Carreto, se convirtió en una figura influyente en la vida política y cortesana, relacionándose con figuras tan relevantes como don Luis de Haro, pero sobre todo tuvo gran cercanía al propio monarca, Felipe IV. Durante sus diez años que vivió en Madrid debió conocer a la perfección aquel espacio de entretenimiento regio como fue el Palacio del Buen Retiro y, en concreto, el Salón de Reinos. Un espacio donde se unificaba arte y política, proyectando una muestra visible y pública de las grandezas de la Monarquía. Una gran obra iconográfica del monarca y sobre todo de su valido, el Conde Duque de Olivares, concebido para deslumbrar a todo aquel que por allí pasase, desde embajadores a miembros destacados de las cortes europeas, así como los propios súbditos del rey. Sin demasiado esfuerzo nos podemos imaginar al diplomático y militar imperial en aquella sala, recorriendo con su diligente mirada los cuadros de la familia real, los trabajos de Hércules personificando a España o, especialmente, los doce cuadros de índole militar. Porque Carreto, más que diplomático era militar de profesión, con gran experiencia a sus espaldas y, de hecho, consejero militar de Felipe IV. Como hábil diplomático y audaz militar, no se le debió pasar por alto el detalle, nunca arbitrario en un cuadro, que Zurbarán decidió incorporar en su obra Defensa de Cádiz contra los ingleses en 1634.
El origen del cuadro, como de la sala donde se exponía, era exaltar las victorias de las armas de la Monarquía, en concreto la exitosa defensa de la bahía de Cádiz atacada por los ingleses, por orden de Carlos I de Inglaterra y su valido duque de Buckingham, en 1625, cuyo resultado fue un absoluto fracaso por parte de las tropas inglesas, suponiendo una considerable pérdida de prestigio. Sin duda, el embajador imperial debía conocer bien a los personajes que protagonizaban el cuadro, a don Fernando Girón, gobernador de la plaza, a Diego Ruiz, Maestre de Campo a sus órdenes o a don Lorenzo de Cabrera. Y entre bastones de mando, armaduras o la pólvora que envuelve los barcos, enseñas de la guerra, se cuela un papel. Lo porta el único personaje que nos mira, casi oculto tras la silla de Girón, cuyo único elemento distintivo es una cruz de Santiago sobre su jubón. El papel, cuyo blanco resalta en un contexto de negros, debe ser entendido como un signo caracterizador del que lo porta, se debe identificar como un atributo simbólico que describe la función del personaje; señala al retratado y sus funciones.
Carreto debía identificar perfectamente su significado, pues para que un objeto, ya sea pintado en un cuadro o esculpido en una estatua, alcance la condición de símbolo de un concepto moral o intelectual, previamente debe convertirse en un lenguaje que debe ser identificado y entendido por quién lo ve. Zurbarán es consciente del encargo que se le ha hecho, debe ser un cuadro propagandístico de la Monarquía destinado a ser contemplado por gran cantidad de personas, expuesto en un espacio concebido para tal. Si el relato no se entiende, si no hay público que sepa descifrar sus símbolos, no se transforma en propaganda. Por ello, no pinta un papel, sino un convencionalismo por el cual ese objeto es entendido en su plano ideológico, convencido de que se sabe interpretar. Quizá, continuando con nuestro hipotético encuentro entre Carreto, Zurbarán y su obra, supiese identificar a ese discreto personaje, pero lo que nos interesa es observar la transformación del papel de objeto a símbolo.
La administración de la Monarquía Hispánica
En la Edad Moderna, el papel fue logrando cada vez más espacio, en unas monarquías cuyos mecanismos de control y administración se fueron agrandando por la complejidad de las acciones y problemas que debían afrontar. La Monarquía Hispánica se enfrentaba al reto de gobernar un espacio inmenso, dividido y heterogéneo en gentes, costumbres e instituciones. Desde el rey hasta el último miembro del sistema político, en mayor o menor medida, fueron rodeándose de burócratas, letrados, secretarios y demás personal destinado al ingente papeleo que generaba la práctica de gobierno. Toda una cultura del papel se fue estableciendo en las monarquías, y gracias al mismo se pudo disponer de un elemento que acercaba territorios y posibilitaba su gobierno. Fue el elemento transmisor de órdenes e ideas, y el soporte donde se registraba la memoria de la Monarquía.
En ese contexto se encuadra el papel que porta el personaje tras don Fernando Girón. Por su distintiva cruz en el pecho sería un destacado miembro de la administración que trabaja para el gobernador en Cádiz. La inclusión de un elemento civil en un cuadro de clara índole militar es significativo hasta el punto de poder observar en ese papel un arma más en la victoria contra los ingleses. Zurbarán señala que las espadas y la pólvora, es decir, la panoplia militar no hubiese sido suficiente sin esa administración. El papel ha hecho posible una transmisión de órdenes indispensable para la estrategia, la formación, el mando efectivo y la disciplina que requieren ejércitos tan amplios como los que por aquel entonces existían. El papel es el nexo de unión entre el ámbito militar y el ámbito civil cuya combinación hace que solo así sea posible alcanzar la victoria. En el mundo de Carreto, que no es otro que el de Felipe IV, el papel es un elemento omnipresente.
Corral y Arellano, alto funcionario de la Corona, posa para los pinceles de Velázquez con papeles en sus manos, constatando su mundo de letrado, pero quizá también mostrando(nos) su famosa Consulta de 1619 sobre la reforma que debía de hacerse para remediar los males de la Monarquía. El papel, en su sentido más amplio (billetes, memoriales, consultas), no sólo se ha entendido como símbolo sino que se ha aceptado socialmente ya en el siglo XVII. El papel ha alcanzado una aprobación tal que llega a establecerse como atributo de reyes, que dignifica, pero también trasmite mando y gobernanza. Felipe IV sostiene un billete en su retrato velazqueño de 1623, con un indiscutible protagonismo respecto al resto de los símbolos, y Olivares, emulándolo, como buen valido, lo sostiene en su retrato de 1635. Sus órdenes, dictadas en Madrid, levantan ejércitos, nombran o destituyen cargos, invisten títulos, ennoblecen tierras o conceden hábitos militares en Europa, América o Asia, todo ello rubricado sobre un papel.
Un elemento tan representativo del poder, militar o civil, que el predicador fray Jerónimo de Florencia lo incluye como elemento intrínseco del valimiento ante Felipe IV en 1621: «[…] tenía otro oficio de confidente privado suyo, a cuyo cargo estaban los papeles y el negociar inmediatamente con su príncipe […]»[1]. Confianza regia e intervención en los asuntos de gobierno, esto es, en los papeles, como atributos indisociables del valido[2]. Un atributo que quizá echamos en falta en las manos de Felipe II, más usado por el rey burócrata en sus maratonianas jornadas que las espadas con las que se inmortaliza, pero quizá también un elemento excesivamente nuevo, entonces, para un cuadro, pues estaba comenzando su andadura como símbolo de los nuevos tiempos.
Se detallan los tercios que sirven a la Monarquía en papeles, se presentan las genealogías y los informantes apuntan los testimonios respecto a los pretendientes a las Órdenes Militares en expedientes, se ven y votan en los múltiples Consejos las consultas, se presentan servicios militares en largas relaciones, los reyes envían instrucciones a sus gobernadores y los embajadores informaban por medio de cartas (cifradas o no). Es un mundo de papel, una monarquía levantada sobre el papel, una sociedad “prematuramente papelista”[3].
Todo ello era evidente para Zurbarán y para todos los que pasasen por el Salón de Reinos, pues conociesen o no al enigmático portador del billete tras la silla de Girón, esto no desvirtúa su significado, pues lo que sostiene es un concepto “de Estado” reconocible. Las armas de la Monarquía habían sido de acero y pólvora, pero también de papel, que se conservaban y acumulaban en las instituciones, hoy en los archivos, hablándonos de una Monarquía, que durante la embajada de Francesco Antonio del Carreto, firmaría en Westfalia su final sobre un papel.
Fuentes impresas
- Florencia, Gerónimo de, Sermón que predico a la magestad católica del rey don Felipe quarto…en las honras que su magestad hizo al rey nuestro señor…en san jeronimo del real de Madrid a cuatro de mayo de 1621, Madrid, por Luis Sánchez, 1621. BNE, V.E./ 153/36, fol. 28v.
Bibliografía
- Bouza Álvarez, F., Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la alta edad moderna (siglo XV- XVII), Madrid, Síntesis, 1992.
- Chartier, R., El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural. Barcelona, Gedisa, 1995.
- Elliott, J.H. y Brown, J., Un palacio para el rey, Madrid, Taurus, 2011.
- Elliott, J.H., El Conde Duque de Olivares, Barcelona, Crítica, 1990.
- Tomas y Valiente, F., Los validos en la monarquía española del XVII, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1963.
Notas
[1] Florencia, Gerónimo de, Sermón que predico a la magestad católica del rey don Felipe quarto…en las honras que su magestad hizo al rey nuestro señor…en san jeronimo del real de Madrid a cuatro de mayo de 1621, Madrid, por Luis Sánchez, 1621. BNE, V.E./ 153/36, fol. 28v.
[2] Tomas y Valiente, F., Los validos en la monarquía española del XVII, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1963, p. 104.
[3] Elliott .H., de la Peña, F.J., y Negredo, F., Memoriales y cartas del conde duque de Olivares, Madrid, Marcial Pons, 2013, p. 143.
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