torres defensivas en Ibiza

Una de las torres defensivas de Ibiza del sistema de defensa establecido en el siglo XVIII bajo Carlos III, en este caso en el municipio de Sant Josep de Sa Talaia (en el sur de la isla) y con vistas privilegiadas del litoral, frente a los islotes de es Vedrá y es Vedranell, esencial para sus tareas de vigilancia frente a las actividades piráticas. © Wikimedia Commons/LetoIbz

Para hacer frente a este constante peligro la isla optó por una estrategia de anticipación y prevención del peligro materializada en torres vigías que se elevaron en promontorios y lugares destacados desde los poder observar el horizonte. Así, encontramos a lo largo de sus costas a los últimos herederos de una larga tradición de vigilancia, que no son sino la plasmación arqueológica de la necesidad de avizorar el mar para salvar la vida.

El origen de las torres defensivas en Ibiza

Esta necesidad se remonta tanto como la historia del pueblo ibicenco, con fuentes que desde época púnica dan testimonio de esta vigilancia. Tito Livio (59 a.C.-17 d.C.) da cuenta de las torres que jalonaban las costas occidentales cuando comenta que en el año 217 a.C., durante la Segunda Guerra Púnica, las tropas de Cneo Cornelio Escipión no pudieron atacar por sorpresa a Asdrúbal por el aviso desde estas atalayas. También Plinio el Viejo (23-79 d.C.) hace referencia a estas atalayas, denominándolas en su conjunto como turres Annibalis, atribuyendo su origen a la actividad del militar cartaginés y alabando su solidez y su fábrica. De la constatación arqueológica de esta serie de torres se hace cargo en la actualidad un equipo de la Universidad de Alicante dirigido por la Dra. Feliciana Sala, dentro del proyecto público de investigación financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad HAR2016-76917-P: «Fronteras marítimas y fortificación en el Mediterráneo occidental: las huellas de la eparchia púnica en el sureste de Iberia».

El inicio del proceso de romanización no significó el cese de los ataques. Aprovechando el convulso siglo I a.C. y sus continuas guerras civiles, las incursiones se agravaron, sumándose los piratas en muchas ocasiones a los militares romanos rebeldes, como plasma la alianza entre Sertorio y los piratas cilicios de la que dan buena cuenta las recientes excavaciones en el Tossal de la Cala de Benidorm. Esta inestabilidad afectará en buena medida a Ibiza, a pesar de las campañas promovidas desde el senado de Roma para acabar con las incursiones piráticas (como las célebres actuaciones de Pompeyo Magno en el 67 a.C.). Los piratas, como relata Plutarco (45-127 d.C.), aprovechaban la inestabilidad política para establecerse en las costas norteafricanas y del Mediterráneo central, donde esperaban el momento propicio para atacar el puerto comercial de Ibiza no sólo por su potencial estratégico, sino también por la importante fuente de riquezas que suponía el comercio de sal, aceite y vino.

La convulsa Edad Media en Ibiza

Tras la disolución del poder romano y la convulsión consecuente al fin de la pax imperial, Ibiza se vio sometida a una inestabilidad que se extendería a lo largo del siglo V, tras su conquista por parte de los vándalos, hasta el siglo VI, cuando pasó a manos del Imperio Bizantino, gestionada desde el exarcado de África con capital en Septem (Ceuta). A pesar de que tras la conquista bizantina la isla se reactivó económicamente, tras la anexión de los territorios peninsulares al reino de Toledo en el 624 la actividad decae, quedando como un enclave periférico alejado de las autoridades orientales, en un tiempo en que la conquista musulmana avanzaba imparable desde la península arábiga. Así pues, en el siglo VIII se constata una decadencia del poblamiento, planteándose incluso su abandonamiento temporal en un período de inestabilidad máxima, en el que frecuentes razias azotarían los núcleos rurales de la isla.

Aunque en el siglo VIII la península fue conquistada por los contingentes musulmanes, Ibiza vivió alejada del control emiral, convirtiéndose en un espacio deprimido, con escasa población bereber y que funcionaría como base de operaciones para la piratería. Esta periferia no quedaría completamente controlada hasta la llegada del poder califal, ya en el siglo X, etapa de cierta prosperidad económica con un potente comercio y aprovechamiento de recursos. En consecuencia, la ciudadela se fortificó, levantándose unas murallas que perdurarían hasta su reforma renacentista, así como se constata la presencia de materiales islámicos en los puntos de vigilancia utilizados desde época púnica.

Supuestamente a causa de las flotas piráticas que tenían la Ibiza musulmana como base, Pisa y el condado de Barcelona ordenaron una cruzada en 1114 bajo el consentimiento del papa Pascual II para aleccionar a los habitantes de la isla, o al menos esas son las justificaciones que da el poema De Bello Maiorica de Lorenzo Veronés para justificar la cruzada pisano-catalana que saqueó la isla. Tras este ataque Ibiza quedó como un objetivo para la Corona de Aragón, siendo en 1235, bajo el reinado de Jaume I, cuando se conquistaría, repartiéndose entre los señores aragoneses a partir de las divisiones musulmanas. La conquista inició un nuevo período geopolítico para las Baleares en el cual las amenazas procederán no sólo del enemigo musulmán, sino también de los reinos cristianos, como el asedio a Ibiza en 1359 durante la guerra de los dos Pedros, en el que el reino de Castilla saqueó su campo tras no poder conquistar la fortaleza. La Universidad de Ibiza se hizo cargo de la defensa de la isla, pagando hasta a ochenta hombres para que vigilasen las costas y se encargasen de dar la voz de alarma, así como posteriormente sufragó la construcción de las torres de es Carregador y ses Portes con la misión de vigilar las salinas y el tráfico entre las islas, así como de refugiar a los trabajadores y habitantes del entorno salinero en caso de ataque.

A menudo las casas no eran refugio suficiente ante la voracidad y frecuencia de los asaltos, por lo que iniciativas privadas de las zonas rurales aisladas decidieron construir en estos momentos una serie de torres independientes de la casa de labranza en las que poder ocultarse; fueron las llamadas torres prediales, todavía hoy visibles en muchas partes del agro ibicenco, que se alzan como un vestigio de la resistencia campesina ante la impunidad de los robos y saqueos. A estas atalayas particulares ha de sumarse la respuesta que se dio desde los centros de reunión de la comunidad, con la fortificación de iglesias en los diferentes cuartones de la isla desde inicios del siglo XIV. Así, los templos de Santa Eulària, Sant Miquel o Sant Antoni son verdaderas fortalezas que llegaron incluso a contar con piezas de artillería, convirtiéndose así en pequeñas plazas defensivas consagradas desde las cuales enfrentarse a los enemigos y guarecer a la población.

Las torres defensivas en Ibiza en la Edad Moderna

No obstante, el siglo XVI marcará un punto de inflexión en la cantidad y la intensidad de los ataques a los que Ibiza se verá sometida. En el año 1501 se dan ya noticias sobre flotas que amenazan la isla, en la tripulación de las cuales era frecuente encontrar renegados ibicencos, fugados de la justicia o buscavidas que se enrolaban en los barcos enemigos y ponían su conocimiento del terreno al servicio del saqueo de quienes fuesen sus vecinos. Esta situación empeoró tras la alianza franco-otomana, la cual dio pie a toda una serie de ataques en diferentes puntos de la isla que evidenciaron la necesidad de mejorar el ruinoso estado de las fortificaciones de la ciudad y el sistema de vigilancia marítimo. Así, la iniciativa real promovió en el 1555 la reforma de las murallas de Dalt Vila, diseñadas por el arquitecto Gianbattista Calvi, que no serían finalizadas hasta final de siglo. Consecutivamente a la realización de esta reforma se planificó la instalación de una serie de torres de vigilancia en los puntos en los que hasta ese momento se venía realizando la vigilancia costera; no obstante, no será hasta el reinado de Carlos III, prácticamente doscientos años después, cuando se obtuvo la financiación para poder llevar a cabo la red de torres defensivas que completarían la estrategia de aviso, comunicación y ataque que se iniciara en su día con la reforma de las murallas de la ciudad. No obstante, estas torres de defensa llegaron tarde. La mitad de ellas no se llegaron nunca a dotar de la artillería para la que se diseñaron, entrando en funcionamiento a inicios del s. XVIII, una etapa en la que el comercio mediterráneo, y con él la piratería, estaban decreciendo, cediendo su histórico protagonismo a las aguas de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico.

 

Así, tanto en los tiempos en que ha formado parte de grandes imperios, como en aquellos en que se ha visto inmersa en la convulsión y el desorden político, Ibiza se ha encontrado amenazada; bien fuese por la ambición y deseo de control de potencias competidoras, bien por ataques esporádicos de quienes se aprovechaban la ausencia de autoridad para arrasar con sus recursos. Por ello, la vigilancia y por ende las torres fueron una necesidad constante, al igual que la amenaza que les daba sentido. Hoy, insertas en un espectacular paisaje, la visita a estas construcciones nos retrotrae con facilidad a las adversidades que hubieron de afrontar, siendo estos vigías de piedra el último eco de una voz de alarma que resonó constante durante más de dos mil años.

Bibliografía

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Este artículo forma parte del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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