco informados y arrogantes políticos británicos de Londres y Delhi quienes ordenaron el ataque preventivo basándose en evidencias comparables al “sospechoso dosier” que llevó a estadounidenses y británicos a meterse en Irak en 2003, con el fin de provocar un cambio de régimen que nadie deseaba.

El miedo británico a una invasión rusa de Afganistán acabó confirmándose, pero no hasta un siglo más tarde. Un diplomático británico, sir Rodric Braithwaite, cita el comentario hecho por un general ruso más de cincuenta años antes de la invasión soviética de 1979:

«El país está excepcionalmente bien adaptado para la resistencia pasiva. Su naturaleza montañosa y el orgullo y amor a la libertad de su gente, combinados con la falta de carreteras adecuadas, hacen que sea muy difícil de conquistar, y mucho más de conservar».

O, por decirlo de otro modo, observa Braithwaite que se puede conquistar el país, pero no conservarlo ni hacer nada con él. Si el Kremlin se hubiera molestado en escuchar las observaciones de este general se habría evitado casi 70 000 bajas entre muertos y heridos, y un conflicto de una década que, como otros intentos de sojuzgar Afganistán, acabó en una ignominiosa retirada.

La invasión liderada por los estadounidenses en 2001 es el último ejemplo de acción militar mal concebida, que ahora, con la retirada de las tropas de combate del ISAF, se arriesga a dejar el país en una situación caótica. La estrategia fue defectuosa desde el principio: en 2003, tras expulsar a los talibán y poner a Al Quaeda en fuga, las naciones occidentales apuntaron sus miras hacia Irak, creyendo erróneamente que el enemigo estaba acabado, para volver en 2006 y encontrarse con una insurgencia bien armada y determinada, lista para enfrentarse a ellos.

Entretanto, hay pocas evidencias que sugieran que los líderes occidentales hayan comprendido las lecciones que enseña la intervención en Afganistán. Lo mejor que se puede esperar ahora es canalizar correctamente la ayuda, minimizando el porcentaje que caerá inevitablemente en manos de funcionarios corruptos, para reconstruir con éxito la economía y las infraestructuras del país, permitiendo que salga de la sombra de más de trece años de guerra. Pero el mejor escenario posible será asegurarse de que esta sea la última invasión extranjera del país.

Hay una historia, que se contaba entre los oficiales británicos en la década de 1930 que ilustra el desprecio de los hombres de las tribus por los extranjeros que venían a ocupar su país. Un funcionario político estaba llevando a cabo una inspección en un distrito pastún de la Provincia Fronteriza del Noroeste, conocido hoy como Khyber Pakhtunkhwa. Tanto geográfica como étnicamente, las regiones limítrofes entre los actuales Pakistán y Afganistán deben ser consideradas lo mismo. Durante la comida preguntó a uno de los maliks [N. del T.: en idioma pastún designa a los jefes tribales] del pueblo de qué lado se pondría su gente en caso de guerra entre Gran Bretaña y Rusia. “¿Qué quiere que le conteste, lo que quiere oír o la verdad?”, preguntó el hombre de barba gris. El oficial británico, preparándose para lo peor, aseguró a su anfitrión que solo deseaba escuchar la verdad.

«Entonces se la contaré –dijo soltando una risilla– nos sentaríamos en nuestras colinas observándolos luchar hasta que viéramos a uno de los dos bandos completamente derrotados, ¡momento en el que descenderíamos para saquear hasta la última mula de los vencidos! ¡Alabado se Dios!»

Bibliografía

  • Stewart, J. (2007): The Savage Border. Stroud: Sutton Publishing.
  • Stewart, J. (2009): Frontier Fighters. Barnsley: Pen & Sword.
  • Stewart, J. (2011): On Afghanistan’s Plains. London: IB Tauris.

Jules Stewart es historiador y periodista. Tras su paso como profesor de español por dos universidades norteamericanas, trabajó durante 20 años como corresponsal en Madrid, antes de unirse a Reuters. Es autor de nueve libros hasta la fecha, entre los que destacan On Afghanistan Plains: The Story of Britain’s Afghan Wars, Crimson Snow: Britain’s First Disaster in Afghanistan, The Savage Border: The Story of the North-West Frontier, Spying for the Raj: The Pundits and the Mapping of the Himalaya, The Khyber Rifles: From the British Raj to Al-Qaeda y The Kaiser’s Mission to Kabul: A Secret Expedition to Afghanistan in World War I, de reciente aparición.

Este artículo apareció publicado en el Desperta Ferro Contemporánea n.º 13 como adelanto del siguiente número, el Desperta Ferro Contemporánea n.º 14: Afganistán, 2001.

Etiquetas: , , , ,

Productos relacionados

Artículos relacionados

Gladiator II para quienes ya la han visto. Lectura comparada de un remake olvidable

La primera sensación, todavía sentado en la sala al encenderse las luces, es que Gladiator II no es una pésima película. Ni siquiera muy mala. De hecho, es bastante distraída, espectacular, y en todo infinitamente más atractiva que el infumable, impresentable Napoleón que Ridley Scott perpetró hace no tantos meses. Gladiator II es una de esas películas-espectáculo del montón, bien filmada y con holgadísimo presupuesto, con la que pasas un buen rato, pero que no deja gran... (Leer más)

Corea del Sur. Una democracia imperfecta

Golpe de Estado, ley marcial, corrupción... los recientísimos acontecimientos protagonizados por el presidente Yoon Suk-yeol que están sacudiendo de nuevo a la sociedad surcoreana no son una excepción en su... (Leer más)