Los primeros años del siglo XX habían sido testigos de la popularización de un aparato nuevo, el aeroplano, que de inmediato se convirtió en símbolo de modernidad en muchos países de Europa y en Estados Unidos y despertó un inmenso interés. Lejos de asustarse ante el hecho de volar, todos los que podían permitírselo se dedicaron a practicar este nuevo “deporte”, y los aeroclubs empezaron a multiplicarse. A causa de esto, cuando estalló la Gran Guerra, en 1914, todos los ejércitos beligerantes contaban con oficiales y soldados con experiencia como pilotos, y pronto el nuevo invento empezó a ser utilizado como arma, primero para misiones de reconocimiento y luego para muchas otras.
En lo que a Manfred von Richthofen se refiere, es posible que la aviación le atrajera, pero no se decidió por ella hasta que, tras la apertura de las trincheras, su regimiento fue desmontado y dedicado a ejecutar tareas logísticas, momento en el que no tardó en solicitar el traslado a esta nueva arma: “No he venido a la guerra para recolectar queso y huevos, sino para cumplir otras misiones”, se dice que indicó en la carta en la que solicitaba el traslado, que le fue concedido. En mayo fue enviado a una escuadrilla de entrenamiento. “Fuimos hasta el aeródromo –escribió sobre su primer vuelo– donde me senté en un avión por primera vez. El chorro de aire de la hélice me resultó terriblemente irritante. No me era posible comunicarme con el piloto y todo salía volando. Si cogía un trozo de papel, desaparecía, mi casco de vuelo se escurría sobre mi cabeza, mi bufanda se soltaba y no conseguía abotonar correctamente mi casaca. En pocas palabras, me sentía fatal. Antes de que supiera qué estaba pasando, el piloto puso el motor a toda marcha y la máquina empezó a desplazarse más y más deprisa. Me agarré frenéticamente y, de repente, las sacudidas cesaron, la máquina estaba en el aire. El suelo se deslizó debajo de mi”. Desde luego, no parecen las palabras de un futuro as del aire. Su periodo de formación duraría alrededor de dos meses, y luego fue enviado al 69.º Feldflieger Abteilung (“escuadrón aéreo”), en el frente del este, donde sirvió como observador, es decir, ubicado detrás del piloto y armado con una ametralladora, con el encargo de defender el avión y reconocer el terreno. De esta época datan sus primeras observaciones sobre cómo atacar un avión biplaza: nunca volar por encima, y tratar de deshacerse del ametrallador con la primera ráfaga propia. “Un largo combate aéreo con un biplaza maniobrable y aprestado, es lo más difícil […]”. Escribió.
Nadie se imaginaría al futuro Barón Rojo a bordo de un pesado bimotor, sin embargo, ese fue precisamente su siguiente destino. El 21 de agosto de 1915 estaba en Francia, transferido a un Grosskampfflugzeug (“gran avión de combate”, normalmente un Gotha) del Brieftauben-Abteilung Ostend. Fue mientras pilotaba uno de estos aparatos cuando sufrió su primera “herida” en combate: “Cuando la bomba explota debajo del avión y uno ve la adorable columna de humo gris-blanco y que se alza cerca del blanco, se lleva una alegría. Por ello, pedí al bueno de Zeumer [Georg, piloto del avión y amigo de Richthofen] que volara inclinando el aparato para que las alas no entorpecieran la visión del suelo, pero al hacerlo olvidé que a derecha e izquierda de mi cesta giraban sendas hélices. Le estaba enseñando donde habían impactado las bombas cuando, ‘¡smack!’, uno de mis dedos recibió un golpe […] Mi interés por el gran avión de combate, que siempre había sido un tanto escaso, se resintió a causa de esta misión de bombardeo. Tuve que quedarme atrás y no volé durante ocho días. Ahora mi dedo solo tiene una pequeña marca, pero al menos puedo decir, con orgullo: ‘¡Yo también tengo una herida de guerra!’”
En octubre, Manfred von Richthofen se encontró con un personaje que sería crucial en su historia, Oswald Boelcke, uno de los pilotos más famosos de aquel momento y un gran innovador táctico que había tenido el privilegio de volar con el mismísimo Max Immelmann. “Dígame, honestamente, ¿Cómo lo hizo?”, preguntó el futuro Barón Rojo refiriéndose al hecho de que su interlocutor había sido capaz de derribar no uno, sino cuatro aviones enemigos. “Sí, cielos, es bastante simple –contestó el interpelado– vuelo directo hacia él, apunto con cuidado [abro fuego] y entonces cae”. En realidad el planteamiento del piloto no era tan simple, y con el tiempo fijaría su “doctrina táctica” en una serie de axiomas conocidos como los Dicta Boelcke:
- Busca tener ventaja antes de atacar. Si es posible mantén el sol a tu espalda.
- Una vez iniciado el ataque, llevarlo siempre hasta el final.
- Dispara solo a corta distancia, y solo cuando tu oponente esté claramente en tu punto de mira.
- Nunca pierdas de vista a tu enemigo, y no te dejes engañar por sus trucos.
- En todos y cada uno de los ataques, es importante acercarse al enemigo desde atrás.
- Si el enemigo ataca desde arriba, no trates de evitarlo, sino que vuela hacia él.
- Cuando estés sobre territorio enemigo, nunca olvides el camino de vuelta a casa.
- Para la Staffel (“escuadrilla”), atacar, en principio, en grupos de cuatro a seis; y cuando se inicie un combate aéreo, procurar no que no se concentren demasiados aparatos contra un único enemigo.
Fue este genial piloto quien se encargó de animar y entrenar a Manfred von Richthofen, ahora integrado en su escuadrilla junto con otros novatos, ejecutando vuelos de prueba y llevándolos a atacar grupos de aviones aliados más débiles. Aun así, el primer vuelo siempre era difícil, Richthofen narró su “bautismo del aire” como piloto de la siguiente manera: “Arranqué el motor y le di potencia, y mientras la máquina empezaba a ganar velocidad no pude ignorar la repentina sensación, más de intrepidez que de nervios, de que me hallaba en el aire. Ahora todo era cosa mía; pasara lo que pasara, ya no tenía miedo. Despreciando a la muerte hice un amplio giro hacia la izquierda y luego, una vez que me hallaba sobre el árbol señalado al efecto, corté el motor y esperé a ver qué pasaba. Entonces vino la parte más difícil, el aterrizaje. Recordé los movimientos básicos de los controles y los ejecuté mecánicamente, sin embargo la máquina se comportó de un modo diferente a como lo hacía cuando pilotaba Zeumer. Perdí la concentración, hice algunos movimientos equivocados y aterricé el aparato de entrenamiento sobre el morro. Muy triste, examiné los daños, que por suerte no eran muchos […] dos días más tarde volví a mi aeroplano lleno de entusiasmo, y en esta ocasión todo fue maravillosamente bien”.
El primer avión de Manfred von Richthofen, una vez formado como piloto, fue un Albatros biplaza de la Kampfstaffel 8 de la 2.ª Kampfgeschwader, con el que combatió sobre Verdún. Fue entonces cuando obtuvo su primera victoria, el 16 de abril de 1916, aunque no le fue otorgada oficialmente. “Tenía una ametralladora montada entre las alas de mi máquina [fuera del arco de la hélice], justo como el Nieuport, y estaba muy orgulloso de este montaje aunque algunos se reían porque tenía un aspecto muy primitivo […] pronto tuve la oportunidad de usarla. Me encontré con un Nieuport que, aparentemente, también estaba pilotado por un novato, porque actuaba de un modo estúpidamente temeroso […] volé tras él y, por primera vez, desde una distancia cada vez menor, apreté el botón de disparo de la ametralladora. Una serie de ráfagas cortas bien orientadas y el Nieuport frenó y rodó sobre sí mismo. Al principio mi observador y yo pensamos que era uno de los diversos trucos de los franceses, pero el engaño no se detuvo y el avión siguió descendiendo cada vez más y más […] cayó en un bosque detrás de Fort Douaumont”.
Tras el Albatros biplaza, Manfred von Richthofen tuvo la ocasión de pilotar un Fokker Eindecker (“Fokker monoplano”), su primer avión monoplaza, y luego los biplanos Fokker D.II y Albatros D.II; fue con este último con el que obtuvo su primera victoria reconocida. Esta llegó, por fin, el 17 de septiembre de 1916. Esa mañana la Jasta 2 había partido a interceptar un grupo de bombarderos BE del 12.º Escuadrón del Royal Flying Corps escoltados por seis FE 2b del 11.º. Justo cuando los bombarderos estaban soltando su carga explosiva, Manfred von Richthofen seleccionó uno de los cazas y se echó encima de tal manera que tan solo estaba a diez metros de su blanco cuando abrió fuego. “Mientras ejecutaba un vuelo de prueba –de su nuevo avión, recién llegado, escribió Manfred a su madre al día siguiente– vi una formación británica en nuestro lado del frente. Volé hasta ella y derribé uno de los aviones. Los tripulantes eran un oficial y un suboficial”. Había caído el primero, hasta el 21 de abril de 1918, fecha de su muerte durante la Kaiserschlacht, seguirían otros 79, convirtiendo a quien hasta unos meses antes no era más que un aprendiz en el as de la aviación más letal de la Primera Guerra Mundial: el Barón Rojo.
Comentarios recientes