Arqueología e Historia Pompeya ilustración histórica ªRU-MOR

Desde el n.º 24: Los últimos días de Pompeya, la ilustración histórica protagonizará las portadas de nuestra revista Arqueología e Historia. © ªRU-MOR

Arqueología e Historia cambia de cara y, en vez de la habitual fotografía que suele protagonizar la cubierta de la revista, hallará bajo el título de la cabecera una magnífica ilustración histórica, fruto del talento de nuestra querida ªRU-MOR (Facebook e Instagram), reconstruyendo el momento en que un grupo de pompeyanos trata de huir de la ciudad mientras el Vesubio hace erupción en el fondo. Con este cambio a portada ilustrada, que desde este momento pasará a encabezar los siguientes números de la revista, hemos querido aportar un elemento de calidad y originalidad sin desviarnos lo más mínimo del rigor que caracteriza nuestras publicaciones.

La ilustración histórica forma parte del ADN tanto de Arqueología e Historia como de las otras revistas de Desperta Ferro, y desde el primer momento ha sido un elemento central en sus páginas, pero además cuenta con muchas ventajas sobre las imágenes procedentes de fotografía. Buena parte de estas pueden resumirse en el hecho de que, mediante una escena, se pueden contar muchas más cosas de una sola vez, además de profundizar en los detalles que no siempre consiguen captar las fotografías, a menudo limitadas por la calidad y el estado de conservación de materiales que forman parte del registro arqueológico. No es lo mismo, por ejemplo, observar la fotografía de un fresco romano, que es de por sí una obra de arte y suele contener una escena en sí misma, que un objeto arqueológico incompleto o deteriorado que puede explicar mucho sobre una determinada cultura pero puede resultar algo menos explícito.

Por otra parte, está también la cuestión de la originalidad, puesto que la ilustración histórica, realizada ex profeso para este proyecto, es algo único e irrepetible, y en cambio no es raro que un objeto o vista captado por una cámara fotográfica que sea inmediatamente reconocible esté algo más manido, hasta el punto que forzosamente se repite en otras publicaciones de todo tipo. Por supuesto, en las ilustraciones que lucirán en la portada no faltará el máximo rigor histórico, y aunque representar una escena nos obliga a reconstruir aspectos o detalles no siempre contemplados o bien resueltos en la investigación arqueológica, es posible, sin lugar a dudas, mostrar lo que quiere mostrarse con la misma fidelidad histórica que la de una fotografía de un objeto arqueológico desnudo, a la vez que subsanar sesgos derivados de la fragmentación o deterioro de estos objetos, e incluso restituir sus colores originales. Para ello, es preciso llevar a cabo una tarea de documentación exhaustiva en la que no va a faltar el mayor compromiso. Todo ello, ciertamente, unido a la personalidad que imprimen nuestros ilustradores. Los pinceles y la creatividad artística como portadista los pondrá en este caso ªRU-MOR, una de las ilustradoras imprescindibles en nuestra cabecera, además de una de las más apreciadas por nuestros lectores.

Documentando una ilustración histórica

El proceso de realización de una ilustración histórica como esta requiere de una comunicación constante entre la persona que documenta y la que finalmente plasma estas ideas en una ilustración, de forma que el diálogo con la artista debe ser fluido, y contempla el envío constante de bocetos, avances y perspectivas, y el reenvío de respuestas con correcciones, matizaciones o sugerencias. El objetivo no es otro que lograr el perfecto equilibrio entre lo científico, que nunca debe ser relegado a un segundo plano, y lo artístico, que supone un gran atractivo. Ambas cuestiones son perfectamente compatibles.

La portada de Los últimos días de Pompeya es un buen ejemplo de esta práctica. Antes que nada, la conceptualización de esta requería de la elección de los puntos clave imprescindibles en cualquier escena; es decir, subrayar tres o cuatro elementos esenciales que había que priorizar. En este caso, los elementos clave eran el volcán en erupción, la lluvia de ceniza y escombros, y el dramatismo de los personajes en su huida por una calle.

Para garantizar la máxima fiabilidad en cualquier ilustración histórica, en Desperta Ferro llevamos a cabo una intensa tarea de documentación, que en este caso se plasmó en un dosier de varias páginas escritas junto con el apoyo de una treintena de imágenes de referencia que podrían ser utilizadas para inspirarse en los distintos elementos a representar (vestimentas, escenario, personajes, etc). Para evitar errores en el planteamiento o en los detalles, es imprescindible que la documentación aportada a la ilustradora cuente con toda la información, incluso aquella que no necesariamente va a ser empleada pero que en cambio resulta importante comprender qué se está representando y facilite la inmersión en aquello que va a plasmarse.

Puerta Nocera Vesubio Pompeya

Puerta Nocera con el Vesubio al fondo, sector de la ciudad elegido para nuestra ilustración histórica. Wikimedia Commons / CC BY-SA 3.0 / Ввласенко

Afortunadamente, Pompeya es una ciudad arqueológicamente muy bien conocida, de modo que nos permitía acometer un enfoque real que puede contrastarse por completo. Las casas que se observan en la escena no son unas casas cualquiera de Pompeya, ni unas viviendas “tipo”, sino que son estrictamente las que están en ese espacio, con sus puertas colocadas en el punto que deben estar y las alturas que debieron tener en su momento. La elección del lugar no resultó fácil, porque por una parte era interesante que los huidos tuvieran una dirección verosímil, encaminándose hacia una puerta situada en el sur, en dirección contraria al volcán, pero el visitante habitual de Pompeya se habrá percatado de que, debido a la particular trama urbanística de la ciudad, la mayoría de las calles que siguen una orientación norte-sur no dan al volcán, sino que están desviadas en un eje noroeste-sureste, y en realidad fuera de los espacios abiertos como el foro, es muy difícil ver el volcán a pie de calle. Una excepción a esta regla es la vía de Nocera, que da a la puerta del mismo nombre y que finalmente fue la que elegimos para nuestro enfoque.

Una vez conocidas las cuatro ínsulas que íbamos a manejar (dos a cada lado de la calle, I.20-II.8 y I.14-II.9) e indicadas las características que tenían (si había tiendas, bares u otros negocios o se trataba de viviendas), la decisión de dónde colocar exactamente la vista quedaba en manos de ªRU-MOR, que en su boceto original optó por la conjunción de las ínsulas I.14 y II.9, a la altura de la puerta 2 de esta última, al norte de la encrucijada con la vía de la palestra. Esto es importante, puesto que, por ejemplo, de haber colocado nuestro foco en la zona más al sur, más cercana a la puerta Nocera, la pendiente de la calle sería mayor, debido al desnivel allí existente, lo que supondría que la perspectiva de los personajes y el volcán variarían con respecto a la que finalmente empleamos. Las viviendas de esa zona son, pues, reconocibles, y solo el más atento observador se percatará del pequeño edículo que se ve detrás del cojín que lleva en la cabeza uno de los personajes y que formaba parte de la fachada de la ínsula I.14 en ese mismo espacio.

Vía Nocera Vesubio Pompeya

Vista de un tramo de la vía Nocera cercano a la puerta. Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0 / Mentnafunangann

Por otra parte, buscábamos también representar un momento en el que los habitantes de Pompeya todavía podían huir sin que fuera todavía demasiado tarde (es decir, que pudieran aparecer en la calle sin que ello resultara imposible) y situamos la escena en torno a las 14.45h, prácticamente dos horas más tarde de que comenzara la erupción, y es por ello que los restos de pumita, ceniza y lapilli ya casi han colmatado la calle y alcanzado el nivel de las aceras. Los detalles afloran en la escena: el perro con collar que intenta esquivar los golpes de los fragmentos de escombro volcánico más grandes, está inspirado en el cadáver hallado en la casa de Vesonio Primo y en el que aparece en el mosaico de la casa de Paquio Próculo; el personaje del cojín recupera el episodio narrado por Plinio (Cartas, VI.16) en el que él y sus compañeros se protegieron de este modo:

«[…] Si salían a la intemperie, eran de temer las lluvias de pedruscos […]. Cotejados ambos peligros [el de quedarse en las casas o el de salir a la calle], se optó por la segunda solución: en mi tío ello constituyó el triunfo de la razón sobre la razón, en los demás, el miedo sobre el miedo].»

perro Pompeya

Uno de los más famosos moldes de yeso de las víctimas de Pompeya, realizado en noviembre de 1874, es el de este perro, inmortalizado en el gesto de revolverse (en vano) para tratar de librarse de su cadena, que todavía lo ataba a las puertas de la casa de Vesonio Primo (VI.14.20), al modo que se observa en algunos mosaicos de la ciudad, como en la casa de Paquio Próculo (I.7.1).

El propio Vesubio no es exactamente como lo conocemos ahora, con su cono colapsado y desdoblado tras numerosas erupciones, sino que tiende a reconstruir la forma cónica que vemos en el fresco del larario de la casa del centenario, la única representación antigua que se conoce del mismo; la cajita de bronce con los ahorros del personaje al que le caen las tejas de una casa se inspira asimismo en algunos hallazgos pompeyanos. Muchos de los cadáveres hallados en Pompeya, Herculano y las villas residenciales del entorno del Vesubio apretaban contra sus cuerpos, en el momento de su trágico fin, bolsas con monedas, figurillas y amuletos, joyas y otros objetos preciados que intentaron salvar de la destrucción, y no faltaron quienes llevaban consigo las llaves de sus casas, con la vana esperanza de poder regresar a ellas.

Plasmación artística de una ilustración histórica

Como colofón a ese rigor histórico en la documentación, la escenificación artística que ha logrado captar en su ilustración histórica ªRU-MOR, de cuyo proceso creativo os dejamos este paso a paso, genera de inmediato una sensación impactante que refleja el caos del momento, la incertidumbre de los personajes y el dramatismo de un momento trágico, que supuso, al menos en apariencia, el punto y final a la historia de Pompeya, que siglos más tarde, rescatada de sus cenizas, revivimos en nuestras páginas.

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