Ohio

Efectivos de la Guardia Nacional disparan gas lacrimógeno contra los estudiantes del campus de la Kent State University, Ohio, el 4 de mayo de 1970.

Nadie se responsabilizó de la orden de empezar a disparar, ni siquiera se sabe si alguien la dio o fue fruto del nerviosismo de los soldados desplegados. En apenas un minuto se sucedieron varias ráfagas compactas de disparos: cuatro estudiantes cayeron muertos, uno más quedó parapléjico. Y estalló un silencio en el campus de Kent que duró apenas unos segundos, porque el mundo entero escucharía el eco de lo que había sucedido.

Hechos, al pie de la tierra

Muchos medios silenciaron el acontecimiento, otros le dieron amplia cobertura. El 18 de mayo Life lo publicaba en portada junto con un amplio reportaje en el interior. David Crosby –ex miembro de la notable banda californiana The Byrds, pionera en mezclar folk y rock– compró un ejemplar camino de un ensayo con la “superbanda” Crosby, Stills, Nash & Young. Al llegar comentó la noticia con sus compañeros, y todos estuvieron de acuerdo en que era un hecho suficientemente trascendente como para convertirlo en un mensaje para que cualquiera que pudiera escucharlo actuara en consecuencia.

Neil Young –canadiense, ex Buffalo Springfield, el último en unirse a una coalición tan estelar que ni siquiera necesitaba recordar sus apellidos y se conocía por sus iniciales CSN&Y– cogió su guitarra y se perdió en un bosque cercano. Al cabo de unas horas volvió con la letra manuscrita de Ohio y la tocó para sus compañeros. CSN&Y tenían un single a punto de editarse, Teach your children, pero contraviniendo todas las leyes de la industria discográfica decidieron entrar al estudio para grabar la nueva canción y editarla lo antes posible. No se dejaron nada en el camino; sabían que el verso “Tin Soldiers and Nixon Coming” podía crearles problemas, pero siguieron adelante.

Durante aquel verano de 1970 Ohio ascendió pausada pero implacablemente por las listas de éxitos, compitiendo en las ondas y en las listas con temas más banales de Carpenters, Jackson 5 e incluso el Himno a la alegría de Miguel Ríos, pero también con el Ball of Confusion (That’s what the World is Today) de los Temptations y el War, procedente del repertorio de dicha banda pero regrabada por el tremendo soulman Edwin Starr con la precisión y contundencia de uno de aquellos legendarios editoriales periodísticos del Washington Post, que removieron conciencias y caderas aquel caluroso verano. Definitivamente, algo estaba pasando y la música formaba parte de ello.

 

Guitarras frente a artillería

En realidad la música había formado parte de la protesta desde el inicio del conflicto de Vietnam y más allá, desde el nacimiento de una contracultura a mediados de los 50 que se comprometió con diversos movimientos sociales que luchaban contra el racismo, la opresión, el clasismo (ver Dudas emergentes. Los inicios del movimiento contra la guerra en Contemporánea nº 6: 1965, escalada norteamericana en Vietnam). Desde los años 20 géneros como el country y el blues habían aceptado la herencia de utilizar la música popular como mecanismo de transmisión de noticias, a menudo trágicas, pero en la mayoría de los casos sin entrar a fondo en la necesidad de una reacción; ahora la toma de postura era evidente y pretendía provocar una reacción directa en el oyente.

Folk singers como Woody Guthrie –que llegó a grabar en su guitarra el lema “Esta máquina mata fascistas”–, Cisco Houston o Pete Seeger “combatieron” en la Segunda Guerra Mundial aportando sus canciones al esfuerzo bélico americano. Aunque de tendencias pacifistas, consideraron que la lucha contra el nazismo imperaba frente a otras consideraciones. Sin embargo, su ideología, que les acercaba al comunismo, opacó su carrera tras la finalización del conflicto bélico y la eclosión de la Guerra Fría. La canción de autor, de raíz popular, se refugió en las grandes ciudades –el Village neoyorquino, principalmente– mientras a lo largo de los 50 el pujante rock’n’roll se convertía en una vía de escape del nuevo sueño americano y se esparcía no ya por todos los rincones de Estados Unidos, sino por el resto del planeta. Pasaría un tiempo hasta que el poder catalizador de conciencias del folk y el expansivo del rock se unieran, y ese anhelo fructificó en la voz y los versos de Bob Dylan.

Dylan había alcanzado bastante repercusión con temas como Masters of War y Only a Pawn in the Game, que llegó a interpretar en la Marcha sobre Washington, la misma en la que el reverendo King dijo aquello de “I Have a Dream”… Sin embargo, pronto se dio cuenta, tras escuchar la versión “electrificada” que The Byrds hicieron de su tema Mr. Tambourine Man que iba a llegar a mucha más gente si encastraba su mensaje en una estructura rock. Y así lo hizo, pese a las reticencias de la comunidad folkie que hasta entonces le había venerado; famoso es el abucheo que recibió en el festival de Newport, cuando se subió al escenario en la edición de 1965 acompañado por The Band en vez de hacerlo, como era habitual, únicamente con su armónica y una guitarra acústica. Sin embargo, la mecha estaba prendida. En años sucesivos el rock sirvió casi como la principal arma de propaganda para un buen número de causas sociales

Los años de plomo y vinilo alemán

En algunos lugares de Europa el reflejo de esta simbiosis llegó a extremos mucho más intensos; en la turbulenta Alemania de los años 70, los llamados años de plomo, se llegó a dar el caso de que la misma comuna donde se gestó el grupo terrorista Fracción del Ejército Rojo surgió la banda de krautrock –el desbocado y altamente ideologizado rock alemán de los 70– Amon Duul, una de las más relevantes de la época. De hecho, parte de la R.A.F. acabó por ser conocida como Baader-Meinhof –en referencia a los apellidos de dos de sus miembros más conocidos y hasta mitificados, Andreas Baader y Ulrike Meinhof– tal como hicieron muchas superbandas de rock de los años anteriores, como los ya mentados Crosby, Stills, Nash & Young. Casualidad o reflejo, rock, contracultura y política se retroalimentaron durante las décadas de los 60 y 70 hasta extremos difíciles de calibrar; de hecho en el ala del penal donde se encarceló a los terroristas alemanes –y donde varios de ellos fallecieron en misteriosas circunstancias– se negoció que no faltara un tocadiscos, en el que escuchaban profusamente a las bandas contemporáneas de krautrock.

El tiempo, quizás, puso las cosas en su sitio. Los críticos hacia el movimiento pacifista argumentaron que la oposición hacia la guerra de Vietnam decayó en cuanto finalizó el reclutamiento forzoso –duramente criticado en temas clásicos como Fortunate Son (1969) de los sureños Creedence Clearwater Revival–, pero a esas alturas el trabajo ya estaba hecho, y en 1975 Estados Unidos evacuaba Saigón. El rock, salvo casos aislados, abandonó la primera línea de la política activa para dedicarse a una labor, no menos importante, pero no exactamente calificable como activismo, de corrección social; empezaron a proliferar los macroconciertos benéficos, como el Bangla Desh (1971) o el Concert for Kampuchea (1979), organizado este último, curiosamente, para mitigar con sus beneficios la hambruna provocada por los desmanes de la guerra en Camboya, a la que no fue ajena la presencia de un ejército popular vietnamita pocos años antes idealizado por la contracultura occidental…

La culminación de este proceso fue el “Live Aid” celebrado simultáneamente en los estadios de Wembley (Londres) y JFK (Filadelfia) en 1985, que vieron millones de personas simultáneamente en todo el planeta y sirvió para recaudar una cantidad igualmente millonaria y concienciar masivamente sobre los problemas del continente en una época volcada al epicureísmo. Sin embargo, algo había cambiado; de aquella cita histórica se recuerda la presencia de bandas como Queen, Bowie, Madonna o U2, que, salvo los irlandeses, no fueron artistas que dejaran huella por otro compromiso que no fuera el puro entretenimiento. Estuvo también Bob Dylan… en la que se considera la peor actuación de su carrera, interpretando un Blowin’ in the Wind al que apenas nadie prestó atención, salvo para denigrar la decadencia de su autor. Definitivamente, los tiempos seguían cambiando, y Ohio había quedado muy atrás. Desde hace muchos suena en las emisoras de oldies como una simple canción más, aunque hubo un momento que no lo fue.

Discografía mencionada en el artículo

Y de propina…

Este artículo resultó finalista del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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