Si algunos líderes galos pensaron que podían aprovechar la intervención romana para sacudirse la amenaza germana sin más, rápidamente hubieron de ser conscientes de que habían intentando combatir el fuego con el fuego. Según La guerra de las Galias, panegírico con el que César justifica y ensalza su campaña de conquista, entre algunas comunidades se comenzó a fraguar una alianza contra Roma, especialmente entre las que habitaban la parte más septentrional de las tres en que se dividía la Galia, la Belgica. Los pueblos belgas, reputados por su bravura, se juramentaron e intercambiaron rehenes para sellar su pacto, decididos a plantar cara a los romanos. Aunque el ambicioso procónsul justificara su agresión con la amenaza que esta coalición podía suponer, parece claro que el germen de la misma es, al contrario, la amenaza de una inminente campaña romana en la Belgica. El que César encargara a los senones, vecinos al territorio belga, que le mantuvieran al tanto de cuánto allí acontecía indica que ya estaba recogiendo información para su próxima ofensiva, materializada ese mismo verano –57 a. C.– cuando ocho legiones marcharon hacia el Norte. La campaña de Cesar contra los belgas había comenzado.
De esas ocho legiones, seis habían combatido durante la campaña del año anterior: la VII, la VIII, la IX y la X eran legiones veteranas (para conocer mejor la estructura y formación de estas legiones Desperta Ferro Especial VIII: La legión romana (II) en la Baja República), mientras que la XI y la XII habían sido reclutadas por César en la Cisalpina a comienzos del 58 a. C., sin la preceptiva autorización senatorial. Otras dos legiones, la XIII y la XIV, se reclutaron en el invierno del 58-57 a. C., lo que es otro indicio acerca de las intenciones del procónsul.
Los belgas
Las comunidades belgas ocupaban el espacio entre el Sequana –Sena– y el Rhenus –Rin–, sin que este último río fuera una frontera nítida entre galos y germanos, ya que también encontramos pueblos germanos en su orilla izquierda. De hecho, los mismos belgas decían que “[…] procedían de los germanos y que mucho tiempo atrás, después de cruzar el Rin, se habían establecido allí por la feracidad del territorio, expulsando a los galos que vivían en estos lugares” (Bello Gallico, II.4). Sabemos, sin embargo, que los belgas son de estirpe céltica por su onomástica y costumbres, aunque sería cierto ese origen allende el Rin, ya que durante el siglo III a. C. llegan a la Belgica grupos de celtas danubianos, eclosionando una cultura con rasgos particulares, entre los que destaca un papel preponderante de la guerra. Encontramos así santuarios guerreros como Gournay-sur-Aronde o Ribemont-sur-Ancre, en los que se depositan panoplias, despojos faunísticos y restos humanos como acto fundacional de la comunidad y de delimitación de su espacio.
El valor y el potencial militar son claves en la autoafirmación de la identidad de cada comunidad belga –los belóvacos, por ejemplo, eran reputados “por su valor y prestigio” (BG, II.4) y como “pueblo con fama de muy valiente en la Galia” (BG, VII.59)– y también en esa supraetnicidad belga que César reconoce. Los belgas se jactaban así de haber sido “[…] los únicos que, en tiempos de nuestros padres, cuando toda la Galia se hallaba sometida al estrago, impidieron que los teutones y los cimbrios entrasen en sus tierras.” (BG, II.4). Belgae se ha interpretado tentativamente como “los más grandes”, y en el análisis etimológico del etnónimo encontramos la raíz *bel-, “brillante, resplandeciente”, relacionada con la divinidad guerrera Belenos. Ya se trate de un etnónimo autoasignado o impuesto por los pueblos vecinos, parece evidente su connotación bélica, algo por otra parte común a muchos nombres de pueblos galos o germanos.
Pero los pueblos belgas no eran una unidad monolítica, sino que entre ellos habría habido distintos niveles de desarrollo cultural, en buena medida relacionados con su mayor o menos inserción en los circuitos comerciales que, de manera cada vez más intensa, enlazaban la Galia con el mundo mediterráneo. Así, remos o suesiones, cuyo territorio se asienta en torno al valle del Axona –Aisne–, parecen haberse articulado de manera más centralizada, con oppida fortificados que están ausentes en el territorio de otras comunidades. Las importaciones mediterráneas, en especial vino itálico –arqueológicamente materializado en los restos de ánforas– son también más abundantes en su territorio que en el resto de la Belgica, donde “los mercaderes no llegan muy a menudo” (BG, I.1).
El mundo galo se está desarrollando velozmente, con la aparición de formaciones ya estatales, gobernadas por magistraturas, senados y asambleas, aunque es manifiesta la tensión entre las aspiraciones monárquicas de algunos individuos y esos gobiernos aristocráticos. Vamos a asistir a un triple juego: dentro de cada comunidad se evidencian tensiones para hacerse con el poder político; se aprecia también como existen pugnas regionales por ocupar un lugar preeminente –por ejemplo, como veremos, en la Belgica–; y los pueblos más poderosos de la Galia rivalizan por la supremacía, como los arvernos y sécuanos que se apoyan en Ariovisto frente a los eduos aliados de Roma. Todo ello sustentado por redes de clientela, que se aprecian también a varios niveles: entre individuos de la misma comunidad, entre las aristocracias de las diferentes comunidades e, incluso, entre distintos pueblos. Tanto las pugnas intestinas como el entramado clientelar, a la postre no muy diferente al que existe en el mundo romano, servirán a César en la consecución de sus metas.
César contra los belgas y la batalla del río Axona
Ya bien entrada la primavera, cuando había forraje para alimentar a los animales de monta y carga, César dejó sus cuarteles para, en solo quince días, presentarse en las fronteras de la Belgica. Allí recibió emisarios de los remos, que declararon no formar parte de la colación del resto de belgas y ofrecieron su ayuda a los romanos.
Según los remos, se había producido una asamblea general de los belgas en la que cada comunidad había detallado la cantidad de efectivos que se comprometía a aportar. Incluidos en la coalición encontramos a pueblos germanos cisrenanos, como los condrusos, eburones, cerosos y pemanos, y también a los atuátucos, descendientes de aquellos seis mil guerreros que habrían permanecido custodiando la impedimenta durante la migración de cimbrios y teutones dos generaciones atrás. Los belóvacos aportarían 60.000 hombres (sobre una capacidad de total 100.000); los suesiones, 50.000; los nervios, otros 50.000; los atrebates, 15.000; los ambianos, 10.000; los mórinos, 25.000; los menapios, 9.000; los cáletes, 10.000; veliocases y viromanduos, 10.000; los atuátucos, 19.000; y los condrusos, eburones, cerosos y pemanos, 40.000. La suma da un total de 298.000 hombres en armas, lo que supone una cifra ciertamente elevada, que correspondería a una población de entre un millón y un millón y medio de habitantes, tomando ratios de 1:4 o 1:5 hombre en edad militar por habitante. Para un territorio aproximado de 110.000 km² estaríamos hablando de una densidad de población de entre 11 y 14 h//km², similar a lo que se ha calculado para el conjunto de la Galia en la época. Belóvacos y suesiones se disputaban la dirección de la guerra, que finalmente recayó en el “rey” suesión Galba por sus capacidades. Los remos, que se declaran “hermanos [de los suesiones] y de su misma raza” (BG, II.3), van, en cambio, a apoyar a César para conseguir la preeminencia regional. Su lealtad a Roma ni siquiera vacilará durante las posteriores rebeliones galas, lo que les valdrá esa preponderancia, convirtiéndose en la principal civitas gala, sólo por debajo de los eduos; su oppidum de Durocortorum sería, con el tiempo, la capital de la provincia romana de la Galia Belgica.
César tomó rehenes de los remos –práctica común para asegurar la fidelidad– y envió al druida Diviciaco, jefe de la facción prorromana entre los eduos, para que devastara el territorio belóvaco, intentando restar así a la coalición su miembro más poderoso. Además, conociendo que el ejército belga estaba próximo, cruzó el Axona y estableció su campamento al otro lado, dejando al legado Quinto Titurio Sabino con seis cohortes para guarnecer el puente; controlando el río podía asegurar la llegada de suministros desde el territorio remo. Las excavaciones de Napoleón III localizaron entre el Axona y un pequeño riachuelo, el actual Miette, en la colina de Mauchamp el posible emplazamiento del campamento romano.
El ejército belga se había dirigido contra Bibracte, oppidum remo distante unos 8.000 pasos del campamento romano, devastando las aldeas y campos circundantes. El ataque contra Bibracte nos da una idea del escaso desarrollo de la poliorcética entre los galos: se intentaba despejar la muralla de defensores mediante una lluvia de proyectiles, para acercarse formando un testudo e intentar abrir una brecha en el muro o incendiar las puertas. La plaza apenas si aguantó el embate, y al anochecer envió entre las líneas enemigas a un emisario para rogar socorro a César. Este envió parte de sus auxiliares, arqueros númidas y cretenses y honderos baleares que, aprovechando la noche, consiguieron entrar en Bibracte. Este refuerzo complicaba el bombardeo belga de las murallas, repelido ahora por los dardos y glandes de los auxiliares, lo que, junto con la amenaza de ser copados en su retaguardia, decidió al ejército de la coalición indígena a levantar el asedio y dirigirse contra el campamento romano. A menos de dos mil pasos de éste establecieron el suyo, y el general romano puedo darse cuenta de lo ingente de las tropas enemigas al contemplar, a tenor de los de fuegos encendidos por aquellas, que la extensión del campamento belga era de más de ocho mil pasos.
Probablemente el ejército belga no llegaba a las cifras dadas por los remos, aunque, sin duda, sería superior al romano. Esos 298.000 hombres debían de responder a la capacidad máxima de movilización de las comunidades belgas –aunque parece que los belóvacos podrían aportar incluso más–, que incluiría a todo hombre con derecho a portar armas. Sin embargo, dados los problemas de abastecimiento y coordinación que supondría esa cifra, no todos habrían sido movilizados. Entre las tropas belgas destacarían los séquitos de los aristócratas, guerreros profesionales, aunque la gran mayoría serían hombres dedicados a otros menesteres, campesinos en su mayoría, pero capaces de empuñar una lanza si la situación lo requería.
En cualquier caso César era consciente de su inferioridad numérica y esperó para entablar batalla. Durante algunos días tanteó a los belgas con combates entre su caballería –fundamentalmente auxiliares galos, entre ellos tréveros, vecinos de los belgas– y la enemiga, aprovechando para construir fosos transversales a ambos lados de la colina donde asentaba su campamento, reforzados con fortines dotados de artillería. Al igual que hizo contra los helvecios o que haría luego en Alesia, César empleaba la extraordinaria capacidad romana para la ingeniería y la no menos extraordinaria capacidad de trabajo del legionario para dotarse de una ventaja táctica. Protegía así sus flancos de un posible movimiento envolvente, más que factible dado el tamaño del ejército belga. El procónsul sabía, como ya antes que él generales como su tío Mario, que la dolabra era tan importante como el gladius para ganar una batalla.
Hecho esto, presentó línea de batalla delante de su campamento, dejando en el mismo, como reserva, a las dos legiones bisoñas, la XIII y la XIV. Se entablaron algunas escaramuzas de caballería, pero los belgas no se movieron, dado que, para alcanzar a los romanos, debían atravesar una pequeña zona cenagosa –seguramente donde actualmente transcurre el arroyuelo Miette– y luego atacar cuesta arriba, lo que suponía darle una enorme ventaja al contrario. En lugar de ello, parte de las tropas belgas intentaron vadear el Axona para atacar el fortín defendido por Titurio y destruir el puente, a fin de cortar la retirada romana y privarles de suministros. Pero el procónsul reaccionó de inmediato y mandó a su caballería, arqueros y honderos, que, desplazándose velozmente, cogieron al enemigo aún cruzando el río y pudieron rechazarlo.
La logística también gana guerras, y el tamaño del ejército belga jugó ahora en su contra, ya que los víveres comenzaron a escasear, problema que vemos repetido a menudo en los ejércitos galos, que no cuentan con un tren de suministros como el romano. A ello se sumaban las noticias de que los eduos estaban aproximándose a territorio belóvaco, por lo que estos decidieron regresar para defender su solar. Se acordó así “[…] que cada cual volviera a su casa y que desde todas partes se reunieran para defender a los primeros a cuyo territorio llevaran los romanos su ejército” (BG, II.11). Se evidencia así la falta de coordinación en el mando de la coalición belga, pesando más los intereses de cada comunidad, algo que también se constató en la manera es que se produjo la retirada, casi una huída: al anochecer, cada cual se puso en marcha, sin orden ni concierto, alertando con la algarabía a los romanos, que, además, tenían espías dentro del campamento enemigo que les comunicaban lo que ocurría. Aún así César, temiendo una emboscada y para evitar el combate nocturno, siempre confuso y complicado, esperó al amanecer para lanzarse en su persecución, una vez que sus exploradores confirmaron la retirada enemiga. La caballería y el legado Tito Labieno con tres legiones dieron alcance a la retaguardia belga, y se produjo gran mortandad al romper filas el enemigo y buscar su salvación cada cual. César había quebrado la coalición belga.
El sometimiento de los belgas
Sin dilación el procónsul romano aprovechó la desbandada y, a marchas forzadas, se presentó aquel mismo día delante de la capital suesiona, Noviodunum. Pese a contar con escasos defensores no pudo tomarla, gracias a su ancho foso y elevadas murallas, con lo cual se aprestó a fortificar su campamento y a preparar el asedio, construyendo manteletes, torres y una rampa (véase «Los campamentos romanos del siglo I a. C.» en Desperta Ferro Especial VIII: La legión romana (II) en la Baja República). Entretanto, el grueso del ejército suesión pudo entrar en el oppidum, pero, desmoralizados ante el despliegue romano y aprovechando la intercesión de los remos, se rindieron y entregaron armas y rehenes.
La celeridad en la toma de decisiones y en sus movimientos es otra característica remarcable de César. Sin dilación, se puso en marcha hacía la principal plaza belóvaca, Bratuspancio, pero, antes siquiera de alcanzarla, recibió su rendición –deditio–. Esta vez fue el druida Diviciaco quien intercedió por los belóvacos, a los que unían lazos de clientela con los eduos –lazos que, cómo hemos visto, no impidieron que, ante la exigencia de César, les atacaran; el poder de Roma pesaba más que las antiguas alianzas–. Otra vez se tomaron rehenes y armas, y el ejército romano continuó hacia el territorio ambiano, alcanzado probablemente su capital Samarobriva y aceptando también su rendición.
Pero no todos los belgas iban a doblegarse tan fácilmente. Al noreste del territorio ambiano habitaban los nervios, que reprochaban al resto de belgas su cobardía. Refractarios a la influencia de Roma, no consentían recibir importaciones mediterráneas, sobre todo vino, por considerarlo debilitador –aunque estas afirmaciones probablemente tienen más que ver con el discurso etnográfico de César, para el que mayor lejanía del Mediterráneo supone mayor barbarie, que con la realidad–. El ejército romano se internó en territorio nervio y, al tercer día, César supo por prisioneros que los nervios le esperaban a unos 10.000 pasos de distancia, al otro lado del río Sabis. Se ha discutido mucho sobre a qué río hace referencia César, y distintos investigadores han sostenido que se trataría del Sambre, del Escalda o del Selle. La identificación con este último cauce, siguiendo a Turquin y a Herbillon, nos parece la más acertada. Junto a los nervios habían acudido los atrebates y los viromanduos, y se esperaba también a los atuátucos, en camino. Los nervios habían refugiado a sus no combatientes en un lugar inaccesible, entre pantanos, lo que nos indica que se había producido una evacuación del territorio.
El camino hacia el río estaba obstaculizado por setos de zarzas y ramajes que los nervios habían construido a propósito, para encauzar a los atacantes y evitar el despliegue de la caballería, arma de la que estos belgas apenas hacían uso. Estaríamos ante un enclave que marca la frontera meridional del territorio nervio, lugar de paso de un camino protohistórico que enlazaría con el Rin, luego continuado por una calzada romana y conocido a partir de época altomedieval como Chaussée Brunehaut. Allí los nervios repelían cualquier agresión contra su territorio, y allí esperaban rechazar también a los romanos.
César envió exploradores y a algunos centuriones delante del ejército, para buscar un emplazamiento adecuado para el campamento. Localizaron una colina en la ribera del Sabis, que descendía hasta el río suavemente, y frente a la cual, al otro lado del cauce, se levantaba otro ribazo, descubierto en sus primeros 300 m pero luego poblado por un tupido bosque. Salvo algunos destacamentos de caballería que patrullaban la orilla opuesta, no había rastro de los nervios. César envío por delante a su caballería y siguió con las legiones, pero, dada la previsible proximidad del enemigo, cambió el habitual orden de marcha. Normalmente cada legión marchaba seguida por su impedimenta, pero ahora César ordenó que seis legiones caminaran en vanguardia –primero la X, seguida por la IX, XI, VIII, XII y VII–, con toda su impedimenta detrás, y que las dos legiones bisoñas cerraran la retaguardia. Los nervios habían sido informados por algunos galos que acompañaban al ejército romano del orden de marcha habitual de este, y esperaban, fiados además en los obstáculos que dificultaban la marcha romana, poder sorprender y derrotar a la legión que abriera la misma, sin que el resto pudiera acudir en su ayuda, bloqueados por la impedimenta de aquella y los bardales y zarzas.
La caballería, los honderos y arqueros auxiliares cruzaron el río –de cerca de 1 m de profundidad– para ahuyentar a la caballería belga y actuar de pantalla mientras las legiones construían el campamento. De su buena disciplina da fe el que no se internaran en el bosque para perseguir a los jinetes enemigos cuando estos se retiraban. Hacían bien: en la espesura se ocultaba el ejército enemigo. Los nervios, unos 60.000 hombres, ocupaban el flanco izquierdo; los viromanduos el centro y los atrebates el ala derecha –aunque La guerra de las Galias no da sus efectivos podemos estimarlos en, al menos, 10.000 guerreros cada pueblo a tenor de lo que anteriormente habían aportado al ejército coaligado–.
La batalla del río Sabis
Las seis legiones llegaron a la colina escogida y, tras realizar las mediciones correspondientes, se pusieron manos a la obra. Salvo la caballería y los infantes ligeros parece que César no dispuso una línea de legionarios cubriendo el trabajo de sus compañeros, como había hecho, por ejemplo, al levantar un campamento próximo al ejército de Ariovisto. Fue un descuido que pudo haberle costado muy caro. En ese momento fue llegando la impedimenta romana, señal convenida por los nervios y sus aliados para comenzar su ataque. Es dudoso que los belgas no se hubieran percatado ya de lo que tenían enfrente era el grueso del ejército romano y no una sola legión separada del resto por sus bagajes, pero, en cualquier caso, decidieron continuar con su plan: aún podían tomar al enemigo por sorpresa y con dos legiones aún lejos del campo de batalla.
Los belgas salieron del bosque en tromba, rechazando fácilmente a la caballería e infantes ligeros romanos, y cruzaron con ese mismo ímpetu el Sabis. César se vio sorprendido y ordenó inmediatamente que se levantara el estandarte y se dieran las señales con las tubas, para llamar a las armas e intentar formar una línea de batalla. Pero, como el mismo procónsul reconoce, decisiva fue la actuación de los legados; cada uno se había quedado junto a su legión mientras levantaba la fortificación, y supieron reaccionar con presteza y autonomía para intentar repeler el ataque. Decisiva fue también la disciplina de los legionarios y centuriones, que improvisaron grupos de combate allí donde se encontraban.
César pudo cabalgar hasta la posición de la legión X, en su flanco izquierdo, y dirigirle una breve arenga justo cuando los atrebates estaban ya a tiro de pilum. Los legionarios de la X y los de la IX, dispuestos junto a aquellos en el extremo del ala romana, recibieron con una salva de pila a sus adversarios, que tras cruzar el río debían subir colina arriba. Esto los desorganizó, y la feroz carga de los legionarios hizo que retrocedieran, intentando plantar cara al otro lado del cauce, aunque también de allí fueron desalojados. En el centro, las legiones XI y VIII habían recibido igual a los viromanduos y combatían contra ellos en la orilla del Sabis.
Pero las cosas eran distintas en el ala derecha. El jefe de los nervios, Boduognato, lanzó a una parte de sus guerreros, en formación cerrada, contra las legiones XII y VII, mientras que otros intentaron rodearlas por la derecha. Estos penetraron en el campamento romano a medio levantar y rechazaron a la dispersa caballería y tropa ligera que había buscado refugio allí, además de a los calones, criados y esclavos de los legionarios. Los jinetes auxiliares tréveros, viendo como se desarrollaba la batalla, creyeron completa la derrota romana y volvieron grupas. La legión XII combatía apiñada, sin espacio para manejar convenientemente sus armas, con muchos legionarios abandonando el combate, con su signifer muerto y el estandarte perdido, y con la mayor parte de los centuriones heridos o muertos. Fueron estos, veteranos correosos y bregados, quienes llevaron el peso de la resistencia, y fue, probablemente, su sacrificio el que evitó que la línea romana se hundiera. Entre ellos César menciona al primus pilus Publio Sextio Báculo: “[…] uno de los más valientes, extenuado por sus muchas y graves heridas, hasta el punto de no tenerse en pie” (BG, II.25). César se percató de lo apurado de la situación y, arrebatando el escudo a uno de los legionarios de retaguardia, se lanzó a primera línea, donde consiguió enardecer los ánimos de sus hombres y que redoblaran la resistencia, intentando abrir el hueco entre los manípulos para poder combatir mejor. Se ganó una pausa preciosa, en la que los nervios debieron retroceder para recuperar resuello antes de volver a la carga, y que César aprovechó para que la legión XII se aproximara a la VII, que estaba igual de apurada, y para que las filas de retaguardia de ambas se dieran la vuelta para evitar el ataque nervio por la espalda.
Pero lo que salvo el día fue la providencial llegada de la legión X contra la retaguardia nervia. Tras hacer huir a los atrebates, Tito Labieno había conducido a las legiones X y IX hasta el campamento belga, en la cima de la colina al otro lado del Sabis, y, viendo desde allí cómo se desarrollaba la batalla, ordenó a la X descender a la carrera para socorrer a sus compañeros. Además, por la retaguardia romana llegaron al combate las dos legiones que cerraban la formación romana, la XIII y la XIV, alertadas por la fuga de jinetes y criados, y se lanzaron contra los nervios. Atrapados por todas partes, estos vendieron cara su vida, sufriendo pérdidas tremendas –según César sólo sobrevivieron 500 de los 60.000 guerreros–.
La batalla había acabado, y con ella, prácticamente, la resistencia belga. César marchó contra los autátucos, que pagaron con el cautiverio el intentar resistirse al rodillo romano. César comentó así “Concluidas estas operaciones y pacificada con ello toda la Galia […]” (BG, II.35). Pero la Galia distaba mucho de estar todavía “pacificada” y César hubo aún de emplear más de un lustro de campañas en someterla.
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