Basada en la novela gráfica The Death of Stalin (Titan Comics, 2017), de Fabien Nury y Thierry Robin, La muerte de Stalin comparte el estilo de los trabajos de Iannucci antes citados –vertiginosos diálogos, situaciones tan absurdas como hilarantes y una mordacidad que no deja títere con cabeza– para retratar en clave de comedia negra, negrísima, el drama de una época impregnada por el terror, las purgas, la paranoia y la encarnizada lucha por el poder tras el deceso del líder soviético.
Y por si las credenciales de Iannucci, director y coguionista, no fueran alicientes suficientes para despertar nuestro apetito, el elenco de actores es de puro lujo, con auténticos veteranos como Steve Buscemi (Broadwalk Empire, El Gran Lebowski) en la piel de Nikita Kruschev, Simon Russel Beale (The Deep Blue Sea, Penny Dreadful) como Lavrenti Beria, jefe del NKVD, Michael Palin (Monty Python) como Viacheslav Mólotov, el mencionado Jeffrey Tambor como Gueorgui Malenkov, Jason Isaacs (El Patriota, Harry Potter) como el generalísimo Gueorgui Zhúkov, vencedor de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y un largo etc. a los que se suma Olga Kurylenko como la pianista Maria Yudina, que logran mantener, y con nota, el pulso de la cinta.
Aunque su pretendidamente frenético ritmo no siempre funciona igual de bien durante todo el metraje y está repleta de imprecisiones/licencias históricas, La muerte de Stalin es una de estas películas, como Four Lions (2010), necesarias, en que humor no equivale a frivolidad. Más bien al contrario, nos sitúa frente al horror y nos invita a reírnos (y a lo grande) de él, pero sin restarle una pizca de dramatismo.
Para los que no la hayáis visto aún, aquí os dejo el tráiler, y como siempre, recomiendo encarecidamente verla en versión original.
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