La organización de las milicias en España durante la Edad Moderna

Tras varios intentos durante los reinados de Felipe IV y Carlos II, las unidades de milicias en España se establecerían por fin durante el reinado de Felipe V, cuando se conformaron los primeros regimientos de Milicias Provinciales. Imagen: guerrilleros austracistas, apoyados ahora por Francia (!), emboscan a una tropa de las Escuadras de Cataluña (origen de los Mossos d’Esquadra) durante la invasión francesa de Cataluña (1718-1720), detalle de la ilustración (© Ramón Acedo) publicada en Desperta Ferro Historia Moderna n.º 39: Felipe V contra Europa.

A este respecto la Monarquía Hispánica, obligada a atender los diversos frentes bélicos de su vasto imperio, sobre todo, en el escenario europeo, no fue una excepción. El agotamiento de Castilla y su disminución demográfica en el siglo XVII mermaron su capacidad para proveer de hombres a los tercios, induciendo a los gobernantes a valorar la necesidad de establecer mecanismos alternativos. Dada la estructura territorial de dicha Monarquía, sustentada en la unión dinástica de los diversos reinos, uno de los principios esgrimidos sería la obligación de los súbditos de prestar auxilio a su monarca. Sin embargo, no debemos olvidar que los reinos de la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña y Valencia) ostentaban la condición de reinos forales, supeditando su participación a una serie de supuestos que el mismo rey debería aceptar, no siendo el menor de ellos, la limitación geográfica del uso de sus fuerzas dentro de las fronteras de cada reino, (aunque en la práctica esto no siempre se respetase).

Durante el reinado de Felipe IV, el conde-duque de Olivares presentó un Memorial al monarca en 1624, donde proponía una Unión de Armas de los distintos territorios de la Monarquía como remedio para distribuir las cargas militares y fiscales, incorporando la participación de los integrantes de la Corona de Aragón, si bien dicho plan finalmente no prosperó, frustrado en sus expectativas por la renuencia de los llamados a participar y los acontecimientos acaecidos en 1640 ( “la rebelión de los catalanes” y la guerra con Portugal).[1]

En tiempos de Carlos II se procedió a intentar levantar las llamadas Milicias Generales, consideradas como refuerzo para completar las aportaciones de soldados para cubrir su falta en los tercios, intentando extenderlas a los territorios de la Corona de Aragón. Su implantación no dejó de producirse, alentada por la difícil coyuntura bélica motivada por las ofensivas francesas, llegando a desplazarse sus efectivos, incluso más allá de las fronteras de los respectivos reinos, excepto en el caso de los catalanes cuyo esfuerzo recayó en la defensa de su frontera ante los ataques franceses.[2]

Las milicias en España con los Borbones

La llegada al trono de Felipe V en España supuso una reorganización de los ejércitos, no solo sustituyéndose los tercios por los regimientos, sino también en el ámbito de las milicias mediante el Reglamento de 1704, donde se preveía la formación de cien regimientos, regulándose asimismo los sueldos de sus oficiales y soldados y estableciéndose como novedad la exigencia de que todos los regimientos estuviesen uniformados.[3]  La Guerra de Sucesión española impidió llevarlo a cabo. No sería hasta después y ya afianzado Felipe V en el trono español cuando se produjo la consolidación del sistema de milicias en el ámbito castellano a través de las Milicias Provinciales, siendo uno de sus más firmes defensores D. José Patiño. La norma fundamental al respecto fue la Ordenanza de 1734, donde se preveía la formación de 33 regimientos de milicias de 700 hombres.[4] En relación al texto de 1704 el gasto de los sueldos de los milicianos correspondería al rey, mientras que los municipios deberían  hacerse cargo de los gastos de vestuario.

Los intentos por trasplantar esta medida y formar otros regimientos de milicias provinciales en los territorios de la Corona no tuvieron éxito. En un primer momento pesaba en las instancias oficiales de la corte el recelo por el apoyo mayoritario que aquellas poblaciones habían prestado al archiduque Carlos, rival de Felipe V en el conflicto sucesorio, y el escaso deseo de proporcionarles armas, siquiera fuese para armar las fuerzas de milicianos. Luego, en tiempos de Fernando VI, el marqués de la Ensenada abogó a favor de ello, pero finalmente tal intento no llegó a fructificar. Los reinos de la corona de Aragón se mostraron siempre opuestos a admitir la creación de las milicias provinciales en sus territorios, escudándose en sus tradiciones y fueros, además de alegar los perjuicios económicos que sufrirían sus habitantes por ello.

Únicamente para la isla de Mallorca, parte integrante también de los reinos de la Corona de Aragón, aunque con menos peso institucional que estos, Carlos III decretó la formación de dos regimientos de Milicias Provinciales, compuestos cada uno de dos batallones, en 1762. Tal medida vino propiciada por la participación de España en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) al lado de Francia, con resultados desfavorables para ambas frente a Gran Bretaña, que además conservó su control de Menorca.

Pese a las manifestaciones de entusiasmo de la nobleza mallorquina ante el anuncio de la formación de los dos regimientos proyectados, lo cierto es que la tibieza en el cumplimiento de su puesta en práctica por las autoridades municipales encargadas demoraron su cumplimiento hasta el año 1764, reduciéndose finalmente los dos regimientos a uno solo, integrado por milicianos procedentes de la capital Palma de Mallorca y del resto de la isla (part forana).[5]

El intento por implantar las milicias provinciales en Valencia en 1796 no pudo llevarse a cabo por el rechazo de sus autoridades municipales ante tal medida. Si hasta entonces la oposición se había limitado al orden oficial y de modo pacífico, en 1801 estalló  una oposición violenta ante las órdenes enviadas por don Manuel Godoy para imponer las milicias provinciales en Valencia, hasta el extremo de llegar a publicarse un Decreto que dejaba sin efecto las órdenes anunciadas anteriormente,  a fin de apaciguar los ánimos.[6]

Durante la Guerra de la Independencia las milicias provinciales participaron de la movilización general contra la invasión napoleónica, produciéndose su restablecimiento en 1815 por Fernando VII, si bien a medida que se fue afianzando la organización del ejército español y los sistemas de reclutamiento su papel fue decayendo hasta llegar a ser suprimidas durante el siglo XIX.

Bibliografía

  • Contreras Gay, José: Las milicias provinciales en el siglo XVIII. Estudio sobre los regimientos de Andalucía. Instituto de Estudios Almerienses. 1993.
  • Elliott, J.H.: El Conde-Duque de Olivares. Crítica. Barcelona. 1990.
  • Espino López, Antonio: La formación de Milicias Generales en los reinos de la Corona de Aragón durante el reinado de Carlos II, 1665-1700. Estudios Humanísticos. Historia. 2003, págs.
  • Oñate Algueró, Paloma: Servir al rey: la milicia provincial (1734-1846). Ministerio de Defensa. Madrid. 2003.
  • Pascual Ramos, Eduardo: la defensa civil en tiempos de guerra. La milicia de Mallorca (1762-1769). Vegueta. Anuario de la Facultad de Geografía e Historia. 16. 2016, págs.. 265-288.

Notas

[1] Elliott, J.H.: El Conde-Duque de Olivares. Crítica. Barcelona. 1990.

[2] Espino López, Antonio: La formación de Milicias Generales en los reinos de la Corona de Aragón durante el reinado de Carlos II, 1665-1700. Estudios Humanísticos. Historia. 2003, págs. 111-140.

[3] Contreras Gay, José: Las milicias provinciales en el siglo XVIII. Estudio sobre los regimientos de Andalucía. Instituto de Estudios Almerienses. 1993.

[4] Oñate Algueró, Paloma: Servir al rey: la milicia provincial (1734-1846). Ministerio de Defensa. Madrid. 2003.

[5] Pascual Ramos, Eduardo: La defensa civil en tiempos de guerra. La milicia de Mallorca (1762-1769). Vegueta. Anuario de la Facultad de Geografía e Historia. 16.2016, págs.. 265-288.

[6] Corona Marzol, Carmen: Valencia y las milicias provinciales borbónicas. Intentos de introducción y oposición institucional en el XVIII. Millars. Geografía e Historia. 11. 1986, págs.. 99-112.

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