Nota: este artículo ha sufrido una actualización tras el visionado del capítulo 4, véase último epígrafe al final del mismo (no contiene spoilers).
En 1981, un casi desconocido Wolfgang Petersen, luego director de filmes como La historia interminable (1984), En la línea de fuego (1993), La tormenta perfecta (2000) y sí, también Troya (2004, en la que no contento con convertir a Patroclo en primo de Aquiles, se carga la tragedia griega matando a Menelao y a Agamenón) sorprendió a propios y extraños con la que es para muchos la mejor película alemana de la historia, Das Boot, un drama bélico ambientado en 1941, en el contexto de la batalla del Atlántico, con el que consiguió seis nominaciones a los Oscar (incluyendo mejor director y mejor guión adaptado). Das Boot presentaba dos novedades respecto al cine bélico clásico: por un lado nos presentaba a unos personajes rebosantes de humanidad y alejados de la imagen estereotipada del nazi de Hollywood para mostrarnos genuinos soldados luchando por su país, testigo que recogerán otros filmes como Stalingrado (1993); y por otro, introducía al espectador en las tripas de un submarino alemán y lo sumergía (!) de lleno en la acción, compartiendo durante las dos horas y media (que ascienden hasta los 209 minutos del montaje del director y ¡282 minutos! de la versión sin cortes comercializada en 2004, imprescindible verla en versión original) de vertiginoso y claustrofóbico metraje la adrenalina, la angustia, los miedos, la euforia, la esperanza y se podría decir que hasta el hedor de ese ataúd sumergible con el resto de la tripulación. Una inmersión (!) en la acción que un servidor (que tras ver Das Boot intentó dejarse barba de capitán, pero no llegó a cocinero) no ha vuelto a experimentar hasta la escena del Desembarco de Normandía en los primeros compases de Salvar al soldado Ryan (1998), de Steven Spielberg, o, más recientemente, en el Dunkirk (2017) de Christopher Nolan.
Casi cuatro décadas más tarde llega a nuestras pantallas Das Boot: el submarino, cuyo primer capítulo se podrá ver en AMC el jueves 21 de febrero a las 22.10 h (ya disponible en la plataforma digital de Movistar+), producción televisiva alemana de ocho capítulos dirigida por el austriaco Andreas Prochaska –responsable de la cuidada pero anodina Borgoña (2017), serie de seis capítulos sobre el ascenso de Maximiliano I y María de Borgoña– cuya trama, al igual que el clásico de Petersen, se basa en la novela Das Boot (1973) de Lothar-Günter Buchheim, veterano de la Kriegsmarine y Cruz de Caballero con Hojas de Roble, y en la continuación de esta, Die Festung (1995). Y tras visionar el primer capítulo, de 60 minutos de duración, os dejamos nuestras impresiones.
El comienzo no puede ser más revelador: nos encontramos dentro de un submarino alemán en medio del Atlántico en busca de su presa que, de repente, se ve bajo fuego enemigo. Aviación primero, ¡inmersión, inmersión!, cargas de profundidad después. El cazador cazado. Volvemos a experimentar esa terrible sensación de vulnerabilidad, de claustrofobia, de no escapatoria. La acción se traslada a La Rochelle, en 1942 (posterior, por tanto, al filme de Petersen), donde se nos van presentando a los personajes, interpretados por un elenco de actores internacional con muchas caras conocidas, con dos tramas interrelacionadas. Una en torno al submarino, en la que de momento destacan dos personalidades dispares, la del distante e inseguro Kapitänleutnant Klaus Hoffman (encarnado por el actor alemán Rick Okon), joven e inexperto que debe cargar con la responsabilidad de su primer mando, y de ser hijo de un célebre y respetado comandante; que contrasta con la veteranía del curtido y disciplinado Oberleutenant zur See Karl Tennstedt (August Wittgenstein, que además de actor ¡es un príncipe alemán!), que derrocha una camaradería y complicidad con la tripulación ganada en el curso de los años. La otra en tierra, que por el momento gira en torno a Simone Strasse, una recién llegada intérprete alsaciana (interpretada por la luxemburguesa Vicky Krieps, musa de Daniel Day-Lewis en El hilo invisible) que se ve enredada en las clandestinas actividades de su hermano; Hagen Forster, Kriminalrat de la Gestapo (el alemán Thomas Wlaschiha, el «hombre sin rostro» Jaqen H’ghar de Juego de tronos); y Carla Monroe, una líder de la resistencia francesa (la estadounidense Lizzy Caplan, Virginia Johnson en Masters of Sex).
Por lo poco que hemos podido ver hasta el momento, la primera trama, que entronca más con la historia original, es la que desde mi punto de vista resulta más interesante. El primer capítulo se cierra con nuestro Uboot zarpando rumbo al Atlántico en su primera misión, pero antes hemos podido asistir a la preparación de la nave, a la carga de los torpedos, a los últimos momentos de ocio y juerga de la tripulación, a un recorrido por la base de submarinos de La Rochelle, etc. además del ya mencionado duelo de personalidades que se augura. Sin ser un experto en la materia, resulta evidente que la producción ha puesto gran esmero en la faceta uniformológica, que resulta de lo más convincente.
La segunda línea argumental es la que introduce las principales diferencias con respecto al Das Boot de Petersen: una subtrama en tierra con la Gestapo y la resistencia francesa de por medio, y una importante presencia femenina en papeles de peso. Veremos cómo se desarrolla esta historia, que a priori parece tener un encaje un tanto forzado para tratar de acomodar la serie a una audiencia más amplia.
En resumen, un primer capítulo que sin de momento despertar la fascinación de otras producciones alemanas recientes como Nuestras madres, nuestros padres (2013, horriblemente titulada en España Hijos del Tercer Reich) o Babylon Berlin (2017), sí que invita a seguir viendo más, especialmente a esas manadas de lobos en acción. Un detalle para los acérrimos de la versión original, cada uno habla en el idioma que toca, lo cual es muy de agradecer.
Sensaciones tras superar el ecuador de la serie
Después de visionar el capítulo 4, las dudas respecto a la subtrama en tierra se disipan, dado que adquiere tanto o más interés e intensidad que la línea argumental a bordo del submarino. La nutrida presencia femenina, concesión o no a los tiempos que corren, queda plenamente justificada y de alguna manera sirve como vehículo para mostrar el impacto de la guerra en la población civil, menos alineada de lo que podríamos esperarnos, víctima tanto de la ocupación alemana como de las acciones de la resistencia.
Tanto esta trama como la del submarino –que sale de los cauces habituales, ¡lo cual no quiere decir que no haya acción!– huye de caracterizar bandos de forma homogénea para retratar individuos, a través de un carrusel de personajes siniestros, honorables, cínicos, devotos del deber (¡pero qué deber es ese!¡qué distintas las causas justas de unos y otros!), crueles, moralistas, todos ellos traumatizados de una u otra forma, presentes en ambos bandos, mediante un inteligente ejercicio de alteridad y de ruptura de clichés.
(Pequeño spoiler) Solo un «pero» a tanto elogio, el de esa líder de la resistencia (interpretada por Lizzy Caplan) que habla en inglés con sus subordinados franceses (mientras que ellos le responden en francés), lengua que además usan para entenderse entre ellos los comisarios de la Gestapo y el de la policía francesa, como si el inglés fuera la lingua franca en la Francia de 1943. Que la Gestapo tuviera en un puerto atlántico tan importante como La Rochelle un oficial al mando que no supiera francés no resulta demasiado comprensible, pero que los matones de la resistencia, que no aparentan tener una extracción social acomodada, entiendan perfectamente las órdenes de su jefa… una concesión quizás a las audiencias anglosajonas, que a mi modo de ver le resta un punto de credibilidad a la serie.
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