Otros templos franceses como la catedral de Reims (siglos XIII-XIV), incendiada como consecuencia del bombardeo alemán el 19 de septiembre 1914, recibiendo hasta el final de la guerra 288 impactos, fue reconstruida entre 1919 y 1938; la catedral de Amiens (siglos XIII-XIV) fue también alcanzada, aunque levemente, por el fuego alemán en las ofensivas de 1918 y 1940; o la catedral de Estrasburgo (siglos XII-XV), alcanzada por un bombardeo estadounidense en 1944, pueden considerarse obras de mayor calidad artística y técnica que la sede parisina. Por ello la importancia de Notre-Dame esencialmente simbólica como exponente no solo de una cierta idea de Francia, sino como icono mundial en el magnífico decorado que constituye el centro de la capital francesa.
Notre-Dame y la furia revolucionaria
Y, como es lógico por su situación, no ha quedado al margen de las convulsiones sociales, especialmente a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Durante la Revolución francesa, la catedral sufrió los efectos de los cambios sociales. A pesar de que la apertura de los Estados Generales fue solemnizada con la celebración en el templo de un Veni Creator el 4 de mayo de 1789, y que el obispo Antoine Leclerc de Juigné (1728-1811) apoyó las primeras decisiones revolucionarias para intentar reinstalar la paz social, Notre-Dame, tanto el edificio como sus funciones, se verían sobrepasadas por los acontecimientos. Los bienes de la Iglesia serán nacionalizados el 2 de noviembre de 1789; el capítulo de la catedral será suprimido el 21 de noviembre de 1790; el obispo Jean Baptiste Gobel (1727-1794), elegido por mayoría de los clérigos reformistas para la sede de París el 27 de marzo de 1791, se aproximará a los jacobinos y a la Convención antes de ser engullido por la misma y guillotinado por orden de Maximilien Robespierre (1758-1794) dentro del proceso seguido contra su oponente Jacques-René Hébert (1757-1794); Notre-Dame será saqueada, decapitándose las estatuas de los reyes de Judea identificados como monarcas franceses, y entregado al pillaje el tesoro, que empezará a ser repuesto a principios del Imperio con piezas procedentes de la Sainte-Chapelle; convertida en templo para el culto de la Libertad y la Razón; servirá como mercado cubierto y almacén de mil quinientos toneles de vino destinados al Ejército del Norte; y las campanas de las torres, junto a la campana mayor Marie, serán desmontadas en 1791-1792 destinándose el bronce a la fundición de cañones. Cuando los clérigos constitucionalistas intenten retomar las prácticas de culto en 1795, el edificio se encontraba en muy mal estado: vidrieras destrozadas, suelos reventados, las paredes cubiertas de inscripciones y una gran suciedad, una situación que no mejorará debido al enfrentamiento entre diferentes sectores del clero reformista. Pero, pese a todo, se simultanearán en ella el culto de la teofilantropía dirigido por los Amigos de Dios y de los hombres con los oficios reformistas, y acogerá incluso dos concilios de miembros del clero de la llamada Iglesia de Grégoire en 1797 y 1801, hasta que el primer cónsul instó su disolución.
Tras la firma del Concordato entre Francia y el Papado el 15 de julio de 1801, la catedral fue escenario de la ceremonia de proclamación del concordato el 18 de abril 1802, cuando la iglesia metropolitana de París fue reintegrada al culto católico, siendo restablecía su campana mayor Emmanuel, salvada de las requisas revolucionarias, que resonó tras diez años de silencio, y unos cortinajes dispuestos a toda prisa disimularon apenas los daños sufridos por las capillas laterales. Pese al retorno al catolicismo, no se intervendrá en el templo, y Charles Percier (1764-1838) y Pierre François Fontaine (1762-1853), arquitectos y escenógrafos de los fastos del primer Imperio, debieron esforzarse por mejorar la apariencia del interior para la ceremonia de la coronación de Napoleón, el 2 de diciembre de 1804, mediante la instalación de paneles de madera, colgaduras y tapices, puesto que no se habían realizado obras de restauración, que sí alcanzarán, durante el Imperio, a otras catedrales, como la de Estrasburgo, que perdió 235 estatuas destruidas por la furia iconoclasta durante la Revolución y cuyas obras de restauración se iniciaron en 1811, aunque la parte fundamental de los trabajos será dirigida entre 1837 y 1872 por el arquitecto Gustave Klotz (1810-1880), incluyendo los daños sufridos por un bombardeo durante la guerra franco-prusiana en 1870, llegando Klotz a adoptar la nacionalidad alemana tras la anexión de Alsacia para poder proseguir su labor.
Durante la Restauración borbónica (1814-1830) la catedral continuó su proceso de degradación como resultado del creciente desprecio hacia la arquitectura gótica que impregnaba la sociedad francesa, imbuida de las corrientes artísticas del neoclasicismo y el romanticismo, que propiciaban la demolición de numerosos edificios medievales como resultado de la especulación urbanística. Arquitectura que era vista como una representación del Ancien régime, como había significado la demolición en 1789-1790 de la fortaleza de La Bastilla, construida entre 1370 y 1380; y razón por la que Eugène Delacroix (1798-1863) incluyó la silueta de Notre-Dame en su obra La libertad guiando al pueblo en las barricadas (1830), exaltación de las tres jornadas gloriosas de julio del mismo año, en las que las torres de la catedral aparecen en un perspectiva imposible, por cuanto los combates contra las tropas de Carlos X (1757-1836) comandadas por el mariscal Auguste de Marmont (1774-1852) tuvieron lugar en la dirección opuesta.
La reconstrucción de Notre-Dame
Concienciado ante la pérdida del legado medieval, y la posibilidad real de que la catedral fuese derribada, Víctor Hugo (1802-1885) aprovechará el contrato firmado en 1828 con el editor Charles Gosselin (1795-1859) para escribir una obra de ambiente histórico en la línea de las novelas históricas ambientadas en la Edad Media de Walter Scott (1771-1832), de gran éxito en Francia. Tras la revolución de julio de 1830 que significó la caída de los Borbones, redactó en pocas semanas Nuestra Señora de París, publicada el 16 de marzo de 1831. En el libro III de la obra, ambientada en el París de 1482, Hugo realiza una pormenorizada descripción de la catedral y de la ciudad de finales del siglo XV fruto de una minuciosa documentación; y en el prólogo desarrolló una contundente defensa de la arquitectura medieval que redundó, por el éxito de la novela, en la recuperación del favor de la sociedad hacia el arte gótico y posteriormente en la estructuración de la arquitectura neogótica que dominará el panorama arquitectónico civil y religioso en Francia –y también en Europa– durante la segunda mitad del siglo XIX . El impacto popular de la obra de Hugo, mucho más social que histórica al trazar un fresco de la sociedad francesa durante el final del reinado de Luis XI (1423-1483), momento en el que los Valois consolidaron la monarquía absolutista –un régimen cuya última expresión había sido vencido definitivamente pocos meses antes– contribuyó a la consolidación de la catedral de Notre-Dame como un elemento determinante en el imaginario colectivo, facilitando el inicio de los primeros trabajos de restauración a gran escala, interrumpidos repetidamente por el coste de las obras y las dificultades para documentar y rehacer las series escultóricas.
Eugène Viollet-le Duc (1814-1879) y Jean Baptiste Antoine Lassus (1807-1857), serán los encargados de diseñar y dirigir las obras, que se prolongarán entre 1844 y 1864. Los arquitectos debieron solucionar los problemas de estabilidad del terreno en la construcción de una nueva sacristía, el estado de degradación de la piedra y la pérdida de numerosos elementos arquitectónicos y escultóricos. En la restauración, las partes del gótico primitivo se unieron a los elementos neogóticos introducidos por Viollet-le-Duc, como la aguja, símbolo de su reciente destrucción, y las nuevas series escultóricas. Pero probablemente el elemento que mejor contribuyó a la potenciación visual de la catedral fue el derribo de los edificios próximos por orden del barón Georges Eugène Haussmann (1809-1891) entre 1860 y 1870, abriendo la gran explanada que se extiende en la actualidad entre la fachada principal de la catedral y la Prefectura de Policía, dentro de las medidas de higiene y saneamiento urbano que transformaron el urbanismo de la ciudad.
Cuatro años después de finalizada la restauración, durante la Comuna de París, el avance de las tropas de Versalles provocó el inicio de las destrucciones generalizadas a manos de los comuneros que, como Louise Michel (1830-1905), afirmaron que “París será nuestro o no existirá”. Junto a las residencias de miembros destacados de la nobleza, la burguesía y clase política, se destruyeron los edificios representativos de los poderes del Estado, como el Palacio de las Tullerias, la Biblioteca Richelieu, el Palacio de Justicia y el Hôtel de Ville, entre otros. En la catedral de Notre-Dame se provocaron diversos incendios el 24 de mayo de 1871, pero un grupo de internos del departamento de farmacia del cercano hospital Hôtel-Dieu, Delaure, Defresne,Duqué, Courant, Dupoux y Yvon, consiguieron reunir a un corto número de voluntarios y apagar las llamas antes de que se extendieran de forma irreparable. Indemne en un mar de ruinas tras el aplastamiento de la Comuna, la catedral de Notre-Dame adquirió definitivamente su estatus de símbolo del poder del Estado y de cohesión social, ejemplo de una cierta forma de entender la grandeur republicana como ejemplifican las promesas de aportaciones económicas para su reconstrucción que ascienden a más de mil millones de euros recaudados en pocas jornadas. Una cifra que, ante los problemas sociales y la contestación contra una determinada forma de actuación política que han marcado en los últimos meses la actualidad francesa, puede convertir de nuevo a Notre-Dame en un símbolo del Ancien régime.
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